¡Hola chicos! Dejo el capi con mucho cariño esperando se diviertan mucho. Un beso gigante y gracias como siempre por comentar aquí o en la página.
Capítulo 34.
Vistiendo a la Venus.
Anouk.
Sentada sobre la cama de Anne en posición de buda
observé a Rose ir y venir por la habitación. Caminaba de un extremo a otro
maldiciendo una y otra vez.
— ¡Pero qué diablos tienes que hacer para llamar la
atención al leñador!
—No lo sé –gimotee.
Anne, sentada en el borde de la cama acarició una
hebra de mi cabello consolándome.
— ¡Ay qué linda eres, Anne! –exclamé—. ¿Por qué no
hablas? ¡Serías perfecta!
— ¡Anouk! ¡No habla porque no puede!
—Lo sé… —volví a mirar a Anne a los ojos cielo—. ¿Y si
haces un esfuerzo? Mi hermano Dimitri es psicólogo, y de los buenos. Diría que
excelente. ¿No te animas? Quizás te ayude.
Anne negó con la cabeza tristemente.
—Mira que Dimitri nunca ha dejado un paciente sin
curar. ¡Es un Gólubev! Triunfador por naturaleza. ¿Nunca te hablé de nosotros
los Gólubev, Anne?
Anne negó con la cabeza sonriendo.
—Somos maravillosos y…
—¡Anouk! Tú y yo estábamos en otra cosa.
—Okay, no insistiré por ahora. Volvamos al cavernícola de mi leñador.
Rose levantó el dedo y negó con repetidos movimientos.
—No querida, no es “tu leñador” porque hasta ahora no
has hecho nada eficiente para llamar su atención.
— ¡Tú misma has dicho que no sabes que aconsejarme!
—Ya se me ocurrirá… ¡Ah! Tengo una idea.
—¿Cuál? Haz bien de no hacerme quedar en ridículo, por
favor.
—Habrá una carrera de ciclistas en Kirkenes este mes.
Además una feria muy divertida.
—¿Y? ¿Drank participará en la carrera?
—Pues, no sé. Sí sé que un par de lobos siempre
compiten y muchos de la manada van para apoyarlo. Quizás si vamos, puedas ver a
Drank. Total, ¿qué perdemos?
Scarlet entró a la habitación con un libro bajo el
brazo.
— ¡Hola chicas! ¿De qué hablaban?
—Rose intentaba darme consejos de cómo conquistar a un
macho. Yo me lamentaba y Anne nos escuchaba. ¿Y tú qué haces con ese libro?
Scarlet lo giró entre sus manos y nos presentó la
tapa.
—Es para Rose. “Manual de enseñanza básica”.
— ¿Para mí?
—Sí, y no quiero que pierdas más tiempo con excusas.
Aunque no te guste seguir una carrera específica debes rendir el nivel
inferior, y después el superior.
—Pero…
— ¿Pero? –Pregunté.
—Pero soy muy burra. Tardaré años.
— ¡Ooooh, qué contrariedad! Recordé que tienes una
vida tan corta. ¡Basta de excusas!
—Las chicas me quieres igual aunque no tenga estudios
hechos. ¿Verdad?
Se dirigió a Anne y a mí. Anne asintió con la cabeza.
— ¡Por supuesto que te querré igual! –exclamé—. Sin
embargo me gustaría que mi amiga se superara. Así que le doy la razón a
Scarlet. Debes estudiar.
Frunció el ceño.
—Se reirán de mí.
—Nada de eso –aseveró Scarlet—. Cuando te presentes a
rendir sabrás como cualquiera de ellos.
—No dejaremos que pases vergüenza –acoté sonriendo.
—Está bien… Lo haré. Supongo que no tengo opción.
Aplaudimos felices hasta hacerle arrancar una sonrisa.
—Bueno… Ahora necesito a hablar con Anne a solas, por
favor.
Rose y yo nos miramos y después de estampar un beso en
la mejilla de nuestra huésped abandonamos la habitación.
Al caminar por el pasillo Rose me arrastró hacia mi
habitación antes de que pudiera protestar. Cerró la puerta y se cruzó de
brazos.
—¿Qué quieres Rose? –protesté.
—Quiero que abras tu ropero y me muestres que ropa tienes
para ir a la carrera de bicicletas. Habrá una fiesta coronando al ganador y una
quermese. Así que esmérate.
Arquee la ceja.
—Pues… Mis prendas son todas de marcas reconocidas,
Rose. No te haré sentir avergonzada. ¡Verás!
—¡Ropa que seduzca, Anouk!
—Ah… Pues…
Avancé hasta el ropero y lo abrí de par en par. Me
retiré unos pasos y señalé los estantes y las perchas para que viera a gusto mi
costoso vestuario.
Rose observó lentamente de punta a punta desde su
lugar. Después se acercó con pasos temerosos como si lo que hubiera en mi
ropero fuera un lobo salvaje acechando.
—¿Qué ocurre?
—Déjame dar crédito a lo que ven mis ojos, ¿okay?
—Por supuesto, aunque no entiendo tanta intriga.
—No… Es que…
Rápidamente metió las manos en los estantes y fue desdoblando
pantalones y faldas. Con la misma agilidad hizo a un lado las perchas revisando
vestidos, blusas, y chaquetas.
—¿Este guardarropas es de tu abuela?
Quitó una blusa beige de estampado de flores
pequeñitas azules.
—Por los infiernos —susurró bajito.
—¿Qué? ¿No te gusta? Esa blusa la usé en mi primer
viaje a Nueva York. Fue memorable y… Es muy fina y discreta, ¿verdad?
—Siiii, claro que es discreta. ¡Tanto que el que te ha
mirado no ha adivinado si tenías tetas! ¿A qué la usaste prendida hasta el
cuello?
Encogí mis hombros.
Quitó otra blusa rosa pastel con unos volados muy
coquetos.
—¿Qué es esto?
—¿No ves? Es una blusa.
—Parece del año 1920.
—Imposible, yo no era nacida.
—¡Ay! Diablos…
—Mira Rose, no entiendo porque dices que eres mi amiga
y me criticas.
—No querida, te equivocas, no te critico. Estoy
tratando de reponerme y salir de tu baúl de antaño y ponerte al día.
Una de sus manos descolgó una falda angosta negra
colgada de una percha junto a la chaqueta de juego.
—Ya sé, no me digas nada. ¿Se te ha muerto un
familiar, querida? Porque esto seguro lo usaste en un velorio.
—¡Calla, Rose! No sabes de ropa distinguida. Cuesta
muchas coronas.
—No niego que será distinguida para ciertas ocasiones,
pero necesitamos ropa para que el susodicho leñador le queden los ojos pegados
en tu silueta. Lo que hace esta ropa es esconder tus curvas.
—Soy una señorita de buena familia, Rose. No puedo
vestirme como una cualquiera.
—Si sigues vistiéndote como señorita de buena familia
te quedarás hasta cumplir trescientos años con tu buena familia pero sola y
virgen. ¿Quieres hacerme caso?
Mi cara dibujó el desencanto.
—¿Qué voy a hacer?
Se midió otra falda color marrón sobre su cuerpo.
—Anouk, esto pasa las rodillas.
—Eres más baja que yo, Rose. Da justo a las rodillas.
—Bien, ¿dónde están las minifaldas?
—¿Minifaldas? ¿Cómo las que usa la atrevida de
Scarlet? ¡Estás loca!
—¡Basta, suficiente! Mañana iremos a las tiendas y
compraremos ropa adecuada.
—Pero Rose…
—Ssssh… Sin discusión. Vestiremos a tu Venus como se
merece. Confía en mí.
Sonreí débilmente. Aún no convencida murmuré…
—Si tú lo dices…
……………………………………………………………………………………………….
Efectivamente como imaginaba recorrimos tiendas
provistas de ropa atrevida y de colores delirantes de las cuales no me convencieron
ninguna. Rose no cesaba de despotricar y rodar los ojos.
—No saldremos de aquí hasta que compres algo adecuado
para la carrera.
—Rose, no me siento cómoda con tan poca tela cubriendo
mi cuerpo.
Ya agotada de recorrer Rose me cogió de la mano y nos
metimos en una tienda de jeans unisex. En vidriera había camisetas muy modernas
mezcla de algodón y lycra muy femeninas.
—Aquí sí encontraremos algo intermedio.
—¡Rose! Tengo jeans, ¿no los has visto en mi ropero?
—¿Cómo ese que tienes puesto? Parece una talla más
grande. ¡No señor! Necesitamos modernos y elastizados.
—¿Qué?
Una de las empleadas se acercó sonriente.
—Señoritas, ¿qué buscaban?
Miré a Rose y ella se adelantó a contestar.
—Necesitamos un jeans elastizados, mezcla de lycra, y
una camiseta como las que están en vidriera.
—Muy bien, síganme. Tenemos una amplia variedad de
colores.
La empleada se lució, en quince minutos puso a
disposición media tienda. Realmente era muy buena vendedora y yo… una pésima
compradora. Nada me convencía. Rose quedó encantada con una camiseta azul
índigo y una minifalda de jeans en color crudo. Pero estaba segura que no tenía
tanto dinero para gastar, al menos eso pensé. Así que sin que reaccionara pedí
a la vendedora talle para ella de ambas prendas.
—¿Para mí? –preguntó emocionada.
—Obvio, después de todo te has molestado en
acompañarme y aunque no dio resultado…
—Gracias Anouk, de verdad. ¡Me encantan! Sin embargo
no me he dado por vencida.
—Yo tampoco –acotó la simpática empleada.
Lo cierto que me encontré dentro de un probador
tratando de subir un jeans, que más que un jeans parecía un guante de lo
apretado que lo sentía.
A un lado, colgada de una pequeña percha, se
balanceaba levemente una camiseta de lycra a rayas blanca y verde limón. Rose
había dicho que me probara ambas prendas y que después me viera en el espejo.
Ella me daría el visto bueno cuando le avisara. Así que se quedó pegada a la
cortina escuchando mis lamentaciones y protestas mientras yo trataba de prender
el botón y subir la cremallera.
—Rose, esto no me cabe. No respiro.
—No seas exagerada. Haz el esfuerzo. Va ceñido al
cuerpo.
A través de la cortina escuché como una vez más
revisaba su bolsa con mi regalo. Le había gustado mucho y yo sentí quizás por
primera vez una satisfacción desconocida. El placer de hacer feliz a una amiga.
Terminada la ardua tarea de meter mi cuerpo en esos
malditos jeans giré para mirar mi trasero… Vaya… ¿Yo tenía ese trasero redondo
y respingado? Sonreí… Me dispuse a coger la camiseta de la percha después de
quitarme la camisa blanca de puntillas. La misma que Rose acusó de parecer una
camisa de fuerza en cuanto me la vio. Estudié el sostén color pastel recordando
que mi amiga había aconsejado que de ahora en más usara rojo o negro, los
colores de seducción. ¡Okaaaay! Para eso tenía tiempo. No pensaba que me
quedaría en ropa interior frente a un macho en poco tiempo. Podrían pasar
meses… O no…
La voz de Rose tras la cortina del probador me
sobresaltó y me atragantó la saliva.
—¡Ey, Drank! Eres Drank, ¿verdad?
Perdóoooooon, ¿quéeeeeeeee? ¿Qué había dicho? ¿Estaba
loca y ya escuchaba el nombre en todos lados? Nooo, nooo, ¡había escuchado
bien!
Como para asegurarme que no estaba soñando y a punto
de vivir la peor pesadilla la voz del leñador se escuchó.
—¿Tú? Lo siento… Eres de los Craig, ¿no es así?
Quieroooooo moriiiiiiiiiiiiiiiiiir, sí sí, energía del
más allá mándame un rayo que me parta en ocho si es necesario. ¡Que me fulmine
o se hunda el suelo a mis pies!
—Sí, Rose Craig. ¡Qué casualidad! ¿Vas a comprarte un
jeans?
—Ehm… Sí yo… buscaba un probador.
En ese instante, mis ojos que ya estaban salidos de
las órbitas vieron con desesperación unos dedos varoniles coger el extremo de
la cortina con evidente intención de hacerla a un lado.
Yo… en sostén sin camiseta. Atiné a lo único que se me
ocurría para impedir que me viera… A gritar.
—¡Noooooooo!
El susto fue tal, que el leñador seguramente dio un
paso atrás y yo cogí la cortina con tanta fuerza que el caño que la sostenía
cayó bruscamente sobre la cabeza de él.
—¡Aaauuch! –chilló friccionando la frente con fuerza.
Rose exclamó un “Ooooh” y yo a gatas por el suelo
recogía la cortina para envolverme como momia.
Cuando él reaccionó me miró fijo. Abrió la boca y
arqueó la ceja en actitud, ¿esto es una broma?”
—Lo siento, lo siento –repetí una decena de veces.
La empleada acudió corriendo para saber que ocurría.
Rose se encargó de explicarle a grandes rasgos ya que yo no estaba en
condiciones de articular alguna frase que no fuera pedir disculpas.
Me puse de pie cuidando que no se viera un centímetro
de mi piel. Drank giró en sus manos el jeans que iría a comprar y se apresuró a
calmarme.
—Okay, no te preocupes, ya no me duele. Siento no
haberme asegurado que estaba ocupado el probador.
—¿De verdad? –sonrió Rose—. Eres tan encantador.
El diablo me odiaba si señoras y señores, ¡me odiaba!
Él se dirigió a la empleada mientras yo me ponía de
pie y trataba de imaginarme que estaba muy lejos de allí. Una playa bajo el
sol, ampollándome viva. Cualquier cosa era mejor que estar donde me encontraba.
Con la ayuda de la empleada volví al probador y
colgamos la cortina. Rose y Drank parecían hablar animadamente. Muy a pesar mío
porque lo que deseaba era que él desapareciera, se recluyera por meses en la
reserva, y que no nos cruzáramos ni por casualidad. Pero no… Rose tenía otras
intenciones para mí… Diablos…
Me acerqué con las prendas que al fin llevaría y
sonreí por no ponerme a llorar. Él me miró y sonrió.
—Lo siento –murmuré otra vez.
—No te preocupes. Fue una anécdota divertida. Ya no me
duele. Tú… ¿Tú estás bien? Digo… Pensé que te desmayarías.
—Oh sí, estoy bien. Gracias. Yo… Suelo salir de los
probadores de esa forma.
Rio…
…Y mi mundo se iluminó.
—¿Qué tal si bebemos algo en un pub? –preguntó Rose.
Drank dudó. Sin embargo al instante asintió de buena
gana.
Sus ojos me miraron otra vez antes de acercarse al
mostrador para pagar el jeans.
Había decidido llevarlo y probarlo más tarde ya que la
empleada aseguró que podría comprarlo y si no era su talle no habría
inconveniente en cambiarlo siempre que no quitara la etiqueta.
—Anda Anouk, dile que te gustaría vérselo puesto
–murmuró Rose.
—¡Te has vuelto loca!
—Mira…Viene hacia aquí…
—Lo estoy viendo –dije apretando los dientes.
Rose enroscó su brazo al mío y susurro…
—Por las dudas, que salgas corriendo. No te dejaré.
—Te informo que no podría salir corriendo porque me
tiemblan las piernas.
—Ssssh… Ahí viene.
Drank se acercó con la bolsa metalizada.
—¿Y bien, leñador? ¿Bebemos unas cervezas?
—Me parece bien, pero invito yo.
—¡Qué gentil! ¿Verdad Anouk?
El codo se hundió en mi estómago para que reaccionara.
—Siii, eres… muy gentil.
Así fue como después del desastre transcurrido los
tres marchamos a un pub a beber una cerveza.
Tardé en reponerme y no hablé durante la hora. Creo
que eso le agradó ya que aprovechó a mirarme más de una vez en silencio. A
veces sonreía por alguna anécdota que contaba Rose sobre Scarlet o Douglas. Liz
no se mencionó. Entendí lo que decía siempre mi amiga sobre no ponerlo incómodo
y alejarlo de lo que deseaba que no pensara.
Me atreví a mirarlo con más detalle cuando sus ojos
claros se dirigían a otra perspectiva, como la calle o a su vaso de cerveza.
Era un humano muy hermoso, pero cuando sonreía era perfecto. Me hubiera quedado
una noche entera contemplando sus gestos. Por ahora lo único que podía hacer
era grabarlos en la memoria. Así cuando me encontrara en mi habitación, tumbada
en la cama, cerraría los ojos y podría soñar con él.
……………………………………………………………………………………………….
Durante el viaje en taxi Rose volvió a echar un
vistazo a su regalo mientras yo, completamente muda trataba de olvidar el
bochorno de la tienda. Imposible… Tenía grabada el instante que sus dedos
aferraron la cortina del probador, después mi grito, el golpe del caño al caer
en su cabeza, y yo… a punto de llorar.
Drank había seguido camino aparte. Nos despedimos en
la acera del pub. Subió a la moto y partió. Rose no había terminado conmigo.
¡Torturadora! Me arrastró y metió en dos tiendas más. Una de cosmética y
maquillaje y otra de lencería.
—Tranquila –la voz de Rose apartó mi vista de la
ventanilla.
Negué con la cabeza.
—Fue horrible, Rose.
Cogió mi mano y la apretó cariñosa.
—No te preocupes. Llamamos su atención aunque no fue
preparado.
—Lo sé… No me gustan esos llamados de atención. No
quedé bien parada.
—¡Claro qué sí! Escucha… Cierto que hubo un pequeño
percance y…
—¿Pequeño? ¡Rose! Lo golpee y me cubrí con la cortina
como un arrollado de crema. Debe estar odiándome o lo que es peor, riéndose de
mí.
—Nada de eso. Vi como te miraba. Y eso que no vestías
con alguna prenda que compraste.
—Rose…
La angustia subió por la garganta y apretó mi pecho.
—Anímate, Anouk.
—Rose… —me largué a llorar.
Ella dejó caer la bolsa al costado del asiento y me
abrazó.
—Vamos amiga, verás que en la feria todo saldrá mejor.
Enjugué mis lágrimas…
—Hemos comprado varias camisetas y dos jeans más.
¿Todo para qué? –lloriquee.
—Para que de ahora en más las uses en vez de vestirte
de monja. Anouk… Tienes que seducir. Al principio te costará. Has vivimos
muchos años teniendo una forma de vida demasiado estructurada, puede que te
haya servido para trabajar con Sebastien pero no para tener un novio.
¿Entiendes?
—No sé si podré.
—Podrás, todas podemos cambiar de vida. Varias veces
él te habló y tú no lo mirabas.
—Es difícil sin ponerme colorada.
—No importa si te avergüenzas. Es señal que algo te
ocurre con él. ¿Entiendes? Ya que no te animas a decírselo pues se lo haces
saber de la forma que puedas.
—Le miré muchas veces las manos. Tiene bellas manos…
—¿Tremendo macho y le has mirado las manos? –exclamó
indignada.
—Bueno… También los ojos cuando no me miraba y un
poquito los hombros y… Todo será en vano. No soy bonita como las lobas de la
reserva. Debe tener muchas chicas alrededor.
—¡Qué importa! Las lobas no son las verdaderas
rivales, Anouk. Tú y yo sabemos quién puede hacerte sombra, y está enamorada y
casada con otro. Así que ya no veas todo negro e imposible.
La miré con los ojos húmedos.
—¿Y si después de intentar todo no se enamora de mí?
Se mantuvo callada pensativa.
—Bueno, si no logras no será porque no lo has
intentado. Si no buscas que las cosas sucedan, puedo asegurarte que te sentirás
peor.
—¿Cómo sabes tanto?
Esta vez fue ella que apartó la vista a la ventanilla.
—Quizás –murmuró—,
porque pasé por lo mismo.
—¿Vestías como yo?
Negó con la cabeza.
—No es eso… Sin embargo quise portarme diferente.
Atraerlo demostrando que si podría querer a un solo macho. Creo que me
equivoqué –sonrió—. ¡No importa! Ya llegará quien se enamore de mí y yo de él.
De todas formas no estoy apresurada.
Sin dejar de mirarla fijo insistí.
—¿Es por Numa?
—Sí… Aunque pienso que no somos el uno para el otro.
Hay algo que no encaja, ¿sabes? Lo bueno es que hay que saber retirarse a
tiempo. Reconocer cuando lo que sienten no es verdadero amor, sino atracción.
—¿Me dirás cuándo retirarme?
Nos miramos conmovidas.
—Claro amiga, estaré a tu lado para hacértelo saber. Y
ese día así como intenté de todo para que estuvieran juntos, también emplearé
lo necesario para que sueltes ese sueño y comiences uno nuevo sin él. Es el
juego de la vida Anouk, de apostar se trata. Debes poner todas las fichas sin
reserva. La diferencia que en el juego sales perdedor sin más ni menos pero
aquí no.
—No entiendo. Si a él no le gusto y se enamora de
otra, ¿Qué gano yo?
Sonrió.
—Lo que te llevarás de él, nadie te lo quitará. Ni el
tiempo.
Scarlet.
Después que las chicas salieron de la habitación me
quedé a solas con Anne. Me senté en la alfombra cerca de la cama.
Anne no me miró. Buscó el control de la TV y encendió
el aparato en Disney Chanel.
—Anne –susurré.
—No me miró y pareció estar atenta a una publicidad de
videojuegos.
—Anne…
Me puse de pie y cogí el control. Apagué la TV y me
senté en la cama.
—No podemos evitar hablar del tema. Lo sabes.
Sus ojos no se apartaron de la pantalla oscura del
televisor.
—Sé que te agrada estar con nosotros. Que te sientes
segura. A mí me encanta que vivas aquí… Pero… Tu hermano no lo entiende así. Y
creo que sus razones se justifican.
Sus ojos tristes y claros me miraron al fin.
—Quiero a Grigorii con todo mi corazón.
— ¿Entonces? Piensa que él te necesita. Está muy solo.
Además podrías pensar en contarle que te has animado a hablar.
Negó con la cabeza.
— ¿Por qué no, Anne? Tu padre no volverá hacerte daño.
— ¿Cómo lo sabes? –preguntó con gran angustia.
—Pues… Porque Grigorii no lo permitiría. Además… ¿Qué
tiene qué ver que entables una conversación?
Me observó por unos segundos. Quizás buscando las palabras
adecuadas o aquel vocabulario que hace años no ensayaba.
—Si hablo es el primer paso a una vida normal. Si vivo
una vida normal, él podría encontrarme.
—No es así.
—Sí, es así.
—Okay… Lo harás cuando estés segura.
—Estaré segura solo si él está muerto.
La frase me descolocó. Nuestras historias no tenían
nada que ver. Nuestros padres biológicos no se parecían en nada, a pesar de ser
delincuentes los dos. Sin embargo pude sentir su ansiedad por esa liberación
que solo sientes si quien te ha hecho un daño grave, ya no existe.
—Entiendo…
Bianca entró a la habitación sin permiso y sin
golpear. La miré sobresaltada. Poco a poco su rostro dibujó el dolor y la
desesperación.
Me puse de pie de un salto.
— ¿Qué ocurre?
Sus ojos recorrieron la habitación con una mirada
perdida. Como si estuviera en otro mundo. Como si no hubiera pensado con
anticipación entrar a la habitación en mi búsqueda. Parecía haber sido un actor
de reflejo. Quizás por lo que pasaba por su mente, o su corazón.
— ¿Qué ocurre? ¡Dime!
Necesité posicionarme frente a ella para que su iris
borgoña volviera en sí.
Cogí su mano… Temblaba…
— ¡Bianca!
Por fin me miró fijo y balbuceó.
—El estudio de… fertilidad… dio negativo.
Junté las cejas sin entender.
— ¿El estudio? ¿Qué estudio? ¿Te has hechos exámenes?
Asintió.
—No podré darle un hijo a Sebastien.
Abrí mi boca y la cerré. Mi mano cogió fuerte su mano
y la guié hasta sentarnos en la cama.
—Aguarda, ¿es seguro? Si es algo físico yo podría…
—No, no podrías ayudarme. No es el caso de Sabina.
—Escucha, lo intentaremos.
—Olaf dijo que es un caso extraño. Los óvulos no
llegan a madurar lo suficiente. Como si… se detuvo y tragó saliva—. Como si
algo los detuviera en su desarrollo. No sé… Soy forense no sé de genética.
—Hablaremos con Natasha. Tranquila.
Cerró los ojos y una lágrima rodó por la mejilla.
La abracé.
—Tranquila… Mira… Tú siempre has sido una mujer
moderna. Si fuera el caso que no quedaras embarazada como señala el
diagnóstico, no puedes abatirte por eso. Las hembras no necesitamos hijos para
ser felices.
— ¡Lo sé! ¡Claro qué lo sé! Las hembras tenemos miles
de proyectos para sentirnos realizadas. ¡Lo sé! No tiene que influenciar en una
pareja. He conocido casos, decenas de casos.
— ¿Entonces? –sonreí.
Me miró mientras sus lágrimas no cesaban de resbalar.
— ¡Es él! Él quiere un hijo mío, ¿entiendes? Aún no se
lo dije y no tengo el valor. Está tan entusiasmado que contagió el deseo.
— ¡Pues que se guarde el entusiasmo! –respiré profundo—.
Escucha, Sebastien puede que desee con el corazón un hijo pero te ama y no
modificará nada lo que siente por ti.
—Eso también lo sé… Pero no entiendes… Yo quería
complacerlo.
— ¡Eso es! Bianca, quizás sea ese deseo ferviente y
obsesivo que impide que quedes embarazada. Lo psiquis gobierna todo, no puedes
negármelo.
—No sé qué pensar, Scarlet. Me siento mal…
—Vamos, beberemos un café y caminaremos por el parque.
Verás que te sentirás mejor y con más optimismo.
Antes de salir de la habitación eché un vistazo a Anne
que nos contemplaba con pena.
—Anne, piensa lo que hablamos, ¿sí?
Asintió en silencio.
Mientras caminábamos por el pasillo pensé en hablar
con Sebastien. No desconocía el entusiasmo de mi hermano. Ese del que hablaba
Bianca. Sin embargo sabía de su amor inmenso y jamás el hecho de no ser padre
nuevamente sería un obstáculo para ser feliz. ¿Y ella? Dudé… Dentro de mí
albergaba el miedo de saber que los deseos y los sueños podían alimentar
nuestras vidas pero una obsesión podría desbaratar hasta el cimiento más firme.
Sasha.
Mijaíl, de pie junto a la puerta de calle, revisaba
por enésima vez el boleto de pasaje a Kirkenes. Tenía puesto un traje azul
marino que hacía juego con la corbata. Era alto y la elegancia brotaba por los
poros. Sus zapatos negros destellaban de
lustre y su costoso reloj pulsera colgaba de la muñeca con distinción. La
maleta descansaba al costado mientras él abría su maletín.
Acomodé algunas hebras de mi cabello que habían
escapado de mi coleta suspendiendo mi tarea de limpieza. Aproveché a mirarlo
con detenimiento otra vez. Llevábamos muchos años juntos y aún me tenía
totalmente enamorada.
Mi mano volvió a deslizar el paño húmedo de lustra
muebles por la amplia mesa de living… Lentamente…
—Estás… tan lindo… —murmuré.
Levantó la vista y sonrió.
—Gracias cariño, tú también.
—Mentiroso –reí.
Pareció buscar algo dentro del maletín.
— ¡Sasha! No encuentro el pasaporte –exclamó
preocupado.
—El tercer bolsillo del maletín, amor. Lo puse yo
misma.
De inmediato revisó con cuidado y suspiró.
—Cierto, aquí está.
El spray del producto roció nuevamente el paño
despidiendo un delicado olor a naranjas.
—Sasha, ¿la agenda? No la tengo.
—La vi sobre la mesa de luz.
—Oh, ¡qué tonto! Estoy olvidadizo con tantas cosas que
debo hacer. Voy por ella.
Me erguí y lancé el paño sobre la mesa mientras lo
veía desaparecer por la arcada del pasillo.
El apartamento estaba silencioso. Natasha y Dimitri
habían salido a sus respectivos trabajos. Iván se encontraba en la Universidad
dando una conferencia… Anouk en Kirkenes… Svetlana en París… Si a ello le
sumaba que Anoushka había salido de compras por víveres para ella y su abuelo…
La situación se veía inmejorable para derrochar mi lívido y descargarlo en el
pedazo de macho que había partido de la sala rumbo a la habitación.
Observé mi atuendo. Jeans, camiseta de algodón a
rayas, descalza… Sí… No era la dama del erotismo, pero daba igual si no quería
quedarme con el deseo sexual recorriendo mis venas.
Caminé por el pasillo hasta la habitación conyugal. En
el camino apoyé mi oído en la puerta donde dormía el abuelo de Anoushka.
Silencio… ¡Perfecto!
Abrí la puerta de nuestro dormitorio justo cuando
Mijaíl intentaba salir.
— ¡Oh! Sasha… La encontré –levantó una mano
sosteniendo la agenda de cuero.
— ¡Qué bien! Me alegro –cerré la puerta y recosté mi
espalda en ella.
El sonido de la madera al unirse al marco provocó su
sonrisa.
—No, no, nooo. Lamento pero perderé el avión.
Negué con la cabeza divertida.
—No lo perderás. Conozco tu costumbre de partir con
muuucha anticipación –sonreí perversa.
—Por supuesto, por miedo a que ocurra un percance y…
—Me gusta que seas tan previsor –avancé lentamente
hasta que su espalda dio contra el ropero—. Y estás por sufrir… ese percance.
Sonrió y negó con la cabeza.
—Anoche…
— ¿Anoche? –pregunté sabiendo a que iba su descargo.
—Anoche… me miró con ojos brillosos y susurró—. He
perdido la cuenta de las veces que gemí en tus brazos.
Su frase revolucionó mis hormonas en vez de
apaciguarlas. Recordando imágenes de los dos enredados en la cama.
Reí mientras daba dos pasos más.
—Eres muy inocente si tu intención era quitarme de
encima.
—Escucha… El abuelo de Anoushka está solo a dos
puertas de aquí.
—Pues anoche pareció no importarte.
—Ah, bueno… Lo que ocurre que ahora podría estar despierto
y…
—Entonces trata de no hacer ruido.
Lo enlacé por la cintura y en puntas de pie deposité
un beso en sus labios.
—Sashaaa, hablo en serio. Perderé el avión. Sebastien
no puede viajar y András espera que alguien…
Di otro beso aunque está vez presioné mis caderas
contra las de él.
—¿Sabes qué? –murmuré contra su boca.
Las manos se metieron por los costados de la chaqueta
y las deslicé desde la cintura hasta el esternón.
—Johnny es tan hábil conduciendo por Moscú… Te llevará
en un soplido.
—Sashaaaa, hay mucho tráfico a esta hora.
Al presionar mis pechos contra su dura musculatura
apartó los brazos de su cuerpo dejándome el camino más despejado. Aflojé la
corbata en segundos y desprendí los botones nacarados de su camisa blanca.
—Sasha… —sonrió contra mi boca—. Eres… persistente y
muy terca.
—Mmm… ¿Y eso te gusta?
—Mucho…
Lo besé metiendo la lengua en su boca y sentí los
músculos aflojarse bajo las palmas de mis manos. Le siguió el ruido de la
agenda al caer al suelo. Me apresuré a hurgar con los dedos la pretina sin
romper nuestro beso. Él intentó ayudarme y las manos se encontraron en la
hebilla del pantalón. El cuero suave del cinto resbalaba por la piel
transpirada y ansiosa de más rose, pero lo vencí y tiré delicadamente hasta
liberar la unión de la correa.
Le siguió el pequeño botón y la cremallera.
Separé mis labios de su boca y lo miré.
—¿Aún quieres partir sin despedirte como merezco?
Sus ojos púrpura, cubiertos por lentecillas azules, se
convirtieron en ranuras achinadas y brillosas. Una mueca de satisfacción
profundizó esa sonrisa que amaba tanto.
Mis ojos recorrieron el pecho musculoso de líneas
curvas y acabados perfectos. Acaricié los brazos hasta sus manos, tan viriles.
Su pulso comenzaba a dar muestras de la excitación, y
no solo su pulso.
Bajé la mirada a la tela blanca de algodón que
sobresalía por la cremallera abierta y sin pender tiempo la palma de mi mano se
apoyó en el bulto de su sexo.
Tiró la cabeza hacia atrás golpeando con la puerta del
ropero, cerró los ojos, y murmuró.
—Bendito tu Venus, Sasha.
Cuando la mano se introdujo lentamente debajo del
bóxer dio un respingo y sonrió. La piel de su falo se percibía tibia y tersa.
La redondez de la punta se notaba húmeda y resbaladiza al rozar el pulgar.
—Llegaré tarde, lo sé —volvió a susurrar.
Me deslicé hasta que las rodillas tocaron la alfombra,
masajeando lento, sin abandonar la maravillosa tarea de prepararlo para la
acción. Me acomodé con movimientos sensuales hasta tenerlo frente a mi boca.
Bajé sus prendas por debajo de ese culo redondo y duro. Amaba su trasero.
Adoraba verlo bajo la ducha de espaldas mientras el agua resbalaba hasta morir
en sus pies. Sin embargo ahora lo tenía a mi merced semi vestido, con ese traje
tan elegante en su justa medida.
—Amo verte de traje, me altera, me excita…
No sé si sería mi fetiche personal. Siempre ocurría,
imposible evitar las ganas de llevarlo a la cama vestido de Gucci o Giorgio
Armani, sus marcas preferidas.
Con un rápido movimiento quité mi camiseta y la lancé
en algún rincón de la habitación. Sus ojos que había mantenido cerrados
disfrutando solo de la sensación del tacto, buscaron mis pechos desnudos que se
balancearon en un leve vaivén.
—Por los infiernos… —susurró jadeando.
Acerqué mi cuerpo a su sexo hasta encerrarlo entre mis
senos. Los pezones duros friccionaban una y otra vez la entrepierna provocando
que sus gemidos fueran más audibles.
Se inclinó hasta encerrar con sus manos esa parte de
mi anatomía que lo volvía loco. Siempre había admirado mis pechos. Era su
perdición magrearlos y devóralos con esa boca de labios rellenos. Su lengua
insaciable se detenía con exquisita precisión en las protuberancias, mordiendo,
chupando, volviéndome loca de placer.
Pero esta vez no teníamos demasiado tiempo, después de
todo no era tan inconsciente y conocía la puntualidad y palabra empeñada entre
empresarios. Así que quité sus manos con delicadeza y hundí mi boca en su sexo
firme y caliente.
—Oooh… Diablos…
De pronto reaccionó en un segundo de lucidez.
—Aguarda… Sasha… —jadeo—. Ensuciaré el traje.
Mi lengua recorrió el largo succionando la cabeza de
sabor almizclado. Lo miré divertida…
Contra la piel murmuré…
—Apuesto que no…
Su corta risa se apagó en cuanto mi boca volvió a
meterlo entero. Sentí la humedad entre mis piernas y el fuego que nos consumió.
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Sí… Mijaíl tuvo que pedir a Johnny que buscara una
ruta con menos tráfico. Yo bebía una taza de café en la cocina cuando Anoushka
llegó. Me sentí un poco culpable que mi marido hiciera lo imposible por coger
el vuelo, pero no era esa clase de culpa que molesta e inquieta tu corazón.
Sino esa sensación de haber hecho una travesura donde no existe castigo.
Observé por encima de la taza a la chica que amaba mi
hijo quitando los cereales y la leche de una bolsa de papel. Se veía tan frágil
y delicada. Vivía con una sonrisa en los labios y cuando lo hacía era de una
forma dulce y tímida, aunque esta mañana su rictus era diferente.
—Anoushka, ¿algo te preocupa?
Levantó la vista del paquete de galletas de salvado y
me miró.
—Ah… No… Bueno…
Deposité la taza de porcelana en el platillo
lentamente.
—¿Han discutido con Dimitri?
Negó con la cabeza.
—No Sasha. Es que mi abuelo no se siente bien.
—Tenemos unas hierbas para el estómago. Son muy
buenas. Le haré un té.
—No es el estómago al parecer.
Me puse de pie.
—¿Y qué es?
—No lo sé. Ha pasado mala noche. Siente mucho frío.
Creo que tiene fiebre.
—Ya mismo llamaremos a un doctor. No te preocupes.
Cogí el móvil de la encimera y me dispuse a llamar a emergencias.
—Yo no tengo dinero, Sasha. Cobraré mañana.
Aparté el móvil para replicarle.
—Anoushka, somos una familia. El dinero es de todos.
—Gracias, pero quizás no sea tan grave y…
—Por la edad de tu abuelo no podemos arriesgarnos.
Tranquila, veremos que dice el doctor.
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La emergencia llegó a la media de haber llamado. El
doctor, muy amable, examinó al anciano y después pidió hablar con nosotras
fuera de la habitación, cuestión que me preocupó bastante.
—Es neumonía –dijo en la sala.
Anoushka abrió los ojos y se le llenaron de lágrimas.
—Doctor –pregunté—, sabemos la edad avanzada del señor
Yurovsky, pero… ¿hay posibilidad que pueda salir adelante? Correremos con los
gastos de un buen sanatorio.
—Lo siento, no es aconsejable trasladarlo en este
momento. En cuanto a su salud, no está todo dicho aunque el panorama no es
alentador. Aquí tiene la receta del antibiótico y un antifebril. De su
organismo dependerá el resultado. Llámeme a cualquier hora. Aquí tiene mi número
particular.
—Gracias –cogí la receta y lo despedí gentil.
Anoushka se dejó caer en el sofá. Me acerqué y me
senté junto a ella.
—Todo saldrá bien.
—Eso espero… Yo he vivido siempre con mi abuelo, no
puedo hacerme la idea de estar sola.
—Comprendo… Pero tú nunca estarás sola. Nos tienes a
nosotros. No estés triste. Además compraremos los remedios y verás cómo se
recuperará.
—¿Lo crees?
—¿Por qué no?
—Es muy anciano.
—Tranquila –la abracé—. Pase lo que pase estamos
contigo. Somos tu familia ahora. No estarás sola nunca más.
Uy un genial capítulo veamos que pasa con Anouk me encanta lo dulce que es. Ojala Bianca al final pueda tener un niño y hable con su esposo. Te mando un beso y te me cuidas mucho
ResponderEliminarMe encantó leer mas sobre Anouk a la pobre le pasa cada cosa con Drank jeje...y Rose que le este ayudando que lindo detalle, gracias Lou por un buen capitulo!
ResponderEliminar¡Hola Laura! Me alegro mucho que te haya gustado. Si, Anouk no está teniendo mucha suerte, pero cuenta con una buena amiga que es Rose. Un beso grande mi sol y buena semana.
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