Capítulo 3.
La bienvenida.
Marin.
Bajé
las escaleras del hotel rumbo al subsuelo con un cesto de ropa sucia para
lavar. Sabina había dicho miles de veces que no gastara dinero en lavaderos
privados y que usara los servicios del hotel como si fuera un turista. Al
principio me rehusé porque ya el hecho que no cobrara la habitación como al
resto era un gran favor, por lo tanto usar el comedor y el lavadero gratis me
resultaba abusivo. Después ella insistió hasta convencerme…
Recuerdo
esa noche la cual estaba sentada en unos de los sofás con Yako en brazos. Conversaba con la cocinera e impartía órdenes con esa delicadeza y respeto
que se expresaba siempre. Yo iba a trabajar para cumplir mi horario nocturno,
entonces Sabina me llamó.
La
cocinera se retiró y me acerqué cautelosa. Tenía temor que me señalara algún
hecho de mi parte que la hubiera molestado.
Recuerdo
que me miró y palmeó el sillón a su lado.
-Marin,
siéntate unos minutos, por favor.
Asentí
y aguardé nerviosa lo que iría a decirme.
-Marin,
sé que llevas la ropa a uno de los lavaderos del centro y que comes fuera del
hotel.
-Sí,
Sabina.
-¿Por
qué lo haces? ¿Por no causar molestias y gastos?
-Así
es.
-Dime… ¿No quiero ser indiscreta pero llevas vida holgada con tu
sueldo?
Reí.
-Nooo.
Muy justa.
-¿Entonces?
Yo te diría que dejaras de gastar fuera del hotel y ahorraras ese dinero. Sobre
todo ahora que estás ayudando a Liz en Drobak.
Bajé
la cabeza.
-Sí,
no lo está pasando bien.
-Por
eso, ¿qué te parece si comienzas a usar las instalaciones del hotel y guardas
el dinero para ti?
La
miré.
-Gracias
Sabina. Lo que ocurre que tú me cobras un precio diferencial por alquilarte la
habitación y…
-¿Y?
No veo el problema. Bernardo siempre habla de ti y de tu hermana como dos
personas muy buenas y honestas. Creo que si tenemos la ocasión de ayudar a
seres que se lo merecen no debemos dejar escapar la oportunidad.
-Gracias.
-En
realidad… creo que no debemos dejar escapar la oportunidad nunca, en todo sentido de la
vida.
En
ese instante supe que no se refería al dinero que podría ahorrar…
Nos
miramos y ella sonrió.
-Muchas
gracias por todo. Aceptaré. Así podré ayudar a Liz.
-Me
parece genial.
Me
puse de pie y la pregunta me congeló.
-¿Qué
hay entre tú y mi hijo, Marin?
Abrí
la boca y la gama de colores desde el rosa al burdeos pasó por mis mejillas.
Ella
sonrió pero bajó la mirada para no incomodarme.
Volví
a sentarme.
Me
costaba articular palabra. Parecía una estúpida estudiante dando examen frente
al decano de una Universidad. Sin embargo le debía una respuesta. Verdadera o
no, eso era otro problema ya que ni yo sabía que existía entre los dos.
-Bueno…
Ehm… Douglas y yo tuvimos un flirteo muy fugaz que no pasó a mayores. Un par de
besos, nada serio. Él ahora está con una chica.
No
quise mencionar el nombre de su empleada por si ella desconocía quien era pero
me interrumpió.
-Oh
sí, Camile.
-Sí…
Ella.
-¿Y
tú?
-¿Yo?
-Sí,
¿tú con quién estás? Con Carl, ¿no es así?
-Bueno,
yo… Estoy comenzando una relación con él, es primo de Camile.
-Ajá…
Junté
las rodillas, nerviosa, y dejé las manos sobre el bolso. Transpiraba, casi al
borde del temblor. ¡Qué idiota era! Ojalá fuera como Liz.
-¿Te
gusta Carl? Digo… quiero decir… ¿Te atrae?
-Sí,
es atento, caballero, es bello.
-Ajá…
Lo importante es que uno debe ser sincero consigo mismo. Lo mismo le aconsejo a
Douglas.
-Sí,
yo entiendo que uno debe ser sincero con el otro y…
-No
dije eso exactamente –me miró fijo.
-Ah…
-Porque
es cierto que es muy honesto ir por la vida siendo sincero con los demás, ¿pero
quien no se ha guardado un secreto o no a dicho la verdad por temor al
resultado? Casi todos a lo largo de la vida. Lo que no debe pasar nunca es
mentirte a ti misma. Ese es un grave error.
Bajé
la vista y mis ojos se llenaron de lágrimas.
Sentí
su mano en mi hombro y su dulce voz.
-Marin,
no sé qué sienten Douglas y tú, si se han enamorado o solo se atraen como algo
pasajero. Sin embargo si algún día te das cuenta que estás segura sea la
respuesta que sea, no te mientas, no tengas miedo a escucharte a ti misma.
Asentí
sin mirarla porque no deseaba que viera mis lágrimas correr por las mejillas.
Ella
dejó a Yako recostado cuidadosamente en el sofá, a su lado, y me abrazó.
Imposible
que me hiciera la fuerte entre esos brazos que me contenían y que se parecían
tanto a los de mi madre.
-Vamos,
no llores. No quiero ser la culpable de que esos preciosos ojos maquillados se
conviertan en el antifaz de un apache.
Me
separé y reímos.
Secó
mis lágrimas y colocó un mechón largo del cabello detrás de mí oreja.
-Mírame…
La
miré.
-No
he hablado con mi hijo sobre ti ni sobre Camile. Lo único que como madre puedo
darme cuenta que tú presencia lo altera. Su pulso se agita, sus ojos se tornan
tormentosos, pero eso no significa que sea amor, ¿entiendes?
-Sí…
Volví
al presente mientras mi ropa giraba en uno de los tambores de acero mezclándose
con el jabón.
Luna
se acercó sonriente.
-Oye
Marin, ve a descansar. No te preocupes por la ropa. La separaré y te la llevaré
por la tarde.
-Gracias
Luna.
Retorné
a mi habitación pensando en las palabras de Sabina antes de que yo partiera al
hospital…
“Douglas
ha sufrido con Clelia y creo que es una espina que tiene clavada muy profundo.
El desenlace que tuvo esa chica más las idas y vueltas engañándolo se grabaron
a fuego. Sin embargo un nuevo amor todo lo curaría”.
Caminé
por el pasillo de planta alta pasando por las distintas puertas de las
habitaciones.
En
algunas podía escuchas voces en otras silencio.
Giré
el pasillo a la izquierda para ubicar mi habitación y quedé de pie, inmóvil,
petrificada.
Douglas
estaba recostado al marco de la puerta de la habitación. Levantó la vista y me
miró.
-¿Qué
haces aquí? –atiné a decir.
-Quería
verte. ¿No puedo?
Caminé
hacia él no sé con qué fuerza de voluntad y equilibrio.
-Claro
que no puedes. Podrías traerme problemas con Carl.
-No
finjas, sé que viajó a Oslo hoy a la mañana.
Cierto.
Carl se había despedido de mí por una llamada por móvil y a decir verdad,
bastante fría. Quizás estaba nervioso ya que debía dar una conferencia en
nombre de la empresa textil para la cual trabajaba.
-Te
enteras de todo, ¿verdad? –me enfadé mientras trataba que la puta llave entrara
por el único agujero de la cerradura.
-De
lo que me importa, sí –contestó.
Al
aproximarse su perfume me embriagó. El mismo que le había regalado para su
cumpleaños.
Al
fin cuando abrí intenté pasar y cerrar rápidamente la puerta, pero él interpuso
su mano y no lo permitió.
Di
dos pasos atrás.
-¿Dónde
crees que vas? –protesté.
-¿No
me ves? Quiero entrar a tu habitación, necesito hablar contigo.
-No
tengo nada de qué hablar. Sobre todo después de tu patética presentación de esa
idiota en tu casa.
Arqueó
la ceja y sonrió divertido. Pues más enfurecí.
-¿De
qué ríes? ¿Eres idiota?
-No
–cerró la puerta ante mi mirada de asombro-, si fuera idiota no hubiera venido
por ti.
Crucé
los brazos a la altura del pecho. No logré amedrentarlo, al contrario, mis
pechos ante la presión de mis antebrazos se juntaron dando la impresión de ser
más voluminosos. Detalle que por supuesto no se le escapó.
Noté
como bajaba la vista a mis senos y sus ojos parecieron destellar brillo.
-Vete.
Tú y yo no tenemos nada de qué hablar.
-Yo
creo que sí.
-¡Pues
yo creo que no! Por si no lo sabes ésta en mi habitación.
-Lo
sé. Me la conozco de memoria de tan solo imaginármela contigo.
Tragué
saliva.
-Eres
un mujeriego. Formalizas con esa imbécil y vienes a escondidas de ella a
divertirte conmigo.
-Tú
también tendrás lo tuyo el sábado próximo. Carl te llevará a almorzar a su gran
casa con su prestigiosa familia.
-¿De
dónde sacas esa idea? –pregunté asombrada.
-Me
lo dijo Camile.
-Yo
no sabía absolutamente nada.
De
pronto entendí…
-¿No
digas que la llevaste a la mansión porque Carl me presentará a su familia.
Encogió
los hombros.
-¿Y
si es así, qué?
-No
tengo calificativo para ti, eres un infantil, un niño malcriado.
Me
miró lentamente desde los pies a la cabeza.
-¿De
verdad te parezco un niño malcriado?
Se
acercó y retrocedí.
-Vete
Douglas.
-No
me tengas miedo. Jamás te haría daño. Nunca te obligaría a hacer algo que no
desearas. Ahora… el problema sería si en realidad lo deseas. En ese caso…
piensa, estamos en una habitación, lejos de los dos que ignoran lo que
sentimos, tú me deseas y yo ardo por ti. ¿No quieres aprovechar la ocasión?
-¿Por
quién me tomas, desgraciado? ¿Te has vuelto loco? Deberías ser caballero como
tu padre.
-Te
comento por si no lo sabes que el caballero de mi padre se llevó a Bianca en un
yate aunque peligraba el secreto de la raza. ¿Eso no te parece una locura?
-Tu
padre ama a mi prima.
Me
miró…
Lo
miré…
¿Acaso
no era el momento de decirme, “yo también te amo”? Pero se mantuvo en silencio.
-Vete
Douglas.
Apretó
los labios e intentó hablar pero algo lo impidió… Quizás el recuerdo de ese
fantasma que lo seguía atormentando. Recordé las palabras de Sabina sobre
Clelia…
-Douglas…
Él
bajó la vista.
-Yo
no soy ella. Jamás te haría sufrir ni me suicidaría dejándote esa maldita culpa
en tu corazón.
-No
me hables de ella. No sabes nada por lo que pasé.
Bajé
la vista…
-Vale…
No sé nada de lo que sufriste. Sé que no quiero que me compares ni me
hagas pagar un daño que no me pertenece.
-Estoy
aquí por ti.
-Ya
lo veo. Pero no estás dispuesto a entregar el corazón, ¿verdad?
No
contestó.
Señalé
la puerta.
-Entonces
vete.
Titubeó.
-Vete
Douglas.
Sin
tener tiempo a reaccionar avanzó hacia mí y me atrajo entre sus brazos
poderosos, contra su pecho pétreo. Buscó mi boca y me besó… Yo no sé cuánto tardé en rendirme...
Y
lo besé…
Lo
besé con esas ganas acumuladas. Con ese deseo del que él hablaba. Era como
consumirse en llamas mientras mi lengua buscaba la suya y él poseía mi boca con
desesperación.
¿De
esa pasión hablaba Liz? ¿Ese estado que te volvía inconsciente e incoherente
que ni siquiera eras capaz de distinguir tú alrededor? Sus brazos, ¿ese lugar
del que nunca querrías salir? Su boca, ¿esa puerta al placer que te envolvía y
te devoraba?
Gemimos…
Sí… No me avergüenza reconocerlo. Es que yo no era dueña de mi cuerpo ni de mi
voluntad.
Era
de él… ¿Y él?
Apenas
nos separamos para tomar aliento, aún con los labios pegados susurré…
-Dime
que me amas y juro que pondré mis sueños a tus pies.
Acarició
mi boca con la suya, pero a los pocos segundos sus brazos cedieron cayendo al
costado.
Me
quedé observándolo… Parecía abatido… Triste… Impotente…
-Douglas…
-susurré.
Él
bajó la vista y cerró los ojos con fuerza.
Una
lágrima se deslizó por la mejilla y negó lentamente con la cabeza.
-No
puedo…
Suspiré
y tomé valor aunque mi corazón estaba hecho trizas, por mí y mi futuro
derrumbado. Por él y su pasado tormentoso.
Se
fue… Abrió la puerta y se fue.
Me
quedé en el silencio de la habitación, odiándolo y amándolo al mismo tiempo con
todas mis fuerzas.
Drank.
Cuando bajé con mi padre del avión en el aeropuerto de Kirkenes la primera sensación de angustia casi me quiebra hasta las lágrimas. Por los grandes ventanales del pasillo central podía ver la cantidad de nieve que había caído quizás haces unas horas. Las personas iban muy abrigadas envueltas en esos abrigos gruesos y gorras y guantes de piel. Mientras cargaba un bolso mediano sobre el hombro y arrastraba la pequeña maleta de mi padre, me miré las manos desnudas. En Drobak los inviernos eran crudos pero no tan rigurosos como parecía ser en las calles de este rincón del norte noruego. Estaba vestido con unos jeans y un suéter de lana, le sumaba mi cazadora de cuero. La camiseta de algodón por debajo formaba una capa aislante aunque aseguraba que dentro del aeropuerto la calefacción estaría encendida, y que sería insuficiente cuando saliera a la intemperie. De todas formas jamás se me hubiera ocurrido quitarle el abrigo a mi padre, ese que me había regalado Nina cuando salí del hospital. Él tenía sesenta y pico de años y no resistiría como yo las inclemencias del clima en Kirkenes.
El ruido de mis
botas contra el suelo se hizo más nítido al ir desapareciendo la gente que iba
y venía por el hall central. Nos acercábamos a las puertas de salida y solo
cuando una pareja salió al estacionamiento y las hojas de cristal se abrieron
para darles paso, me di cuenta del verdadero frío que hacía afuera.
El señor Hoswall
no esperaría en el estacionamiento según Liz. Era muy atento de su parte. Mi
querida amiga había hablado por el móvil y me había dicho que Bernardo Hoswall
vivía en una reserva y que necesitaba gente como nosotros que fueran
leñadores y trabajaran la madera. De carpintero mi padre poco y nada
sabía pero yo me defendía muy bien.
Aún recuerdo la
conversación con ella dos días después de escapar de la muerte. Le pregunté,
“Liz, ¿en la reserva también son vampiros?” Ella hizo silencio para después
pronunciar un “no”. Acto seguido continuó, “son hombres lobo, Drank.”
Y sí… Miento si
digo que no me paralizó la frase. Pero lo cierto que después de agonizar y que
salvara mi vida un vampiro, nada en este mundo me sorprendería. Nada.
Al acercarme a
las puertas estas se abrieron dándonos paso y el aire helado golpeó mis
mejillas congelando mis dedos. Di un suspiro resoplando logrando que mi padre
que sostenía un pequeño bolso se detuviera preocupado.
-¡Qué chico
caprichoso, Drank! ¡Te he dicho que no quería el abrigo y que tú lo
necesitarías! Pues ahí tienes.
Apoyó el bolso
en el suelo e intento quitarse el abrigo.
-Ni te atrevas
–lo amenacé-, será en vano porque no voy a ponérmelo.
-¡Caprichoso y
terco! Eso eres.
-¿Drank?
¿George?
Una voz grave y
profunda nos llamó.
Por la izquierda
un hombre robusto de barba candado y cabello castaño se acercaba sonriente.
-¿A qué he
adivinado? -sonrió acercándose a nosotros.
-Señor Hoswall
–saludó mi padre cogiendo el bolso y extendiendo la mano derecha.
Él hombre estrechó su mano con alegría. Tenía una sonrisa ancha y amable.
Me quedé inmóvil
aguardando el momento de acercarme a él sobre todo de poder darle las gracias.
Mi padre intercambió unas bromas sobre el vuelo y la falta de costumbre y él
aseguró que odiaba volar. Cuando mi padre agradeció la acción de darnos trabajo
y casa me acerqué con la mano extendida.
-Señor Hoswall,
soy Drank. Gracias por todo.
Él me miró a los
ojos fijo por primera vez y su sonrisa se profundizó estrechando mi mano.
-Gracias, ¿por
qué Drank? Si no estoy dando ninguna limosna. Necesito gente que quiera
trabajar. No damos a vasto y en la reserva hay varios leñadores pero nadie sabe
trabajar la madera. Creo que será un buen negocio.
-Bueno –sonreí-,
me ha ofrecido una casa en la reserva y eso es grandioso. No tenemos donde ir.
Un nudo se formó
en la garganta apenas terminé la frase.
Sí, no tenía
dónde ir. Mi cruel enfermedad nos había dejado una casa hipotecada, vendida al
primer postor, y en la ruina.
Me miró y noté en
la mirada lo que para mí parecía ser tristeza y compasión para conmigo.
-Lo siento –me
apresuré a decir- no quiero que me compadezca.
Él respiró
profundo y me observó con los brazos en jarro.
-Es que no es
compasión, Drank. Es admiración. Estoy al tanto de todo lo que has tenido que
luchar, no por tu enfermedad sino toda tu vida.
Asentí en
silencio.
-Bueno, ¡pero
vamos! Van a congelarse aquí.
Rápidamente sin
que pudiera reaccionar me quitó el bolso de mi hombro e intentó hacer lo mismo
con la maleta a lo que me negué rotundamente. Nos guió hasta
una furgoneta que parecía recién pintada de verde. Invitó a subir a mi padre en
los asientos de atrás y me abrió la puerta delantera del copiloto.
Se acomodó en
el mullido asiento y miró por el espejo retrovisor.
-¿Está cómodo,
George?
-Claro qué sí,
señor Hoswall.
Encendió el
motor y retrocedió para salir entre dos coches. Al girar a la izquierda siguió
las flechas que indicaban la salida. En minutos cogió una avenida bastante
transitada. Los negocios tenían las vidrieras iluminadas debido a la oscuridad
del próximo invierno. Gente que iba y venía haciendo compras y otras podían verse tras
las ventanas de los bares. La nieve cubría las veredas con una capa fina y las
copas de los árboles parecían petrificadas de blanco. Las calles se notaban
barridas y cuidadas. Una plaza solitaria se mostró a mis ojos. Un montículo de
nieve se hallaba en el centro donde convergían los senderos nevados.
Seguramente sería una especie de monumento o busto de un prócer.
-Ese edificio es
el colegio de mi niña –dijo Hoswall señalando una vieja construcción gris donde
se alzaba en el mástil una bandera noruega.
-Oh, ¿tiene
hijos? –preguntó mi padre.
-Sí. Una niña
genio de siete años y un bebé recién nacido. Me cambiaron la vida.
-Lo entiendo. Un
hijo es lo más grande que le puede pasar a una persona. Vivir el nacimiento es
una dicha inexplicable.
Y vivir la
muerte debe ser el más grande dolor que pueda soportar, pensé para mis
adentros.
-¿Sabe, señor
Hoswall? He tenido una furgoneta muy parecida.
-¿No diga?
George, llámame Bernardo, por favor.
-Okay, Bernardo.
Esta es una Nissan 4x4, ¿verdad?
-Así es. Año
´98. Pero está impecable.
-La mía era una
Ford del ´90 pero estaba muy cuidada.
-¿Pudiste
venderla a buen precio?
-Sí…
-La vendió por
mi droga –interrumpí.
Hoswall me miró
por unos segundos para después volver la vista a la carretera.
-Entonces,
seguro valió la pena –murmuró.
A los diez
minutos observé la ruta iluminada que se abría delante de nosotros. Estaba
despejada aunque a mi modo de ver angosta. Sobre todo porque indicaba que era
en dos sentidos. De todos modos no parecía transitada. Por el contrario a
varios kilómetros delante de nosotros podía verse las luces traseras de un
autobús. Me recosté en el respaldo y giré mi cabeza para deleitarme con la luz
clara de la luna inmensa y con los únicos sobrevivientes que parecían recorrer
el valle al costado del camino. Cuatro renos. Al notar el blanco manto que
cubría la gran extensión supuse que tendrían mucho trabajo en buscar raíces
para alimentarse.
Atrás habíamos
dejado decenas de casitas de doble planta pintadas en colores vivos. Ahora
parecía que nos internábamos en medio de la nada. Cerré los ojos tratando de
recordar la verde pradera en la primavera de mi Drobak. Las flores, el lago,
los amaneceres frescos, los atardeceres tornasolados, el perfume de los fresnos
y glicinas.
Me fui por unos
minutos quizás… Lejos de Kirkenes. Mientras mis oídos escuchaban en la lejanía
la conversación sobre furgonetas y motores entre mi padre y nuestro chofer.
De pronto, al coger una curva, el bosque de cipreses se abrió, y por un ángulo estrecho entre
las sombras de la noche, no muy lejos, pude ver una cadena montañosa imponente.
Envuelta en grises y azules intensos, rodeada de una bella aurora boreal, se
alzaba en picos blanquecinos como si tocaran el cielo.
Me incorporé
sentado notando que mi piel se erizaba por completo. Era tan enorme e
inalcanzable. Parecía imponerse en medio de la naturaleza inmóvil.
-Son las
cumbres, frontera con Rusia –dijo Bernardo mirándome de soslayo-. Fue el hogar
de Adrien.
Adrien… El
vampiro poderoso que me había devuelto a la vida. En realidad… Dos vampiros
habían logrado que hoy fuera el mismo hombre sano y fuerte. Lenya Craig le
había pedido a su padre el deseo a mi favor. Liz me lo había contado todo…
Giré la cabeza
hasta que el cuello me dolió. Eran atrayentes, enigmáticas. Imaginé que verlas
a plena luz del día debía ser conmovedor. Pero estábamos casi en invierno y para eso
en Kirkenes debía esperar.
-Bernardo –dijo
mi padre-, sé que el puerto de Kirkenes suele demandar mucho trabajo en cuanto
al negocio de la pesca. Si no te soy útil podría pedir trabajo allí. Conozco el
medio y sé cómo moverme.
Hoswall sonrió.
-Eres muy
voluntarioso, George. Te aseguro que serás útil igual que Drank en la reserva,
aunque si lo prefieres también podemos averiguar allí.
-Da igual.
Mientras no me quede quieto como si fuera un viejo achacoso.
Él volvió a
reír. Tenía una risa
sincera y agradable.
Al coger otra curva bajó la velocidad.
-¿Oye esta es la
reserva? ¿Ya llegamos? –preguntó mi padre.
-Oh no, si no
les molesta quise hacer un alto y ver a mi amiga. No tardaremos. Se los
prometo. Saludaré a los Craig y partiremos raudamente a la reserva. Nos queda
unos quince minutos más.
No me había
percatado que a la derecha de la ruta y a tan sólo treinta metros
aproximadamente, unos muros altos rodeaban una extensión bastante grande.
Dentro de ellos parecía alzarse una mansión.
Hoswall se
desvió un poco acercándose a unos portones negros.
-Oh… ¿Aquí vive
Liz? –preguntó mi padre.
Escuchar el
nombre de mi único amor no fue tan inquietante como saber que ella tan sólo se
encontraba tras eso altos portones de hierro.
¿Cuándo había
sido la última vez que la había visto? Ah sí… Unas semanas atrás. Yo en la cama
sufriendo dolores intensos y negándome a que me durmieran por no dejar que mis
ojos la contemplaran. Recuerdo que me dije que deseaba llevar en mis pupilas
ese rostro angelical que tanto me había hecho feliz. Quería que fuera lo último
que vieran mis ojos. Que su mirada cálida y dulce quedara grabada en las
pupilas antes de apagarse. Después… ese día que debía partir a Kirkenes... Le
prometí al borde del llanto… “me volverás a ver Liz, y de pie”. Aunque en ese
momento entendí que era una promesa para que partiera tranquila.
Mi padre
interrumpió mi pensamiento.
-Bernardo, me
gustaría saludar a Liz si me lo permites. Y también a la señora de la casa,
Bianca. Ella nos ayudó mucho.
Bajé la vista y
aferré el bolso que tenía sobre mis rodillas y mis manos transpiraron.
-Por supuesto
–dijo abriendo la puerta de la furgoneta-. Y tú Drank, ¿no bajarás a saludar a
Liz?
-No, yo…
Prefiero quedarme aquí.
Tragué saliva
mientras veía a mi padre acercarse alegre a los portones. Hoswall me miró y
esquivé la mirada.
-Lenya no se
encuentra, está en la Isla del Oso con su hermano.
Lo miré.
-Entonces, menos
bajaré. Tengo códigos señor Hoswall.
Me observó
detenidamente y sonrió.
-Ya lo creo que
tienes códigos. Me alegro. De todas formas insisto. Liz estará feliz de verte.
-En otro momento
seguramente nos veremos –mentí.
Cerró la puerta
y caminó rodeando la furgoneta. Lo seguí con la mirada hasta ver que hablaba
por un portero. Creo que lo habrían visto antes ya que ni dos segundos tardaron
las hojas de hierro en abrirse de par en par.
Desde mi lugar
hubiera podido ver la fachada, estaba seguro. Pero mi vista permanecía clavada
en el bolso sin intenciones de husmear.
Escuché saludos
cordiales, después las voces se alejaron…
Miré hacia
adelante… Había una especie de pradera cubierta de nieve para variar, pero la
oscuridad de la noche no me permitía distinguir más allá de los faroles de la
furgoneta que iluminaban en parte un sendero estrecho que se perdía entre las
penumbras. Solo la luna derramaba su luz natural sobre las puntas de los pinos.
A la izquierda la ruta cercada por los postes de luz parecía continuar
adentrándose hacía un espeso bosque.
Alguien dio unos
golpecitos en el cristal de la ventanilla y me sobresalté.
Un hombre mayor
vestido de traje negro inclinó la cabeza a modo de saludo.
Bajé la
ventanilla para no resultar maleducado.
-Buenas noches –saludó
sonriendo.
-Buenas noches
-tartamudee.
¿Era Charles?
Sí, el mismo que había visto en dos oportunidades.
-Drank –saludó
sonriendo.
Asentí con la
cabeza mientras mi corazón comenzaba a latir fuerte.
Era curioso que
habiendo enfrentado a la muerte me amedrentara un vampiro, sin embargo no diría
que sentía miedo por tenerlo tan cerca, era extraño. Era otra sensación… La de
sentirme pequeñito.
-¿No quieres
bajar? Te invito un café.
-No, no… Esperaré
aquí al señor Hoswall y a mi padre. Ellos no tardarán. Gracias.
-¿Tú crees? Pues
cuando Bernardo y Bianca se encuentran nunca se sabe. Perdón… No me he
presentado formalmente aunque nos hemos visto y conversado. Mi nombre es
Charles. Pertenezco a los Craig. Una especie de padre de Bianca.
-Ah… Pues,
encantado… formalmente –sonreí.
Creo que notó mi
incomodidad. Bueno, creo que un tonto también se habría dado cuenta. Me miró a los
ojos con dulzura. Era como estar frente a un abuelo o algo así.
-Adrien fue mi
mejor amigo…
Titubee bajando
la vista.
-No sé cómo
agradecerle a su amigo. Esté donde esté.
-Cierto él ya no
está. Esa es la suerte que tienes Drank. A tú amiga sí puedes verla, no dejes
escapar la oportunidad.
Por fin lo miré
a los ojos cálidos. El nudo en la garganta volvió y tuve temor de ponerme a
llorar como un niño.
-Si quieres
agradecerle o mejor aún, si quieres hacer honor por todos aquellos que no se
salvarán de la enfermedad, entonces… no dudes en relajarte y disfrutar la vida.
Lo haré –sonreí.
El grito de
“¡Draaaank!” hizo saltar mi corazón en el pecho y apreté mis labios, nervioso.
La voz de Liz
era inconfundible y se acercaba a pasos agigantados…
Dios, dame
fuerzas.
-¡Draaaaank!
Sin otra salida,
con los nervios y la emoción a flor de piel, tantee nervioso la puerta de la
furgoneta pero Charles la abrió por mí.
-Vamos sal de
ahí. No harás desear a una dama, ¿verdad?
Salté del
asiento tirando el bolso al suelo alfombrado de nieve. Me apresuré a llegar al
portón y me asomé. El aire frío me envolvió pero creo que no me hubiera
importado si comenzaba a nevar. La mansión estaba toda iluminada y había
farolas en su extenso parque. Por el sendero que iba a la puerta principal, el
cabello largo y rubio de Liz danzaba al ritmo de su carrera hacia mí.
El pulso se
aceleró y el nudo de la garganta se hizo más profundo.
-¡Draaank!
–volvió a gritar poco antes de que mi cuerpo soportara el impacto y la
abrazara.
Me aferró fuerte
y lloró…
-Creí que no te
vería más… Y estás aquí, amigo mío.
Respiré profundo
acariciando su espalda y largué el aire que tenía acumulado en mi pecho, ese
que no dejaba que soltara mi emoción.
La apreté contra
mí y me eché a llorar.
-Estás aquí,
vivo –murmuró contra mi pecho.
-Sí… Una vez te
lo prometí… Y de pie.
-Me alegro de conocerte
Drank –dijo una voz masculina.
Me separé de Liz
para responder al saludo.
Un hombre alto
de cabello oscuro y ojos risueños se acercó extendiendo la mano.
-Mi nombre es
Ron.
-Hola Ron.
-Liz me ha
hablado mucho de ti.
Sonreí.
Una mujer muy
bella se acercaba por el sendero blanco del brazo de Bernardo.
Al llegar a mí
miró a Liz y sonrió.
-Buenas noches
Drank, bienvenido. Soy Bianca Craig, prima de Liz y Marin. Creo que nos hemos
visto alguna vez en Drobak.
-Es cierto, la
recuerdo. Un placer Bianca.
-Bueno, debemos
irnos porque mis nuevos amigos estarán cansados del viaje.
-¿Ya se van? –se
lamentó Liz.
-Sí, Liz.
Necesito llegar e instalarme –contesté.
El motor de una
moto se escuchó cada vez más cerca. Surgió entre las
sombras del costado de la casa hasta que los faroles iluminaron la silueta de
dos jóvenes.
-¡Ey! ¿Ya has
llegado? –dijo el que conducía.
Inmediatamente
se bajó y se acercó con la mano extendida.
-Soy Douglas
Craig. Hijo de Sebastien, y este es mi hermano Numa –señaló al joven que le pisaba
los talones.
-Hola Drank,
bienvenido.
-Gracias. ¡Qué
buena moto! –exclamé al ver la cross-. Es genial.
-¿Te gusta? Si
no estás cansado podemos dar una vuelta por Kirkenes. La moto de Anthony está en el garaje. Anthony es otro miembro de la familia pero como partió a París y…
-Pero Douglas,
¡que charlatán estás, eh! –criticó Bianca con los brazos en jarro.
Él rio.
-Es para que se
sienta como en Drobak.
-Pues ya tendrán
tiempo –agregó Hoswall-. Ahora deben descansar.
Dos mujeres que
hasta ahora no había descubierto que estaban detrás de Bianca avanzaron
rodeándome.
-Hola querido.
Mi nombre es Margaret. Ella es Rose. Te damos la bienvenida y cuando quieras
puedes probar nuestros cafés.
-Hola guapo
–sonrió la de cabello colorado.
-Hola… Muchas
gracias.
En ese instante
que Hoswall comenzaba a despedirse una pareja bajaba los escalones del lejano
portal.
Hubo… ¿cómo
explicarlo? Unos pocos e imperceptibles movimientos de inquietud. Menos para la
señora de la casa que caminó hacia mí, se giró hacia ellos, y los espero con
actitud defensiva, amable pero como si diera una orden encubierta.
Hasta ese
momento no entendía que pasaba… Hasta que ella nos presentó.
-Drank, George,
les presento a Sara y a Rodion. Ambos esperan un bebé.
-Oh… Mucho gusto
los felicito.
Mi padre repitió
mi frase y se adelantó estrechando la mano.
-Gracias
–respondió ella amablemente-. Bienvenido a Kirkenes.
El hombre se
adelantó y me extendió su mano.
-Bienvenido. Soy
Rodion, padre adoptivo de Lenya.
-Mucho gusto.
Y me cerraron
muchas cosas…
Bianca continuó
pasando el brazo por el hombro de su prima.
-Drank es un
gran amigo de Liz y de Marin, mis primas. Por lo tanto es un amigo de la casa.
Nadie habló…
Nadie.
Supuse que no
necesitaba estar Sebastien Craig según se me había informado, el líder de los
vampiros, para que esa mansión estuviera en orden y bajo las reglas de los
Craig. Ella sabía cómo ocupar el lugar de líder muy bien.
-Queremos
agradecer lo que ha hecho por nosotros –dijo mi padre.
Ella lo miró.
-Ni lo menciones
George, fue un placer.
………………………………………………………………………
Al partir de la
mansión el viaje fue en silencio. Pero poco duró al llegar a la reserva donde
mi padre admirado por tanta belleza no dejó de expresar.
-¡Cuánta
naturaleza maravillosa!
Hoswall bajó de
la furgoneta y nos ayudó con los bolsos.
-Espera a verla
de día, George –contestó-. Aunque en estos días cada vez disfrutaremos de menos
horas. Sé que estarán
cansados. Prometo liberarlos pronto. Sin embargo es mi deber presentarles a mi
familia.
-Por supuesto
–dijo mi padre.
Caminamos un
trecho corto y entramos a un bello jardín con varios árboles. Una cabaña muy
bonita tenía las ventanitas iluminadas y de la chimenea se elevaba un humo
espeso y blanquecino.
Él no tardó en
adelantarse y abrir la puerta.
Era una familia encantadora.
Bernardo, su esposa Sabina, y el bebé. Pero aún me
faltaba conocer a otro integrante de la casa. Una pequeña pelirroja de pijama
celeste que descalza se presentó en el living.
-Esta señorita
que debería estar durmiendo –dijo Hoswall-, es Gloria, mi hija mayor.
Restregó sus
ojos aún con vestigios de sueño y caminó hacia nosotros.
-Hola señor…
-George –se
apresuró mi padre mientras se inclinaba y extendía la mano.
Ella sonrió y la
estrechó como si fuera un adulto. Tendría quizás siete años.
Sonrió.
-Te pareces a
Santa Claus.
Reímos.
-Cierto me lo
dicen muy a menudo.
Después me miró
y me acerqué.
Apoyé mi rodilla
en el suelo y sonreí.
-Hola hermosa.
Mucho gusto en conocerte.
Ella se adelantó
y estampó un beso en mi mejilla.
-Hola Drank,
bienvenido. Aunque ya te conocía.
-¿Ah sí? –arquee
la ceja divertido.
-Sí, el lobo
blanco me mostró como eras.
Miré a Hoswall
que carraspeó.
-Bueno, los
niños son imaginativos… Sí… Gloria, ¿por qué no regresas a la cama? Drank se
quedará en la reserva así que puedes charlar con él en otro momento.
-Sí papá
–contestó.
Rápidamente
corrió hacia la puerta que daría a su habitación. Sin embargo antes de
desaparecer giró y volvió a mirarme.
-Estoy muy
contenta que por fin hayas llegado, Drank.
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