Saga para + 18

Iris púrpura es el cuarto libro de la saga Los Craig. Para comprender la historia y conocer los personajes es necesario partir de la lectura de Los ojos de Douglas Craig.

La saga es de género romántico paranormal. El blog contiene escenas de sexo y lenguaje adulto.

Si deseas comunicarte conmigo por dudas o pedido de archivos escribe a mi mail. Lou.


viernes, 2 de septiembre de 2016


¡Holaa! Aquí he llegado para dejarles un capi un poco largo. No podía cortarles la escena. Ármense de paciencia porque sé que querrán llegar al final.


La primera parte corresponde al dialogo de Sebastien y Grigorii y un pedido muy particular pero que esconde buenas razones. La segunda parte es la primera perspectiva de esta señorita tan misteriosa que ya han conocido un poco. Espero les guste el capi y lo acompañen con un rico café.


Besos, y gracias aquellos fans de los Craig que me hacen llegar su cariño. Lou.


Capítulo 7
Por amor.


Sebastien.


Avancé por el pasillo ancho de paredes grises. La claridad solar de comienzos de diciembre era mínima, pero aunque el sol brillara a pleno como mediodía de verano, el astro rey jamás hubiera podido colar sus rayos en ese lugar. Los calabozos de la comisaría no eran muchos. Quizás diez o doce. La luz artificial de las bombillas apenas daba iluminación suficiente para distinguir rostros pero cumplía el objetivo primordial. El de hacerte recordar que no estabas aquí por ningún premio, sino por portarte mal.


¿Petrov se había portado mal? No, aparentemente el mismo comisario y un oficial llamado “Vikingo” me habían asegurado que clase de persona era el enamorado de mi hermana.


Había solicitado ver a Petrov. Al principio se me negó. Petrov estaba incomunicado y solo Scarlet por ser oficial había tenido ese privilegio. Sin embargo, si yo era el potentado que iba a pagar por su fianza y ser responsable tenía derecho a estar seguro y lo mínimo era permitirme hablar con él.
Eché un vistazo a mi izquierda y me detuve al ver la celda ocupada. Un hombre parecía dormitar en una cama vestido con un pantalón de gimnasia gris oscuro. Me acerqué a la reja e incliné el rostro para divisar los rasgos de aquel rostro que miraba fijamente el techo.
Como si hubiera notado mi presencia aunque fui sigiloso, levantó la cabeza y me miró. Unos ojos oscuros me observaron con curiosidad. Tenía barba negra y el cabello le llegaba a los hombros. Se levantó de la cama y preguntó con súplica…

-¿Es usted mi abogado?

Negué con la cabeza.


-Busco a Grigorii.
No quise llamarlo por el apellido. Siendo oficial entendí que no debería ser bienvenido entre los reos comunes.


-No sé quién mierda es –protestó, y volvió a acostarse.
Retomé el recorrido no sin antes observar al oficial a comienzos del pasillo. De pie, firme, era el encargado de custodiar el orden en las celdas y por consiguiente el húmedo sitio.

Hacía frío en el lugar. Un viejo y gran radiador que colgaba a pocos centímetros del techo no daba el suficiente calor para que el ambiente fuera agradable. Aunque era probable que si no hubiera estado allí, los presos hubieran muerto por hipotermia.


El oficial que debió adivinar a quién buscaba, me señaló con el índice hacia el fondo del pasillo.
-La última –agregó.
-Gracias.

Seguí camino ya sin prestar atención a las otras celdas hasta llegar a la última.

Me acerqué a los barrotes y lo vi...


Petrov estaba acostado de cara al techo y uno de sus brazos cruzaba el rostro cubriendo parte de la cara. Estaba vestido con jeans y tenía puesto la cazadora de cuero que llevaba siempre.
Levantó la cabeza y me miró. De un salto se sentó en la cama sin separar la mirada de mí.

-Craig, ¿qué hace aquí?


Lo observé mientras se ponía de pie y se acercaba a la reja. Se notaba demacrado y ojeroso. El rictus de desagrado por verme allí no ayudó mucho.
-Imaginé que le sorprendería mi visita, Petrov.
-¿Scarlet está bien?
-Sí. Preocupada por usted.
-Lo siento mucho. No quisiera que sufriera por mí.
-Yo tampoco… -eché un vistazo alrededor del interior de la celda-. ¿Lo tratan bien aquí?

Sonrió con ironía.


-Sí, como en el Sheraton hotel.
-Me refería que usted tendría que tener privilegios, sabemos el porqué -dije en voz baja.
-Los privilegios aquí se pagan caro, señor Craig. Es la ley. Otra ley.
-Lo imagino…

Me miró fijo.

-Tiene un color muy extraño de ojos, señor Craig. ¿De quién lo ha heredado?


Sonreí y metí mis manos en los bolsillos del grueso abrigo.
-De mi padre. ¿Nunca ha visto ojos grises?
-No de ese tono.


Arquee una ceja.


-Supondrá que no he venido aquí para discutir mis genes.
-Correcto. ¿A qué ha venido? ¿A burlarse de mí?
-¿Por qué lo haría?


Rio con sarcasmo.


-Digamos que no me tiene precisamente simpatía. Sé que no me perdona el haberle llevado la noticia errónea de su mujer fallecida. Pero créame que estaba seguro cuando fui hasta su casa, y que no me fue fácil darle la noticia que aseguraba.
-Se equivoca, Petrov. No guardo rencor de ese mal momento que me ha hecho pasar. Creo que usted y yo simplemente no congeniamos energías.
-¿Le molesta la policía?
-Me molesta la gente entrometida.


Respiró profundo apoyado en las barras horizontales de la reja.


-Repito, ¿a qué se ha molestado hasta aquí? Sus costosas ropas podrían ensuciarse en este antro.


Sonreí.


-No se preocupe. Puedo pagar tintorería lo que se me plazca.
-Claro…
-He llegado hasta aquí para ofrecerle pagar la fianza.


En ese instante quité de mi bolsillo el cheque suculento. Lo giré de un movimiento para que quedara la cifra de cara a él.


Se asombró al leer el cheque. Después me miró.


-Cójalo. Es suyo. A no ser que prefiera que se lo entregue directamente al comisario.


Volvió a mirarme fijo.


-¿Es un chiste de mal gusto?
-De ninguna forma. Véalo. Tiene mi firma y la firma del banco. ¿Cree que me molestaría por algo así?
-No sé. Los ricos son tan caprichosos y soberbios.


Sonreí.


-Curiosa acotación. Entre usted y yo finalmente podemos destacar quien de los dos es el prejuicioso.


Bajó la vista.


-Vamos, cójalo –lo extendí-. Lo único que tendré como condición no es difícil de cumplir.


Levantó la vista y me observó expectante.


-¿Desea que no lo moleste más, haga lo que haga?
-No, no le pediría imposibles. Es policía y además investigador. Sé que no aceptaría. Mi pedido es más sencillo.
-¿Qué?
-Quiero que deje a Scarlet en paz. Tendrá que apartarse de ella y olvidar que alguna vez pensó que podía llegar a algo serio. Usted abandona la conquista de mi hermana y el cheque es suyo.


En segundos sus ojos se encolerizaron y de un manotazo me arrebató el cheque.


Lo segundo que escuché y vi fue el rasgado del papel en varios pedazos y estos volando sobre mi cara.


-Lárguese Craig. Váyase con la insatisfacción de no haber podido comprar con su puto dinero mis sentimientos.
-No comprende –titubee.


En verdad no esperaba esa reacción de él. De lo contrario, si hubiera estado seguro no lo hubiera puesto a prueba.


-¡Lárguese Craig! ¡Guardiaaaa!
-Su hermana quedará a la deriva. ¿Cuántos años piensa que le van a dar?
-Me arreglaré de todos modos. ¡Soy inocente! Y si muero en el intento al menos me iré con el honor de no haber negado a la mujer que amo. ¡Lárguesé!
-¿Podría escuchar dos minutos?
-Ningún minuto, señor Craig. Ni mi amor ni mi tiempo tienen precio. Podrá comprar hasta el palacio de Mónaco, el mismo Mar de Barents quizás, pero lo que siento por Scarlet jamás.


Lo miré serio.


-Pagaré la fianza.
-¡No voy a ceder! ¡No pierda tiempo!
-Pagaré igual. Lo que ha salido de su boca es lo único que deseaba escuchar.


Arqueó la ceja y su rostro dibujó el desconcierto. Sus puños se cerraron con fuerza en los barrotes.


-¿Me puso a prueba, cretino? ¿Solo por saber si estoy con ella por amor? Usted y yo somos tan diferentes. ¡Por supuesto que estoy por amor a ella!
-Se equivoca –dije, alejándome para retomar el pasillo-. Usted y yo en eso somos iguales. También estoy aquí por amor a ella.


……………………………………………………………………..


Cuando entré a la oficina del comisario el tal Vikingo me abrió la puerta. Ambos lucían un tanto nerviosos y expectantes a mi charla con Petrov.


-Señor Craig, coja asiento.
-No, gracias. No tardaré mucho en retirarme. Tengo otras cosas que hacer.
-¿Qué ha resuelto, señor Craig? ¿Pagará la fianza de mi amigo? –preguntó el oficial.
-Por favor, Hakon, deja al señor Craig. No lo hostigues.
-Lo siento.


Lo miré.


-Sí, dejaré el cheque en las manos de usted, comisario. No tengo idea que trámite lleva la libertad de Petrov.
-No se preocupe, yo me encargo. El único inconveniente que el trámite no es de inmediato. Todo lleva un proceso.
-Entiendo. ¿Y cuánto tiempo pasará para que Petrov salga a la calle?
-Calculo menos de un mes. El conflicto involucra a las Fuerzas Policiales. El que falleció fue un oficial.
-Sí, me lo ha dicho Scarlet. También me dijo la calaña que tenían trabajando aquí.
-Es cierto. Quizás el apuro por encontrar personal después de las catástrofes. Las heladas primero, después la inundación…
-Deberían tener más cuidado, comisario.
-Sí… Lo haremos… A propósito. Lo felicito por su hermana. Es una excelente integrante de la Fuerza. ¿Le ha contado la gran hazaña de la toma de rehén?


Lo miré mientras firmaba el nuevo cheque.


-Créame que me encantaría escucharla pero debo irme. En cuanto vea a Scarlet le pediré que me cuente –y murmuré muy bajo-. Si es que no me asesina antes.


Al salir el oficial rubio me acompañó hasta la puerta. A mitad de camino hizo un gesto de dolor y se apoyó en la pared.


-¿Qué le ocurre?
-No es nada. El dolor ha aumentado… -respiró profundo con la mano en el abdomen-. Creo que es un comienzo de apendicitis.
-¿Cómo lo sabe?
-Mi hermana era enfermera y la verdad que aprendí mucho con ella –rio-. Es el mal de todo aquel que tiene un estudioso de la medicina cerca. Nos creemos médicos.
-¿Ha ido a hacerse ver?
-Iré esta noche. Antes debo pasar por la casa de Grigorii y dejar provisiones a Anne, su hermana. Lo haré cuando termine mi ronda.
-Yo que usted no esperaría. Puede convertirse en una peritonitis y ser mortal.
-Lo sé…


Se incorporó y respiró otra vez profundo.


-No puedo dejarla sola.
-Tengo entendido por Scarlet que no tiene contacto con hombres debido a un trauma. ¿Con usted lo tiene?
-No… -respiró otra vez con cierto gesto de dolor-. Le dejo en la puerta las provisiones y me retiro. Le aviso que quedan allí para cuando ella se anime abrir la puerta y cogerlos.
-Vaya… Debe apreciar a Petrov para ese sacrificio.
-Lo quiero mucho. Es mi gran amigo. Le aseguro que es un excelente hombre. Si es que tiene dudas, señor Craig. Es como usted salvando la distancia. Ustedes los Craig son personas de bien. Lo sé por mi hermana. Ella los quería mucho.
-¿Su hermana?
-Susan Hakon. Trabajó mucho tiempo junto al director Arve. Ella organizaba las transfusiones de su chico.
-Ah… Sí… Ya la ubico. Bueno… Me despido –extendí la mano-. Tenga cuidado con ese dolor. No demore la consulta.
-Lo haré. Después de llevarle a Anne provisiones, lo haré… Señor Craig…


Giré y me detuve a mirarlo.


-Grigorii es una buena persona y ama a Scarlet. Haría cualquier cosa por ella.


Asentí levemente.


-Podría ser… En cuanto hacer cualquier cosa permítame quedarme con la duda.
-Lo sé el abanico de opciones es amplio.
-No se imagina cuanto.


………………………………………………………………………


Apenas salí de la comisaría me dirigí al hospital a ver a Bianca. No habíamos quedado muy bien después de nuestra última discusión.


Al entrar en la morgue la vi en el pequeño laboratorio sentada. Observaba la pantalla de un ordenador. Su silueta perfecta, sentada, erguida. Su cabello negro recogido enmarcaba ese delicioso perfil.


Levantó la vista y me miró. Me quedé de pie junto a las puertas de acero.


-Sebastien… No creo que la morgue sea un lugar que te agrade visitar. Por suerte será un sitio que no tendrás que pisar, al menos en miles de años.
-Muy graciosa. Es bueno que conserves el sentido del humor. ¿Eso juega a mi favor?
-Depende del motivo por el que has venido.
-Pedirte disculpas.
-Adelante…
-¿No contaminaré?


Echó un vistazo a su derecha donde el ambiente se dividía por otra puerta y derivaba en uno más grande y señaló con la cabeza.


-No hay cadáveres fuera. Y vendrán a desinfectar en diez minutos.


Di unos pasos y me asomé por la puerta derecha.


-¿Los guardan allí?
-Al fondo. Esa es como la sala de operaciones. ¿Ves la camilla?
-Ajá.
-Has estado aquí varias veces.
-Pero nunca he tenido tiempo de estudiar tu lugar de trabajo. Me gusta saber dónde pasas la mayor parte del día o la noche… Hay tantas cosas que no sé aún de ti.
-Es cierto… ¿Y quieres empezar por conocer mi lugar de trabajo?
-Por algo se empieza.

Se puso de pie y caminó hacia mí.


-¿Y qué más quieres saber?


Se recostó en la pared con los brazos cruzados.


-No sé… Me gustaría saber por qué elegiste esta profesión. Qué fue lo que dejaste en el camino y renunciaste para llegar a ser la fabulosa forense que eres.


Arqueó la ceja y su mirada se perdió en algún punto indefinido.


-Renunciar… No mucho… Horas con amigos, horas con mi familia, horas de dispersión… Tiempo sí… He relegado parte de mi tiempo.


La miré.


-Pero ahora el tiempo no te preocupa, ¿verdad?


Hizo un gesto dubitativo.


-Sí, me preocupa. Sobre todo después de la discusión que hemos tenido… Me hizo pensar… que… si bien no moriré mañana mismo… Tú… Tú podrías cansarte de mí.
-Eso nunca ocurrirá.
-¿Cómo lo sabes? El amor no es algo que como objeto lo puedes retener con cadenas. Un día te despiertas y ya no amas.
-No sucederá conmigo.
-¿Por qué no?
-Pues… ¡Por qué no!
-No es una respuesta de un ser inteligente. Vamos, ¿dime por qué no?
-Porque no viviría ni un segundo sin ti. Y si para eso debo ahogar mi deseo de ser padre otra vez, lo haré. Nada es más importante que tenerte a mi lado.


Sonrió.


-Yo nunca dije que no quería ser madre. No me dejaste hablar.
-Lo sé… Perdóname.


La atraje hacia mí y la abracé.


-No sabes lo que me cuesta estar enojado contigo.


Rio contra mi pecho.


-Lo disimula muy bien, señor Craig.


La cogí de la barbilla y la miré.


-Prometo no tocar el tema hasta que tú decidas.
-Lo decidiremos entre los dos. Y sí, te perdono…


Nos besamos con esos deseos que nacían en el fondo de nuestros corazones. Si debía esperar, lo haría. ¿Qué no haría por ella?


Después que nuestros labios quedaron hinchados de tantos besos y Bianca desechó la idea de hacer el amor en la morgue, conté a duras penas mi hazaña en la comisaría. Al principio abrió la boca asombrada, enarcó las cejas con enojo, pero después entendió el motivo.


-Scarlet se enfadará cuando se entere, Sebastien.


Las puertas se abrieron de un empujón.


-¡Eres un patán!


Scarlet de pie me miraba furiosa.


-Ya se enteró –murmuré.


-Escucha Scarlet. Puedo explicarlo.


-Más vale que quiero una explicación para un acto de tal crueldad.


Bianca se interpuso al ver que mi hermana avanzaba.


-Deben hablar tranquilos, esto es una morgue, no lo olviden.
-¿No digas, querida? ¿Tienes miedo que despierte a los muertos?
-Calma Scarlet, deja que Sebastien te explique.
-¿Tú lo sabías?
-Me he enterado hace unos minutos. Creo que no fue mala idea después de todo.
-¿Eso crees? Es tu marido y lo defiendes. Cuestión que entiendo perfectamente pero por favor no te metas. Es un cretino.
-Scarlet, no puedo permitir que Petrov entre en nuestra casa sin saber las intenciones.
-¿Qué intenciones puede tener Grigorii? ¡Desgraciado!
-Eres rica, Scarlet. No te imaginas la cantidad de “busca fortunas” que hay por el mundo.
-Grigorii no es uno de esos.
-Ahora lo sé. Sin embargo antes no lo sabía y no hubiera tenido forma de saberlo.
-¡Qué ocurrente! ¿Has pensado escribir para Hollywood? Te iría muy bien.
-Escucha… Solo lo puse a prueba.
-Lo humillaste.
-Él tiene esos prejuicios con los ricos.
-Será porque se ha encontrado seres como tú.
-Por favor… entiende… Pensé en ti.
-¡Gracias! Lo escribiré en el epitafio de tu lápida.
-¡Ay por favor! No hablen de muertos en este lugar –exclamó Bianca.


Ambos la miramos.


-Bueno, ya sé que es la morgue pero… ¡Yo me entiendo!


Miré a Scarlet y volví a mi defensa.


-¡Dime! ¿Qué quieres hacer? ¿Seguir tu vida junto a él revolcándote en las esquinas y que jamás pueda formalizar ni saber de nosotros?


Achinó los ojos.


-¿Quieres decir que como has puesto a prueba a Grigorii lo dejarás entrar a casa?


Dudé y ambas me miraron fijo.


-Sí, sí, okay. Puede entrar y visitarte todo lo que quiera.


Sonrió dudando.


-¿No es una trampa?
-No… Sin embargo…
-¡Ah, yo sabía!
-Aguarda… Lo que quiero decir que aunque esté enamorado de ti… No significa que tendremos que ser cuidadosos con nuestro secreto. ¿Eso lo sabes?
-No soy tonta.
-¿Y qué crees que hará cuando lo sepa, Scarlet? –preguntó Bianca apenada.
-No puedo adivinarlo… Yo… Conozco a Grigorii pero… su sed de justicia y su rectitud… No lo sé…
-Okay –murmuré-. Lo haremos poco a poco. ¿Te parece bien?
Asintió.

-Ahora, las invito a las dos a beber algo en el hotel.

Scarlet encogió los hombros y cruzó los brazos a la altura del pecho.


-No sé si te perdono. Estoy enojada aún.


Sonreí.


-Sabes que te amo. Además yo que tú ahorraría energía para soportar lo que dirá tu otro hermano cuando le digas que te has puesto de novia.
-Es pan comido.
-¿En serio? –reí.
-Bueno… Pediré ayuda a Liz.
-¿Y al ejército?
-Bastará con Liz.
-Si tú lo dices.


Anoushka.


Caminé alrededor de quince minutos desde la Plaza Roja hasta Kitai Gorod, barrio que me vio nacer y crecer. A medida que me alejaba del gran monumento que era el Kremlin y de la Catedral de San Basilio, las diferencias entre las personas que transitábamos por la acera se hacían cada vez más profundas.

Por supuesto, el centro de Moscú mantenía ese glamour de toda capital europea con personas elegantemente vestidas, coches lujosos, y calles cuidadas. Sin embargo en cuanto te alejabas hacia la periferia no todo era opulencia.

Acomodé mi gorra de lana y eché un último vistazo hacia lo lejos. Aún pude distinguir esos gigantes de acero símbolos de orgullo y ambición. Las siete hermanas se levantaban como paradoja del socialismo desde la época de Stalin. El complejo de rascacielos estaba formado por la Universidad Estatal, el Ministerio de Relaciones Exteriores, el edificio de la Plaza de la Puerta Roja, dos hoteles, y dos edificios de apartamentos. Allí, en uno de esos rascacielos, vivía Dimitri Gólubev. Para cualquier ser, un nombre con apellido prestigioso. Para mí, el vampiro que me había robado el corazón.

¿Cómo conocía su verdadera naturaleza? Porque él mismo me lo había confesado. Sí… Esa última noche que nos vimos… confió en mí.


Hizo bien. Nunca delataría ni traicionaría nuestro amor. Nadie lo supo y nadie lo sabría jamás.
Dos años… Dos años transcurrieron desde aquella noche. Día a día recordando su rostro sonriente y su humor fantástico. El sonido vibrante de su voz en mi oído mientras me decía palabras dulces. Las caricias en mi piel abriendo surcos de sensaciones que no había vivido antes.
Pero él se fue, desapareció como huyen los ladrones. Y sí, era un ladrón… Me había robado el corazón impunemente solo con la breve explicación del “ya no podemos estar juntos”.

Aunque le dije, “Dimitri, guardaré el secreto”. Aunque le supliqué, “intentémoslo, podría funcionar”. Sin embargo a pesar de haberse arriesgado a confesar que era un vampiro, no pudo arriesgarse a vivir junto a mí. ¿Era su miedo a asesinarme en busca de saciarse? No… él lo había dejado en claro al no terminar con mi vida después de hacer el amor. Dimitri podía contenerse. ¿Entonces, por qué?

Confieso que me impactó saber que no era humano. Cómo no asombrarse de algo que no ven los ojos cotidianamente. Pero yo lo vi. Vi sus ojos cambiar del púrpura al rojo profundo, sus músculos marcarse mucho más de lo que solía lucir, y sus colmillos aflorando poco antes de derramarse dentro de mí.


¿Si me dio miedo? No… A pocas cosas y hechos le tenía miedo. Mi vida no había sido nada fácil. Huérfana desde los doce años, me quedé a cargo de mi abuelo ciego y debí salir a trabajar. Miedo a mi vampiro no… Miedo podía llegar a tener de la hambruna siniestra que recorría las calles, del cruel frío invernal que mataba a los más débiles y desprovistos de hogar. Pero a vampiros no.

Crucé la calle dejando atrás el centro de Moscú. Aún tenía mi corazón en un puño desde hace días. Nunca imaginé que el destino me daría tamaña sorpresa. Yo, frente a las puertas del hogar de los Gólubev, del escondite de Drácula y su familia. ¿Y ahora? ¿Regresaría una noche y aguardaría en la puerta del lujoso rascacielos por si lo veía llegar? No… ¿Y si él no deseaba verme? ¿Sí me había olvidado? Era obvio que ni quería verme y me había olvidado porque él conocía donde vivía.

El dolor en el pecho se agudizó. Dimitri… ¿Cómo arrancarte de mi alma? ¿Cómo lograr merecerte? Ahora sabía que además de ser vampiro pertenecías a la burguesía. Observé automáticamente mi atuendo… Cierto… Imposible que estuviéramos juntos. No por él. Estaba segura que Dimitri era sencillo y jamás le importaría la pobreza, pero su familia…


Su madre, su hermana, damas de sociedad. Sus ropas costosas, el coche de lujo con el chofer, los paquetes de compras…Dimitri no habría querido que me humillaran, quizás.


Cogí la calle angosta de la izquierda y comencé apresurar el paso. La noche caería en poco tiempo y el frío se haría más crudo. Llevaba abrigo y guantes pero para diciembre no era suficiente. Deseaba llegar a casa y encender el brasero y calentar mis pies entumecidos. Sin embargo antes debía pasar por la panadería del viejo Krotov. Él me guardaba el pan fresco que no se había vendido en el día y lo cobraba a menor precio. Decía que ya no lo iban a comprar y dejarlo a un precio más bajo era negocio para los dos.


Respiré profundo… La voz de Dimitri resonó en mi cabeza…


“Anoushka, eres tan bella y tan dulce. ¡Cómo me has enamorado, cariño! Cada molécula de mi cuerpo está pendiente de ti. Amo tus ojos oscuros, tu cabello azabache cayendo como cascada, tu sonrisa perfecta. Mis manos duelen cada vez que no pueden tocarte…”


¿Dónde habían ido las palabras de amor de mi vampiro? ¿Qué hace una mujer cuando queda vacía de palabras de amor que ya no escuchará de la boca amada? ¿Retoma su vida como si él no existiera? ¿O queda estática en el mismo tiempo y espacio desde que él la abandonó? No sabía si algún día mi vida daría un giro y volvería a enamorarme, pero no mientras Dimitri ocupara mi mente. Hacía dos años que no dejaba de pensar en él con la misma intensidad y estaba perdiendo la esperanza de poder hallar alguien a quien amar y que me correspondiera.


Con mis veinticuatro años no podía alegar que no era joven. Quizás era fatalista por haber sufrido tanto por amor. Lo cierto que no llevaba una vida social como otras chicas de mi edad. Mis horas debía ocuparlas en trabajar, hacer las tareas de casa, leer una hora a la noche para cultivarme y distraerme, y dormir. Sobre todo dormir seis horas para poder tener energías y enfrentar el día siguiente.


La última manzana por recorrer no me hacía mucha gracia. Era temprano y habría personas transitando. Vecinos no muy amables. Mi barrio, Kitai Gorod, era un rincón de la ciudad muy particular. En el siglo XI estaba rodeado por murallas de troncos que servían como defensa, tiempo después se construyó el muro Kitaigorodskaya.


En el callejón Málaya a tres construcciones de mi casa, se encuentra un convento famoso por sus leyendas. Había funcionado como cárcel de mujeres y había muchas habladurías sobre su escalofriante horno. Los vecinos creían en fantasmas y en mala vibra. No podía culparlos, yo creía en vampiros.


Por supuesto, no es nada gracioso si tu familia o tú eres parte de algún mito macabro. Lamentablemente mi casa de gruesas y altas paredes húmedas y agrietadas, con habitaciones amplias y heladas donde los pasos resonaban por el eco, tenía una historia negra a cuestas. Una maldición que arrastraba del siglo pasado, cuando el pueblo bolchevique se alzó contra los zares.


Antes de llegar a mi hogar, dos mujeres caminaban en sentido contrario a mí. Una de ellas bajo la vista, la otra me miró por unos segundos y se persignó. Un hombre que caminaba apresurado tras ellas en cuanto me vio cruzó la calle hacia la acera del frente.


Bufé.


¡Qué idiotas!


Dos perros callejeros se acercaron moviendo la cola.


-Hola –sonreí.


Ambos acompañaron mi andar hasta el mismo umbral de mi casa. Metí la mano en la bolsa y saque dos panecillos tibios. Los perros no tienen miedo a los fantasmas, ni tampoco creen en negras historias.


-Aquí tienen.


Me regocijé viéndolos comer con entusiasmo. Eché un vistazo al recipiente con agua que dejaba todas las mañanas para ellos. Aún tenía agua.


El gato negro que estaba sentado en la ventana, observando cómo esfinge cada uno de mis movimientos, maulló.


-Hola Coco –me acerqué y lo acaricié-. Para ti también hay, pero no pan. Puede hacerte daño. Después de cenar te daré atún, ¿te gusta?


El gato dio un maullido y se desperezó arqueándose con la elegancia propia de un felino. Al sentarse junto al marco su cola dibujó un signo de interrogación.


Lo acaricié… Estaba muy triste por Dimitri… Yo también tenía interrogantes en mi mente y el dibujo de su cola pareció una burla a mis pensamientos.


¿Qué había ocurrido con Dimitri?


Apenas abrí la puerta de mi casa el rechinar de los goznes reverberó en el pequeño hall. Cerré la puerta sin pérdida de tiempo para que el frío no se colara y avancé hacia el comedor donde pocos muebles ocupaban el amplio espacio. Una mesa rectangular y cuatro sillas de madera. En un rincón, dos sofás floreados, tapizados hace decenas de años. El piso era de ladrillo rústico a diferencia de la planta alta, construido en madera. Del techo de hierro despintado colgaba una lámpara de antaño con cuatro brazos de bronce. Dos de ellos sin bombilla. Por la puerta del lateral izquierdo, podía verse la cocina de azulejos deslucidos. Allí estaría sentado mi abuelo esperándome para la cena.


Las grandes ventanas de doble vidrio que rodeaban la casa iluminaban la mayor parte del día sin embargo llegando el atardecer no había otra solución que encender la luz. La energía eléctrica era un lujo que los pobres muy pocas veces podíamos disfrutar.


Parte de mi casa bien podría alquilarse y convertirse en un “komunalka”, un piso compartido por varias familias y así sacar provecho obteniendo dinero. Pero la leyenda negra que caía sobre nuestro hogar hacía imposible el negocio. Así que vivíamos de la pensión de mi abuelo y mi bajo sueldo que ganaba por colaborar con el Orfanato de San Basilio. Allí Conocí a Dimitri…


Recuerdo fue un mediodía que él llegó para atender un niño que tenía problemas de conducta. No contábamos con dinero para pagar consultas particulares pero era un caso extremo y los psicólogos del Estado no querían tomar el caso. Él lo atendió por tres meses y no nos cobró…


Mi corazón se estrujó de recordarlo. Dimitri era un ser especial, tan generoso, amable, gentil, que de inmediato me enamoré de él. Y él… Él de mí. Sí… Él nunca me hubiera engañado así como confió en mí yo debía confiar en mi vampiro. ¿Pero cuál fue la razón que lo llevó a alejarse para siempre de mí?


Percibí una cálida corriente antes de pisar la cocina.


Me detuve en la puerta y observé a mi abuelo sentado, apoyado en la mesa, jugando con los dedos. El hornillo a queroseno estaba encendido y daba un calorcito agradable, aunque ahumaba un poco. Bueno… Tendría que calentar agua y lavarme la cabeza antes de salir mañana de lo contrario olería fatal.


Sonreí.


-Hola abuelo.
-Mi niña, suerte que estás aquí. Hace frío en las calles. Todavía estamos en invierno, ¿verdad?
-Sí abuelo –me acerqué y di un beso en la frente arrugada-. No hemos pasado Navidad.
-Sí… Cierto…


Se quedó pensando y arrugó la nariz.


-Mmm… Puedo oler panecillos.


Sonreí otra vez.


-Eres un viejo zorro. Es verdad. Traje panecillos y, ¿adivina qué?
-¿Qué?
-Están calentitos. Krotov los ha puesto en el horno para que los llevara blandos y deliciosos.
-¿Krotov? ¿Por qué no compras en lo de Mujil?


Levanté la vista de la bolsa de panes que había apoyado en la mesa y lo miré. Su rostro curioso de mirada vacía me decía que su pregunta era totalmente inocente.


Titubee.


-Bueno… Pues… No me gusta el ambiente. No es tan aseado como debe ser.


Él quedó pensativo y arqueó la ceja.


-No… En el barrio no quieren venderte pan, ¿verdad?
-No tiene importancia.
-¡Sí, la tiene! ¿Cómo puede ser que crean en historias de mala suerte en este siglo?
-Vamos abuelo, no rezongues. La gente es así. Por lo pronto comeremos unos panecillos con mantequilla. Haré una sopa de frijoles, y hay algo de atún, si te parece.
-Gente mala… -murmuró.


Cambié de tema.


-Oye abuelo, ¿has escuchado TV?
-No. No sabía si podíamos encenderla.
-Abuelo ya te he dicho que los televisores gastan muy poco. Al menos escucha algún programa o noticiero.
-Bah, dicen todos lo mismo. El mundo ya no cambiará, soy pesimista. Pero tú… Tú debes creer que mejorará. Algún día los pobres no serán quienes sean mayoría en el planeta. Tú piensa eso. Contempla el cielo. Si Dios ha hecho un lugar maravilloso también lo será la tierra.
-Abuelo, según Lichtenberg, la idea de que en el cielo hay una mayor igualdad de clases es lo que en el fondo lo hace tan agradable a los ojos de los pobres.
-Anoushka no hables así. Tienes veintitrés años, no eres un anciano como yo.


Sonreí mientras llenaba la olla con agua para el caldo.


-Tengo veinticuatro, abuelo.
-¿Los tienes? ¿Y cuándo los has cumplido?
-En abril, abuelo.
-¿Y te he felicitad
-Sí, lo has hecho.
-Anoushka… Debes encontrar un hombre que te quiera. Yo estoy muy viejo, no quiero dejarte sola.
-No te preocupes. Ya llegará.
-¿Y ese chico? ¿Ese doctor que te gustaba tanto?


Tragué saliva.


-Era psicólogo. Y ya no lo veo más.
-¡Qué pena! Te gustaba mucho. ¿Recuerdas que me contabas que era muy amable y muy guapo?


Sonreí con tristeza.


-Sí, lo recuerdo. Pero ya no estoy enamorada de él.


Mi abuelo inclinó la cabeza buscando el sonido de mi voz.


-Sí lo estás, soy ciego no tonto.
-No quiero hablar de él. Ya no lo veré más.
-¿Por qué cariño?
-Porque él es rico, abuelo.
-Ah…


Preparé los panecillos con mantequilla y los dejé a su alcance sobre la mesa.


Él tanteó hasta encontrar uno de ellos y lo llevó a la boca.


Después de saborear uno meditó…


-Es una lástima que haya personas que hagan diferencia por lo que llevas puesto.
-Él no es así. Quizás su familia no quiera que una chica pobre como yo sea parte de la familia.
-¡Qué pena! Bueno, tú encontrarás alguien que te ame por lo que eres.


Corté unos trozos de patatas y otras verduras y las metí en la olla. Giré la cabeza para observarlo y preguntarle.


-¿Y quién soy abuelo?
-Una joven muy bonita, estoy seguro.
-¿Una joven bonita? ¿O un fantasma más de este barrio?
-No, un fantasma, no. Los fantasmas están condenados, tú no.


Después de cenar mi abuelo se retiró a su habitación. Lo abrigué con las cobijas y retiré el brasero que había dejado una hora antes para cortar el frío en esa gran recámara. Corrí las cortinas que daban a la calle y me retiré no sin antes apagar la luz.


Volví a la cocina y sentada junto al horno a querosén, me dispuse a remendar unos soquetes.


Dimitri volvió a mi cabeza…


¡Qué opulencia la de los Gólubev! ¡Cómo imaginar que me aceptarían!


De pronto, un ruido casi imperceptible se escuchó en el hall.


Me puse de pie y avancé hacia el lugar con la intriga palpitando en mi pecho. ¡Por los cielos que no fuera un ratón!


Encendí la luz… Observé detenidamente los rincones del hall, nada…


Antes de abandonar el pequeño y frío ambiente noté en el suelo un cartón de color blancuzco cerca de la puerta. Caminé hacia la puerta y me incliné para cogerlo…


Estaba escrito con tinta azul. Leí...


Mi corazón saltó en el pecho.


“Te espero en la esquina, Dimitri”.


Dios… Dios… Dimitri…


Me moví de derecha a izquierda y viceversa sin saber qué hacer.


En la esquina… Dimitri estaba en la esquina…


Cielos…


Mis manos dejaron caer el cartón escrito con su letra tan clara y bonita.


Temblé, ya no por el frío sino de emoción.


Recordé… Había ido hasta su casa por casualidad. Había hablado con su madre y hermana. Ellas seguramente me habían mencionado. Ahora él… Quizás me reprocharía haber abierto la boca aunque fuera para preguntar por él.


-No… No saldré… -murmuré.


Pero si era un vampiro. ¿Y si entraba a la fuerza?


Corrí por mi abrigo y regresé hasta la puerta sin abrirla.


-Vamos Anoushka, ¿qué puede pasar?
-Verlo –susurré-, verlo y morirme otra vez de amor.


Mis manos volaron al picaporte y una de ellas abrió la traba de hierro. Abrí y salí a la calle sin pensar en nada más que él. Lo vería otra vez. Lo contemplaría otra vez…


Miré hacia la esquina pero nada vi…


Me acerqué a la calle y miré hacia la otra esquina que daba al callejón…


¿Y si se había ido y no había esperado?


Mis ojos se llenaron de lágrimas.


Una sombra se movió desde la acera del frente. Tras de un viejo árbol de raíces retorcidas.


Crucé la calle apresurada mientras mi corazón golpeaba fuerte en mi pecho.


Entonces, antes de llegar, lo vi…


Me detuve apenas pise la acera. Me miró recostado a la pared. No sonreía… ¿Estaría enojado?


-Dimitri, ¡cuánto te extrañé! –lloré.


Bajé la cabeza y mis manos taparon mi rostro mojado por las lágrimas. En pocos segundos un abrazo helado me rodeó y me aprisionó contra la pared.


Apoyé mi cabeza en su pecho y no dejé de llorar. Él me dejó hacerlo, quizás por un par de minutos hasta que logré calmarme.


Sus dedos buscaron mi rostro y me levantó la barbilla suavemente.


-Anoushka…


Su voz… su voz diciendo mi nombre… No había mejor música que esa…


Lo miré a los ojos.


-Anoushka… Yo también te extrañé. No he dejado de amarte ni un solo día.
-¿Por qué, Dimitri? ¿Por qué desapareciste sin explicación? Yo… Yo cuidé tu secreto. Nadie lo sabe.
-Lo sé, cariño. Pero no es mi secreto el que nos alejó.
-Entonces, ¿qué es? ¿Por qué soy pobre? ¿Es tu familia?


Él negó rotundamente con la cabeza.


-No, mi familia no le importa el dinero que tienes.
-¡Dime Dimitri! Merezco una explicación por cuanto te amo.


Dimitri aflojó sus brazos y me miró. Su mirada era tan triste que me encogió el alma. Se notaba que sufría nuestra separación.


De pronto me atrajo hacia él y me besó con un beso apasionado y arrebatador. Le correspondí… Lo amaba con cada poro de mí ser.


Nos besamos sin importar que la noche fría de Moscú cayera sobre nuestros hombros. Sin importar si algún vecino pensaría que estábamos locos. Total, de mí ya lo pensaban.


Al separarnos nuestras bocas jadeantes demostraron que nos deseábamos como hace dos años. Pero aún yo tenía la gran duda que resolver.


-Dimitri… -apoyé mis labios en la solapa de su abrigo-. Dime, por favor, ¿por qué?


Él me separó y se alejó de mí más de medio metro. Parecía querer decir algo muy importante sin embargo algo le impedía confesarlo.


-¡Por favor! –grité-. ¡Sea lo que sea, dímelo!


Dimitri bajó la vista y cuando volvió a mirarme sus ojos brillaban de emoción.


-Mi amor… Tú y yo jamás podremos estar juntos… -echó una mirada a la acera del frente donde la fachada de mi casa tétrica y oscura parecía un monumento aterrador.


-¿Es por qué crees en fantasmas y en maldiciones?


-No… Pero… Pero tu pasado te condena, mi amor… -dio un suspiró y sus labios dejaron escapar aquel secreto que lo hacía sentirse muy triste-. Mi madre… Mi madre fue criada por los Romanov. Los amó como si fuera su familia y ellos a ella…


Arquee la ceja sin comprender, sin embargo en pocos segundos mi sangre se congeló.


-¡Me odiará!


Él asintió con gran pesar.


-Sí, te odiará. Jamás permitirá que pongas un pie en nuestra casa ni te sientes en nuestra mesa. Anoushka, eres la bisnieta del asesino de los Romanov. Eres una Yurovsky. ¿Entiendes, cariño?


Lloré…


-No tengo la culpa Dimitri. No sé ni que es la política. Nunca me interesó.
-Escucha, no eres tú. Pero… Pero lamentablemente eso mi madre no lo entenderá. La conozco y ha sufrido año  tras año el asesinato de sus seres queridos.
-¿Entonces? –sollocé.
-Entonces, es un adiós.

11 comentarios:

  1. Noo como que un adiós no es justo, ellos se aman y estar separados por algo del pasado creo que es tonto, y bueno por un momento creí lo que Sebastien del dijo a Grigorii pero todo fue una prueba que bien...me gustó que Bianca y él se contentaron, gracias Lou!

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    1. ¡Hola Lauri! No es justo sí. Pero a veces la vida no lo es. Es el caso de la historia de amor de ellos dos. Como Romeo y Julieta. Esperemos que no termine igual. Y Grigorii, era necesario saber si ese apuesto policía amaba a Scarlet Craig como se merece. Parece que sí. Ahora vivirán su amor. Claro, hasta que Grigorii sepa la verdad y eso aún no lo sabremos. Besotes y gracias por comentar, me hace super feliz.

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  2. Uy que genial capítulo, me alegre que Sebastián y Bianca hicieran las paces y que Scarlet pueda salir con su Grigorii. Me dio mucha pena lo de Anouska y Dimitri te mando un beso y te quiero mucho

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    1. ¡Hola Ju! Muchas gracias. Sebastien y Bianca supongo no pueden estar mucho tiempo enfadados, amí también me alegra. En cuanto a Grigorii... Aún falta la parte pero. Saber que frente a él tiene nada más y nada menos que vampiros.
      Un besazo grande nena y buena semana!

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  3. Siempre me sorprendes
    Estoy en espera de lo que sigue, no nos hagas esperar

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    1. ¡Hola Claudia! Me alegro mucho que te guste. Te agradezco que me hagas saber que andas por aquí. Espero no hacerte esperas mucho más. Gracia cariño, un besote.

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    2. Espero te encuentres bien , y un caluroso saludo de una eterna fans.
      Por lo que veo este libro estará largo o nos tiene muchas sorpresas

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  4. inquietante tu capítulo,,,pero, bueno,,,,saludos LOU

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    1. ¡Hola Lobo! Me alegro que te guste. El personaje de la chica nueva traerá que hablar, veremos que ocurre con los Gólubev si se enteran. Muchas gracias por pasarte. Un abrazo desde Buenos Aires.

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  5. Hola, Lou... Este capítulo ha sido apasionante y genial
    Bueno, la verdad es que todos me están gustando
    Sebastien y Bianca ya han hecho las paces, y me alegro
    Grigorii quiere de verdad a Scarlet... y le ha demostrado a Sebastien que el dinero no compra amor
    Entiendo que Scarlet se haya enfadado tanto
    Y definitivamente me encanta Anoushka... Tiene poco y, aún así, lo comparte con dos perros callejeros... no me extraña que muevan la cola al verla
    Coco... ¡qué nombre bonito para un gato!
    Y cuánta ternura he percibido entre abuelo y nieta
    Anoushka está enamorada de Dimitri, y sabe que es vampiro
    Entiendo que es un problema que precisamente sea la bisnieta del asesino de los Romanov... pero esta chica no es culpable de lo que hizo su bisabuelo
    Vuelvo a decirte... genial, Lou
    He pasado un rato agradable gracias a tu capítulo
    Besos

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  6. ¡Hola Mela! Vaya problema con Anoushka, ser bisnieta de ese asesino sólo le ha traído problemas. Es una pena no se lo merece. Habrá que ver que piensa ella de como solucionar las cosas. Su amor es muy grande y también el de Dimitri. Me gustaría que el odio no venciera y sé que a ti también. Un besazo enorme y muchas gracias.

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