Saga para + 18

Iris púrpura es el cuarto libro de la saga Los Craig. Para comprender la historia y conocer los personajes es necesario partir de la lectura de Los ojos de Douglas Craig.

La saga es de género romántico paranormal. El blog contiene escenas de sexo y lenguaje adulto.

Si deseas comunicarte conmigo por dudas o pedido de archivos escribe a mi mail. Lou.


martes, 14 de marzo de 2017

Chicos este capi es el número tres, ya lo han leído la mayoría. Pero no lo muestra el link del gadget asi que lo publico por los que me avisaron que no puede leerse. Gracias!


Capítulo 3.
La bienvenida.

Marin.

Bajé las escaleras del hotel rumbo al subsuelo con un cesto de ropa sucia para lavar. Sabina había dicho miles de veces que no gastara dinero en lavaderos privados y que usara los servicios del hotel como si fuera un turista. Al principio me rehusé porque ya el hecho que no cobrara la habitación como al resto era un gran favor, por lo tanto usar el comedor y el lavadero gratis me resultaba abusivo. Después ella insistió hasta convencerme…

Recuerdo esa noche la cual estaba sentada en unos de los sofás con Yako en brazos. Conversaba con la cocinera e impartía órdenes con esa delicadeza y respeto que se expresaba siempre. Yo iba a trabajar para cumplir mi horario nocturno, entonces Sabina me llamó.

La cocinera se retiró y me acerqué cautelosa. Tenía temor que me señalara algún hecho de mi parte que la hubiera molestado.

Recuerdo que me miró y palmeó el sillón a su lado.

-Marin, siéntate unos minutos, por favor.

Asentí y aguardé nerviosa lo que iría a decirme.

-Marin, sé que llevas la ropa a uno de los lavaderos del centro y que comes fuera del hotel.
-Sí, Sabina.
-¿Por qué lo haces? ¿Por no causar molestias y gastos?
-Así es.
-Dime… ¿No quiero ser indiscreta pero llevas vida holgada con tu sueldo?

Reí.

-Nooo. Muy justa.
-¿Entonces? Yo te diría que dejaras de gastar fuera del hotel y ahorraras ese dinero. Sobre todo ahora que estás ayudando a Liz en Drobak.

Bajé la cabeza.

-Sí, no lo está pasando bien.
-Por eso, ¿qué te parece si comienzas a usar las instalaciones del hotel y guardas el dinero para ti?

La miré.

-Gracias Sabina. Lo que ocurre que tú me cobras un precio diferencial por alquilarte la habitación y…
-¿Y? No veo el problema. Bernardo siempre habla de ti y de tu hermana como dos personas muy buenas y honestas. Creo que si tenemos la ocasión de ayudar a seres que se lo merecen no debemos dejar escapar la oportunidad.
-Gracias.
-En realidad… creo que no debemos dejar escapar la oportunidad nunca, en todo sentido de la vida.

En ese instante supe que no se refería al dinero que podría ahorrar…

Nos miramos y ella sonrió.

-Muchas gracias por todo. Aceptaré. Así podré ayudar a Liz.
-Me parece genial.

Me puse de pie y la pregunta me congeló.

-¿Qué hay entre tú y mi hijo, Marin?

Abrí la boca y la gama de colores desde el rosa al burdeos pasó por mis mejillas.

Ella sonrió pero bajó la mirada para no incomodarme.

Volví a sentarme.

Me costaba articular palabra. Parecía una estúpida estudiante dando examen frente al decano de una Universidad. Sin embargo le debía una respuesta. Verdadera o no, eso era otro problema ya que ni yo sabía que existía entre los dos.

-Bueno… Ehm… Douglas y yo tuvimos un flirteo muy fugaz que no pasó a mayores. Un par de besos, nada serio. Él ahora está con una chica.

No quise mencionar el nombre de su empleada por si ella desconocía quien era pero me interrumpió.

-Oh sí, Camile.
-Sí… Ella.
-¿Y tú?
-¿Yo?
-Sí, ¿tú con quién estás? Con Carl, ¿no es así?
-Bueno, yo… Estoy comenzando una relación con él, es primo de Camile.
-Ajá…

Junté las rodillas, nerviosa, y dejé las manos sobre el bolso. Transpiraba, casi al borde del temblor. ¡Qué idiota era! Ojalá fuera como Liz.

-¿Te gusta Carl? Digo… quiero decir… ¿Te atrae?
-Sí, es atento, caballero, es bello.
-Ajá… Lo importante es que uno debe ser sincero consigo mismo. Lo mismo le aconsejo a Douglas.
-Sí, yo entiendo que uno debe ser sincero con el otro y…
-No dije eso exactamente –me miró fijo.
-Ah…
-Porque es cierto que es muy honesto ir por la vida siendo sincero con los demás, ¿pero quien no se ha guardado un secreto o no a dicho la verdad por temor al resultado? Casi todos a lo largo de la vida. Lo que no debe pasar nunca es mentirte a ti misma. Ese es un grave error.

Bajé la vista y mis ojos se llenaron de lágrimas.

Sentí su mano en mi hombro y su dulce voz.

-Marin, no sé qué sienten Douglas y tú, si se han enamorado o solo se atraen como algo pasajero. Sin embargo si algún día te das cuenta que estás segura sea la respuesta que sea, no te mientas, no tengas miedo a escucharte a ti misma.

Asentí sin mirarla porque no deseaba que viera mis lágrimas correr por las mejillas.

Ella dejó a Yako recostado cuidadosamente en el sofá, a su lado, y me abrazó.

Imposible que me hiciera la fuerte entre esos brazos que me contenían y que se parecían tanto a los de mi madre.

-Vamos, no llores. No quiero ser la culpable de que esos preciosos ojos maquillados se conviertan en el antifaz de un apache.

Me separé y reímos.

Secó mis lágrimas y colocó un mechón largo del cabello detrás de mí oreja.

-Mírame…

La miré.

-No he hablado con mi hijo sobre ti ni sobre Camile. Lo único que como madre puedo darme cuenta que tú presencia lo altera. Su pulso se agita, sus ojos se tornan tormentosos, pero eso no significa que sea amor, ¿entiendes?
-Sí…

Volví al presente mientras mi ropa giraba en uno de los tambores de acero mezclándose con el jabón.
Luna se acercó sonriente.

-Oye Marin, ve a descansar. No te preocupes por la ropa. La separaré y te la llevaré por la tarde.
-Gracias Luna.

Retorné a mi habitación pensando en las palabras de Sabina antes de que yo partiera al hospital…
“Douglas ha sufrido con Clelia y creo que es una espina que tiene clavada muy profundo. El desenlace que tuvo esa chica más las idas y vueltas engañándolo se grabaron a fuego. Sin embargo un nuevo amor todo lo curaría”.

Caminé por el pasillo de planta alta pasando por las distintas puertas de las habitaciones.

En algunas podía escuchas voces en otras silencio.

Giré el pasillo a la izquierda para ubicar mi habitación y quedé de pie, inmóvil, petrificada.

Douglas estaba recostado al marco de la puerta de la habitación. Levantó la vista y me miró.

-¿Qué haces aquí? –atiné a decir.
-Quería verte. ¿No puedo?

Caminé hacia él no sé con qué fuerza de voluntad y equilibrio.

-Claro que no puedes. Podrías traerme problemas con Carl.
-No finjas, sé que viajó a Oslo hoy a la mañana.

Cierto. Carl se había despedido de mí por una llamada por móvil y a decir verdad, bastante fría. Quizás estaba nervioso ya que debía dar una conferencia en nombre de la empresa textil para la cual trabajaba.

-Te enteras de todo, ¿verdad? –me enfadé mientras trataba que la puta llave entrara por el único agujero de la cerradura.
-De lo que me importa, sí –contestó.

Al aproximarse su perfume me embriagó. El mismo que le había regalado para su cumpleaños.
Al fin cuando abrí intenté pasar y cerrar rápidamente la puerta, pero él interpuso su mano y no lo permitió.

Di dos pasos atrás.

-¿Dónde crees que vas? –protesté.
-¿No me ves? Quiero entrar a tu habitación, necesito hablar contigo.
-No tengo nada de qué hablar. Sobre todo después de tu patética presentación de esa idiota en tu casa.

Arqueó la ceja y sonrió divertido. Pues más enfurecí.

-¿De qué ríes? ¿Eres idiota?
-No –cerró la puerta ante mi mirada de asombro-, si fuera idiota no hubiera venido por ti.

Crucé los brazos a la altura del pecho. No logré amedrentarlo, al contrario, mis pechos ante la presión de mis antebrazos se juntaron dando la impresión de ser más voluminosos. Detalle que por supuesto no se le escapó.

Noté como bajaba la vista a mis senos y sus ojos parecieron destellar brillo.

-Vete. Tú y yo no tenemos nada de qué hablar.
-Yo creo que sí.
-¡Pues yo creo que no! Por si no lo sabes ésta en mi habitación.
-Lo sé. Me la conozco de memoria de tan solo imaginármela contigo.

Tragué saliva.

-Eres un mujeriego. Formalizas con esa imbécil y vienes a escondidas de ella a divertirte conmigo.
-Tú también tendrás lo tuyo el sábado próximo. Carl te llevará a almorzar a su gran casa con su prestigiosa familia.
-¿De dónde sacas esa idea? –pregunté asombrada.
-Me lo dijo Camile.
-Yo no sabía absolutamente nada.

De pronto entendí…

-¿No digas que la llevaste a la mansión porque Carl me presentará a su familia.

Encogió los hombros.

-¿Y si es así, qué?
-No tengo calificativo para ti, eres un infantil, un niño malcriado.

Me miró lentamente desde los pies a la cabeza.

-¿De verdad te parezco un niño malcriado?

Se acercó y retrocedí.

-Vete Douglas.
-No me tengas miedo. Jamás te haría daño. Nunca te obligaría a hacer algo que no desearas. Ahora… el problema sería si en realidad lo deseas. En ese caso… piensa, estamos en una habitación, lejos de los dos que ignoran lo que sentimos, tú me deseas y yo ardo por ti. ¿No quieres aprovechar la ocasión?
-¿Por quién me tomas, desgraciado? ¿Te has vuelto loco? Deberías ser caballero como tu padre.
-Te comento por si no lo sabes que el caballero de mi padre se llevó a Bianca en un yate aunque peligraba el secreto de la raza. ¿Eso no te parece una locura?
-Tu padre ama a mi prima.

Me miró…
Lo miré…

¿Acaso no era el momento de decirme, “yo también te amo”? Pero se mantuvo en silencio.
-Vete Douglas.

Apretó los labios e intentó hablar pero algo lo impidió… Quizás el recuerdo de ese fantasma que lo seguía atormentando. Recordé las palabras de Sabina sobre Clelia…

-Douglas…

Él bajó la vista.

-Yo no soy ella. Jamás te haría sufrir ni me suicidaría dejándote esa maldita culpa en tu corazón.
-No me hables de ella. No sabes nada por lo que pasé.

Bajé la vista…

-Vale… No sé nada de lo que sufriste. Sé que no quiero que me compares ni me hagas pagar un daño que no me pertenece.
-Estoy aquí por ti.
-Ya lo veo. Pero no estás dispuesto a entregar el corazón, ¿verdad?

No contestó.
Señalé la puerta.

-Entonces vete.

Titubeó.

-Vete Douglas.

Sin tener tiempo a reaccionar avanzó hacia mí y me atrajo entre sus brazos poderosos, contra su pecho pétreo. Buscó mi boca y me besó… Yo no sé cuánto tardé en rendirme...

Y lo besé…

Lo besé con esas ganas acumuladas. Con ese deseo del que él hablaba. Era como consumirse en llamas mientras mi lengua buscaba la suya y él poseía mi boca con desesperación.

¿De esa pasión hablaba Liz? ¿Ese estado que te volvía inconsciente e incoherente que ni siquiera eras capaz de distinguir tú alrededor? Sus brazos, ¿ese lugar del que nunca querrías salir? Su boca, ¿esa puerta al placer que te envolvía y te devoraba?

Gemimos… Sí… No me avergüenza reconocerlo. Es que yo no era dueña de mi cuerpo ni de mi voluntad.

Era de él… ¿Y él?

Apenas nos separamos para tomar aliento, aún con los labios pegados susurré…

-Dime que me amas y juro que pondré mis sueños a tus pies.

Acarició mi boca con la suya, pero a los pocos segundos sus brazos cedieron cayendo al costado.

Me quedé observándolo… Parecía abatido… Triste… Impotente…

-Douglas… -susurré.

Él bajó la vista y cerró los ojos con fuerza.

Una lágrima se deslizó por la mejilla y negó lentamente con la cabeza.

-No puedo…

Suspiré y tomé valor aunque mi corazón estaba hecho trizas, por mí y mi futuro derrumbado. Por él y su pasado tormentoso.
-Vete Douglas.


Se fue… Abrió la puerta y se fue.

Me quedé en el silencio de la habitación, odiándolo y amándolo al mismo tiempo con todas mis fuerzas.



Drank.


Cuando bajé con mi padre del avión en el aeropuerto de Kirkenes la primera sensación de angustia casi me quiebra hasta las lágrimas. Por los grandes ventanales del pasillo central podía ver la cantidad de nieve que había caído quizás haces unas horas. Las personas iban muy abrigadas envueltas en esos abrigos gruesos y gorras y guantes de piel. Mientras cargaba un bolso mediano sobre el hombro y arrastraba la pequeña maleta de mi padre, me miré las manos desnudas. En Drobak los inviernos eran crudos pero no tan rigurosos como parecía ser en las calles de este rincón del norte noruego. Estaba vestido con unos jeans y un suéter de lana, le sumaba mi cazadora de cuero. La camiseta de algodón por debajo formaba una capa aislante aunque aseguraba que dentro del aeropuerto la calefacción estaría encendida, y que sería insuficiente cuando saliera a la intemperie. De todas formas jamás se me hubiera ocurrido quitarle el abrigo a mi padre, ese que me había regalado Nina cuando salí del hospital. Él tenía sesenta y pico de años y no resistiría como yo las inclemencias del clima en Kirkenes.

El ruido de mis botas contra el suelo se hizo más nítido al ir desapareciendo la gente que iba y venía por el hall central. Nos acercábamos a las puertas de salida y solo cuando una pareja salió al estacionamiento y las hojas de cristal se abrieron para darles paso, me di cuenta del verdadero frío que hacía afuera.

El señor Hoswall no esperaría en el estacionamiento según Liz. Era muy atento de su parte. Mi querida amiga había hablado por el móvil y me había dicho que Bernardo Hoswall vivía en una reserva y que necesitaba gente como nosotros que fueran leñadores y trabajaran la madera. De carpintero mi padre poco y nada sabía pero yo me defendía muy bien.

Aún recuerdo la conversación con ella dos días después de escapar de la muerte. Le pregunté, “Liz, ¿en la reserva también son vampiros?” Ella hizo silencio para después pronunciar un “no”. Acto seguido continuó, “son hombres lobo, Drank.”

Y sí… Miento si digo que no me paralizó la frase. Pero lo cierto que después de agonizar y que salvara mi vida un vampiro, nada en este mundo me sorprendería. Nada.

Al acercarme a las puertas estas se abrieron dándonos paso y el aire helado golpeó mis mejillas congelando mis dedos. Di un suspiro resoplando logrando que mi padre que sostenía un pequeño bolso se detuviera preocupado.

-¡Qué chico caprichoso, Drank! ¡Te he dicho que no quería el abrigo y que tú lo necesitarías! Pues ahí tienes.

Apoyó el bolso en el suelo e intento quitarse el abrigo.

-Ni te atrevas –lo amenacé-, será en vano porque no voy a ponérmelo.
-¡Caprichoso y terco! Eso eres.
-¿Drank? ¿George?

Una voz grave y profunda nos llamó.

Por la izquierda un hombre robusto de barba candado y cabello castaño se acercaba sonriente.

-¿A qué he adivinado? -sonrió acercándose a nosotros.
-Señor Hoswall –saludó mi padre cogiendo el bolso y extendiendo la mano derecha.

Él hombre estrechó su mano con alegría. Tenía una sonrisa ancha y amable.

Me quedé inmóvil aguardando el momento de acercarme a él sobre todo de poder darle las gracias. Mi padre intercambió unas bromas sobre el vuelo y la falta de costumbre y él aseguró que odiaba volar. Cuando mi padre agradeció la acción de darnos trabajo y casa me acerqué con la mano extendida.

-Señor Hoswall, soy Drank. Gracias por todo.

Él me miró a los ojos fijo por primera vez y su sonrisa se profundizó estrechando mi mano.

-Gracias, ¿por qué Drank? Si no estoy dando ninguna limosna. Necesito gente que quiera trabajar. No damos a vasto y en la reserva hay varios leñadores pero nadie sabe trabajar la madera. Creo que será un buen negocio.
-Bueno –sonreí-, me ha ofrecido una casa en la reserva y eso es grandioso. No tenemos donde ir.

Un nudo se formó en la garganta apenas terminé la frase.

Sí, no tenía dónde ir. Mi cruel enfermedad nos había dejado una casa hipotecada, vendida al primer postor, y en la ruina.

Me miró y noté en la mirada lo que para mí parecía ser tristeza y compasión para conmigo.

-Lo siento –me apresuré a decir- no quiero que me compadezca.

Él respiró profundo y me observó con los brazos en jarro.

-Es que no es compasión, Drank. Es admiración. Estoy al tanto de todo lo que has tenido que luchar, no por tu enfermedad sino toda tu vida.

Asentí en silencio.

-Bueno, ¡pero vamos! Van a congelarse aquí.

Rápidamente sin que pudiera reaccionar me quitó el bolso de mi hombro e intentó hacer lo mismo con la maleta a lo que me negué rotundamente. Nos guió hasta una furgoneta que parecía recién pintada de verde. Invitó a subir a mi padre en los asientos de atrás y me abrió la puerta delantera del copiloto.

Se acomodó en el mullido asiento y miró por el espejo retrovisor.

-¿Está cómodo, George?
-Claro qué sí, señor Hoswall.

Encendió el motor y retrocedió para salir entre dos coches. Al girar a la izquierda siguió las flechas que indicaban la salida. En minutos cogió una avenida bastante transitada. Los negocios tenían las vidrieras iluminadas debido a la oscuridad del próximo invierno. Gente que iba y venía haciendo compras y otras podían verse tras las ventanas de los bares. La nieve cubría las veredas con una capa fina y las copas de los árboles parecían petrificadas de blanco. Las calles se notaban barridas y cuidadas. Una plaza solitaria se mostró a mis ojos. Un montículo de nieve se hallaba en el centro donde convergían los senderos nevados. Seguramente sería una especie de monumento o busto de un prócer.

-Ese edificio es el colegio de mi niña –dijo Hoswall señalando una vieja construcción gris donde se alzaba en el mástil una bandera noruega.
-Oh, ¿tiene hijos? –preguntó mi padre.
-Sí. Una niña genio de siete años y un bebé recién nacido. Me cambiaron la vida.
-Lo entiendo. Un hijo es lo más grande que le puede pasar a una persona. Vivir el nacimiento es una dicha inexplicable.

Y vivir la muerte debe ser el más grande dolor que pueda soportar, pensé para mis adentros.

-¿Sabe, señor Hoswall? He tenido una furgoneta muy parecida.
-¿No diga? George, llámame Bernardo, por favor.
-Okay, Bernardo. Esta es una Nissan 4x4, ¿verdad?
-Así es. Año ´98. Pero está impecable.
-La mía era una Ford del ´90 pero estaba muy cuidada.
-¿Pudiste venderla a buen precio?
-Sí…
-La vendió por mi droga –interrumpí.

Hoswall me miró por unos segundos para después volver la vista a la carretera.

-Entonces, seguro valió la pena –murmuró.

A los diez minutos observé la ruta iluminada que se abría delante de nosotros. Estaba despejada aunque a mi modo de ver angosta. Sobre todo porque indicaba que era en dos sentidos. De todos modos no parecía transitada. Por el contrario a varios kilómetros delante de nosotros podía verse las luces traseras de un autobús. Me recosté en el respaldo y giré mi cabeza para deleitarme con la luz clara de la luna inmensa y con los únicos sobrevivientes que parecían recorrer el valle al costado del camino. Cuatro renos. Al notar el blanco manto que cubría la gran extensión supuse que tendrían mucho trabajo en buscar raíces para alimentarse.

Atrás habíamos dejado decenas de casitas de doble planta pintadas en colores vivos. Ahora parecía que nos internábamos en medio de la nada. Cerré los ojos tratando de recordar la verde pradera en la primavera de mi Drobak. Las flores, el lago, los amaneceres frescos, los atardeceres tornasolados, el perfume de los fresnos y glicinas.

Me fui por unos minutos quizás… Lejos de Kirkenes. Mientras mis oídos escuchaban en la lejanía la conversación sobre furgonetas y motores entre mi padre y nuestro chofer.

De pronto, al coger una curva, el bosque de cipreses se abrió, y por un ángulo estrecho entre las sombras de la noche, no muy lejos, pude ver una cadena montañosa imponente. Envuelta en grises y azules intensos, rodeada de una bella aurora boreal, se alzaba en picos blanquecinos como si tocaran el cielo.

Me incorporé sentado notando que mi piel se erizaba por completo. Era tan enorme e inalcanzable. Parecía imponerse en medio de la naturaleza inmóvil.

-Son las cumbres, frontera con Rusia –dijo Bernardo mirándome de soslayo-. Fue el hogar de Adrien.

Adrien… El vampiro poderoso que me había devuelto a la vida. En realidad… Dos vampiros habían logrado que hoy fuera el mismo hombre sano y fuerte. Lenya Craig le había pedido a su padre el deseo a mi favor. Liz me lo había contado todo…

Giré la cabeza hasta que el cuello me dolió. Eran atrayentes, enigmáticas. Imaginé que verlas a plena luz del día debía ser conmovedor. Pero estábamos casi en invierno y para eso en Kirkenes debía esperar.

-Bernardo –dijo mi padre-, sé que el puerto de Kirkenes suele demandar mucho trabajo en cuanto al negocio de la pesca. Si no te soy útil podría pedir trabajo allí. Conozco el medio y sé cómo moverme.

Hoswall sonrió.

-Eres muy voluntarioso, George. Te aseguro que serás útil igual que Drank en la reserva, aunque si lo prefieres también podemos averiguar allí.
-Da igual. Mientras no me quede quieto como si fuera un viejo achacoso.

Él volvió a reír. Tenía una risa sincera y agradable.

Al coger otra curva bajó la velocidad.

-¿Oye esta es la reserva? ¿Ya llegamos? –preguntó mi padre.
-Oh no, si no les molesta quise hacer un alto y ver a mi amiga. No tardaremos. Se los prometo. Saludaré a los Craig y partiremos raudamente a la reserva. Nos queda unos quince minutos más.

No me había percatado que a la derecha de la ruta y a tan sólo treinta metros aproximadamente, unos muros altos rodeaban una extensión bastante grande. Dentro de ellos parecía alzarse una mansión.

Hoswall se desvió un poco acercándose a unos portones negros.

-Oh… ¿Aquí vive Liz? –preguntó mi padre.

Escuchar el nombre de mi único amor no fue tan inquietante como saber que ella tan sólo se encontraba tras eso altos portones de hierro.

¿Cuándo había sido la última vez que la había visto? Ah sí… Unas semanas atrás. Yo en la cama sufriendo dolores intensos y negándome a que me durmieran por no dejar que mis ojos la contemplaran. Recuerdo que me dije que deseaba llevar en mis pupilas ese rostro angelical que tanto me había hecho feliz. Quería que fuera lo último que vieran mis ojos. Que su mirada cálida y dulce quedara grabada en las pupilas antes de apagarse. Después… ese día que debía partir a Kirkenes... Le prometí al borde del llanto… “me volverás a ver Liz, y de pie”. Aunque en ese momento entendí que era una promesa para que partiera tranquila.

Mi padre interrumpió mi pensamiento.

-Bernardo, me gustaría saludar a Liz si me lo permites. Y también a la señora de la casa, Bianca. Ella nos ayudó mucho.

Bajé la vista y aferré el bolso que tenía sobre mis rodillas y mis manos transpiraron.

-Por supuesto –dijo abriendo la puerta de la furgoneta-. Y tú Drank, ¿no bajarás a saludar a Liz?
-No, yo… Prefiero quedarme aquí.

Tragué saliva mientras veía a mi padre acercarse alegre a los portones. Hoswall me miró y esquivé la mirada.

-Lenya no se encuentra, está en la Isla del Oso con su hermano.

Lo miré.

-Entonces, menos bajaré. Tengo códigos señor Hoswall.

Me observó detenidamente y sonrió.

-Ya lo creo que tienes códigos. Me alegro. De todas formas insisto. Liz estará feliz de verte.
-En otro momento seguramente nos veremos –mentí.

Cerró la puerta y caminó rodeando la furgoneta. Lo seguí con la mirada hasta ver que hablaba por un portero. Creo que lo habrían visto antes ya que ni dos segundos tardaron las hojas de hierro en abrirse de par en par.

Desde mi lugar hubiera podido ver la fachada, estaba seguro. Pero mi vista permanecía clavada en el bolso sin intenciones de husmear.

Escuché saludos cordiales, después las voces se alejaron…

Miré hacia adelante… Había una especie de pradera cubierta de nieve para variar, pero la oscuridad de la noche no me permitía distinguir más allá de los faroles de la furgoneta que iluminaban en parte un sendero estrecho que se perdía entre las penumbras. Solo la luna derramaba su luz natural sobre las puntas de los pinos. A la izquierda la ruta cercada por los postes de luz parecía continuar adentrándose hacía un espeso bosque.

Alguien dio unos golpecitos en el cristal de la ventanilla y me sobresalté.

Un hombre mayor vestido de traje negro inclinó la cabeza a modo de saludo.

Bajé la ventanilla para no resultar maleducado.

-Buenas noches –saludó sonriendo.
-Buenas noches -tartamudee.

¿Era Charles? Sí, el mismo que había visto en dos oportunidades.

-Drank –saludó sonriendo.

Asentí con la cabeza mientras mi corazón comenzaba a latir fuerte.

Era curioso que habiendo enfrentado a la muerte me amedrentara un vampiro, sin embargo no diría que sentía miedo por tenerlo tan cerca, era extraño. Era otra sensación… La de sentirme pequeñito.

-¿No quieres bajar? Te invito un café.
-No, no… Esperaré aquí al señor Hoswall y a mi padre. Ellos no tardarán. Gracias.
-¿Tú crees? Pues cuando Bernardo y Bianca se encuentran nunca se sabe. Perdón… No me he presentado formalmente aunque nos hemos visto y conversado. Mi nombre es Charles. Pertenezco a los Craig. Una especie de padre de Bianca.
-Ah… Pues, encantado… formalmente –sonreí.

Creo que notó mi incomodidad. Bueno, creo que un tonto también se habría dado cuenta. Me miró a los ojos con dulzura. Era como estar frente a un abuelo o algo así.

-Adrien fue mi mejor amigo…

Titubee bajando la vista.

-No sé cómo agradecerle a su amigo. Esté donde esté.
-Cierto él ya no está. Esa es la suerte que tienes Drank. A tú amiga sí puedes verla, no dejes escapar la oportunidad.

Por fin lo miré a los ojos cálidos. El nudo en la garganta volvió y tuve temor de ponerme a llorar como un niño.

-Si quieres agradecerle o mejor aún, si quieres hacer honor por todos aquellos que no se salvarán de la enfermedad, entonces… no dudes en relajarte y disfrutar la vida.
Lo haré –sonreí.

El grito de “¡Draaaank!” hizo saltar mi corazón en el pecho y apreté mis labios, nervioso.

La voz de Liz era inconfundible y se acercaba a pasos agigantados…

Dios, dame fuerzas.

-¡Draaaaank!

Sin otra salida, con los nervios y la emoción a flor de piel, tantee nervioso la puerta de la furgoneta pero Charles la abrió por mí.

-Vamos sal de ahí. No harás desear a una dama, ¿verdad?

Salté del asiento tirando el bolso al suelo alfombrado de nieve. Me apresuré a llegar al portón y me asomé. El aire frío me envolvió pero creo que no me hubiera importado si comenzaba a nevar. La mansión estaba toda iluminada y había farolas en su extenso parque. Por el sendero que iba a la puerta principal, el cabello largo y rubio de Liz danzaba al ritmo de su carrera hacia mí.

El pulso se aceleró y el nudo de la garganta se hizo más profundo.

-¡Draaank! –volvió a gritar poco antes de que mi cuerpo soportara el impacto y la abrazara.

Me aferró fuerte y lloró…

-Creí que no te vería más… Y estás aquí, amigo mío.

Respiré profundo acariciando su espalda y largué el aire que tenía acumulado en mi pecho, ese que no dejaba que soltara mi emoción.
La apreté contra mí y me eché a llorar.

-Estás aquí, vivo –murmuró contra mi pecho.
-Sí… Una vez te lo prometí… Y de pie.
-Me alegro de conocerte Drank –dijo una voz masculina.

Me separé de Liz para responder al saludo.

Un hombre alto de cabello oscuro y ojos risueños se acercó extendiendo la mano.

-Mi nombre es Ron.
-Hola Ron.
-Liz me ha hablado mucho de ti.

Sonreí.

Una mujer muy bella se acercaba por el sendero blanco del brazo de Bernardo.

Al llegar a mí miró a Liz y sonrió.

-Buenas noches Drank, bienvenido. Soy Bianca Craig, prima de Liz y Marin. Creo que nos hemos visto alguna vez en Drobak.
-Es cierto, la recuerdo. Un placer Bianca.
-Bueno, debemos irnos porque mis nuevos amigos estarán cansados del viaje.
-¿Ya se van? –se lamentó Liz.
-Sí, Liz. Necesito llegar e instalarme –contesté.

El motor de una moto se escuchó cada vez más cerca. Surgió entre las sombras del costado de la casa hasta que los faroles iluminaron la silueta de dos jóvenes.

-¡Ey! ¿Ya has llegado? –dijo el que conducía.

Inmediatamente se bajó y se acercó con la mano extendida.

-Soy Douglas Craig. Hijo de Sebastien, y este es mi hermano Numa –señaló al joven que le pisaba los talones.
-Hola Drank, bienvenido.
-Gracias. ¡Qué buena moto! –exclamé al ver la cross-. Es genial.
-¿Te gusta? Si no estás cansado podemos dar una vuelta por Kirkenes. La moto de Anthony está en el garaje. Anthony es otro miembro de la familia pero como partió a París y…
-Pero Douglas, ¡que charlatán estás, eh! –criticó Bianca con los brazos en jarro.

Él rio.

-Es para que se sienta como en Drobak.
-Pues ya tendrán tiempo –agregó Hoswall-. Ahora deben descansar.

Dos mujeres que hasta ahora no había descubierto que estaban detrás de Bianca avanzaron rodeándome.

-Hola querido. Mi nombre es Margaret. Ella es Rose. Te damos la bienvenida y cuando quieras puedes probar nuestros cafés.
-Hola guapo –sonrió la de cabello colorado.
-Hola… Muchas gracias.

En ese instante que Hoswall comenzaba a despedirse una pareja bajaba los escalones del lejano portal.

Hubo… ¿cómo explicarlo? Unos pocos e imperceptibles movimientos de inquietud. Menos para la señora de la casa que caminó hacia mí, se giró hacia ellos, y los espero con actitud defensiva, amable pero como si diera una orden encubierta.
Hasta ese momento no entendía que pasaba… Hasta que ella nos presentó.

-Drank, George, les presento a Sara y a Rodion. Ambos esperan un bebé.
-Oh… Mucho gusto los felicito.

Mi padre repitió mi frase y se adelantó estrechando la mano.

-Gracias –respondió ella amablemente-. Bienvenido a Kirkenes.

El hombre se adelantó y me extendió su mano.

-Bienvenido. Soy Rodion, padre adoptivo de Lenya.
-Mucho gusto.

Y me cerraron muchas cosas…

Bianca continuó pasando el brazo por el hombro de su prima.

-Drank es un gran amigo de Liz y de Marin, mis primas. Por lo tanto es un amigo de la casa.

Nadie habló… Nadie.
Supuse que no necesitaba estar Sebastien Craig según se me había informado, el líder de los vampiros, para que esa mansión estuviera en orden y bajo las reglas de los Craig. Ella sabía cómo ocupar el lugar de líder muy bien.

-Queremos agradecer lo que ha hecho por nosotros –dijo mi padre.

Ella lo miró.

-Ni lo menciones George, fue un placer.

………………………………………………………………………

Al partir de la mansión el viaje fue en silencio. Pero poco duró al llegar a la reserva donde mi padre admirado por tanta belleza no dejó de expresar.

-¡Cuánta naturaleza maravillosa!

Hoswall bajó de la furgoneta y nos ayudó con los bolsos.

-Espera a verla de día, George –contestó-. Aunque en estos días cada vez disfrutaremos de menos horas. Sé que estarán cansados. Prometo liberarlos pronto. Sin embargo es mi deber presentarles a mi familia.
-Por supuesto –dijo mi padre.

Caminamos un trecho corto y entramos a un bello jardín con varios árboles. Una cabaña muy bonita tenía las ventanitas iluminadas y de la chimenea se elevaba un humo espeso y blanquecino.

Él no tardó en adelantarse y abrir la puerta.

Era una familia encantadora. Bernardo, su esposa Sabina, y el bebé. Pero aún me faltaba conocer a otro integrante de la casa. Una pequeña pelirroja de pijama celeste que descalza se presentó en el living.

-Esta señorita que debería estar durmiendo –dijo Hoswall-, es Gloria, mi hija mayor.

Restregó sus ojos aún con vestigios de sueño y caminó hacia nosotros.

-Hola señor…
-George –se apresuró mi padre mientras se inclinaba y extendía la mano.

Ella sonrió y la estrechó como si fuera un adulto. Tendría quizás siete años.

Sonrió.

-Te pareces a Santa Claus.

Reímos.

-Cierto me lo dicen muy a menudo.

Después me miró y me acerqué.

Apoyé mi rodilla en el suelo y sonreí.

-Hola hermosa. Mucho gusto en conocerte.

Ella se adelantó y estampó un beso en mi mejilla.

-Hola Drank, bienvenido. Aunque ya te conocía.
-¿Ah sí? –arquee la ceja divertido.
-Sí, el lobo blanco me mostró como eras.

Miré a Hoswall que carraspeó.

-Bueno, los niños son imaginativos… Sí… Gloria, ¿por qué no regresas a la cama? Drank se quedará en la reserva así que puedes charlar con él en otro momento.
-Sí papá –contestó.

Rápidamente corrió hacia la puerta que daría a su habitación. Sin embargo antes de desaparecer giró y volvió a mirarme.

-Estoy muy contenta que por fin hayas llegado, Drank.



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