Capítulo 28.
Nuevo amanecer.
Tim.
Cabecee en el sofá frente al televisor. El sueño
estaba venciéndome pero no quería dejar a Carl despierto con su tercera taza de
café fría, sobre uno de los tres troncos que servían de mesa de living. Menos
con esas ideas en la cabeza. Había asumido la responsabilidad implícita de
vigilarlo cuando lo traje a casa a vivir.
No me había surgido el amor filantrópico por ese lobo
pedante y soberbio de la noche a la mañana. Es más, no tenía ningún recuerdo
grato de él desde su adolescencia, sin embargo contemplar que nadie, ni un
mísero ser quería extenderle una mano, hizo que mi corazón se estrujara de lástima.
Después de todo era una víctima de esa familia denigrante y malvada que lo crió
y sembró esas ideas sobre discriminación y falsa superioridad.
Dejé caer la cabeza en el respaldo y restregué los
ojos. ¿Si me duchaba en diez minutos? No… Miré alrededor del living y más allá
la cocina. Habría decenas de objetos que podían usarse si Carl deseaba quitarse
la vida.
Allí estaba sentado, más muerto que vivo, en un sofá
de un cuerpo tapizado en burdeos que no hacía juego con mi sofá azul. Pero mi
chica lo había querido comprar una mañana en Kirkenes y después que falleció no
tuve el valor de deshacerme de él.
Respiré profundo… Si no deseaba levantarse del sillón
e irse a dormir adivinaba que sería una primera noche muy larga para los dos.
Quizás habría más…
-¿Por qué no haces lo que tienes que hacer? –su voz
sonó cascada y cansina. Lo miré-. Prometo no intentar quitarme la vida.
Estaba sentado con las piernas abiertas y sus hombros
caían pesados en clara imagen de derrota. Su rostro pálido, demacrado, y
anguloso. Sus pómulos salientes y el cabello desordenado lo hacían ver más
decadente.
-Porque no. No te dejaré.
-No hagas que me sienta peor. Quien debería estar en
vela sería mi madre, o mi hermana. No un desconocido. No pagues culpas ajenas.
-No estoy pagando culpas ajenas, Carl. Hice una
promesa y la pienso cumplir.
-Odiarás el instante que has abierto la boca. Por
favor, ve a dormir.
-Puedo aguantar perfectamente.
Sonrió con una mueca de descreimiento.
-Voy a prepararme café, más café. ¿Te molesta?
Antes que aprobara la idea se puso de pie y avanzó
hacia la cocina.
Lo seguí con la mirada. Mi mente comenzó a representar
distintas imágenes… Cuchillos… Gancho para colgar la carne… Alguna navaja
pequeña guardada en un cajón… Hasta el
raticida oculto en lo alto de un armario…
Me puse de pie de un salto y lo seguí hasta la cocina.
Él encendía una de las hornallas de la gran cocina a
gas de acero inoxidable. De Inmediato puso sobre ella la cafetera. Me miró de
soslayo.
-Cumpliré mi palabra, Tim.
-Okay… Yo… sólo… Voy a tostar pan… ¡Ah! Y tengo queso
de cabra.
-No tengo hambre.
-Tienes que comer. Algo aunque sea.
-Negó con la cabeza.
Suspiré y abrí una puerta superior de la puerta de la
alacena.
-No querer probar bocado es en parte dejarse morir.
-Tengo el estómago cerrado.
-Pues lo abres de a poco –de inmediato cogí pan y lo
corté en rodajas-. Se nota que no te has alimentado en días. ¿Has bebido agua?
Asintió en silencio.
-Carl… Prueba el queso de cabra. Lo elaboro con mis
manos cada verano. Gloria dice que no hay queso mejor en la reserva.
Una imperceptible sonrisa se asomó en los labios.
Sin esperar por el “sí” y ni siquiera tostar el pan,
unté en una rodaja un trozo de queso que había en un plato sobre la mesa.
Se lo ofrecí…
Lo miró y volvió a negar. Pero no me di por vencido.
Mi signo de tauro me hacía tenaz y jodido.
-Vamos, sólo un bocado.
Su mano alcanzó la rebanada de pan y lo llevó a la boca.
Masticó despacio por unos segundos para después engullirlo con desesperación.
No me quedé a observarlo para no ponerlo incómodo. Aunque muchas veces él había
procurado hacernos sentir miserables con sus objetos de valor y ropa de vestir.
Pero no era tiempo de revancha. No habría lugar para eso. No, si se trataba de
alguien que está en evidente desigualdad de condiciones.
Me dirigí a la mesa y unté varias rebanadas.
-¿Sabes cómo se elabora el queso?
-No. Siempre lo compré.
-Es fácil. Algún día te enseñaré.
-No creo que aprenda. Soy un inútil para todo.
Deposité la cuarta rebanada con queso en el plato y lo
miré.
Nadie es inútil para todo. Siempre podemos hacer bien
varias cosas, no todas. A mí se me da horrible cortar leña. Puedo ser capaz de
tirar abajo una especie en peligro de extinción. Es que no recuerdo las
características, y la lista nunca la he aprendido. Si me hubieran dejado solo
en la tarea, creo que la naturaleza me colgaría de las pelotas.
Al mencionar el verbo “colgar” quise que la tierra me
tragara. Mierda…
-Difícil hablar con un suicida, ¿verdad? –murmuró.
Su mirada se clavó en la llama azul de la hornalla y
quedó pensativo.
-Sé que es muy pronto pero cuando tengas ganas puedes
pensar a qué te gustaría dedicarte. Aunque… ¿Seguirás con tu negocio de
Kirkenes? Ese de ropa tan costosa.
Negó con la cabeza.
-Mi cuñado me fundió. Me servirá para venderlo y pagar
deudas.
-Okay…
Sus ojos recorrieron las paredes de la cocina. Se
detuvo en uno adorno de mimbre de gran tamaño.
-Hubiera sido una canasta -informé-. Lo hizo Lara.
Pero fue la primera de sus manualidades y no le quedó muy bien.
-Ah…
-La lámpara sí –señalé el adorno de mimbre que cubría
la bombilla de luz.
-Tienes muchos recuerdos de ella.
-Sí…
-Recuerdo el accidente, fue hace ocho años, ¿no es
así?
-Sí, así fue. Noviembre, con las primeras nevadas.
Quitó la cafetera del fuego y giró la perilla de gas.
Me apresuré a alcanzarle una taza mientras echaba un
vistazo a la hornalla apagada. Era difícil estar atento a todo.
-Creo que no me acerqué a darte mis condolencias.
-No lo recuerdo.
-No, no lo hice. Ustedes para mí eran tan poca cosa.
-Es pasado, Carl. Basta.
Sirvió café y me extendió la cafetera.
-¿Quieres que te sirva un café?
-Buena idea.
Unos golpes de llamado a la puerta nos interrumpieron.
No muy convencido abandoné la cocina apresurado y abrí
la puerta. Bernardo inclinó la cabeza a modo de saludo y sonrió.
-Bernardo, ¿qué tal?
-Yo bien. ¿Tú? Sin dormir, lo imagino.
-Pasa, por favor.
-¿Cómo está? –bajó la voz.
Arquee las
cejas sin saber mucho que responder.
-Está en la cocina. Íbamos a beber café y a comer pan
con queso.
-Eso suena bien. Aunque… -habló en susurros-. No
debemos descuidarnos.
-Sí, lo sé.
Carl se asomó por el marco de la puerta.
-Hola Carl.
-Hola.
-Quería saber si necesitas algo. Y… tu hermana vino a
casa. Quiere saber cómo te encuentras.
Él no contestó. Su rostro dibujó el disgusto y
abandonó el living hacia la cocina.
Encogí los hombros.
-Okay… Regreso a casa. Ya sabes si necesitas ayuda me
llamas.
-No te preocupes. Gracias.
-Gracias a ti, Tim.
Regresé a la cocina. Carl estaba sentado. Cogí asiento
frente a él y dudé si hablar sobre el tema. Sinceramente ignoraba si empeoraría
las cosas, aunque después de todo era su familia.
-Si tu hermana se preocupé por ti quiere decir que te
quiere. Quizás no supo como hacerlo o por cobarde y no contradecir a tu…
-No quiero hablar de ellos –interrumpió.
-Okay.
-Desearía no verlos más.
-Bueno… Bernardo ya dispuso lo de tu madre, ya sabes.
No la verás en la reserva. De tu hermana poco y nada sé, no he hablado con
nuestro guía.
-Cambiemos de tema.
-¿De qué quieres hablar?
Bebió un sorbo sin mirarme. Seguía con la mirada
perdida.
-Ernestina… Ernestina se fue… Necesito encontrarla.
-¿Es la chica que trabajaba en tu casa como empleada
doméstica ¿Por qué quieres encontrarla? Te ayudaré en lo que
pueda.
-Ella… Yo la amo. Lleva en su vientre a mi hijo.
Lo miré sorprendido.
-¿Qué? ¿Tú no eras novio de la chica rubia de cabello
largo? La que te abandonó por Douglas.
-Es una larga historia, llena de fracasos y cobardía.
-Quiero escucharla. Tenemos mucho tiempo y más café.
Ron.
Caminé por la avenida principal observando las
vidrieras iluminadas. Deseaba encontrar algo que Anne le gustara y a la vez
fuera fácil pasarlo por debajo de la puerta. Anoche había estado casi una hora
sentado contra el zócalo contándole sobre mi infancia. También incluí alguna
que otra anécdota graciosa cuestión que logré hacerla reír en más de una
oportunidad. Ella me devolvió tres mensajes escritos. El primero decía,
“¿tienes hermanos?” La segunda, “¿te gusta dibujar?” Y la tercera, “mi segundo
nombre es Cataline”.
Recuerdo que sonreí y escribí debajo,” me encanta
Cataline”.
Una bocina estridente me sobresaltó antes de dar el
tercer paso en la calle. Retrocedí y subí a la acera mientras escuchaba gritar
al conductor de un taxi, “¿eres idiota? ¡Mira el semáforo!”
Okay… Pondría atención.
Al cambio de luces crucé la calle y me acerqué a un
negocio de ropa femenina. Pero desistí, era muy íntimo regalarle cualquier
prenda a Anne si ni siquiera éramos amigos. Quizás con el tiempo…
¿Pero qué estaba pensando? Anne pronto abandonaría la
mansión y viviría junto a su hermano. ¿Cómo lograría afianzar una amistad? En
realidad, no podía engañarme. No quería ser su amigo. Yo deseaba ser su
verdadero y único amor… Aunque tuviera que disfrazarme de Peter Pan.
De pronto, la cuarta vidriera mostraba artículos de
invierno, tales como bufandas tejidas de colores vivos, gorros de piel,
calcetines gruesos de lana, y guantes. Lucían muy bonitos. ¿Pero que podía
pasar por debajo de la puerta? Quizás la vendedora me daría una idea…
Estuve merodeando por cada rincón del negocio. El
local atestaba de gente y una de las vendedoras me vio cuando me acerqué al
mostrador.
Sus ojos se clavaron en mí y una sonrisa seductora se
dibujó en sus labios pintados.
-Caballero, ¿puedo ayudarlo?
-Señorita, estoy yo antes que él –protestó una
anciana.
La empleada cambió el gesto dulce y sensual por uno de
enfado.
-No te preocupes –me apresuré a intervenir-. No estoy
apurado.
-Vale, ¿me aguarda unos minutos? –sonrió.
-Claro.
Me alejé hasta el muestrario de ovillos de lana. Había
de todos los grosores y tamaños. En unos estantes contiguos había agujas de
tejer en madera y en otro material que no llegué a distinguir.
Anne volvió a mi cabeza…
¿Cómo lograría sanarla? Daría lo que fuere por verla
caminar libre por las calles, relacionarse con las personas, que pudiera
estudiar una carrera, etc…
-Caballero, estoy a su entera disposición.
Giré la cabeza y vi la cara sonriente de la empleada.
-¿Has lanzado a la anciana por la ventana? –bromee.
Ella rio.
-Vamos, cuénteme, ¿qué necesita?
-Busco un regalo para una chica.
Su gesto de desilusión fue alevoso.
-¿Para su novia?
-No, una amiga.
-Ah…Okay…Acompáñeme por aquí, por favor.
La seguí hasta la parte izquierda del negocio. Sobre
un mostrador pequeño extendió un suéter verde limón.
-Es súper abrigado para el tiempo que se avecina.
-Es muy bonito.
-Sí, y no es caro.
-Por eso no hay problema, pero…necesito un regalo de
dimensiones pequeñas.
-¿Pequeño?
-Sí, ehm… Debo enviarlo por correo, una encomienda.
-Ah…
-¿Guantes?
-Quizás.
-Mire éstos –quitó de un estante de arriba varios
pares de guantes muy pequeños de diversos colores-. Se llaman guantes mágicos.
Son tejidos en una mezcla de lana y elástico. Mire… Se estiran.
-Oh, ¡qué bien!
Quitó tres pares con motivos infantiles y los guardó
en un cajón.
-Disculpe, estos son infantiles.
-No los guarde, me interesan.
-¿De verdad?
-Sí, esos de Mickey Mouse. Es que… Ella es la hija de
mi amiga.
-Ah… Hubiera comenzado por ahí.
-¿Ron? –la voz a mi espalda me sorprendió.
Giré para encontrarme con Petrov en persona.
-¡Petrov! ¿Qué haces aquí?
-Buscaba una bufanda y gorro para Anne. Ha comenzado
el frío y aunque esté en la mansión quizás quiera recorrer el parque…
-Claro… Buena idea.
-¿Y tú, qué haces por aquí?
-Bueno yo…
-¿Llevará los guantes de Mickey? –preguntó la
empleada.
Petrov los miró sobre el mostrador.
-No sabía que tenías hijos, Ron.
-No, no tengo. Es que… Tengo una sobrina que cumple
años.
-Oh, ¡qué bien!
-La hija de una amiga –acotó la empleada.
¿Quién la mandaba a abrir la boca?
-Bueno, con mi amiga somos como hermanos, sí…
Quería que la tierra me tragara. Justo con Petrov que
no perdía el hilo de nada. Por suerte él se dedicó a elegir bufandas y gorros,
un poco más apartado.
La empleada nos atendió muy amablemente y sin dejar de
sonreír. Quizás con la esperanza de que alguno de los dos la invitara a salir.
Yo estaba fuera del juego de seducir ya que no me interesaba nadie que no fuera
Anne. Y Grigorii no creía que fuera hacerse el seductor frente a mí ya que era
seguro que iría con el cuento a Scarlet. Así que como dos caballeros
comprometidos con el amor, salimos inermes de la desesperación de la vendedora.
Al salir Grigorii me invitó un café, el cual acepté de
buen grado. Si él deseaba saber sobre Scarlet, a mí me interesaba conocer
detalles del pasado de Anne. Así que nos dirigimos a un pub cercano del barrio
residencial.
Sentado en una mesa apartada, bebimos el café y
conversamos sobre las pasadas heladas en Kirkenes. La ola de frío, la
inundación, y el deseo de que el clima no volviera a castigarnos de esa forma.
Por supuesto evité contarle que parte de la catástrofe se debía a un vampiro
malvado y vengativo, que además era nada menos quien había engendrado a
Scarlet.
Por unos segundos, aprovechando que Grigorii agregaba
un sobre de azúcar más y revolvía concentrado, lo observé…
Sus ojos azules, que reflejaban casi siempre
serenidad. Parecía ser un humano que vivía en paz con su conciencia, creyente o
no, no lo sabía. Sin embargo con un orden en la vida basado en la ética y en la
moral. Scarlet se cruzó en mi mente… ¿Qué pensaría Grigorii si supiera la
verdadera naturaleza de la princesa de los Craig? ¿Saldría corriendo a mudarse
de ciudad? ¿Nos delataría ante la policía? No creía que Grigorii fuera de esos
de salir apresurado a esconderse aunque tuviera frente a él dos colmillos
amenazantes. Lo que era peor. Lo convertía en un poderoso enemigo teniendo en
cuenta su profesión.
En ese instante su móvil emitió un sonido gracioso.
-Lo siento –se disculpó y quitó el móvil de la
chaqueta de cuero.
Casi siempre usaba esa chaqueta, botas, y con algún
par de jeans. Vestía informal y corriente. Cualquiera diría que no era parte de
“Las Fuerzas” a no ser por el cabello corto y bien peinado.
Noté que sonreía y escribía un texto. Bebí un sorbo de
café sin dejar de estudiarlo. Era fornido y de cuerpo entrenado. Imaginé que
Anne tendría un buen guardián y defensor en su hermano. Quizás el mejor que
podía tener. Al menos por ahora.
Cerró el móvil sin dejar de sonreír y me miró.
-Anne, era Anne.
-¿De verdad?
De solo escuchar su nombre mi boca se secó.
-Sí, desde que Scarlet le regaló en Navidad un móvil,
casi siempre me envía mensajitos de texto.
-¡Qué bien!
Me miró con una mueca de pena.
-Gracias.
-¿De qué?
-Gracias por brindarle a Anne tanto amor. Ustedes…
Ustedes los Craig, la han ayudado mucho. No tengo como pagarles.
“Bueno, no delatarnos jamás por más que sepas nuestro
secreto sería un buen pago”, pensé.
-No te preocupes, evidentemente Anne se ha ganado el
cariño de todos.
“Y mi amor”. Agregué para mis adentros.
-De todas formas debo confesar que tenía mis resabios
con ustedes.
-¿No digas?
-Sí –bebió un sorbo de café-. No los conocí en ideales
condiciones.
-¿Por qué lo dices?
-Por el caso de Samanta Vasiliev, una mujer que
aparentemente se había suicidado.
-No me suena –mentí.
-En realidad la mujer fue reducida a cenizas poco
después del hecho. La doctora McCarthy efectuó la autopsia, a mi entender
apresurada y con errores.
-¿Bianca? No creo que alguna vez se equivoque en un
dictamen.
-En eso coincidimos, Ron. Por eso me extrañó.
Bajé la vista y bebí un trago largo de café. Debía
cambiar de tema…
-Grigorii, no sé si te incomoda pero… ¿Podría
preguntarte porque Anne no sale del cuadro que la afecta? Pregunto porque ya tu
padre… Bueno, me lo contó Scarlet por el motivo de los cuidados que debíamos
tener en la mansión… Es decir, tu padre no vive cerca, jamás se cruzarían. Ella
podría comenzar a vivir más tranquila y disfrutar en…
-Mi padre no está muerto, Ron –me interrumpió-.
Supongo también te lo habrá dicho Scarlet.
-Sí… De todas formas viviendo en Noruega.
-No, él vive en Rusia, volvió al barrio donde me crie.
Mi compañero, Vikingo, fue el que me informó. Después no quise saber más nada.
-En Solntsevo, al noroeste de Moscú –sonrió con pena-.
Tengo en la memoria la tercera calle a la izquierda, angosta. Los edificios
donde albergaban tantas personas. Sí, éramos muy pobres.
-¿En qué edificio? Tengo a mis tíos viviendo allí
–mentí.
-¿No digas? Vivimos en el primer edificio a la
izquierda, si te paras a espaldas del lago. Último piso.
-Oh… Hablaré por teléfono con mi tío, preguntaré. No
los visito a menudo pero creo que no era el primer edificio.
-Ah… A Anne le gustaba patinar en el lago congelado.
-Quizás algún día pueda regresar.
-No, Ron. Mi padre ha regresado y se instaló allí. Un
hijo de puta. Vive sin cargo de conciencia.
-Sí… Un hijo de puta –susurré.
-Costó comenzar de nuevo por su culpa.
-Pero saliste adelante. Eso tiene un gran valor.
-No sé si para Scarlet.
-¿Por qué no? ¿Aún piensas que somos una familia de
ricos que discrimina?
-No… -me miró como dudando. Al fin lo largó-. ¿Qué le
gusta a Scarlet, Ron? ¿Qué le molesta o la irrita?
-¿No la conoces?
-Muy poco. Ella es muy cerrada a hablar sobre ella. Y
yo no sé qué hacer para conquistarla.
Sonreí.
Mi mente fue al pasado. Cuando creía estar enamorado
de Scarlet. Sin saber que lo que sentía no era el verdadero amor.
-Creo que es bastante sencilla. No espera de un hombre
algo diferente del que esperan todas las chicas. Cariño, respeto, deseo, no sé…
Nada fuera de lo común.
-Entonces no le gusto lo suficiente. Yo… Voy a
confesarte algo.
Tragué saliva. ¿Qué sería?
Bebió el café y pareció pensarlo unos segundos.
-Nunca intimamos y… Creo que no me desea. Sé que es
muy joven sin embargo…A veces, siento que muere por estar entre mis brazos y
después… Como si se alejara y se encerrara en un caparazón. Juro que no la
apuro ni la acorralo… No sé… Estoy desorientado.
-Dale tiempo. Quizás dude ella de ti. Tú sabes…
Algunas chicas tienen temor de no ser correspondidas.
-Daría cualquier cosa por Scarlet. Haría lo
inimaginable.
Lo miré.
-Repito, dale tiempo y… Habla con ella de tus
sentimientos, sobre todo de lo que serías capaz.
-Sebastien sabe lo que siento por ella. Ya sabes, me
puso a prueba el cretino.
-Lo sé. Pero Sebastien no es Scarlet, insisto. Debes
hablar con ella.
-Lo haré.
Al cabo de una hora de charla animada y distendida,
nos pusimos de pie y caminamos hacia la puerta de salida. En el instante que
cogía el picaporte, un hombre mayor intentaba entrar a la cafetería.
-Disculpe, adelante –invité haciéndome a un lado.
El hombre con gesto amable también se disculpó, pero
en vez de seguir camino miró a Grigorii a la cara sorprendido.
-¡Oficial! ¿Se acuerda de mí?
Grigorii frunció el entrecejo y dudó.
Soy el marido de Samanta Vasiliev, es decir el viudo.
¿Recuerda ahora? Usted estuvo en mi casa haciendo averiguaciones.
Petrov dio un paso atrás y estudió el rostro del
hombre.
-Oh, siii. Señor…
-Boss. ¿Cómo ha estado tanto tiempo, oficial?
-Bien, y ¿usted?
-Vamos marchando. Saliendo de a poco de la desgracia.
He viajado mucho últimamente, me hace bien.
-Ya lo creo.
-Disculpen, yo me retiro –dije algo incómodo.
El hombre me miró fijo…
-Aguarde… Usted… Yo lo conozco.
-No, imposible –afirmé.
-Siii, siii, lo conozco. Usted… Usted estaba en el
pasillo aquel día que Samanta se suicidó. ¿Recuerda? Entramos juntos al baño.
Petrov me miró.
Sonreí.
-Disculpe, debe estar confundiéndome con otro. Yo no
lo conozco y no sé de qué me habla.
-Usted era el asistente de mi mujer. Me lo dijo ese
día en el pasillo.
Petrov intervino.
-Señor Boss, conozco a Ron y trabaja hace muchos años
para los Craig, una familia pudiente de Kirkenes. Quizás está confundido. ¿Se
siente bien? ¿Está tomando medicación?
-No tomo nada. Ni siquiera para dormir, oficial. Estoy
seguro que era el mismo rostro del caballero.
-Pues se equivoca. Nunca fui asistente de nadie. Soy
guardaespaldas del señor Sebastien Craig. Si me permite, me retiro. Tengo cosas
que hacer. Nos veremos Grigorii.
-Adiós Ron, saluda a Scarlet de mi parte, no la veré
hasta el viernes.
-Okay.
Crucé la calle y me refugié en la plaza. Mi corazón
aún latía alocado. Estuve muy cerca de ser descubierto. Maldita memoria del
viejo. Ojalá que todo quedara en una confusión.
Drank.
El camino sinuoso y empedrado, ahora cubierto por la
gruesa capa de nieve, provocaba que mi motonieve saltara y me elevara dos
metros del suelo. Eso y sumado a la alta velocidad daba una sensación
indescriptible de estar volando. Por la ladera empinada descendí y zigzaguee
entre los árboles una y otra vez hasta que el camino se abrió a un claro de
suelo parejo. Sólo en ese momento giré mi cabeza hacia atrás para contemplar a
Douglas pisarme los talones. Habíamos alquilado dos vehículos para recorrer en
las pocas horas de luz tenue, parte de la pradera.
-¡Loco de mierda! –gritó entre risas-. ¡Ten más
cuidado!
Sonreí y fijé la vista en el camino. Aceleré
afirmándome en el manubrio y apoyé mis pies preparándome para saltar el próximo
montículo que se avecinaba.
-¡Drank! ¡No llevas casco! –volvió a gritar.
-¡No te preocupes! –grité.
El desnivel pronunciado moría en el sendero. Después,
la curva cerrada y ya podría coger la calle nevada que me llevaría a la reserva.
La moto saltó y cayó cimbrando mi cuerpo aunque no
logró despedirme. Hubiera sido grave si me ponía a pensar que mi cabeza estaba
sin ninguna protección. Era extraño sentirse tan poderoso, aunque sabía que no
podía jugar con los límites porque podría fallar. Sin embargo el ansia de vivir
a pleno impedía que fuera consciente y cauteloso. No deseaba nunca más una cama
aunque volara en fiebre. No quería quedarme sentado viendo la vida pasar.
Cuando la muerte viniera a buscarme definitivamente no tendría nada que
reprocharme. Habría sacado jugo hasta el mínimo segundo.
Claro que todos no pensábamos así…
Al doblar la curva algo más que la reserva se me
presentó a la vista.
En el medio del sendero, de piernas separadas y brazos
a las caderas, mi amiga Liz me esperaba con la ceja arqueada. A medida que
bajaba velocidad y me acercaba a ella pude distinguir sus rabiosos y rojos ojos
que me apuntaban como laser de un arma.
Oh oh…
Detuve la moto a unos tres metros de su cuerpo y la
miré.
Su pecho respiraba agitado como si hubiera corrido una
carrera o lo que era peor, como si estuviera juntando furia.
-Hola Liz.
Mi voz sonó similar a un niño que enfrenta a un adulto
ante una penitencia inminente.
Escuché la moto de Douglas acercarse y bajar la
velocidad hasta detenerse a mis espaldas.
Liz lo miró detenidamente para después clavarme los
ojos púrpura.
-¿Tu casco? –gruñó.
Me encogí de hombros tratando de embozar una sonrisa
amable que no daría ningún resultado. Conocía de memoria que mi ex chica
enojada no habría sonrisa que la ablandara. Muchas veces siendo novios habíamos
discutido y mi única arma para que olvidara la discusión era acercar mi cuerpo
al de ella y acomodarla entre mis brazos, inclinar mi rostro y darle un beso
demoledor. Pero ahora eso estaba prohibido para mí. Jamás sería desleal y
traidor. Contesté con mi único recurso, la verdad.
-No lo necesito.
Volvió a arquear la ceja.
-¡Ah! ¿No lo necesitas?
Negué con la cabeza mientras bajaba la vista.
-¡Mira qué bien! ¿Eres inmortal?
Levanté la vista y la miré.
-No, entre tú y yo, tú eres la única inmortal.
Creo que mi tono salió de mi boca con tinte a
reproche. Aunque no tenía por qué hacerlo.
Me observó disgustada.
-¿Qué? ¿No es cierto? Como ahora no me diriges la
palabra aunque me veas, no me has dicho nada que eres un vampiro.
-Y tú no me has dicho nada que ahora eres un gato…
Digo por lo de las siete vidas.
Sonreí.
-Sólo estoy disfrutando la vida, Liz.
-Estás loco arriesgándote y no lo digo por verte en
esta moto volando como idiota. Me he enterado que te has tirado del risco en un
clavado que envidiaría a Tarzán. ¡Y en diciembre!
-Exagerada. Ya sabía que no había rocas y el mar tenía
una profundidad de diez metros. El Mar de Barents no se congela. Además sólo
fue un par de veces.
-¿No digas? ¿Y qué hay del viaje en parapente?
-Me invitó Louk.
-Una invitación atractiva pero debe tener dos
neuronas.
-No lo sé –bromee-. No me gustan los hombres.
Me miró seria…
-¿Qué crees que estás haciendo?
-¿Con qué?
-¡No te hagas el imbécil, Drank! Sabes a lo que me
refiero. Estás arriesgando tu vida sin motivo.
-¿Sin motivo, dices? Te diré cuál es el motivo. ¡Volví
a nacer! Viví en una ciudad donde todas las malditas mañanas me levantaba para
trabajar hasta que se ponía el sol. Gracias que los fines de semana, bebía y me
encontraba con algún amigo en el centro de Drobak. Mi única diversión fue
pescar y manejar una puta furgoneta. ¡Oh sii espera! Ir al cine también.
Respiré agitado. Me molestaba sobremanera que quisiera
comandar mi vida. Ella era una amiga, a lo sumo mi ex, si hubiera sido mi
mujer… Bueno eso habría sido distinto.
¿Estaba castigándola por no haberme elegido? No… No
podía permitirme actuar así. Sin embargo la rabia a veces tarda en
abandonarnos.
-Por lo menos yo arriesgo mi propia vida –comenté casi
sin pensarlo-, ustedes son vampiros sin sentimientos que asesinan personas.
Ella me miró fijo…
Tragué saliva maldiciendo mi bocota.
Avanzó cada paso que me separaba de ella hasta que su
rostro quedó muy próximo al mío. Sus ojos… cubiertos de ese extraño color.
-Es cierto –murmuró-. Asesinamos personas. Pero no
olvides que dos vampiros que dices sin sentimiento te salvaron la vida.
La mirada se deslizó hasta su boca apetitosa…
-Voy a pedirte que te alejes de mi boca porque tengo
códigos, sin embargo estás haciendo una tortura de mí en este instante. Porque
en otra situación… Te besaría hasta desfallecer. Además tú y yo quedamos de
acuerdo en no acercarnos, rompiste el trato.
Se alejó de un movimiento apresurado. Me miró con
rabia y girando hacia el bosque corrió veloz hasta perderse entre los árboles.
Douglas arrastró con los pies la moto sin bajarse de
ella. Cuando llegó a mi lado sonrió.
-Carácter de mierda tienen las primitas de Bianca.
-¡Está loca! ¿Cómo puede correr así, embarazada? -Llené
los pulmones con el aire de alrededor. Di arranque a la moto-. Iré por ella, le
debo una disculpa.
-Es una luz, no la alcanzarás.
-Iré hasta la mansión y le diré que lo lamento.
-No fue a la mansión, estoy seguro.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque si está muy feliz o muy enojada va a la costa,
a la playa. Fue convertida bajo la protección de Neptuno.
-¿Y eso qué significa?
-Que el agua de mares y ríos son su punto de conexión
con la energía.
-Iré a la playa.
Aceleré y enfilé hacia el sendero blanco que se
adentraba en el monte.
-¡Nos vemos a la noche en el bautismo de Yako!
-¡Te cuidado! –gritó Douglas riendo-. ¡Domina las
aguas!
………………………………………………………………………………………………...
Aceleré lo que daba el motor. Aunque Douglas había
dicho que era muy veloz, tarde o temprano la encontraría. Una sensación
incómoda dominaba el pecho. Urgía pedirle perdón. Había sido un cabrón. Aunque
no podía creer que me criticara cuando ella llevando un ser en su vientre
corría de esa forma por el bosque.
La capa de nieve bajo las ruedas comenzó a afinarse y
hacerse más dura, solidificándose por la mezcla de la arena. La playa no estaba
lejos. El monte había quedado atrás y también mi enojo para con ella. Aceleré
un poco más y esquivé un médano que ocultaría al mar. Por el ruido del oleaje
al romper en las rocas debía estar en la parte de la costa más agreste y
rocosa.
Habrían transcurrido diez minutos más cuando por fin
el Mar de Barents se abrió a mis ojos dándome un espectáculo de ensueño. Las
aguas azuladas adornadas con crestas blancas viajaban en línea horizontal hasta
desarmarse en una onda para después quebrarse lamiendo las rocas. En el
horizonte, el sol dormido dejaba ver una línea muy fina en tonos violáceos y
naranjas. Pronto desaparecería por completo durante las próximas veintidós
horas. Lejos, el mar parecía un rompecabezas brillante desarmado en piezas
rotas.
Avancé por el suelo grueso y húmedo donde me sería más
fácil deslizar las ruedas de la moto. Al llegar al primer grupo de rocas
desaceleré hasta detenerla y apagar el motor. Miré hacia los costados, entre
sombras. Hacia atrás, hacia adelante. Liz no se veía por ninguna parte.
Bajé de la moto y caminé hasta las rocas trepando
hasta la más alta. Miré el horizonte…
-¡Liiiz! –grité.
Aguardé inquieto la aparición de esa loca Nerea rubia,
pero no había noticias.
Quizás no quería verme…
-¡Liiiiz! –repetí, aunque agregué-. ¡Lo siento!
¡Perdóname!
Bajé la vista ante el silencio que sólo era alterado
por el sonido de las aguas cada vez que golpeaban furiosas unas rocas más abajo
de mis pies. No quería empaparme así que me mantuve a una distancia prudencial.
Volví a mirar alrededor…
-¡Liiiz! ¡Por favor!
-Aquí estoy.
Giré hacia la derecha y hacia abajo. Ella estaba de
pie en la primera explanada de rocas. Descalza, con el vestido negro hasta las
rodillas totalmente empapado. ¿Había estado nadando con este frío? No debía
olvidarme que era una vampiresa… Su cabello caía como lluvia hasta la cintura.
Sus ojos parecían mirarme con rabia.
-Liz, estoy aquí para pedirte disculpas. No debí
decirte asesina y ofender a… a tus Craig. Perdón.
Sus ojos se achinaron todavía con vestigios de furia.
Creo que la acotación de “a tus Craig” no había caído bien.
Ella tenía cruzados los brazos. Los dejó caer y
extendió uno hacia el mar. Seguí con la mirada el movimiento de giro lento que
dibujaba en el aire con la mano sin comprender si era un rito o algo así. De
todas formas no tardé en entender su intención ya que efectuó un movimiento
brusco con la mano hacia mi dirección y en segundos una ola que no se sabe de
dónde diablos había salido me empapó de pies a cabeza. Abrí la boca por la
sorpresa y además por el frío. El agua estaba helada.
-¡Mierda! –chillé.
Ella también se sorprendió.
-¿Tú hiciste eso?
-Parece que sí. Nunca lo había hecho. Tengo mucha
rabia –dijo aún asombrada.
-Me empapaste con la ola.
-Te lo mereces –murmuró.
Dejé caer mis hombros en señal de rendición.
-Lo sé. Perdón… Así que… ¿controlas el mar? ¡Qué
poder! Pensé que sólo ocurrían estas cosas en el cuento de “La sirenita”.
No sonrió.
Omitió mi broma y trepó entre las rocas hacia mí.
Me asusté por su estado.
-Oye, ten cuidado llevas un niño en tu vientre.
-Sé cuidarlo, no te metas.
-Sólo intento cuidarte.
-También yo. No quería que te ocurriera algo malo.
-Lo sé, lo sé… Mira lo que no supe explicar es –caminé
saltando un par de rocas pero con tan mala suerte que la capa de musgo hizo que
resbalara y cayera sentado en la dura superficie-. ¡Aaaauuuh!
Se apresuró a acercarse para ayudar. Saltó con una
gracia entre las aristas rocosas como si fuera una bailarina de ballet e inclinándose
extendió una mano.
-¿Te has hecho daño?
-Me duele el culo pero no te preocupes. Nada serio.
Cuando ayudó a incorporarme noté la fuerza
sobrenatural. Jamás podría haberme levantado con un solo movimiento soportando
mi peso. De un salto me acerqué a ella logré estabilizarme y limpiar mis jeans
de odiosas conchillas bebés y trozos de algas.
-Vamos –dijo sin sonreír-, caminemos por la costa.
La seguí a duras penas. Era tan ágil saltando entre la
superficie resbalosa y húmeda que se me hacía difícil seguirla.
-No te caigas –protestó-. No quisiera tener un cargo
de conciencia. Ser culpable de un golpe mortal sería ridículo después de todo
lo que se ha hecho por ti para que vivieras.
Me dolió…
Ella lo supo. Imposible desconocer como sentía. Era mi
gran y única amiga, sí… además de ex amante.
Se detuvo y giró para mirarme. De pie la observé con
angustia. Odiaba estar enfadado con ella.
-No quise reprocharte nada. Es que… ¡Drank! Parece que
buscas la muerte a cada paso. Sabes que si te ocurre algo yo…
-Lo sé… No te enojes. No lo volveré hacer.
Arqueó una ceja con un gesto característico de ella.
-¿No correrás más en moto?
-No –sonreí-, correré pero usaré casco. Lo prometo.
Caminamos en silencio… Ni ella ni yo teníamos
demasiado que decir. Ella estaba allí por querer protegerme, yo… Mejor dejarlo
ahí.
Se detuvo y miró el horizonte.
-Para los hombres la línea por donde se pone el sol
debe ser lo más inalcanzable –susurró.
-No debe ser lo único. Hay cosas más inalcanzables
–murmuré pero no la miré. No hacía falta.
-Volveré a casa –susurró.
-Claro…
Me detuve y giré hacia el mar. Mi vista recorrió esa
inmensidad bella y misteriosa. El silencio continuó por unos segundos.
Sentí que se acercaba por la espalda…
-Drank…
Giré mi cabeza hacia la derecha donde provenía la voz
pero mis ojos permanecieron fijos en la arena.
Tuve deseos de decirle todo lo que sentía en ese
instante. Decirle, “no, no me compadezcas. Tu amor es algo difícil de arrancar.
Tu indiferencia es dolorosa… Sin embargo nada es insuperable, lo sé. ¿Y sabes
lo que es peor? Que aunque un día un milagro sucediera y te levantaras y
corrieras para decirme, “te amo”… Yo… Yo jamás te aceptaría. Porque el día que
me vaya de este mundo lo haré con el mismo honor con el que viví.”
-¿Estás bien? –preguntó.
La miré.
-Sí… Regreso a casa. Prometí a Gloria jugar a la
“casita robada” con los naipes.
Caminamos hacia la moto sin hablar hasta que subí en
ella.
-¿Irás a la fiesta de esta noche? –preguntó.
Sin mirarla a los ojos contesté.
-Claro, vivo en la reserva. Tendría que buscar una
excusa muy buena si no fuera. Además no es justo para Bernardo después que me
dio una mano tan grande. Es el bautismo de su niño.
-Sí, entiendo.
Su voz sonó angustiada.
Me acomodé mejor sobre el asiento y la miré.
-¿Te preocupa que me emborrache?
Di arranque al motor.
Sonrió.
Su sonrisa se hundió en mi pecho y me acarició el
alma.
-Confío en tu buena conducta. Aunque pensándolo bien…
-¿Qué? –pregunté, haciéndome el ofendido.
Rio.
-Nada… Entiendo que quieras disfrutar pero te pido que
te cuides. De verdad que no podría ser feliz jamás si a ti te ocurriera algo
malo.
-Hasta pronto –susurré.
-Drank… Desearía que pudiéramos hacer las paces con un
abrazo, como antes.
-No lo hagas, por favor. No fue un capricho el que te
pedí, ni tampoco parte de una venganza. Es que no puedo, Liz. No puedo
olvidarte y dejar de sentir esto tan fuerte que siento por ti. Sólo déjalo así.
Noté lágrimas en sus ojos.
-No llores, le hará mal a tu bebé.
Ella se alejó apenada. Antes de trepar las rocas se
giró hacia mí y con dolor se despidió.
-Algún día, Drank. Amarás a alguien con todo tu
corazón y ella te corresponderá. Ese día… me deberás un abrazo.
No esperé verla partir. Avancé con la moto e hice una
curva rugiendo el motor, alejándome de la costa a toda velocidad.
¿Por qué la distancia que comenzaba a recorrer y me
alejaba de ella no lograba hacerla desaparecer de mi mente? ¿Por qué mi corazón
seguía insistiendo en amar aquel ser que no sentía lo mismo por mí ni lo
sentiría jamás? ¿Eran bromas que te hacía la vida? ¿Eran pruebas? Quizás se
trataba de una obsesión.
Lo cierto que debía hacer el esfuerzo para soltar las
amarras de esa pasión no correspondida.
Ya dentro del bosque zigzagueando por el sendero un
nudo apretó mi garganta y mis ojos se humedecieron. Desaceleré la moto hasta
que se detuvo. Apoyé los pies en el suelo blando y respiré profundo…
Mi padre últimamente me repetía, “mira a tu alrededor
Drank. La vida te ofrece muchas cosas bellas y no debes dejarla pasar”.
Miré a mí alrededor… El bosque pareció rodearme con su
silencio. Me dio la sensación que me abrazaba, me acogía en ese seno húmedo de
hielo y clorofila. A mis oídos llegó el sonido nocturno de un búho. Creí por un
momento que todo ello me pertenecía y estaba allí para que lo tomara.
Sí… Podría no haber llegado nunca a disfrutar lo que
en este instante me rodeaba. Podía no haber vuelto a oler, ni a escuchar, ni a
contemplar… Pero estaba aquí, vivo. Y sentí que darme el lujo de despreciar mi
suerte sería un acto vergonzoso y aberrante. Por todos aquellos que no habían
tenido mi oportunidad.
Sequé mis lágrimas, di arranque a la moto, y mientras
me alejaba de la playa juré que fuera la vida que me tocara, nunca más dejaría
de agradecer el hecho de estar vivo.
Extrañaba leerte, espero que estés bien tqm. Me encanto la parte d e Drank y Liz.
ResponderEliminar¡Querida amiga! Gracias por tu cariño y tu comentario. Yo también te quiero mucho. Un beso grande.
EliminarMe encanto el capi linda. Muy emotivo como siempre. Adore la charla de Liz y Drank, se deben alguna que otra conversación.
ResponderEliminarPobre Ron,que cerca estuvo de ser descubierto jajajaja
En el fondo entiendo su desesperación pero sigo cuestionandome que tan malo sería que de una vez por todas Grigori los descubra?
Bue....como sea, excelente capi amiga como siempre.
Espero el proximo!
Te quiero
¡Holaaaa! Gracias Ale yo también te quiero. Grigorii... y es difícil creer en vampiros pero quizás muy pronto la venda caiga de sus ojos. Drank y Liz aún no pueden ser amigos, el tiempo dirá.
EliminarUn besote grande, gracias por comentar nena!
Hola Lou, que bueno tener otro capítulo muchas gracias, y que bien que Liz y Drank estuvieron hablando ellos se deben sus buenas platicas, con Ron casi casi lo descubren jeje, saludos amiga!
ResponderEliminar¡Hola Lau! Muchas gracias por comentar. Falta que corra más agua bajo el puente para que Liz y Drank vuelvan a ser amigos, aunque Drank jamás pudo superarlo. Creo que todo depende de él. Veremos quien lo ayuda...
EliminarUn beso gigante y buena semana!!
saludos amiga LOU,,,abrazos
ResponderEliminarTim va a ser un guía y pilar importante para la sanación de Carl, con respecto a Ron... amo las interacciones que tiene con Anne, es divino. Me da ternura ver esta faceta de él, ya que es tan fuerte y decidido a hacer cualquier cosa a la hora de proteger a los que quiere, que verlo así me hace amarlo aún más. Y con el señor Bosss... UFFFF!! de la que se salvó! jaja
ResponderEliminarEntre Liz y Drank siempre ese cariño y ganas de proteger al otro se hace presente en cada encuentro, y ese abrazo del que habló Liz... doy fé que en poco tiempo será dado.
Capítulo genial!♥
Hola, Lou... Por este capítulo me quedé... y por aquí voy a continuar
ResponderEliminarHe sido tonta de no leer tus capítulos, me hubieran ido bien... pero, bueno, lo hecho... hecho está... ya te alcanzaré
Me ha alegrado que Carl no llegara a suicidarse, y me parece perfecto que esté acompañado por Tim
Carl quiere encontrar a Ernestina, ojalá lo consiga
Me ha encantado que Ron esté dispuesto hasta disfrazarse de Peter Pan por Anne
El señor Boss ha reconocido a Ron... pero, por ahora, se ha librado
Yo creo que Drank y Liz conseguirán llegar a ser inmejorables amigos algún día
Ha sido un auténtico placer, Lou... Me ha encantado
Besos
¡Hola Mela! Ante todo no has sido tonta amiga, cada uno sabe de sus tiempos. Aquí la novela estaba esperándote. Y aprovecho a agradecerte la delicadeza que siempre tienes de comentar. Gracias de verdad. No todo el mundo lo hace y al final es el único pago que tenemos las aficionadas.
EliminarAhora sí, vamos al capítulo.
Yo también me alegro que Carl no se suicide, si bien ha tomado él mismo las decisiones en la vida no podemos negar que el medio lo ayudó a ser como es.
Ernestina, no sabemos dónde está. Quizás mi pluma la encuentre más adelante.
Ron no corre peligro de ser descubierto, por hora todo tranquilo.
Que Drank y Liz lleguen a ser inmejorables amigos es mi objetivo querida amiga y eso es un punto a favor, ¿verdad?
El placer de leer tu novela es mío. Te mando un besote grande.