Saga para + 18

Iris púrpura es el cuarto libro de la saga Los Craig. Para comprender la historia y conocer los personajes es necesario partir de la lectura de Los ojos de Douglas Craig.

La saga es de género romántico paranormal. El blog contiene escenas de sexo y lenguaje adulto.

Si deseas comunicarte conmigo por dudas o pedido de archivos escribe a mi mail. Lou.


viernes, 8 de septiembre de 2017

¡Hola chicos! Dejo el capi con mucho cariño esperando se diviertan mucho. Un beso gigante y gracias como siempre por comentar aquí o en la página. 


Capítulo 34.
Vistiendo a la Venus.


Anouk.

Sentada sobre la cama de Anne en posición de buda observé a Rose ir y venir por la habitación. Caminaba de un extremo a otro maldiciendo una y otra vez.

— ¡Pero qué diablos tienes que hacer para llamar la atención al leñador!
—No lo sé –gimotee.

Anne, sentada en el borde de la cama acarició una hebra de mi cabello consolándome.

— ¡Ay qué linda eres, Anne! –exclamé—. ¿Por qué no hablas? ¡Serías perfecta!
— ¡Anouk! ¡No habla porque no puede!
—Lo sé… —volví a mirar a Anne a los ojos cielo—. ¿Y si haces un esfuerzo? Mi hermano Dimitri es psicólogo, y de los buenos. Diría que excelente. ¿No te animas? Quizás te ayude.

Anne negó con la cabeza tristemente.

—Mira que Dimitri nunca ha dejado un paciente sin curar. ¡Es un Gólubev! Triunfador por naturaleza. ¿Nunca te hablé de nosotros los Gólubev, Anne?

Anne negó con la cabeza sonriendo.

—Somos maravillosos y…
—¡Anouk! Tú y yo estábamos en otra cosa.
—Okay, no insistiré por ahora.  Volvamos al cavernícola de mi leñador.

Rose levantó el dedo y negó con repetidos movimientos.

—No querida, no es “tu leñador” porque hasta ahora no has hecho nada eficiente para llamar su atención.
— ¡Tú misma has dicho que no sabes que aconsejarme!
—Ya se me ocurrirá… ¡Ah! Tengo una idea.
—¿Cuál? Haz bien de no hacerme quedar en ridículo, por favor.
—Habrá una carrera de ciclistas en Kirkenes este mes. Además una feria muy divertida.
—¿Y? ¿Drank participará en la carrera?
—Pues, no sé. Sí sé que un par de lobos siempre compiten y muchos de la manada van para apoyarlo. Quizás si vamos, puedas ver a Drank. Total, ¿qué perdemos?

Scarlet entró a la habitación con un libro bajo el brazo.

— ¡Hola chicas! ¿De qué hablaban?
—Rose intentaba darme consejos de cómo conquistar a un macho. Yo me lamentaba y Anne nos escuchaba. ¿Y tú qué haces con ese libro?

Scarlet lo giró entre sus manos y nos presentó la tapa.

—Es para Rose. “Manual de enseñanza básica”.
— ¿Para mí?
—Sí, y no quiero que pierdas más tiempo con excusas. Aunque no te guste seguir una carrera específica debes rendir el nivel inferior, y después el superior.
—Pero…
— ¿Pero? –Pregunté.
—Pero soy muy burra. Tardaré años.
— ¡Ooooh, qué contrariedad! Recordé que tienes una vida tan corta. ¡Basta de excusas!
—Las chicas me quieres igual aunque no tenga estudios hechos. ¿Verdad?

Se dirigió a Anne y a mí. Anne asintió con la cabeza.

— ¡Por supuesto que te querré igual! –exclamé—. Sin embargo me gustaría que mi amiga se superara. Así que le doy la razón a Scarlet. Debes estudiar.

Frunció el ceño.

—Se reirán de mí.
—Nada de eso –aseveró Scarlet—. Cuando te presentes a rendir sabrás como cualquiera de ellos.
—No dejaremos que pases vergüenza –acoté sonriendo.
—Está bien… Lo haré. Supongo que no tengo opción.

Aplaudimos felices hasta hacerle arrancar una sonrisa.

—Bueno… Ahora necesito a hablar con Anne a solas, por favor.

Rose y yo nos miramos y después de estampar un beso en la mejilla de nuestra huésped abandonamos la habitación.

Al caminar por el pasillo Rose me arrastró hacia mi habitación antes de que pudiera protestar. Cerró la puerta y se cruzó de brazos.

—¿Qué quieres Rose? –protesté.
—Quiero que abras tu ropero y me muestres que ropa tienes para ir a la carrera de bicicletas. Habrá una fiesta coronando al ganador y una quermese. Así que esmérate.

Arquee la ceja.

—Pues… Mis prendas son todas de marcas reconocidas, Rose. No te haré sentir avergonzada. ¡Verás!
—¡Ropa que seduzca, Anouk!
—Ah… Pues…

Avancé hasta el ropero y lo abrí de par en par. Me retiré unos pasos y señalé los estantes y las perchas para que viera a gusto mi costoso vestuario.

Rose observó lentamente de punta a punta desde su lugar. Después se acercó con pasos temerosos como si lo que hubiera en mi ropero fuera un lobo salvaje acechando.

—¿Qué ocurre?
—Déjame dar crédito a lo que ven mis ojos, ¿okay?
—Por supuesto, aunque no entiendo tanta intriga.
—No… Es que…

Rápidamente metió las manos en los estantes y fue desdoblando pantalones y faldas. Con la misma agilidad hizo a un lado las perchas revisando vestidos, blusas, y chaquetas.

—¿Este guardarropas es de tu abuela?

Quitó una blusa beige de estampado de flores pequeñitas azules.

—Por los infiernos —susurró bajito.
—¿Qué? ¿No te gusta? Esa blusa la usé en mi primer viaje a Nueva York. Fue memorable y… Es muy fina y discreta, ¿verdad?
—Siiii, claro que es discreta. ¡Tanto que el que te ha mirado no ha adivinado si tenías tetas! ¿A qué la usaste prendida hasta el cuello?

Encogí mis hombros.

Quitó otra blusa rosa pastel con unos volados muy coquetos.

—¿Qué es esto?
—¿No ves? Es una blusa.
—Parece del año 1920.
—Imposible, yo no era nacida.
—¡Ay! Diablos…
—Mira Rose, no entiendo porque dices que eres mi amiga y me criticas.
—No querida, te equivocas, no te critico. Estoy tratando de reponerme y salir de tu baúl de antaño y ponerte al día.

Una de sus manos descolgó una falda angosta negra colgada de una percha junto a la chaqueta de juego.

—Ya sé, no me digas nada. ¿Se te ha muerto un familiar, querida? Porque esto seguro lo usaste en un velorio.
—¡Calla, Rose! No sabes de ropa distinguida. Cuesta muchas coronas.
—No niego que será distinguida para ciertas ocasiones, pero necesitamos ropa para que el susodicho leñador le queden los ojos pegados en tu silueta. Lo que hace esta ropa es esconder tus curvas.
—Soy una señorita de buena familia, Rose. No puedo vestirme como una cualquiera.
—Si sigues vistiéndote como señorita de buena familia te quedarás hasta cumplir trescientos años con tu buena familia pero sola y virgen. ¿Quieres hacerme caso?

Mi cara dibujó el desencanto.

—¿Qué voy a hacer?

Se midió otra falda color marrón sobre su cuerpo.

—Anouk, esto pasa las rodillas.
—Eres más baja que yo, Rose. Da justo a las rodillas.
—Bien, ¿dónde están las minifaldas?
—¿Minifaldas? ¿Cómo las que usa la atrevida de Scarlet? ¡Estás loca!
—¡Basta, suficiente! Mañana iremos a las tiendas y compraremos ropa adecuada.
—Pero Rose…
—Ssssh… Sin discusión. Vestiremos a tu Venus como se merece. Confía en mí.

Sonreí débilmente. Aún no convencida murmuré…

—Si tú lo dices…

……………………………………………………………………………………………….

Efectivamente como imaginaba recorrimos tiendas provistas de ropa atrevida y de colores delirantes de las cuales no me convencieron ninguna. Rose no cesaba de despotricar y rodar los ojos.

—No saldremos de aquí hasta que compres algo adecuado para la carrera.
—Rose, no me siento cómoda con tan poca tela cubriendo mi cuerpo.

Ya agotada de recorrer Rose me cogió de la mano y nos metimos en una tienda de jeans unisex. En vidriera había camisetas muy modernas mezcla de algodón y lycra muy femeninas.

—Aquí sí encontraremos algo intermedio.
—¡Rose! Tengo jeans, ¿no los has visto en mi ropero?
—¿Cómo ese que tienes puesto? Parece una talla más grande. ¡No señor! Necesitamos modernos y elastizados.
—¿Qué?

Una de las empleadas se acercó sonriente.

—Señoritas, ¿qué buscaban?

Miré a Rose y ella se adelantó a contestar.

—Necesitamos un jeans elastizados, mezcla de lycra, y una camiseta como las que están en vidriera.
—Muy bien, síganme. Tenemos una amplia variedad de colores.

La empleada se lució, en quince minutos puso a disposición media tienda. Realmente era muy buena vendedora y yo… una pésima compradora. Nada me convencía. Rose quedó encantada con una camiseta azul índigo y una minifalda de jeans en color crudo. Pero estaba segura que no tenía tanto dinero para gastar, al menos eso pensé. Así que sin que reaccionara pedí a la vendedora talle para ella de ambas prendas.

—¿Para mí? –preguntó emocionada.
—Obvio, después de todo te has molestado en acompañarme y aunque no dio resultado…
—Gracias Anouk, de verdad. ¡Me encantan! Sin embargo no me he dado por vencida.
—Yo tampoco –acotó la simpática empleada.

Lo cierto que me encontré dentro de un probador tratando de subir un jeans, que más que un jeans parecía un guante de lo apretado que lo sentía.

A un lado, colgada de una pequeña percha, se balanceaba levemente una camiseta de lycra a rayas blanca y verde limón. Rose había dicho que me probara ambas prendas y que después me viera en el espejo. Ella me daría el visto bueno cuando le avisara. Así que se quedó pegada a la cortina escuchando mis lamentaciones y protestas mientras yo trataba de prender el botón y subir la cremallera.

—Rose, esto no me cabe. No respiro.
—No seas exagerada. Haz el esfuerzo. Va ceñido al cuerpo.

A través de la cortina escuché como una vez más revisaba su bolsa con mi regalo. Le había gustado mucho y yo sentí quizás por primera vez una satisfacción desconocida. El placer de hacer feliz a una amiga.

Terminada la ardua tarea de meter mi cuerpo en esos malditos jeans giré para mirar mi trasero… Vaya… ¿Yo tenía ese trasero redondo y respingado? Sonreí… Me dispuse a coger la camiseta de la percha después de quitarme la camisa blanca de puntillas. La misma que Rose acusó de parecer una camisa de fuerza en cuanto me la vio. Estudié el sostén color pastel recordando que mi amiga había aconsejado que de ahora en más usara rojo o negro, los colores de seducción. ¡Okaaaay! Para eso tenía tiempo. No pensaba que me quedaría en ropa interior frente a un macho en poco tiempo. Podrían pasar meses… O no…

La voz de Rose tras la cortina del probador me sobresaltó y me atragantó la saliva.

—¡Ey, Drank! Eres Drank, ¿verdad?

Perdóoooooon, ¿quéeeeeeeee? ¿Qué había dicho? ¿Estaba loca y ya escuchaba el nombre en todos lados? Nooo, nooo, ¡había escuchado bien!

Como para asegurarme que no estaba soñando y a punto de vivir la peor pesadilla la voz del leñador se escuchó.

—¿Tú? Lo siento… Eres de los Craig, ¿no es así?

Quieroooooo moriiiiiiiiiiiiiiiiiir, sí sí, energía del más allá mándame un rayo que me parta en ocho si es necesario. ¡Que me fulmine o se hunda el suelo a mis pies!

—Sí, Rose Craig. ¡Qué casualidad! ¿Vas a comprarte un jeans?
—Ehm… Sí yo… buscaba un probador.

En ese instante, mis ojos que ya estaban salidos de las órbitas vieron con desesperación unos dedos varoniles coger el extremo de la cortina con evidente intención de hacerla a un lado.

Yo… en sostén sin camiseta. Atiné a lo único que se me ocurría para impedir que me viera… A gritar.

—¡Noooooooo!

El susto fue tal, que el leñador seguramente dio un paso atrás y yo cogí la cortina con tanta fuerza que el caño que la sostenía cayó bruscamente sobre la cabeza de él.

—¡Aaauuch! –chilló friccionando la frente con fuerza.

Rose exclamó un “Ooooh” y yo a gatas por el suelo recogía la cortina para envolverme como momia.

Cuando él reaccionó me miró fijo. Abrió la boca y arqueó la ceja en actitud, ¿esto es una broma?”

—Lo siento, lo siento –repetí una decena de veces.

La empleada acudió corriendo para saber que ocurría. Rose se encargó de explicarle a grandes rasgos ya que yo no estaba en condiciones de articular alguna frase que no fuera pedir disculpas.

Me puse de pie cuidando que no se viera un centímetro de mi piel. Drank giró en sus manos el jeans que iría a comprar y se apresuró a calmarme.

—Okay, no te preocupes, ya no me duele. Siento no haberme asegurado que estaba ocupado el probador.
—¿De verdad? –sonrió Rose—. Eres tan encantador.

El diablo me odiaba si señoras y señores, ¡me odiaba!

Él se dirigió a la empleada mientras yo me ponía de pie y trataba de imaginarme que estaba muy lejos de allí. Una playa bajo el sol, ampollándome viva. Cualquier cosa era mejor que estar donde me encontraba.

Con la ayuda de la empleada volví al probador y colgamos la cortina. Rose y Drank parecían hablar animadamente. Muy a pesar mío porque lo que deseaba era que él desapareciera, se recluyera por meses en la reserva, y que no nos cruzáramos ni por casualidad. Pero no… Rose tenía otras intenciones para mí… Diablos…

Me acerqué con las prendas que al fin llevaría y sonreí por no ponerme a llorar. Él me miró y sonrió.

—Lo siento –murmuré otra vez.
—No te preocupes. Fue una anécdota divertida. Ya no me duele. Tú… ¿Tú estás bien? Digo… Pensé que te desmayarías.
—Oh sí, estoy bien. Gracias. Yo… Suelo salir de los probadores de esa forma.

Rio…

…Y mi mundo se iluminó.

—¿Qué tal si bebemos algo en un pub? –preguntó Rose.

Drank dudó. Sin embargo al instante asintió de buena gana.

Sus ojos me miraron otra vez antes de acercarse al mostrador para pagar el jeans.

Había decidido llevarlo y probarlo más tarde ya que la empleada aseguró que podría comprarlo y si no era su talle no habría inconveniente en cambiarlo siempre que no quitara la etiqueta.

—Anda Anouk, dile que te gustaría vérselo puesto –murmuró Rose.
—¡Te has vuelto loca!
—Mira…Viene hacia aquí…
—Lo estoy viendo –dije apretando los dientes.

Rose enroscó su brazo al mío y susurro…

—Por las dudas, que salgas corriendo. No te dejaré.
—Te informo que no podría salir corriendo porque me tiemblan las piernas.
—Ssssh… Ahí viene.

Drank se acercó con la bolsa metalizada.

—¿Y bien, leñador? ¿Bebemos unas cervezas?
—Me parece bien, pero invito yo.
—¡Qué gentil! ¿Verdad Anouk?
El codo se hundió en mi estómago para que reaccionara.

—Siii, eres… muy gentil.

Así fue como después del desastre transcurrido los tres marchamos a un pub a beber una cerveza.

Tardé en reponerme y no hablé durante la hora. Creo que eso le agradó ya que aprovechó a mirarme más de una vez en silencio. A veces sonreía por alguna anécdota que contaba Rose sobre Scarlet o Douglas. Liz no se mencionó. Entendí lo que decía siempre mi amiga sobre no ponerlo incómodo y alejarlo de lo que deseaba que no pensara.

Me atreví a mirarlo con más detalle cuando sus ojos claros se dirigían a otra perspectiva, como la calle o a su vaso de cerveza. Era un humano muy hermoso, pero cuando sonreía era perfecto. Me hubiera quedado una noche entera contemplando sus gestos. Por ahora lo único que podía hacer era grabarlos en la memoria. Así cuando me encontrara en mi habitación, tumbada en la cama, cerraría los ojos y podría soñar con él.

……………………………………………………………………………………………….

Durante el viaje en taxi Rose volvió a echar un vistazo a su regalo mientras yo, completamente muda trataba de olvidar el bochorno de la tienda. Imposible… Tenía grabada el instante que sus dedos aferraron la cortina del probador, después mi grito, el golpe del caño al caer en su cabeza, y yo… a punto de llorar.

Drank había seguido camino aparte. Nos despedimos en la acera del pub. Subió a la moto y partió. Rose no había terminado conmigo. ¡Torturadora! Me arrastró y metió en dos tiendas más. Una de cosmética y maquillaje y otra de lencería.

—Tranquila –la voz de Rose apartó mi vista de la ventanilla.

Negué con la cabeza.

—Fue horrible, Rose.

Cogió mi mano y la apretó cariñosa.

—No te preocupes. Llamamos su atención aunque no fue preparado.
—Lo sé… No me gustan esos llamados de atención. No quedé bien parada.
—¡Claro qué sí! Escucha… Cierto que hubo un pequeño percance y…
—¿Pequeño? ¡Rose! Lo golpee y me cubrí con la cortina como un arrollado de crema. Debe estar odiándome o lo que es peor, riéndose de mí.
—Nada de eso. Vi como te miraba. Y eso que no vestías con alguna prenda que compraste.
—Rose…

La angustia subió por la garganta y apretó mi pecho.

—Anímate, Anouk.
—Rose… —me largué a llorar.

Ella dejó caer la bolsa al costado del asiento y me abrazó.

—Vamos amiga, verás que en la feria todo saldrá mejor.

Enjugué mis lágrimas…

—Hemos comprado varias camisetas y dos jeans más. ¿Todo para qué? –lloriquee.
—Para que de ahora en más las uses en vez de vestirte de monja. Anouk… Tienes que seducir. Al principio te costará. Has vivimos muchos años teniendo una forma de vida demasiado estructurada, puede que te haya servido para trabajar con Sebastien pero no para tener un novio. ¿Entiendes?
—No sé si podré.
—Podrás, todas podemos cambiar de vida. Varias veces él te habló y tú no lo mirabas.
—Es difícil sin ponerme colorada.
—No importa si te avergüenzas. Es señal que algo te ocurre con él. ¿Entiendes? Ya que no te animas a decírselo pues se lo haces saber de la forma que puedas.
—Le miré muchas veces las manos. Tiene bellas manos…
—¿Tremendo macho y le has mirado las manos? –exclamó indignada.
—Bueno… También los ojos cuando no me miraba y un poquito los hombros y… Todo será en vano. No soy bonita como las lobas de la reserva. Debe tener muchas chicas alrededor.
—¡Qué importa! Las lobas no son las verdaderas rivales, Anouk. Tú y yo sabemos quién puede hacerte sombra, y está enamorada y casada con otro. Así que ya no veas todo negro e imposible.

La miré con los ojos húmedos.

—¿Y si después de intentar todo no se enamora de mí?

Se mantuvo callada pensativa.

—Bueno, si no logras no será porque no lo has intentado. Si no buscas que las cosas sucedan, puedo asegurarte que te sentirás peor.
—¿Cómo sabes tanto?

Esta vez fue ella que apartó la vista a la ventanilla.

—Quizás –murmuró—,  porque pasé por lo mismo.
—¿Vestías como yo?

Negó con la cabeza.

—No es eso… Sin embargo quise portarme diferente. Atraerlo demostrando que si podría querer a un solo macho. Creo que me equivoqué –sonrió—. ¡No importa! Ya llegará quien se enamore de mí y yo de él. De todas formas no estoy apresurada.

Sin dejar de mirarla fijo insistí.

—¿Es por Numa?
—Sí… Aunque pienso que no somos el uno para el otro. Hay algo que no encaja, ¿sabes? Lo bueno es que hay que saber retirarse a tiempo. Reconocer cuando lo que sienten no es verdadero amor, sino atracción.
—¿Me dirás cuándo retirarme?

Nos miramos conmovidas.

—Claro amiga, estaré a tu lado para hacértelo saber. Y ese día así como intenté de todo para que estuvieran juntos, también emplearé lo necesario para que sueltes ese sueño y comiences uno nuevo sin él. Es el juego de la vida Anouk, de apostar se trata. Debes poner todas las fichas sin reserva. La diferencia que en el juego sales perdedor sin más ni menos pero aquí no.
—No entiendo. Si a él no le gusto y se enamora de otra, ¿Qué gano yo?

Sonrió.

—Lo que te llevarás de él, nadie te lo quitará. Ni el tiempo.



Scarlet.

Después que las chicas salieron de la habitación me quedé a solas con Anne. Me senté en la alfombra cerca de la cama.

Anne no me miró. Buscó el control de la TV y encendió el aparato en Disney Chanel.

—Anne –susurré.
—No me miró y pareció estar atenta a una publicidad de videojuegos.
—Anne…

Me puse de pie y cogí el control. Apagué la TV y me senté en la cama.

—No podemos evitar hablar del tema. Lo sabes.

Sus ojos no se apartaron de la pantalla oscura del televisor.

—Sé que te agrada estar con nosotros. Que te sientes segura. A mí me encanta que vivas aquí… Pero… Tu hermano no lo entiende así. Y creo que sus razones se justifican.

Sus ojos tristes y claros me miraron al fin.

—Quiero a Grigorii con todo mi corazón.
— ¿Entonces? Piensa que él te necesita. Está muy solo. Además podrías pensar en contarle que te has animado a hablar.

Negó con la cabeza.

— ¿Por qué no, Anne? Tu padre no volverá hacerte daño.
— ¿Cómo lo sabes? –preguntó con gran angustia.
—Pues… Porque Grigorii no lo permitiría. Además… ¿Qué tiene qué ver que entables una conversación?

Me observó por unos segundos. Quizás buscando las palabras adecuadas o aquel vocabulario que hace años no ensayaba.

—Si hablo es el primer paso a una vida normal. Si vivo una vida normal, él podría encontrarme.
—No es así.
—Sí, es así.
—Okay… Lo harás cuando estés segura.
—Estaré segura solo si él está muerto.

La frase me descolocó. Nuestras historias no tenían nada que ver. Nuestros padres biológicos no se parecían en nada, a pesar de ser delincuentes los dos. Sin embargo pude sentir su ansiedad por esa liberación que solo sientes si quien te ha hecho un daño grave, ya no existe.

—Entiendo…

Bianca entró a la habitación sin permiso y sin golpear. La miré sobresaltada. Poco a poco su rostro dibujó el dolor y la desesperación.

Me puse de pie de un salto.

— ¿Qué ocurre?

Sus ojos recorrieron la habitación con una mirada perdida. Como si estuviera en otro mundo. Como si no hubiera pensado con anticipación entrar a la habitación en mi búsqueda. Parecía haber sido un actor de reflejo. Quizás por lo que pasaba por su mente, o su corazón.

— ¿Qué ocurre? ¡Dime!

Necesité posicionarme frente a ella para que su iris borgoña volviera en sí.

Cogí su mano… Temblaba…

— ¡Bianca!

Por fin me miró fijo y balbuceó.

—El estudio de… fertilidad… dio negativo.

Junté las cejas sin entender.

— ¿El estudio? ¿Qué estudio? ¿Te has hechos exámenes?

Asintió.

—No podré darle un hijo a Sebastien.

Abrí mi boca y la cerré. Mi mano cogió fuerte su mano y la guié hasta sentarnos en la cama.

—Aguarda, ¿es seguro? Si es algo físico yo podría…
—No, no podrías ayudarme. No es el caso de Sabina.
—Escucha, lo intentaremos.
—Olaf dijo que es un caso extraño. Los óvulos no llegan a madurar lo suficiente. Como si… se detuvo y tragó saliva—. Como si algo los detuviera en su desarrollo. No sé… Soy forense no sé de genética.
—Hablaremos con Natasha. Tranquila.

Cerró los ojos y una lágrima rodó por la mejilla.

La abracé.

—Tranquila… Mira… Tú siempre has sido una mujer moderna. Si fuera el caso que no quedaras embarazada como señala el diagnóstico, no puedes abatirte por eso. Las hembras no necesitamos hijos para ser felices.
— ¡Lo sé! ¡Claro qué lo sé! Las hembras tenemos miles de proyectos para sentirnos realizadas. ¡Lo sé! No tiene que influenciar en una pareja. He conocido casos, decenas de casos.
— ¿Entonces? –sonreí.

Me miró mientras sus lágrimas no cesaban de resbalar.

— ¡Es él! Él quiere un hijo mío, ¿entiendes? Aún no se lo dije y no tengo el valor. Está tan entusiasmado que contagió el deseo.
— ¡Pues que se guarde el entusiasmo! –respiré profundo—. Escucha, Sebastien puede que desee con el corazón un hijo pero te ama y no modificará nada lo que siente por ti.
—Eso también lo sé… Pero no entiendes… Yo quería complacerlo.
— ¡Eso es! Bianca, quizás sea ese deseo ferviente y obsesivo que impide que quedes embarazada. Lo psiquis gobierna todo, no puedes negármelo.
—No sé qué pensar, Scarlet. Me siento mal…
—Vamos, beberemos un café y caminaremos por el parque. Verás que te sentirás mejor y con más optimismo.

Antes de salir de la habitación eché un vistazo a Anne que nos contemplaba con pena.

—Anne, piensa lo que hablamos, ¿sí?

Asintió en silencio.

Mientras caminábamos por el pasillo pensé en hablar con Sebastien. No desconocía el entusiasmo de mi hermano. Ese del que hablaba Bianca. Sin embargo sabía de su amor inmenso y jamás el hecho de no ser padre nuevamente sería un obstáculo para ser feliz. ¿Y ella? Dudé… Dentro de mí albergaba el miedo de saber que los deseos y los sueños podían alimentar nuestras vidas pero una obsesión podría desbaratar hasta el cimiento más firme.


Sasha.

Mijaíl, de pie junto a la puerta de calle, revisaba por enésima vez el boleto de pasaje a Kirkenes. Tenía puesto un traje azul marino que hacía juego con la corbata. Era alto y la elegancia brotaba por los poros.  Sus zapatos negros destellaban de lustre y su costoso reloj pulsera colgaba de la muñeca con distinción. La maleta descansaba al costado mientras él abría su maletín.

Acomodé algunas hebras de mi cabello que habían escapado de mi coleta suspendiendo mi tarea de limpieza. Aproveché a mirarlo con detenimiento otra vez. Llevábamos muchos años juntos y aún me tenía totalmente enamorada.

Mi mano volvió a deslizar el paño húmedo de lustra muebles por la amplia mesa de living… Lentamente…

—Estás… tan lindo… —murmuré.

Levantó la vista y sonrió.

—Gracias cariño, tú también.
—Mentiroso –reí.

Pareció buscar algo dentro del maletín.

— ¡Sasha! No encuentro el pasaporte –exclamó preocupado.
—El tercer bolsillo del maletín, amor. Lo puse yo misma.

De inmediato revisó con cuidado y suspiró.

—Cierto, aquí está.

El spray del producto roció nuevamente el paño despidiendo un delicado olor a naranjas.

—Sasha, ¿la agenda? No la tengo.
—La vi sobre la mesa de luz.
—Oh, ¡qué tonto! Estoy olvidadizo con tantas cosas que debo hacer. Voy por ella.

Me erguí y lancé el paño sobre la mesa mientras lo veía desaparecer por la arcada del pasillo.

El apartamento estaba silencioso. Natasha y Dimitri habían salido a sus respectivos trabajos. Iván se encontraba en la Universidad dando una conferencia… Anouk en Kirkenes… Svetlana en París… Si a ello le sumaba que Anoushka había salido de compras por víveres para ella y su abuelo… La situación se veía inmejorable para derrochar mi lívido y descargarlo en el pedazo de macho que había partido de la sala rumbo a la habitación.

Observé mi atuendo. Jeans, camiseta de algodón a rayas, descalza… Sí… No era la dama del erotismo, pero daba igual si no quería quedarme con el deseo sexual recorriendo mis venas.

Caminé por el pasillo hasta la habitación conyugal. En el camino apoyé mi oído en la puerta donde dormía el abuelo de Anoushka. Silencio… ¡Perfecto!

Abrí la puerta de nuestro dormitorio justo cuando Mijaíl intentaba salir.

— ¡Oh! Sasha… La encontré –levantó una mano sosteniendo la agenda de cuero.
— ¡Qué bien! Me alegro –cerré la puerta y recosté mi espalda en ella.

El sonido de la madera al unirse al marco provocó su sonrisa.

—No, no, nooo. Lamento pero perderé el avión.

Negué con la cabeza divertida.

—No lo perderás. Conozco tu costumbre de partir con muuucha anticipación –sonreí perversa.
—Por supuesto, por miedo a que ocurra un percance y…
—Me gusta que seas tan previsor –avancé lentamente hasta que su espalda dio contra el ropero—. Y estás por sufrir… ese percance.

Sonrió y negó con la cabeza.

—Anoche…
— ¿Anoche? –pregunté sabiendo a que iba su descargo.
—Anoche… me miró con ojos brillosos y susurró—. He perdido la cuenta de las veces que gemí en tus brazos.

Su frase revolucionó mis hormonas en vez de apaciguarlas. Recordando imágenes de los dos enredados en la cama.

Reí mientras daba dos pasos más.

—Eres muy inocente si tu intención era quitarme de encima.
—Escucha… El abuelo de Anoushka está solo a dos puertas de aquí.
—Pues anoche pareció no importarte.
—Ah, bueno… Lo que ocurre que ahora podría estar despierto y…
—Entonces trata de no hacer ruido.

Lo enlacé por la cintura y en puntas de pie deposité un beso en sus labios.

—Sashaaa, hablo en serio. Perderé el avión. Sebastien no puede viajar y András espera que alguien…

Di otro beso aunque está vez presioné mis caderas contra las de él.

—¿Sabes qué? –murmuré contra su boca.

Las manos se metieron por los costados de la chaqueta y las deslicé desde la cintura hasta el esternón.

—Johnny es tan hábil conduciendo por Moscú… Te llevará en un soplido.
—Sashaaaa, hay mucho tráfico a esta hora.

Al presionar mis pechos contra su dura musculatura apartó los brazos de su cuerpo dejándome el camino más despejado. Aflojé la corbata en segundos y desprendí los botones nacarados de su camisa blanca.

—Sasha… —sonrió contra mi boca—. Eres… persistente y muy terca.
—Mmm… ¿Y eso te gusta?
—Mucho…

Lo besé metiendo la lengua en su boca y sentí los músculos aflojarse bajo las palmas de mis manos. Le siguió el ruido de la agenda al caer al suelo. Me apresuré a hurgar con los dedos la pretina sin romper nuestro beso. Él intentó ayudarme y las manos se encontraron en la hebilla del pantalón. El cuero suave del cinto resbalaba por la piel transpirada y ansiosa de más rose, pero lo vencí y tiré delicadamente hasta liberar la unión de la correa.

Le siguió el pequeño botón y la cremallera.

Separé mis labios de su boca y lo miré.

—¿Aún quieres partir sin despedirte como merezco?

Sus ojos púrpura, cubiertos por lentecillas azules, se convirtieron en ranuras achinadas y brillosas. Una mueca de satisfacción profundizó esa sonrisa que amaba tanto.

Mis ojos recorrieron el pecho musculoso de líneas curvas y acabados perfectos. Acaricié los brazos hasta sus manos, tan viriles.

Su pulso comenzaba a dar muestras de la excitación, y no solo su pulso.

Bajé la mirada a la tela blanca de algodón que sobresalía por la cremallera abierta y sin pender tiempo la palma de mi mano se apoyó en el bulto de su sexo.

Tiró la cabeza hacia atrás golpeando con la puerta del ropero, cerró los ojos, y murmuró.

—Bendito tu Venus, Sasha.

Cuando la mano se introdujo lentamente debajo del bóxer dio un respingo y sonrió. La piel de su falo se percibía tibia y tersa. La redondez de la punta se notaba húmeda y resbaladiza al rozar el pulgar.

—Llegaré tarde, lo sé —volvió a susurrar.

Me deslicé hasta que las rodillas tocaron la alfombra, masajeando lento, sin abandonar la maravillosa tarea de prepararlo para la acción. Me acomodé con movimientos sensuales hasta tenerlo frente a mi boca. Bajé sus prendas por debajo de ese culo redondo y duro. Amaba su trasero. Adoraba verlo bajo la ducha de espaldas mientras el agua resbalaba hasta morir en sus pies. Sin embargo ahora lo tenía a mi merced semi vestido, con ese traje tan elegante en su justa medida.

—Amo verte de traje, me altera, me excita…

No sé si sería mi fetiche personal. Siempre ocurría, imposible evitar las ganas de llevarlo a la cama vestido de Gucci o Giorgio Armani, sus marcas preferidas.

Con un rápido movimiento quité mi camiseta y la lancé en algún rincón de la habitación. Sus ojos que había mantenido cerrados disfrutando solo de la sensación del tacto, buscaron mis pechos desnudos que se balancearon en un leve vaivén.

—Por los infiernos… —susurró jadeando.

Acerqué mi cuerpo a su sexo hasta encerrarlo entre mis senos. Los pezones duros friccionaban una y otra vez la entrepierna provocando que sus gemidos fueran más audibles.

Se inclinó hasta encerrar con sus manos esa parte de mi anatomía que lo volvía loco. Siempre había admirado mis pechos. Era su perdición magrearlos y devóralos con esa boca de labios rellenos. Su lengua insaciable se detenía con exquisita precisión en las protuberancias, mordiendo, chupando, volviéndome loca de placer.

Pero esta vez no teníamos demasiado tiempo, después de todo no era tan inconsciente y conocía la puntualidad y palabra empeñada entre empresarios. Así que quité sus manos con delicadeza y hundí mi boca en su sexo firme y caliente.

—Oooh… Diablos…

De pronto reaccionó en un segundo de lucidez.

—Aguarda… Sasha… —jadeo—. Ensuciaré el traje.

Mi lengua recorrió el largo succionando la cabeza de sabor almizclado. Lo miré divertida…

Contra la piel murmuré…

—Apuesto que no…

Su corta risa se apagó en cuanto mi boca volvió a meterlo entero. Sentí la humedad entre mis piernas y el fuego que nos consumió.

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Sí… Mijaíl tuvo que pedir a Johnny que buscara una ruta con menos tráfico. Yo bebía una taza de café en la cocina cuando Anoushka llegó. Me sentí un poco culpable que mi marido hiciera lo imposible por coger el vuelo, pero no era esa clase de culpa que molesta e inquieta tu corazón. Sino esa sensación de haber hecho una travesura donde no existe castigo.

Observé por encima de la taza a la chica que amaba mi hijo quitando los cereales y la leche de una bolsa de papel. Se veía tan frágil y delicada. Vivía con una sonrisa en los labios y cuando lo hacía era de una forma dulce y tímida, aunque esta mañana su rictus era diferente.

—Anoushka, ¿algo te preocupa?

Levantó la vista del paquete de galletas de salvado y me miró.

—Ah… No… Bueno…

Deposité la taza de porcelana en el platillo lentamente.

—¿Han discutido con Dimitri?

Negó con la cabeza.

—No Sasha. Es que mi abuelo no se siente bien.
—Tenemos unas hierbas para el estómago. Son muy buenas. Le haré un té.
—No es el estómago al parecer.

Me puse de pie.

—¿Y qué es?
—No lo sé. Ha pasado mala noche. Siente mucho frío. Creo que tiene fiebre.
—Ya mismo llamaremos a un doctor. No te preocupes.

Cogí el móvil de la encimera y me dispuse a llamar a emergencias.

—Yo no tengo dinero, Sasha. Cobraré mañana.

Aparté el móvil para replicarle.

—Anoushka, somos una familia. El dinero es de todos.
—Gracias, pero quizás no sea tan grave y…
—Por la edad de tu abuelo no podemos arriesgarnos. Tranquila, veremos que dice el doctor.

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La emergencia llegó a la media de haber llamado. El doctor, muy amable, examinó al anciano y después pidió hablar con nosotras fuera de la habitación, cuestión que me preocupó bastante.

—Es neumonía –dijo en la sala.

Anoushka abrió los ojos y se le llenaron de lágrimas.

—Doctor –pregunté—, sabemos la edad avanzada del señor Yurovsky, pero… ¿hay posibilidad que pueda salir adelante? Correremos con los gastos de un buen sanatorio.
—Lo siento, no es aconsejable trasladarlo en este momento. En cuanto a su salud, no está todo dicho aunque el panorama no es alentador. Aquí tiene la receta del antibiótico y un antifebril. De su organismo dependerá el resultado. Llámeme a cualquier hora. Aquí tiene mi número particular.
—Gracias –cogí la receta y lo despedí gentil.

Anoushka se dejó caer en el sofá. Me acerqué y me senté junto a ella.

—Todo saldrá bien.
—Eso espero… Yo he vivido siempre con mi abuelo, no puedo hacerme la idea de estar sola.
—Comprendo… Pero tú nunca estarás sola. Nos tienes a nosotros. No estés triste. Además compraremos los remedios y verás cómo se recuperará.
—¿Lo crees?
—¿Por qué no?
—Es muy anciano.
—Tranquila –la abracé—. Pase lo que pase estamos contigo. Somos tu familia ahora. No estarás sola nunca más.





























3 comentarios:

  1. Uy un genial capítulo veamos que pasa con Anouk me encanta lo dulce que es. Ojala Bianca al final pueda tener un niño y hable con su esposo. Te mando un beso y te me cuidas mucho

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  2. Me encantó leer mas sobre Anouk a la pobre le pasa cada cosa con Drank jeje...y Rose que le este ayudando que lindo detalle, gracias Lou por un buen capitulo!

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    1. ¡Hola Laura! Me alegro mucho que te haya gustado. Si, Anouk no está teniendo mucha suerte, pero cuenta con una buena amiga que es Rose. Un beso grande mi sol y buena semana.

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