Capítulo 37.
El encuentro.
Bianca.
Con paso apresurado avancé por el pasillo del
hospital. Sebastien seguía tratando de esquivar las distintas personas que se
atravesaban en el camino. Parecía que fuera un cirujana a la que llamaban por
el altavoz por una urgencia. Y urgencia, sí la había. Mi padre había tenido un
accidente y estaba internado en observación. Según lo dicho por Douglas, había
caído de la escalera del hotel.
Me aterré, tuve miedo de no llegar a tiempo para
decirle que lo amaba, aunque él no me conocía y no le interesaría escucharme.
Ni siquiera recordé con quien tenía que verme cara a cara. Solo cuando la vi al
final del pasillo, sentada inmóvil, con la vista gacha, reaccioné y me detuve.
¿Qué le diría? “Hola tía Mildri, ¿te has acostado con
tu cuñado?” Diablos…
Sebastien me cogió del brazo suavemente y me miró.
—Confío en que superarás todas las vicisitudes
enfrentando la situación como debe ser.
No sé si no quise defraudarlo, o mi educación no me
permitió olvidarme que me encontraba en un lugar público, además de un
hospital. Así que caminé con un andar más calmo aunque mi corazón galopaba como
caballo desbocado.
—Buenas tardes –saludé al llegar a terapia.
Ella levantó la vista y me miró. No se sorprendió. Era
de imaginar que me esperaba tarde o temprano allí.
—Bianca… Buenas tardes.
—Buenas tardes –saludó mi marido.
No le di tiempo a que respondiera.
—¿Qué se sabe de mi padre?
—Pues… —titubeó.
—¿Está inconsciente?
—Por ahora sí. Me avisarán si reacciona.
Sin mediar palabra me alejé hasta encontrar una silla
donde esperar. Sebastien se sentó junto a mí y permanecimos callados, de la
mano. No desvié la vista para verla en todo el tiempo que aguardé noticias. Si
alguien hubiera preguntado qué cantidad de vetas negras tenía cada baldosa del
piso, seguramente hubiera podido decirle con exactitud. Mientras, recordaba la
conversación con Liz hace unos días. Me había hablado del encuentro y lo dicho
por mi tía. Hubiera sido una bella historia de amor, de esas que perduran a
través del tiempo. Sin embargo en nada se parecía porque los protagonistas eran
demasiado cercanos a mí, y me sentía una víctima de la mentira y el engaño.
En Liz noté cierta piedad a diferencia de lo que pensaba
antes. Su intuición le decía que su madre no había engañado a la mía. Sino que
se sacrificó y calló el amor por no hacer daño. En mí, no podía buscar piedad,
ni siquiera una pizca de comprensión. Es que algo roía mi corazón y molestaba…
Si mi madre se había casado con mi padre y este no había sentido amor… Yo había
nacido sin ser deseada. Y eso dolería.
—¿Quieres un café? –preguntó Sebastien.
—No, gracias.
—¿Te encuentras bien?
Lo miré.
—¿Lo dices por la situación o porque estamos rodeados
de humanos?
Frunció el entrecejo.
—No pensé en los humanos. Pensé en ti.
—Lo siento…
—Está bien. No te preocupes.
—¿Sabes que no tendremos hijos?
Sus ojos clavados en el techo me miraron sorprendidos.
—Me lo has dicho —susurró—. Ahora no es tema para
conversarlo.
—Lo sé. Se me ocurrió decírtelo.
Se puso de pie y cogí su mano.
—¿Te vas?
—Traeré un café para mí. Sé cuando debo dejarte sola.
—Como gustes.
Se alejó rápidamente. Me quedé observándolo hasta que
se perdió entre la gente. Eché un vistazo a mi tía. Estaba de pie junto a las
puertas de vaivén de terapia intensiva. Cabizbaja, pensativa. Incómoda quizás.
No era la mejor de las situaciones para ambas. Así estaban las cosas.
Cuando Sebastien regresó con el café seguía sentada en
la silla. Se acercó y extendió su vaso.
—¿No deseas un poco?
Negué con la cabeza.
Su móvil sonó.
Miró el display y arqueó la ceja.
—Es Charles. Disculpa…
—No hay problema.
Mientras él entablaba una conversación en voz baja, volví
a mirarla. Permanecía en el mismo lugar en igual actitud. Su rostro reflejaba
la angustia y preocupación. Pero yo no estaba en una posición de compadecerla.
No podía.
En ese instante las puertas se abrieron y salté de la
silla como resorte. Ella se irguió y cerró el paso del doctor, que planilla en
mano observó su rostro y el mío.
—¡Doctora McCarthy!
—Doctor Regal. ¿Cómo está mi padre?
—¿Su padre? No sabía que tenía un familiar en terapia
intensiva.
—Sí, John Eridan McCarthy.
—¡Oh claro, MacCarthy! Bueno, ha reaccionado. Está
consciente pero aún no sabremos que daño cerebral pueda tener. Los reflejos
parecen normales pero… Hay que esperar.
—Gracias.
—¿Podríamos verlo? ´—Preguntó mi tía.
—Pueden pasar de a una persona. ¿Es usted familiar?
—Sí.
—¿Se casaron? –increpé por primera vez mirándola a la
cara.
—No, pero…
—Entonces puedo pasar yo. Soy la hija.
—Adelante –dijo el doctor—. Traté de que no hable ni
se fatigue.
—Muy bien. Conozco el procedimiento. Gracias.
Sin mirar atrás empujé las puertas y avancé.
Al entrar a la sala busqué con la mirada aquel rostro
conocido y tan querido por mí. Había varios boxes cerrados y los pocos abiertos
debo confesar que hicieron difícil la búsqueda. Los enfermos tenían mascarillas
que cubrían la mitad del rostro y tuve que pasear lentamente por las camas para
dar finalmente con él.
No era el mismo que había visto por última vez. Es que
el tiempo había trascurrido sin darme cuenta. ¿Dos años? ¿Dos años y medio?
Daba igual. Porque era tiempo perdido.
Me acerqué lentamente. Parecía dormir. No noté su
cabello más canoso, pero sí algunas arrugas en las facciones. Un poco
demacrado, sí. Las manos descansaban a cada lado de su cuerpo, sobre el edredón
blanco inmaculado. La respiración pausada pero constante.
Eché un vistazo alrededor. Una señora abandonaba un
box con gesto apesadumbrado. Una enfermera salió de un habitáculo con una
bandeja en sus manos. Contenían dos frascos y una jeringa. Antes de alejarse se
detuvo y abrió los ojos como platos.
—Doctora McCarthy, ¿qué hace aquí?
—Es mi padre –contesté, y dirigí la vista a él.
Se acercó y habló entre susurros.
—¿No diga? Han dicho que ha sufrido una caída.
—Sí.
—Tranquila se recuperará.
—Gracias.
Se alejó para continuar su trabajo con una sonrisa
amable.
Di unos pasos más hacia la cabecera. No sabía si debía
hablarle o solo contemplarlo por ahora. Mi mano se extendió hasta rozar la
cánula colgante del suero. Daba impresión de nada anormal. En realidad, hacía
mucho tiempo que no practicaba ni trataba con enfermos. El goteo del suero era
una señal de vida, no de muerte. Cuestión que no estaba habituada a ver esos
cuadros, sino otros muy diferentes. Aquí había sonidos casi imperceptibles, no
silencio. Había luces tenues no reflectores. Había edredones abrigados, no
sábanas que cubrían. El olor… El olor tampoco se parecía. No era éter ni
desinfectante. Pero sobre todo no rondaba la desolación, sino la esperanza.
Con la vista fija en el líquido transparente que
cumplía el recorrido hasta la vena, no me percaté de su rostro. Cuando una mano
se posó en mi mano, esa que mantenía cerca de su hombro, me sobresalté y lo
miré.
Sus ojos clavados en mi rostro con un rictus, ¿cómo
explicarlo? Abatido, curioso, desorientado.
—Tranquilo –susurré—, todo está bien.
¿Una mentira piadosa? Sí… Nada estaba bien. Menos en
mí.
Sin poder evitarlo quitó la mascarilla.
—No, debes dejártela hasta que estés estable.
—Bianca.
Mi nombre en su boca me sorprendió. Charles había
dicho que no me recordaba. También había corroborado Marin cuando lo vio en el
hotel. Parte de su pasado había quedado en suspenso. ¿Había sido el golpe lo
que había provocado el despertar de su memoria?
—¿Me recuerdas?
Juntó las cejas en actitud de “¿qué dices?”
—Tranquilo –repetí—. Llamaré al doctor.
—¡No! Quédate.
Su voz sonaba cascada. Como la de un viejo fumador.
—No quiero que te vayas. No desaparezcas como la
última vez.
Titubee. Deseaba quedarme, preguntarle cuánto de mí
recordaba. Aunque por instantes no faltaron ganas de salir corriendo de allí.
No escuché a Sebastien entrar a terapia. Solo percibí
su presencia a mi espalda por su perfume embriagador. Después, su voz…
—Cariño.
Mi padre paseó su iris claro entre mi rostro y el de
mi marido.
—Es mi esposo.
—Hola Eridan, encantado.
Él no contestó. Sus ojos quedaron fijos en el techo,
como pensando cuánto se había perdido entre lagunas.
Sebastien se acercó a mi oído.
—Ella pregunta si puede verlo.
—¿Ella?
—Tu tía, Bianca.
—Ah… Sí…
Me acerqué y deposité un beso en la frente. Pero sus
ojos no se movieron del punto fijo.
—Volveré más tarde. No tengas miedo. No me iré de tu
vida.
Abandoné terapia por una cuestión de respeto. Deseaba
evitar toda clase de conflictos y preocupaciones ya que estaba convaleciente.
La paz y tranquilidad era un factor importante. No debía ser facultativa para
entenderlo.
Al salir, mi tía se puso de pie. Me acerqué y tratando
de sobrellevar la difícil e incómoda situación pedí a Sebastien una lapicera y
un papel. Escribí mi número de móvil y se lo entregué.
—Por favor, llámame a cualquier hora. Debo trabajar.
Estaré en la morgue.
Avancé por el pasillo entre la gente. Solo la voz de
mi Dios de Kirkenes me detuvo.
Se acercó preocupado.
—¿Por qué mejor avisas y nos vamos a casa?
—No… Debo trabajar. Además estaré cerca. Ve tranquilo.
Estaré bien.
—Yo… debo irme. Charles me dijo…
—¿Qué dijo Charles?
—Los errantes llegaron. Esperaban en la sala.
—Oh… Estarás entretenido.
—Sí, sin embargo mi corazón seguirá contigo, hasta que
regreses. ¿Irás a dormir?
—No lo sé. Prometo llamarte.
—Okay.
Me dio un beso en los labios y suspiró.
—No me dejes fuera de la situación. Te compete y por
lo tanto también a mí.
—Lo sé, gracias amor.
Sebastien.
Apenas abrí la puerta de la sala, Charles se puso de
pie. Me acerqué a los sofás al tiempo que los errantes lo imitaban.
—Buenas tardes.
Tres adultos giraron para verme a la cara. Un niño se
escondió tras Ekaterina.
—Buenas tardes Sebastien Craig —saludó ella con una
inclinación de cabeza.
Uno de ellos me miró fijo y murmuró un “buenas
tardes”. El otro sonrió. De inmediato lo reconocí. Era el hijo de Olaf Arve.
—Por favor, siéntense. ¿Charles les ofreció algo de
beber?
—Por supuesto, querido. ¿Qué crees?
Rose entró a la sala con café y un platillo de
galletas.
—Traje galletas para el niño. ¿Le gusta la leche con
chocolate?
—Sí, muchas gracias –respondió Ekaterina.
Estreché la mano de ambos machos.
—Arve, un gusto verte.
—Igual digo Sebastien.
—Tú eres…
—Boris.
—Encantado, Boris.
—Ekaterina, a ti ya te conozco y es un gusto que hayas
decidido venir.
—Gracias.
Rose sirvió el café ayudada por Charles, entonces mi
vista se dirigió al pequeño que tímidamente se pegaba a su tía.
Charles me había contado todos los pormenores. Y me
dio mucha pena recordar que era tan pequeño y había quedado huérfano de padre y
madre.
—Hola, ¿cómo te llamas? –apoyé la rodilla en el suelo
para quedar a su altura.
El niño no respondió. Ekaterina lo obligó con
delicadeza a ponerse de pie.
—Dile al señor Craig cómo te llamas.
—Está bien, no lo obligues. Me lo dirá cuando tenga ganas
–sonreí.
—Nicolay –balbuceó con los ojos llorosos.
—¡Qué lindo nombre! Mi nombre es Sebastien. Así que no
soy señor Craig, ¿de acuerdo?
Él asintió con un dedo en la boca. Sus largas pestañas
cubrieron el iris grisáceo y miró la alfombra a sus pies como si buscara algo.
—Nicolay, por favor. Sé educado –dijo Ekaterina.
—No está haciendo nada malo –acotó Boris.
De inmediato lo cogió del brazo y lo pegó a su cuerpo
como si lo protegiera.
Me puse de pie.
—Es evidente que me tiene miedo —miré a Ekaterina—. No
sé qué le has dicho pero creo que no debería asustarlo.
—Eres el líder de nuestra raza –se defendió—. Debe
guardar respeto y las formas.
Noté a Charles observarlo y sus ojos sorprendidos
llamaron mi atención. No lo había notado, pero Nicolay había mojado los
pantalones por la presión de tenerme frente a él.
—Oye… —me incliné nuevamente—. No me tengas miedo.
Podemos ser amigos. ¿No quieres?
Asintió sin separar el dedo de su boca.
—Ekaterina, Rose te mostrará la habitación. El niño…
Debe cambiar su ropa. Después cuando se instalen hablaré contigo. ¿Te parece?
Ella se dio cuenta del percance y se deshizo en
disculpas.
—No pidas disculpas, es un niño. Está nervioso. Es
normal que ocurran estas cosas.
—Sebastien –habló Brander—. Boris y yo nos quedaremos
en un hotel de Kirkenes. Buscaremos posada así podrían estar más cómodos.
—La realidad es que podemos ubicarlos aquí. Mi hijo
Numa no se encuentra y mi amigo Anthony tampoco.
—De todas formas ya lo hablamos con Boris.
—Entonces me gustaría que se quedaran en el hotel
Thon, es de propiedad de los Craig. Por favor.
—Bueno, si es así. ¿Qué piensas Boris?
—No tengo inconveniente. ¿Nicolay se quedará aquí?
Miré a Ekaterina esperando una respuesta.
—Sí. Se quedará conmigo aquí.
Intuí que a Boris no le había gustado la idea. Su
gesto demostró que quizás no deseaba que se separaran los cuatro. Sin embargo
era lo mejor ya que Ekaterina y yo teníamos mucho de qué hablar. Uno de los
temas era Olga.
Scarlet bajó la escalera sonriente y saludó amable a
los visitantes. Al reparar en el niño su sonrisa se ensanchó.
—¡Ay qué niño tan bonito!
—Se llama Nicolay –dijo Charles acariciando las hebras
rubias de su cabello.
—Hermoso nombre. ¿Cuántos años tienes Nicolay?
—Seis.
—¡Qué bien! ¿Vas al colegio?
—Sí. Ahora no. Porque nos fuimos de Rusia.
—Ah, pero eres charlatán –rio Charles—. Ya me parecía.
—Sí, es a mí que me teme –acoté con disgusto—. Pero
cambiaremos eso, ¿verdad Nicolay?
—¿No me recuerdas? –preguntó Ekaterina a Scarlet.
—Pues… No.
—Adrien me presentó una vez que viajamos a las
cumbres, mi hermana y yo. Fue hace mucho tiempo.
—Oh… No… Tendría que hacer memoria.
—Eras muy pequeña. Vivían en la campiña, con tu madre.
—¿En serio?
—Sí. Adrien te amaba. Se notaba como te miraba como
una hija.
Scarlet sonrió.
—No recuerdo ese día. Pero sí, lo sé. Me amaba.
—Recuerdo que eras muy traviesa. Tu madre y él no te
perdían de vista.
—Me encantará hablar contigo, Ekaterina.
Sonrieron.
—Bueno, que les parece si se ponen cómodos. Boris,
Brander, terminemos el café y conversemos un poco. Me gustaría saber sobre
ustedes. ¿Qué tal les fue en su nueva vida? ¿Se adaptaron?
Ambos cogieron asiento junto a Charles. Scarlet, Rose,
Ekaterina, y el niño con su vaso de leche, subieron la escalera rumbo a la habitación.
En el correr de una hora Brander fue el vocero de las
noticias. Boris habló muy poco, solo si le preguntaba. Parecía ser hosco y
huraño, aunque no debía extrañarme. Fueron errantes sin hogar ni lazos durante
mucho tiempo. Debía tener paciencia. Era una pena que Bianca no estuviera aquí.
Sobre todo por el niño. Era importante que la dama de los Craig le hubiera dado
la bienvenida. Pero mi hembra no estaba pasando un buen momento. Así que debía
apañármelas solo para que los errantes sintieran a los Craig como su familia.
Mi hermano y Liz llegaron de hacer unas compras. A
juzgar por los colores pastel de los paquetes tenían como destinatario al
futuro bebé.
—Él es mi hermano Lenya y su esposa Liz.
Ambos se pusieron de pie. También Charles pero para
ayudar con los paquetes.
—Buenas noches –dijo Lenya extendiendo la mano—.
Aunque no tendremos mucha oscuridad en Kirkenes por los próximos meses.
—No te preocupes, en Rusia menos. No es problema para
nosotros –sonrió Brander.
—¿Se protegen con protector? –pregunté.
—Sí. Hace mucho tiempo Olga nos había enseñado.
El nombre de Olga me produjo tristeza. Recuerdos, que
aunque no había sido amor, dejaron huella de una bonita relación pasional y
pasajera.
—Buenas noches –saludó Liz.
Ambos inclinaron la cabeza con respeto.
—Felicidades por el futuro hijo. ¿Eres la famosa reina
del mar? –preguntó Brander.
—Vaya, ¿tan famosa soy?
—Tengo una amistad aunque distante con Iván Gólubev.
Él me lo dijo. Es una virtud particular que te ha dado Neptuno, ¿verdad?
—Y peligrosa –acotó Boris.
Liz lo miró.
—Peligrosa si estuviera en otras manos, no en las
mías. Puedes estar tranquilo.
—Me prepararé un café –dijo Lenya cortando el aire
denso del ambiente.
—Llevaré los paquetes a mi habitación, permiso.
—Yo te ayudaré Liz –dijo Charles.
Volvimos a coger asiento y el tema del niño fue la
principal curiosidad.
—Disculpen, yo… me gustaría saber si saben algo más
del padre de Nicolay.
Ambos se miraron titubeando.
—Lo sé, debo preguntarle a Ekaterina. Sin embargo
cuanto más sepa de… ¿Ese guerrero? Era un antiguo guerrero, ¿verdad?
—Sí, muy antiguo –contestó Brander—. Murió después de
que Olga quedara embarazada.
—Oh… Comprendo. Lo de antiguo puede verse a simple
vista. El iris del niño es grisáceo. Y eso es señal de sus orígenes. El borgoña
también marca la antigüedad sobre el planeta. El púrpura, el gris. Mi padre era
el único que había conservado ese tono, veo que no fue así.
—Claro. Yo no sé mucho de orígenes. Lo que sé es por
Ivan. Pero los Gólubev lo tienen color púrpura. Como nosotros. Viví con ellos, recuerdas.
Cuando apenas me convertiste.
—Sí, lo recuerdo. Pensaba que tus ojos serían con mi tono, veo que el virus no sigue un patrón normal.
—No te he dado las gracias lo suficiente.
—No tienes porque dármelas. Tu padre es un excelente
amigo y aliado de los Craig.
—Tengo muchas ganas de verlo.
—Pues, cuando quieras. Trabaja en el hospital, junto a
mi esposa. Ella es forense.
—¡Qué interesante!
—Sí, muy interesante, pero sugiero si no es molestia
que Brander y yo marchemos a instalarnos en el hotel –interrumpió Boris.
—Sí, no tengo problema. Permitan que haga una llamada.
Así el conserje los esperará.
—Gracias Sebastien.
Brander.
Tal como había dicho Sebastien, el conserje del hotel
nos atendió de maravilla. Ni siquiera se extraño que solicitáramos una sola
habitación con cama matrimonial. Apenas deposité las maletas me acerqué a la
ventana. Un hermoso panorama daba la ciudad primaveral de Kirkenes. La calle
concurrida, humanos iban y venían…
—Oye Boris, ¿dónde crees que cacen los Craig?
—No tengo idea –dijo quitando ropa de la maleta.
—¿Sabes? Deseo ver a mi padre y abrazarlo. No imaginas
lo que significa para mí encontrarme con él después de tanto tiempo.
—No, no lo puedo imaginar porque no tuve padre.
Desvié la vista de la ventana y lo miré.
—Okay, veo que no estás de humor.
—Eres muy perceptivo.
—¡Ey! –me acerqué—. Tranquilo, verás que ha sido buena
idea venir.
—¿En serio lo crees? ¿O estás tratando de convencerte?
—Estoy seguro. Basta, no pensemos negativo.
Se irguió con la camiseta en la mano.
—¿Lo has visto?
—¿Qué?
—Dime si no notaste su altanería.
—¿En Sebastien? En absoluto. Me pareció agradable.
—Son ricos.
—¿Y eso qué?
—¡Vamos Brander! No seas incrédulo. Se nota que está
acostumbrado a hacer lo que le plazca. ¿No has visto con Nicolay?
—Me pareció muy dulce.
—¿Y atractivo?
—¡Vete a la mierda! Si quieres pelear no seguiré tu
juego. Voy a caminar.
Cogí mi chaqueta y salí de la habitación furioso.
Aunque dentro de mí lo entendía. Entendía sus miedos. Sin embargo venir aquí
había sido decisión de Ekaterina, y había que aceptarlo de la mejor forma.
Al salir del hotel continué avanzando por la misma
acera hacia la derecha. Durante el viaje en taxi desde el aeropuerto, pude ver
la fachada de un enorme hospital. Mi padre trabajaría allí. No creía que en
Kirkenes hubiera dos hospitales de tamaña envergadura. Así que me dirigí al
centro y allí preguntaría por la ubicación del edificio.
Kirkenes se veía colorido y con un mapa urbano muy
bien planificado. La plaza pulcra y florida. El césped recortado servía de
alfombra para grupos de jóvenes que bebían gaseosas y disfrutaban del tenue
sol. Los negocios eran variados y las vidrieras exhibían toda clase de
artículos. Desde equipos para esquiar hasta prendas de bebé. Las calles
señalizadas con la senda y semáforos en cada esquina. No había demasiados
edificios, en realidad no muy altos. Apenas de tres plantas. Sobresalía entre
ellos una edificación importante iluminada con carteles de marcas reconocidas. Imaginé que sería un shopping o alguna tienda
comercial donde además de comprar puedes beber algo y pasar el rato con tus
amigos.
Yo no tenía amigos. Bueno Boris lo había sido, hasta
que nos enamoramos. Fue difícil su conquista. Se veía huraño y estaba a la
defensiva como si nunca hubiera tratado con seres cordiales. Quizás no. Conocía
de él lo justo y necesario. Él no le gustaba hablar de su pasado. No podía
culparlo, tampoco a mí. En cambio con Ekaterina hicimos buenas migas. Y con
Olga… Pobre Olga, terminar así…
Suspiré y apreté el paso. Si lo pensaba dos veces tal
vez me arrepentiría de presentarme a mi padre. No porque me rechazara, pero
habían sido muchos años de no verlo ni tener contacto. ¿Cómo se vería?
—Disculpe, ¿podría decirme la hora?
Un señor vestido de elegante traje se detuvo
interceptándome.
Tantee el bolsillo de mi chaqueta y leí la pantalla de
mi móvil.
—Ocho y diez.
—Gracias caballero.
—De nada. Dígame, ¿el hospital de Kirkenes?
—Dos manzanas en línea recta.
—Gracias.
Continué por la acera hasta la esquina. Me detuve por
la luz del semáforo que daba paso a los vehículos. Pensé en Ivan. Hacía tiempo
no lo veía. Hubiera sido un buen amigo si nos hubiéramos visto con más
frecuencia. Pero el mayor de los hijos Gólubev era especial. Un tanto retraído
y distante. No llegaría a afirmar que elitista, pero se notaba por los poros su
orgullo de pertenecer a unos de los aquelarres más cultos y civilizados.
—¡Guapoooo!
El grito desde la ventanilla de un coche me obligó a
prestar atención.
Una chica que conducía sonreía mientras la otra dueña
del piropo me lanzaba un beso usando sus dos manos.
Sonreí y bajé la vista.
El semáforo cambió y ellas partieron no sin antes
volver a exclamar alguna frase sobre mi persona. No llegué a escucharla y
tampoco me interesaba hacerlo, sin embargo deduje que sería más fácil para un
vampiro en Kirkenes atraer a sus víctimas.
Casas de dos plantas y colores vivos se mostraron
apenas fui alejándome del centro propiamente dicho. A pesar de ser de madera
tenían un toque señorial. Algunas hasta lucían pequeños jardines cercados. La
mayoría de las construcciones parecían recién pintadas o modificadas. ¿Acaso
sería por los desastres climatológicos que habían azotado la ciudad?
Mi móvil vibró…
Boris…
Leí el mensaje.
“¿Encontraste a tu padre?”
Respondí.
“Aún no. Voy camino al hospital.”
“Suerte”.
Sonreí.
Al parecer su malhumor había decaído. Escribí un
mensaje…
“Gracias. Te amo”.
Me quedé unos segundos esperando alguna respuesta
similar. Pero conocía a Boris. No era de los que demuestran eufóricos el amor,
sino más bien de aquellos a los que tienes que adivinar que piensan y cuánto
sienten. Daba igual. Sabía cómo era y a pesar de que en demostraciones de
afecto dejaba que desear, podía jurar que me quería como nunca había querido a
nadie. Bueno… Había una excepción, Nicolay. El niño era la luz de sus ojos.
Capaz de hacerlo sentar en el suelo y ponerse a jugar con rompecabezas.
Cuando Olga murió su cariño se hizo más evidente. Él
me decía que no había cosa peor que sentirse solo a tan corta edad. Lo
expresaba con tanta convicción que seguramente habría pasado por algo similar.
Guardé el móvil y observé alrededor. Dos manzanas
había dicho el humano… Faltaba una.
Me acerqué a un carro ambulante que vendía café y
rosquillas.
—Un café, por favor.
El hombre cogió un vaso y uno de los termos de
aluminio. Volcó el líquido oscuro y mi perfecto olfato se deleitó con el aroma.
—¿Cuánto le debo?
—Dos coronas. ¿Azúcar?
—No, gracias. Aquí tiene –extraje las monedas y se las
di.
—Tenga cuidado. Está muy caliente.
—Okay… ¿El hospital está cerca?
—Allí, siga derecho al cruzar la avenida.
—Gracias.
Bebiendo sorbos de café caminé hacia mi destino. ¿Si
estaba nervioso por el encuentro? ¡Claro qué sí! ¿Y si mi padre no se
encontraba? Bueno, regresaría mañana. Sin embargo deseaba que no fuera así y
terminar con la incógnita del encuentro.
Mientras mis pasos comían la acera de baldosas grises,
pensé en Nicolay. ¿Le gustaría quedarse en la mansión por unos días? Boris y yo
lo habíamos adoptado. Era nuestro hijo ante la ley. Ekaterina estaba feliz por
saberlo a nuestro cuidado, pero ella tenía otra idea. Boris lo sabía, yo lo
sabía… Cumplir con el deseo de Olga.
Al principio notamos sus dichos como algo natural.
Cuando pierdes un ser querido deseas cumplir a raja tabla lo que anheló y no
pudo hacer en vida. Pero muy en el fondo sentimos miedo. Aunque yo no quería
demostrarlo. Uno siempre tiene temor de lo que ocurrirá si no tiene la menor
idea de los acontecimientos. Sobre todo si dependen en la totalidad de otros y
no de ti.
La fachada del gran hospital se mostró a mis ojos. La
escalera que llevaba a la entrada principal atestaba de gente que entraba y
salía. Incluso por su ropa, habría doctores reunidos en la acera. Dos
ambulancias estacionadas en un gran estacionamiento lindero. Una de ellas
partió rápido haciendo sonar la sirena.
Subí uno a uno los escalones y ante mi proximidad la
puerta de cristales se abrieron dándome paso. Me detuve echando un vistazo a la
sala principal.
—¿Va a pasar?
Una enfermera tras de mí se quejó.
—Perdón, sí…
Avancé observando alrededor.
¿A quién preguntaría sobre mi padre? Charles había
dicho que tenía un cargo importante. Pensar que era un biólogo cuando dejé de
verlo.
Un escritorio central me indicó que debía preguntar
allí. En informes. Fue en ese instante que el estómago se hizo un nudo y la
boca se me secó. Por nervios e incertidumbre, sí. Pero también por un aroma
delicioso que se mezclaba con el éter. Sangre…
Dispuesto a encontrar a mi padre a pesar de que estaba
haciéndose difícil la cercanía de tantos humanos, algún que otro herido,
continué hasta el escritorio donde una chica rubia, muy bonita explicaba acerca
de los turnos a una anciana.
De pronto, lo vi… Mi padre, era él. Inconfundible a
pesar de los años. Se acercaba por un pasillo que daba a la sala. Parecía dar
indicaciones a una enfermera. Llevaba una planilla en la mano.
Mi corazón palpitó…
Creía que llegaría al sector donde me encontraba pero
la enfermera siguió camino y él entró por una de las puertas que daba al
pasillo. Sin pensarlo dos veces fui a su encuentro.
Nunca me había sentido tan nervioso mientras acortaba
la distancia. Salvo una vez… Cuando me decidí a decirle a Boris que estaba
enamorado de él.
Una de mis manos se apoyó en el marco y con la otra
empujé la puerta…
Era una sala pequeña con una camilla y un soporte de
rayos en la pared, de esas que sirven para ver radiografías. Él tenía en sus
manos la planilla y no detectó mi presencia. Así que tuve que sacar fuerzas de
no sé dónde y hablar.
—Papá…
Él giró sobresaltado y me miró. Sus ojos como el dos
de oro y la boca abierta.
—Papá… Soy yo.
Parpadeó como si se tratara de un sueño. Lentamente
dejó la planilla sobre la camilla sin dejar de mirarme asombrado.
Mis ojos se cubrieron de lágrimas. Y lo escuché
balbucear.
—Brander… Brander…
Bajé la cabeza al tiempo que la emoción me embargaba.
Sentí las primeras lágrimas correr por mis mejillas.
—Papá… Te extrañé.
Mi cuerpo percibió el choque de su cuerpo al
abrazarme.
—¡Brander! ¡Querido! ¡Hijo querido!
Lo rodee con mis brazos tratando de no exagerar con mi
fuerza. Era más alto que yo, así que mi cabeza quedó apoyada en su hombro.
—Hijo… ¡Hijo querido! Brander… Brander por fin…
—Papá… Seis años… Seis, siete, perdí la cuenta.
Me separó para mirarme a la cara. Sonreía, sonreía y
lloraba en silencio.
Sus manos encerraron mi rostro y me contempló callado,
sin perder la sonrisa. Cubrí sus manos con las mías y también me hundí en su
mirada. Verde, tenía iris verde, como yo… antes de ser convertido.
—Brander… ¡Cuánto te pensé cada día! Y pensar que te
hubiera perdido aquel día si no hubiera sido por Sebastien. ¡Gracias a él te
tengo! Aunque haya esperado años. ¡Mírate! –me separó para contemplarme mejor—.
¡Mírate qué bien luces!
Reí y me sequé las lágrimas.
—Estoy bien, sí.
Cogió mis manos. No quería soltarme. Yo tampoco
deseaba que lo hiciera.
—Doctor –unos golpes en la puerta entreabierta nos
despertó del sueño vívido del encuentro.
—¡Por favor, ahora no! –exclamó.
—Es por la doctora McCarthy, doctor Arve —dijo la voz
de la enfermera—. Está en la morgue y lo
necesita. No se siente bien.
—¿Qué? Okay, dígale que iré en un minuto.
—Muy bien.
La enfermera no se había atrevido a abrir la puerta y
permaneció tras ella. Pero sus pasos alejándose indicaron que cumpliría la
orden.
—Hijo… —me abrazó de nuevo y reí.
—Papá, sé que tienes que hacer. No te preocupes me
quedaré en Kirkenes. Estamos en el hotel Thon, de los Craig.
—Oh, entonces nos veremos todos los días, ¿verdad?
—Claro papá. Supongo que la forense es importante para
ti, y si no se siente bien –sonreí.
—Oh… McCarthy, ella… ella es la esposa de Sebastien.
Bianca Craig.
—¿En serio? Con razón no estuvo en la reunión de
bienvenida.
—Comprenderás que debo ir.
—Por supuesto.
—¿Por qué no me esperas en el bufet? Está en planta
baja. Coges el pasillo y giras a la derecha.
—Bueno, ¿por qué no?
—Dile a quien te espera que estás con tu padre –sonrió
satisfecho.
—¿Cómo sabes tú que me esperan?
—Dijiste que estaban quedándose en el hotel. “Estamos”
es plural —guiñó un ojo.
—Cierto.
—¿Es tu pareja? ¿Se casaron?
—Sí, nos casamos.
—¡Quiero conocerla!
—Claro…
No quise desentrañar el malentendido. Creí que no era
el momento. Con otro abrazo se despidió haciéndome prometer que no me iría sin
ese café y la charla. Salió apresurado y me quedé con el corazón que comenzaba
a latir a un ritmo normal, normal para nosotros, los vampiros.
Bianca.
La observé cruzada de brazos, con su túnica negra y
larga que cubría apenas sus pies. El rostro semi oculto por la capucha, y un
gesto al parecer bastante disconforme.
—No es lo que convenimos –murmuró con esa voz pausada
y lúgubre.
—Lo sé. Debes entender que no estoy en el mejor
momento —contesté.
—No abandoné mi mundo para entenderte. Necesito llevar
al joven a su lugar de eterno descanso, y tú —su dedo largo y huesudo me señaló—,
estás complicando las cosas.
—No es mi intención. No tengo culpa de tener tu
maldito don.
Chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
—Sí la tienes. Escapaste de mis manos y te quedaste
con lo que no es tuyo.
—¡Llévatelo! Lleva tu don y termina con esto.
—No es tan fácil, querida Bianca. No puedes devolverme
el don como entregas un paquete. Deberás bajar a mi mundo a dármelo.
—No me engañas. Para bajar a tu mundo debería estar
muerta, al menos agonizando.
—¡Pero qué inteligente eres! Por supuesto. Ese día,
esa hora, deberás saber cómo escapar sin quedarte conmigo para siempre.
—¿Qué dices?
—Tranquila, por ahora no ocurrirá. Solo pido que
cumplas con lo que pactamos. Te dejo vivir sin temor y tú haces mi trabajo.
—¡Maldita sea!
—Perder la calma no te ayudará.
Como si flotara se acercó al cadáver del joven sobre
la mesa quirúrgica. Lo observó con esos ojos que brillaban y oscurecían por
instantes.
—Se suicidó –murmuró fingiendo tristeza.
—Entonces él quiso partir.
—Eso lo sé y no es el problema. ¿Verdad Abel?
–preguntó como si el joven le respondiera.
—¿Cuál es el problema? –Pregunté impaciente.
—Sus padres, se culpan uno al otro de homicidio.
Instigación, para ser exactos.
Su rostro giró unos cuarenta y cinco grados hasta que
vi su perfil cadavérico.
—¿Conoces qué ocurre cuando se acusa a alguien
inocente de homicidio? –sonrió—.Oh sí, sí conoces.
—¡Zorra!
—¡Qué agresividad! Mi nombre es Hela por si no lo
recuerdas. ¡Escucha bien! Resuelve este pequeño percance en veinticuatro horas.
No me hagas impacientar. Puedo ser muy mala enemiga. Al joven lo ata el dolor de sus padres. Resuélvelo.
Se evaporó en el aire mientras una neblina negra y
densa se diluía alrededor….
Mi respiración agitada por la rabia e impotencia duró
varios minutos. Tantee el móvil en mi bolsillo y caminé de un lado a otro
mientras buscaba el contacto de Grigorii Pretov. Esta vez tendría que ayudarme
más de lo necesario. No me sentía con fuerzas de poder llevar adelante la
investigación hasta esclarecer el suicidio. Por suerte Grigorii conocía mi don
y no tenía que explicar tanto detalle. Lo cierto que él estaba atado de pies y
manos si no aportaba algunas pruebas. Y estas siempre habían ido de mi mano.
El enamorado de Scarlet atendió mi llamado y supo
escuchar cada palabra dicha con absoluta paciencia, sin interrumpir. Solo a
punto de cortar hizo un par de preguntas necesarias. ¿Estaba dispuesta a certificar
un suicidio que podría no serlo? Sí, ya lo había hecho con Samanta Vasiliev.
Aunque ese dato no se lo dije. La segunda pregunta fue más personal… “¿Se
encuentra bien?”
No, no me sentía bien. Nadie lo estaría en mi lugar.
No le daría un hijo a Sebastien, mi padre recuperando la memoria, y el
mensajero de la muerte pisándome los talones.
Después de cortar la llamada bajo la promesa que él
solo se encargaría del caso, mi pulso pareció desaparecer. La morgue giró sobre
sí misma. A penas pude salir hasta el pasillo y avisar a Monike, la enfermera
del piso. Necesitaba a Olaf no tanto por el hecho de bajarme la presión, sino
porque necesitaba que colaborara con Pretov y hacerle las cosas más fáciles.
Cuando nuestro bondadoso director llegó a la morgue,
estaba sentada en la pequeña oficina. La planilla del joven vacía, sólo nombre,
apellido, edad. Cogí la lapicera al tiempo que Olaf se acercaba.
—Bianca, me dijeron que no te encuentras bien. ¿Qué
ocurre?
—Mi presión. Pero me siento mejor.
Él notó que escribía llenando cada casillero y las
observaciones. En silencio me contempló.
—Fue suicidio –murmuré.
Olaf giró la cabeza hacia el laboratorio.
—¿Ya lo abriste?
Me miró y volvió la vista en sentido a la camilla.
—No.
Silencio…
—Debes firmar la autopsia. Las pruebas ya se las he
pedido a la policía. No fue homicidio.
—¿Cómo lo sabes? Sus padres están acusados, por ahora
sospechosos. Se acusan mutuamente.
—Fue suicidio –repetí—. Ellos son inocentes.
Me puse de pie y extendí la hoja y la lapicera.
Él titubeó.
—Por favor Olaf, sé lo que digo.
—¿Qué pruebas tiene el hospital si no has examinado el
cuerpo? ¿Qué le diremos al fiscal?
Suspiré.
—Tranquilo, las pruebas estarán. La policía se
encargará.
—¿En serio?
—Cuando te he fallado.
—Es que… No, nunca… Pero siempre has examinado el
cuerpo.
—Debo ir a terapia intensiva. Mi padre está internado.
—¿Tu padre? Cielos... Lo cuidarán bien, no te preocupes. Puedes
abrir el cuerpo y después…
—No, necesito estar cerca de mi padre. Parece haber
recuperado parte de la memoria y me urge hacerle algunas preguntas.
—¿Tan urgentes son las respuestas?
—Sí.
—No saldrá del hospital sin autorización, si a eso le
temes.
—Olaf –me crucé de brazos mientras el leía lo escrito
con evidente asombro—, mi padre salió de un psiquiátrico y dudo que le hayan
dado permiso, cuanto más de un hospital común.
—Reforzaré la guardia, si lo deseas.
—Necesito hablar con él cuanto antes, por favor.
—Escucha, no puedo tener problemas con la justicia,
menos ahora… ¿Sabes? Mi hijo está en el bufet. Vino a verme…
—¿Tu hijo? Oh… Los errantes… Disculpa, me alegro por
ti. Sin embargo confía en que no tendrás problemas.
—Bianca, ¿cómo sabes que fue suicidio?
Quedé muda, inmóvil. ¿Qué decir? ¿Tengo un personaje
tétrico del submundo que me visita a menudo? No…
—Confía en mí –repetí.
Asintió con la cabeza lentamente. Apoyó la hoja en el
escritorio, y firmó.
Brander.
Después de comprar agua mineral me senté en la mesa
más cercana a la puerta. El bufet no era muy amplio pero suficiente para que
los profesionales tuvieran un rato de esparcimiento mientras daban parte de sus
horas a los enfermos.
Un grupo de doctores conversaban en una mesa alejada.
Mi fino oído no se perdía nada de la charla amistosa y añoré estar entre ellos.
Se notaban entusiasmados por el logro de una intervención de corazón. El órgano
para trasplante había llegado a término y ahora festejaban la recuperación de
una vida. Por lo que escuché, era un niño. El dador… había sido un niño
también. Ellos, los médicos, habían sido los artesanos de convertir la muerte
en vida.
Me hubiera gustado ser cirujano, aunque prefería el
estudio de la sangre, como mi padre. Ahora tenía un motivo más para desear
aprender. Era un vampiro, con todos los secretos que la genética implicaba.
¿Sabrían los Craig cómo se originaron?
Durante años pasé leyendo material sobre genética.
Pero los científicos humanos ignoraban que había mucho por conocer, y que el
descubrimiento los llevaría a tirar abajo muchas de sus teorías irrefutables.
Ahora con mi documento podría regresar a la
Universidad. ¿Qué opinaría Boris? ¿Aceptaría verme reunido con tanto humano
bien parecido? Arquee una ceja. Sería cuestión de intentar.
—Hijo.
Alcé la vista y lo vi.
—Papá, ¿quieres beber algo?
Sonrió.
—En realidad no comí nada desde hoy a la mañana pero
siento que en este instante no podría probar bocado.
—¿Por mí? –devolví la sonrisa.
—Bueno, sí… en parte.
—¿Y qué te quitó el apetito?
—Rutina, hijo –se alejó hacía el mostrador—. Volveré
con un café con leche. No te vayas.
Reí.
—¡Claro qué no!
Volqué lo último de la botella en el vaso y volví a
mirar aquel grupo de doctores. Un par se puso de pie y una doctora dio un beso
en los labios a un colega con total naturalidad. Sí, ¿por qué debían
esconderse? No había razón para la sociedad. Salvo que estuvieran casados con
terceros a la relación. Entonces sí, lo normal sería apuntarlos con el dedo
inquisidor. ¿Verdad?
Mis ojos se clavaron en la silueta de mi padre. Estaba
de espaldas y conversaba con la empleada de la cafetería mientras esta preparaba
su pedido.
¿Cómo tomaría mi padre el hecho que fuera gay? Si bien
había escapado por la tangente hace tan solo una hora, no podía ocultar mucho
tiempo la verdad. En realidad no quería hacerlo. Ni Boris ni yo lo merecíamos.
Cuando regresó con un vaso de rebosante espuma, se
sentó frente a mí y me cogió la mano.
—¡No imaginas lo que te he extrañado!
—También yo.
Apreté su mano con ternura.
—Ahora estamos juntos y no nos separaremos, ¿verdad?
¿Sebastien está de acuerdo que se queden?
—Sí, no te preocupes.
De inmediato noté a tres doctores observar de reojo y
cuchichear. Mi padre lo notó y giró desde su posición para mirarlos sin
disimulo.
—¡Doctora Dietrich! –llamó—. Acérquese, quiero presentarle a mi hijo, Brander.
Ella abrió la boca y sonrió. Se puso de pie seguida de
otro médico.
—¡Director! No sabía que tenía un hijo tan apuesto.
Me puse de pie y extendí la mano que estrechó.
El otro profesional también saludó y palmeó la espalda
de mi padre.
—¡Arve! ¡Es una buena noticia para mí! Siempre te veo
tan solo.
—Es que vivía en otra ciudad. En Moscú.
—En Ekaterimburgo –rectifiqué.
—Un gusto, doctor Aiberg.
—El gusto es mío.
—Los doctores son eminencias.
—Por favor director –se sonrojó ella.
—Por supuesto que sí. La doctora es especialista en
trasplantes con una larga carrera de éxitos. Y el doctor es cirujano
cardiovascular y profesor de la Universidad. Tiene tres cátedras a su nombre.
—Gracias Arve. Bueno… los dejamos para que hablen
tranquilos.
—Cierto, aprovechen el tiempo –acotó ella. Se acercó para
hablar discreta—. Y disculpe si me sorprendí. Pensamos…
—Sí, lo imagino, ¡malpensados! –rio mi padre.
Bajé la vista… ¿Malpensados era una crítica? ¿Imaginar
que un hombre podría enamorarse de otro era algo terrible? ¿Era como insultarlo
en pleno siglo XXI? Sí, para algunos aún funcionaba así.
Cuando los doctores nos dejaron solos, no pude
sentirme feliz a pesar de tener a mi padre conmigo. Ser gay me pesaba
demasiado. No por mí, sino por quien me había dado todo desde que nací. ¿Cuánto
podría afectarle que fuera diferente? ¿Podría él cargar con el peso de la
discriminación? ¿O solo le bastaría verme feliz?
—¡Ey! Te noto pensativo y triste. ¿Por qué?
Levanté la vista y lo miré.
—No es nada. Estoy cansado del viaje, eso es todo.
—Es lógico. ¿Y ella? ¿La has dejado en el hotel? ¡Qué
desconsiderado, hijo! ¿Por qué no la has traído contigo? ¿Cuándo la conoceré?
Era el momento de decirle, “no papá, es lo conocerás,
no es ella. Es él. Me enamoré de un macho vampiro”. Pero callé. Sí… Callé como
el peor cobarde de la tierra. Y dolía…
—Pronto –balbucee.
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Camino al hotel no logré sentirme mejor. Algo escosaba
mi corazón. Al menos no lo había negado tres veces como Pedro a Jesús según la
religión. Sin embargo dos… Sí dos veces había negado a Boris.
Cuando mi pareja me vio entrar a la habitación, se
apartó de la ventana.
—¿Viste a tu padre? ¿Qué te dijo? ¿Estaba feliz?
—Sí –sonreí y me quité la chaqueta.
—Cuenta, ¿cuándo lo conoceré?
—Bueno… supongo que pronto.
Sus ojos púrpura me miraron dubitativos.
—¿Me nombraste? ¿Sabe lo nuestro?
Carraspee temeroso. Pero ya había mentido bastante en
el día.
—No le dije lo nuestro.
Se quedó mirándome perplejo.
—¿Tuviste vergüenza de mí?
—¡No! No fue vergüenza. Es que es muy pronto y quiero ir despacio.
¿Entiendes?
Negó con la cabeza.
—No, no entiendo.
—Es difícil explicarte que la vida en sociedad tiene
reglas, aunque muchas ya son vetustas.
—¿Cómo soy salvaje no entenderé? Sí, lo entenderé
perfectamente. Sé cómo se comportan los humanos. Etiquetando a las personas.
Recuerda que soy ignorante pero trabajé con ellos. Sé cómo piensan. Pero tú… Tú
eres diferente para mí aunque no hayas nacido de mi raza. ¿O lo creía así?
—Boris, no te negué. Solo estoy esperando el momento
apropiado, créeme.
Se acercó lentamente sin dejar de mirarme.
Bajé la vista.
—¿Recuerdas? No eres vampiro puro. Te convertiste.
Eras de otra raza. Pero a mí nunca me importó.
—Boris… Tampoco me importó que no fueras de origen
humano –lo miré.
Sonrió con tristeza.
—Estabas rodeado de vampiros. Eran mayoría. No tenías
mucha opción.
Extendí la mano para tocar su pecho pero él dio un
paso atrás.
—No, no me toques. Me harás sentir más miserable de lo que me
siento.
—Por favor, te pido un tiempo.
—Lo tienes. Esperaré. Ahora soy yo el que no tengo opción.
Me encanta Brander y me quede intrigada ojala Bianca resuelva el caso
ResponderEliminar¡Hola mi sol! A mi también me gusta es muy tierno además. Bianca... Bianca dará que hablar, para bien o mal, eso lo decidirán ustedes. Un besote y muchas gracias por comentar!! Buena semana Ju!
EliminarMe quede intrigada con el caso de Bianca hay algo raro...y ese bombon de Branden esta para comerselo jajaja...gracias Lou!!!
ResponderEliminar¡Hola Lau! Gracias por comentar!! Sí, vas por buen camino. Bianca es el centro en este libro... Y Branden uf qué lindo es! Jajajaja. Veremos que pasa... Un besazo nena y buena semana.
Eliminarsaludos,,querida amiga,,,
ResponderEliminarUn abrazo querido amigo. ¡Que tengas buena semana!
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