Saga para + 18

Iris púrpura es el cuarto libro de la saga Los Craig. Para comprender la historia y conocer los personajes es necesario partir de la lectura de Los ojos de Douglas Craig.

La saga es de género romántico paranormal. El blog contiene escenas de sexo y lenguaje adulto.

Si deseas comunicarte conmigo por dudas o pedido de archivos escribe a mi mail. Lou.


viernes, 1 de septiembre de 2017

¡Holaaa! aquí estoy otra vez después de un descanso a mis letras. El capi 33 con novedades. En el blog hay escenas que no pude desarrollar como deseaba. Prometo que las tendrán en el libro editado. Espero les guste y comenten. ¡Muchas gracias!

PD: Bienvenidas Noe y Diana al blog. Un beso grande.



Capítulo 33.
Charla pendiente.



Drank.


Con Louk salimos a recorrer el centro de Kirkenes. Mi amigo necesitaba comprar un regalo para July ya que cumplía años el próximo fin de semana. Había decidido regalarle un conjunto de lencería fino, así que al entrar al negocio cuya vidriera estaba cargada con bragas, portaligas, y sostenes, decidí encender un cigarrillo y esperar en la acera cerca de la moto.

A las chicas les gusta que le regalen ropa íntima, sobre todo si es costosa y erótica. Yo también solía comprarle a Liz, hace mucho tiempo…

Aspiré el cigarro y eché un vistazo a la ciudad. Ya no anochecía temprano. Abril y la plaza poco a poco dejaba entrever los primeros brotes en los jardineros. Aún no había flores de las que hablaban en la reserva. Se decía que Kirkenes era famoso por especies coloridas y bellas. La nieve había desaparecido y el sol entibiaba aunque no con la fuerza del verano, y daba una sensación de entusiasmo por hacer cosas y levantarte con ánimo.

Cuatro ciclistas con casco pasaron por la avenida. Había escuchado que en una semana habría una carrera en la que participarían varias ciudades de Noruega, creo que Oslo inclusive. Si fuera un tiempo atrás, antes de la enfermedad, mucho antes de aquel invierno tan crudo, quizás hubiera participado. En las competiciones siempre conocías personas agradables y podías hacer nuevos amigos. Yo ya tenía amigos sí, pero muchas de las costumbres que tenía las fui perdiendo. Como correr por la calle que costeaba el lago de Drobak en las mañanas soleadas. Liz solía acompañarme en bicicleta mientras corría. A lo mejor, en el verano comenzaría a correr por el bosque. Aunque fuera hasta la cabaña de el Sami.
Ayer, Anouk Gólubev había llegado hasta la reserva mientras Mike, Louk, y yo, atábamos los grandes troncos para almacenar. Según ella deseaba conocer cómo iba la construcción del Jardín de Infantes. Pero no le creí. Algo me decía que era una excusa para verme. Sinceramente no sabía por qué se había encaprichado conmigo. Porque, que era un capricho, no cabía duda. ¿Qué tenía que podía gustarle? No teníamos nada en común en absoluto. ¿Podía negar que fuera una joven atractiva? No demasiado pero tenía lo suyo, sin embargo su peor enemigo era la lengua. ¡Cielos! ¿No se callaba nunca? Para colmo el sentido de la oportunidad ni lo conocía. Cuando me dijo como al pasar, que Liz se casaba al otro día, creí que se burlaba de mí.

Recuerdo que la miré fijo con los brazos en jarro. Ella se encogió de hombros como si hubiera dado el pronóstico del tiempo, pero sí sabía lo que me producía. Creo que no habría nadie que no supiera lo que sentía por Liz. Entonces, ¿por qué venirme con ese tipo de noticias? ¿Era mala o era tonta?

Lo único que hice fue caminar hasta casa. Ella no se dio por vencida. Me siguió aunque en silencio. ¡Milagro del Señor! Llegué a mi puerta y me giré para contemplarla.

— ¿Necesitas algo? –pregunté.
—Gracias por preguntar, sí… Me encantaría un café.

Fruncí el ceño.

¿Había escuchado bien? ¿Se había auto invitado a un café?

Vino a mi memoria el consejo de mi padre… “En la vida encontrarás dos tipos de mujeres, pero siempre debes tratarlas con respeto”. Me preguntaba si en el consejo cabrían vampiresas adineradas y engreídas.

Lo cierto que ya había sido muy grosero aquella vez que la alcancé en la moto hasta la mansión, así que respiré, cogí valor, y señalé la puerta con ademán de invitarla.

Lo primero que hizo fue recorrer con los ojos el pequeño living. Sonrió.

Quité mi cazadora y la lancé al sofá. Ella hizo lo mismo con su chaqueta de paño azul. Por supuesto que la colgó delicadamente en el respaldo. Se quedó mirándome con sus jeans algo holgados y su blusa prendida hasta el cuello.

— ¿Café o té? –pregunté.
—Café, por favor. Amo el café exprés.
—Ehm… Exprés no va a poder ser. Sólo tengo cafetera común.
—Ah, bueno –encogió los hombros—. No hay problema. Por mí está bien.
—Okay.

Mientras preparaba el filtro nuevo en la cafetera y cogía el frasco de granos de café, traté de afinar mi oído… ¿Qué estaría haciendo?

Mi duda no duró demasiado ya que apenas giré hacia la puerta de la cocina me topé con su cuerpo.

— ¡Ey! Me asustaste.

Sonrió.

—Lo siento, soy rápida y silenciosa.
—Okay… Pensé que cogerías asiento en la sala.
—Y yo pensé que podría ayudarte.
—Oh… No… No te preocupes.

Volví sobre mis pasos y enchufé la cafetera.

—Creo que me daré un baño mientras se hace el café.
— ¿Ahora? –preguntó aterrada.

Titubee…

—Sí… En diez minutos estaré listo.
—No puedes bañarte mientras estoy aquí.
¿Y eso por qué? –arquee la ceja.
—Porque no es correcto que un macho esté desnudo duchándose y una señorita de buena familia y reputación esté en la sala.
—Sigo sin entender.
— ¡Leñador! Estamos solos en esta cabaña. No es correcto.

La miré por un par de segundos, quizás diez…

— ¿Quieres esperar fuera de la cabaña? –me burlé.

Rio divertida.

—Nooo, sería ridículo, ¿no crees?
—Okay. Me bañaré cuando bebamos el café.

Lo que siguió de la tarde no fue demasiado memorable. La vampiresa y yo no teníamos mucho de qué hablar, así que me limité a escucharla. De todo lo que salió de su boca retuve que debía cumplir el período de práctica docente y ya obtendría el título de maestra de infantes. Se la veía entusiasmada, hasta contagió su alegría de vivir. Esa que hacía falta a mi vida.

En una ocasión preguntó si tenía novia. Contesté con un rotundo “no”, y agregué, “tampoco quiero tenerla”.

Después de un largo silencio comenzó a contar sobre su familia, sus padres, sus hermanos, su vida en Moscú. Ya por el tercer café, se puso de pie, cogió el abrigo, y se excusó. Debía hablar con Bernardo, ignoraba de qué.

Volví al presente mientras Louk salía de la tienda con su valioso regalo.

Subí a la moto y esperé por él.

-A July le encantará –dijo subiendo tras de mí.

Reí y me puse el casco.

—Apuesto que te gustará más a ti.

Rio.

Arranqué la moto y cogí la avenida hasta la primera curva. Durante los veinte minutos que transcurrieron mientras volábamos por las calles, ninguno habló. En parte era imposible escucharse a través del casco y el sonido del viento en contra. Iba a mucha velocidad aunque dentro de la permitida en las rutas. Deseaba llegar a casa y refugiarme en la TV o leer el periódico que siempre dejaba Vinter por debajo de la puerta. Cualquier cosa… Cualquier cosa que me distrajera de lo que habría acontecido hoy en la mansión de los Craig. Liz se habría casado con Lenya.
Cuando cogí un camino alternativo para no pasar por la puerta de esa fortaleza infranqueable, mi amigo intentó protestar. El sendero elegido y única salida para llegar a la reserva, era de tierra con abundantes lomas sinuosas. Sin embargo se dio cuenta de inmediato el motivo de mi decisión y calló. Apreté mis puños con fuerza sólo porque una imagen fugaz de Liz vestida de novia se cruzó en mi mente. Intenté quitarla y que no volviera a torturar mi cerebro pero a la primera visión le siguieron algunas más. Liz besando a Lenya, Liz jurándole amor eterno, Liz huyendo con él a una apasionada luna de miel…

— ¡Detente! –gritó Louk.

No quise escucharlo y aceleré.

— ¡Drank, para la moto o me lanzaré!

Reaccioné antes de ser el culpable de una mala caída por parte de mi amigo. Fui bajando la velocidad hasta detener la moto bajo un frondoso ciprés.

Con mi pecho agitado y los latidos a mil revoluciones, percibí a Louk bajar de la moto. Lanzó el casco con rabia hacia una mata de arbustos y de frente al tronco del árbol apoyó una mano cabizbajo.

—Lo siento –murmuré.

Negó con la cabeza repetidas veces.

—Lo siento, de verdad. No pude evitarlo —repetí muy bajito.

Sin levantar la vista de esas raíces retorcidas que sobresalían del suelo agrietado, susurró…

—Es que… soy tu amigo, aunque es poco tiempo de conocernos… ¿Pero sabes qué? Me considero un verdadero amigo.
—Lo eres –balbucee arrepentido.
—No lo sé, Drank. Me siento un inútil. No sé cómo ayudarte con lo de Liz.
—Lo siento –volví a repetir.
—Es que… No sé qué aconsejarte. Por momentos lo hablamos y te veo feliz y te diviertes con nosotros, y sin embargo no transcurre mucho tiempo que vuelves a caer… Y te veo mal, triste, desesperado por algo que no tiene solución.
—Sé que no tiene solución. Gracias por lo que intentas hacer.

Me miró por primera vez sin dejar la posición.

—No me des las gracias por algo que no logro en ti. Mis consejos son inocuos, te resbalan como la lluvia.

Bajé la mirada.

—Lo intento, créeme.

Caminó hacia mí para mirarme a la cara.

— ¿Lo intestas, Drank? Dime la verdad. Yo creo que no.
—Sí, lo he intentado.
—No lo suficiente.
— ¿Por qué hablas así?
—Porque has optado por lo más fácil. Dejar que la vida corra, y cuando el corazón o el cerebro se aburra si es que un día lo haces, entonces comenzarás a disfrutar y ver otros caminos. Sin embargo hay que coger al toro por las astas. ¿Entiendes?
—Es fácil para ti. Nunca has sufrido por amor. Tú y July se habrán enfadado pero nunca sentiste lo que es el desamor.
—Cierto. No lo he vivido en carne propia. Pero estoy seguro que no querría que mi vida pasara sin exprimirla. Sobre todo si soy alguien que pudo escapar de la muerte.
— ¿Piensas que haberme salvado de morir conlleva la obligación de ser feliz?
— ¡Sí! ¡Claro qué sí! –Pateó el suelo con la bota afirmando lo dicho—. Tú mismo lo has dicho muchas veces.
— ¡No puedo! –grité—. Me da rabia que no entiendas y me exijas un imposible. Si te sientes mi amigo, ¿no te basta con acompañarme en mi desgracia?
—No, no me sentaré a observarte mientras palmeo tu espalda y te compadezco. Ese no es mi papel. Mi rol como amigo es gritarte que despiertes de una maldita vez. ¡Liz no volverá contigo, jamás! ¡Comienza a pensar en ti!

En ese instante al escuchar sus crudas palabras bajé de la moto y no me faltaron ganas de sentarlo de un golpe certero en la mandíbula. Mis puños se crisparon, mis músculos se endurecieron. Cada fibra de mi cuerpo se tensó. Sin embargo, el par de ojos ámbar que me miraba fijos de frente con absoluta honestidad, poco a poco me llenaron el corazón de algo similar a la tristeza, pero a la vez de una dicha extraña. Tenía a mi lado un verdadero amigo que sólo buscaba mi felicidad. Podía haber seguido su camino sin complicarse con mi dolor y mi angustia. Pero Louk, no sólo no me había abandonado cansado de escucharme lamentar, sino que estaba decidido a sacarme del pozo oscuro.
Mi cuerpo aflojó la tensión… Y sonreí.

—Gracias.

Él devolvió la sonrisa y suspiró.

—Por un momento pensé que me golpearías.

Reí.

—No creas que no se me cruzó. No soy tonto. ¿Te has visto? –bromee—. Me hubieras enviado al hospital.
—Naah —rio—. Aunque pensándolo bien…

Reímos.

— ¿Y bien? ¿Qué plan tienes para mí?
—Vamos, Mamina seguro a preparado chocolate caliente.

Antes de subir a la moto eché un vistazo a la ruta principal. El sendero se unía en un tramo y se fundían en un solo camino. Más allá, alrededor de un kilómetro, sobresalían las primeras cabañas de la reserva.

Me detuve y caminé hacia tres pinos erguidos y muy altos…

Necesitaba verlas, era necesario afianzar el único comportamiento que debía adoptar. Vivir logrando ser feliz. Porque desde allí podía verse descender la pradera hasta culminar en un valle solitario. Las primeras lápidas improvisadas de cemento brillaban en las aristas a causa de los tenues rayos de sol.
Era el sagrado cementerio Sami.

Me quedé en silencio, quizás por un par de minutos. Me pregunté cómo habría sido la vida de los que ahora descansaban eternamente en el bosque. ¿Tendrían mujer u hombre al que amar? ¿Hijos? ¿Un hogar cálido aunque fuera improvisado? ¿Se reunirían al caer las sombras y disfrutarían de anécdotas y rezos de sus creencias? Lo cierto, que ya nada de eso harían… Eran restos óseos o tal vez cenizas que la tierra abrazaría para siempre.

Muchas veces me sentí avergonzado por no poder vivir la vida a pleno después de que me la obsequiaran nuevamente. Muchas veces intenté ser razonable y comportarme como un ser agradecido, pero siempre terminaba fallándome a mí mismo. ¿Hasta cuándo?

Giré para mirar a Louk que aguardaba paciente. Con el alma hecha añicos pregunté…

— ¿Y si no puedo soltarla?
—Aprenderás –contestó—. Yo estaré contigo y lo lograrás. ¡Cómo que me llamo Louk, que lo lograrás!


 Lenya.


Con Liz en brazos, vestida de novia, pregunté por enésima vez ante los invitados.

— ¿Ya puedo irme con mi hembra?
— ¡Qué nooo! –respondieron todos reunidos en el parque.

Fruncí el ceño.

— ¡Oigan, es tiempo suficiente! Hemos dado el “sí”, me han saludado con gran afecto y buenos deseos, cuestión que agradezco infinitamente, pero es hora de que cada uno regrese a sus casas.
— ¡Ésta es mi casa! –Protestó Scarlet— ¿Dónde quieres que vaya?
—No seas desagradecido –rio Sebastien.
—Te extrañaremos tío, quédate un poco más –se burló Douglas.

Liz rio mientras uno de sus brazos rodeaba mi cuello aferrándose.

Sasha interrumpió batiendo palmas.

— ¡A ver a ver! El novio tiene razón –dejémoslo que parta con su esposa.

El llanto del bebé de Sara y Rodion me enmudeció por unos segundos. El crio que tendría casi dos meses se movió en su cochecito regalo de Liz y mío. Sara se asomó sobre la capucha de tela de ositos celestes y sonrió. Hamacó en un suave vaivén tratando que volviera a dormirse pero su flamante padre no perdió el tiempo y lo levantó en brazos.

Sara protestó.

—Rodion, lo malcriarás.
—Sólo un poco, amor. Cuando se duerma juro que lo pondré en el coche.

Sara sonrió.

—Okay, cariño.

Recuerdo la sorpresa que fue para todos nosotros el nacimiento del pequeño Dyre. Sara y Rodion regresaron de ese largo viaje con él en brazos. En su estadía en Oslo los sorprendió el alumbramiento, por lo tanto a la llegada de Kirkenes, traían en brazos a la pequeña joyita de cabellos rubios y ensortijados.

Eché un vistazo al vientre de mi amada y susurré.

— ¿Los ves? Después que nazca no tendremos tanto tiempo.

Liz rio.

— ¡Falta mucho, Lenya! Además quiero decir unas palabras. Por favor –sonrió.

Con cuidado la deposité de pie y ella alisó su vestido antes de enfrentarse a los invitados.
Poco a poco, adivinando el deseo de Liz de que hasta el último de los presentes la escuchara, el parque quedó en silencio.

—Yo… Quiero agradecerles a todos la maravillosa fiesta en nuestro honor. ¡Gracias de verdad!

Todos aplaudieron.

— ¡Aguarden! –Rio—. No he terminado.

Los presentes se llamaron a silencio.

—Quiero agradecer especialmente a mi hermana Marin que…
— ¡Soy yo! –gritó Marin levantándose de su asiento eufórica.

Reímos.

—Sí es ella —sonrió mi hembra—. Y quiero agradecerle por estar siempre junto a mí. En las buenas como es el día de hoy, en el cual me siento dichosa, y también en las malas… que fueron muchas.

Douglas abrazó a su chica emocionada.

—Quiero contarles que pasamos juntas momentos horribles, pero no me sentí sola gracias a ella. Nos teníamos una a la otra y siempre será así. Quiero contarles también… que nunca dejé de soñar, nunca. Desde adolescente imaginaba que un vampiro me rescataría de mi rutina y me llevaría muy lejos.
— ¡Bueno muy lejos no te ha llevado eh! –bromeó Numa.

Liz rio.

—Cierto, muy lejos no. La realidad es que parte de mi fortaleza además de mi hermana, surgió de ese sueño recurrente al nunca abandoné ni aún en las peores noches. Todo llega, eso dicen. Pero creo que para que sus sueños se cumplan jamás deben abandonarlos. Nada es imposible… —su mirada recorrió el parque. Sabía a quién buscaría y también sabía que él no iba a presentarse porque así lo había decidido.
Después de una breve pausa, buscó con la mirada a Bianca y a mi hermano.
—Quiero agradecer a mi prima no haberse olvidado de mí a pesar que lo tiene todo. A la gentileza de Sebastien Craig por acogerme en su familia. En realidad a todos los Craig que me hicieron sentir una más del aquelarre. Los quiero mucho, sé que pudo contar con ustedes y ustedes conmigo.
Bianca lanzó un beso con la mano y mi hermano sonrió.
—Y por supuesto –giró y me miró a los ojos—. Agradecer a Lenya, mi vampiro moreno del cual me enamoré el primer día que lo vi. Gracias amor por fijarte en mí. Gracias por luchar por nuestro amor. Por tu sacrificio para verme feliz, y por darme un hijo. Te amo con toda mi alma.

Los aplausos irrumpieron en el silencio del parque. Me adelanté y la encerré en mis brazos, y el beso que nos dimos fue demoledor…


Liz.


Antes de partir al hotel Thon para nuestra luna de miel, subí a mi habitación para quitarme el bello vestido de novia y el elegante tocado. Lenya quedó atrapado entre varios machos que le impidieron que diera un paso hasta que yo bajara lista para irnos. Sonreí mientras me ponía un bonito vestido terracota. Me observé en el espejo y apliqué un poco de maquillaje. Después del baño no habían quedado restos en mi rostro del trabajo esmerado y entusiasta de las chicas.

De pie, deslicé el lápiz labial sobre mis labios y me detuve en el reflejo… El silencio de la habitación me rodeó…

¿Cuánto de aquella Liz de Drobak había quedado en mí? Casi nada. Solo mi cabello rubio que caía hasta mitad de la espalda y mis rasgos angulosos y delicados enmarcando un rostro angelical. Ya no tenía el color azul verdoso en mi iris que tanto había llamado la atención a los chicos de la pequeña ciudad. Ahora, las vetas rojizas se mezclaban con un verde tenue.

Mi mirada bajó a mi vientre… La protuberancia redonda y perfecta me recordaba que allí estaba, creciendo dentro de mí. En meses me convertiría en madre. Le daría a Lenya el testimonio más perfecto de nuestro amor. Nuestro amor… Ese sentimiento tan fuerte que sentía por él y que aunque no habría transcurrido demasiado tiempo, muchos sucesos lo habían convertido en un sentimiento férreo e invencible.

Pensé por segundos qué sería capaz de hacer por Lenya ante un peligro o una amenaza. La imagen de un mar tormentoso y bravío me estremeció. Vepar tenía razón al dudar. Solo sabría de mi equilibrio y razón ante una situación extrema. ¿Provocaría inundaciones por salvar a Lenya? La respuesta preferí obviarla. Aunque dentro de mi corazón la conocía.

Unos golpes a la puerta me volvieron al presente frente al espejo.

—Lenya –sonreí—. Ya casi estoy lista.

La puerta se abrió lentamente y dejó ver la silueta de la elegante dama de los Craig.

—Bianca, pensé que era Lenya.

Sonrió mientras cerraba la puerta y avanzaba hacia mí.

— ¿Tú crees que Lenya hubiera golpeado la puerta si hubiera escapado de las garras de los machos?

Reí y negué con la cabeza.

—Tienes razón.

Me observó en el espejo y nuestros ojos se encontraron.

—Estás muy bella. El embarazo te sienta bien.
—Estoy muy gorda.
—Nooo. No es así. Mírate… —acarició una hebra de cabello—. Eres digna de ser una dama Craig.

Sonreí.

—Gracias…
— ¿Estás triste?
—No. Solo un poco atontada. No puedo creer aún todo lo que viví.
—Lo sé. Entiendo perfectamente. También pasé por ello.

Giré el rostro de perfil y la miré.

— ¡Cuántas personas ignoran la verdad! Piensan que la raza humana es la única inteligente del planeta.

Suspiró.

—Sí, yo era una de ellas. Ahora mi mente es abierta y asumió que además de los humanos habitan lobos y vampiros.
—Y quizás… alguna raza más.

Me miró arqueando la ceja.

—Digo, quizás… ¿Sabes? –Continué cambiando de tema—. Me hubiera gustado que Signy estuviera aquí.

Bajó la mirada.

—Lo sé. También yo.
—Alguna que otra noche… el recuerdo de aquellas horribles escenas vuelve a golpearme.
—Cariño, intenta alejarlas. Nada puedes hacer para regresar el pasado.
—Cuando Lenya me convirtió, entré en un mundo desconocido. Fue horrible, mucho frío y soledad.
—Sí, también lo viví.
—Ella apareció, su nombre es Hela.

Me miró fijo.

—Es el mensajero de la muerte. Quizás quiso quedarse contigo pero la venciste.
—Ella me propuso regresar al pasado como si los hechos no hubieran ocurrido nunca.
—Es probable que fuera una trampa para probar tu seguridad.
—Sí, quizás. Sin embargo yo no lo dudé, Bianca. Y esa decisión tan egoísta me duele, no creas. Es que no me importó si podía volver el tiempo y revivir a mi hermana. Regresar a esos momentos donde vivíamos felices en la cabaña de Drobak. Y no lo elegí. Por amor a él no lo elegí.
—Tranquila. Yo hubiera hecho lo mismo.

Se apartó de mí y cogió asiento sobre la cama.

—Necesito hablarte sobre algo importante.
—Dime.
—Vine a la habitación por un motivo especial. Marin no deseaba arruinarte la luna de miel pero en cuanto me lo dijo creí que debías estar preparada. Siempre es mejor saber lo que va a ocurrir. Lamento si  no hago lo correcto.
—Estás asustándome.

Negó con la cabeza.

—No, no es para aterrorizarse… Es… Tu madre quiere verte. Se lo dijo a Marin. Supo que estarás en el hotel Thon y… seguramente irá uno de estos días.

Callé… En realidad una mezcla de sensaciones me invadieron. Por un lado la rabia, el dolor. Por otro el deseo de tenerla frente a frente y preguntarle tantas cosas.

—Supongo que no puedo vivir escondiéndome de ella. Mejor así.
— ¿Estás segura? Lenya puede bajar al hall y decirle que no te encuentras bien.
—No. Tendremos esa charla que quiere.
—Muy bien. No esperaba otra cosa de ti.

Se puso de pie y avanzó hacia la puerta.

—Les deseo lo mejor en la luna de miel. ¡Ah! –sonrió—. No olvides ponerte los lentes de contacto.

Guiñé un ojo y cogí el estuche del tocador.

—Los tengo aquí.

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Los días y noches en el hotel fueron maravillosos. Lo que más me gustó, además de hacerle el amor, y esperar el amanecer en sus brazos, fue quedarnos las pocas horas de oscuridad en el balcón. Recostados en una amplia reposera, refugiada en sus poderosos brazos y su mano ancha y fuerte sobre mi vientre, respirábamos el aroma de los tilos de la acera que rodeaba la construcción. El ruido de la ciudad, por breve tiempo, se callaba con la oscuridad precaria, entonces… disfrutábamos de ese silencio nocturno. Solo el latidos de dos corazones, solo el sonido de nuestros besos.

Una de esas noches, con mi nariz hundida en la piel de su cuello, el aroma a su perfume invadió mis sentidos y me regresó al pasado…

“Creo que no nos han presentado.” Dijo él aquella Navidad…

Sonreí con los ojos cerrados.

Era mágico como el cerebro representaba la escena vivida con tanta nitidez.

Si hasta podía sentir nuevamente esa primera mirada estremeciéndome. El olor de la cena en la mansión. Las conversaciones de alrededor. Y yo… Allí frente a Lenya sin saber que decir y como actuar. Yo que me las sabía todas con el género masculino.

Después, recordé aquel día… Un 13 de marzo. Yo hablaba con Numa en la acera del pub. Quería saber todo sobre Lenya, su edad y si tenía novia. Pero nos sorprendió surgiendo de la nada. Otra vez la misma sensación de inquietud y quedarme sin palabras. Esos ojos tormentosos que me miraban fijo. Esos labios carnosos que invitaban a besar.

Pero nadie podría acusarme que no me comporté como una dama. Porque si hubiera dejado al libre albedrío lo que deseaba hacer con él…

Reí.

Lenya que dormitaba me apartó para mirarme a la cara.

— ¿De qué ríes “rubita”?

Lo observé risueña.

—De lo recatada que fui contigo las primeras veces que estuvimos solos.

Arqueó una ceja.

—No será cuando me besaste en el sofá, ¿verdad?

Reí.

—No, lo había olvidado pero… fruncí el ceño simulando enojo—. Creo que el que me besó fuiste tú.
— ¿No digas?
—Sí señor. Yo solo te provoqué –reí.
—Excelente efecto conseguiste. Te diré que me resistía a hacerlo.
—Pues tu resistencia no se notó.

Sonreímos.

Poco a poco su sonrisa desapareció dejando en su rostro una mueca de nostalgia.

—A veces me doy miedo –susurró—. No sabría vivir sin ti.

Mis dedos acariciaron su barba incipiente.

—Ya somos dos. Pero descuida, no me iré jamás de tu lado.
— ¿Y si un día por algún hecho me convirtiera en el peor del mundo?
—Entonces ese día, bajaría al mismo infierno a rescatarte. Y si no podría me quedaría a vivir en el, contigo.

Me besó dulcemente…

Sus ojos se desviaron a la mano que posaba en mi vientre.

— ¿Crees que tendrá buen carácter?

Reí.

—No querido, tiene a quien salir.

Rio y besó mi frente.

—Cierto, olvidaba tu pésimo carácter.

Estallé en risas.

— ¿Yo? ¿Qué me dices de ti?
—Soy un santo.

El teléfono sobre la mesa de luz sonó. Ambos miramos hacia la dirección.

— ¿De recepción? –pregunté.
—Seguramente.

Se puso de pie y abandonó mis brazos. Atendió la llamada mientras yo me incorporaba y lo observaba a través del blanco tul de la cortina.

Aguardé inquieta. Algo me decía que esta vez no era algún conserje para invitarnos a un evento en la sala o simplemente traernos algún aperitivo a la habitación. Nadie empleado del hotel ignoraba que nada menos que uno de los dueños del Thon y su mujer se hospedaban hace días. Habían sido atentos hasta rozar lo servil.

Miré las sombras de los edificios que comenzaban a desaparecer junto a la noche. En poco tiempo el sol despuntaría el horizonte producto de la primavera.

Olí mi piel ausente de aroma a coco. Me puse de pie y abandoné el balcón.

Lenya colgó el auricular. Sin embargo tardó unos segundos en buscar mis ojos.

—Es ella, ¿verdad?
—Sí, quiere verte. Esperará en el hall.

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El hall estaba iluminado por arañas de bronce y decenas de lágrimas de cristal. Bajé la escalera por la alfombra de moquete burdeos con la mano aferrada a la baranda y los pasos lentos y cuidados. Tenía miedo de dar un traspié y caer con mi hijo en mi vientre. Varias personas subían en sentido contrario y algunas conversaban entre ellas en voz alta. Sus voces formaban un eco en mis oídos, un eco lejano como si estuvieran en otra dimensión. Pero era yo que me encontraba fuera de lugar. Iba a un sitio de la sala que no sabía con precisión, a encontrarme con alguien que no estaba segura si deseaba enfrentar. Sin embargo no hubiera dudado ni un segundo aceptar el encuentro. No por mí. Quizás mi enojo hubiera durado lo suficiente para tachar meses en el calendario, pero fue un pedido de él al que no me negaría jamás. Pocos minutos antes de bajar al hall, Lenya me cogió el rostro y sus ojos se hundieron en los míos…

“Liz, pasé muchos años viviendo un rencor que me carcomía y no me dejaba ser feliz. Todo por encerrarme y no salir a enfrentar mis dudas y preguntar. Aunque mi orgullo quedara a un costado. Y así transcurrieron años. Nada hubiera sido igual si mi padre y yo hubiéramos hablado desde un principio. No deseo lo mismo para ti. Si no quieres hacerlo por ti, hazlo por mí.”

En ese instante pensé que mi angustia y el recuerdo de hechos tan tristes impedirían que intentara escucharla y perdonar. Sin embargo el “hazlo por mí”, pesó más que todo el rencor que invadía mi corazón.

Y aquí estaba yo al pie de la gran escalera señorial, rodeada de turistas que ni siquiera me conocían e ignoraban mi estado de ánimo. Buscando con la mirada a mi madre en algún rincón del gran salón.

De pronto me detuve… Percibí que no era tan fácil avanzar… Nadie me ayudaría a dar un paso tras otro desde el instante que mis pies quedaron clavados en el suelo. Porque nadie de allí conocía mi pasado. Salvo su mano ancha y fuerte cuando buscó la mía. Entonces miré al costado para verlo junto a mí. Alto, poderoso, aparentemente inquebrantable. Pero no era tan así… Lenya también podía quebrarse y yo conocía el qué y el cuándo podría suceder… Igual que él conmigo.

Con él, la chica poderosa de la que todos hablaban nunca lo engañaría. Mi porte de hembra superada que todo lo puede dejaba caer esa máscara de seguridad para mostrarse tal cual era frente a Lenya Craig.

— ¿Vendrás conmigo? –mi pregunta sonó a súplica.

Me miró con ese iris grisáceo y amado.

—Por supuesto.
—Como no te lo he pedido –susurré—. Creí…

Solo me miró con ternura al tiempo que contestaba.

—Hay palabras que jamás me dirás, Liz. Sin embargo aprendí a leer tu alma.

Las palabras emotivas sacudieron mi estado frágil. Sumado a mi embarazo no pude detener la emoción y las lágrimas humedecieron los ojos.

Traté de reponerme en segundos. Necesitaba que supiera lo que significaba para mí.

—A ti puedo decirte todas aquellas palabras que nunca pronunciaría a nadie. Solo por el miedo de mostrar mi debilidad. Pero ante ti, no tienen el mismo sentido. Eres el único que me conoce de verdad. ¿Puedo preguntarte si mi alma no te asusta? ¿Me amas igual?

Sonrió de lado.

—Pienso que es lo adecuado corresponderte hagas lo hagas, sea como seas. Después de todo… —volvió a sonreír con picardía recordando aquel pasaje que tantas veces le repetí—. Después de todo sé que me amarías aunque fuera el hijo del mismo Satán.

Sonreí y sequé mis lágrimas. Él se detuvo para recorrer con la vista el hall hasta que apretó mi mano y susurró.

—Ven, es por aquí.

Lo seguí. Lo seguí como siguen los niños pequeños cogidos de la mano de aquel adulto que saben los protegerá. Lo seguí sin el temor de estar sola para enfrentar lo que fuera. Desdicha, dolor, desencanto, y hasta arrepentimiento, ¿por qué no? Con él era capaz de todo.

Y avancé… Mis ojos contaron uno a uno las tablas lustradas del parquet, sin levantar la vista, sin buscar el rostro al cual enfrentaría. Sintiendo solo su mano de piel suave, contenedora, envolviendo mis dedos frágiles y helados. En silencio… Con el corazón latiendo anormal y un puño en el estómago. Hasta que se detuvo y me detuve…

—Allí –susurró—, en los sillones de cuero negro.

Levanté la vista lentamente  y la vi…

Estaba sentada de espaldas. Vestía un suéter negro y su cabello corto había perdido el color brillante y el rubio uniforme. Mechas de canas salpicaban su cabeza. Parecía leer cabizbaja, pero no. No debía estar leyendo. Imaginé que tendría la vista clavada en su falda, quizás sintiendo un temor similar al mío.

Tuve que acercarme y rodear los sillones esquineros que encerraban una baja y larga mesa de living para verla de perfil, y finalmente de frente.

Había imaginado indignada miles de situaciones cuando la tuviera frente a frente, pero juro que en ninguna acerté.

Lenya no soltó mi mano. Es más, creo que fue él, el que me obligó a avanzar.

Cuando estuve a una distancia prudencial, la suficiente para que nuestra posible conversación no fuera escuchada por oídos curiosos, intenté nombrarla, “mamá”. Sin embargo mis palabras no salieron. El nudo en la garganta me lo impedía y me acobardaba.

La voz de Lenya sonó firme y segura. Hubiera dado algo costoso por sentirme así.

—Señora Mildri.

Ella levantó la vista. Lo miró por instantes para después fijar la vista en mí.

Su reacción tampoco la esperaba. Imaginaba que llegado el momento ella correría a abrazarme y a deshacerse en disculpas. Pero solo se quedó allí, sentada, inmóvil. Con el iris claro clavado en mi rostro.

—Señora Mildri –repitió Lenya—. Aquí está Liz para que puedan hablar.

Mi madre abrió la boca y la cerró. Vi como bajaba la vista a mi vientre abultado y redondo. Después volvió a mis ojos y se puso de pie lentamente.

Tenía puesto un pantalón oscuro y el suéter negro. Unos zapatos un poco viejos, aunque no los reconocí. No estaba maquillada como solía hacerlo. A cara lavada parecía tener alguna que otra arruga nueva a pesar de haber transcurrido un poco más de un año de no verla.

El corazón se estrujó. No tenía frente a mí a la mujer que esperaba. La misma que había huido con mi tío para vivir el amor. Parecía una anciana aunque de cincuenta años. Abatida, triste, sin rastros de aquella que había sido alguna vez, solo su belleza.

Sentí deseos de caminar esos pasos que me separaban y abrazarla, aunque después despotricara lo que a mi modo de ver habían sido hechos egoístas e irresponsables. No lo hice. La miré sin gestos específicos de angustia o de ira. Como si mi rostro fuera de cera.

—Liz –pronunció—. Gracias por venir.

Reaccioné como despertando de un letargo. Mis piernas temblaban mis manos transpiraban.

—Mejor cojan asiento –dijo Lenya.

Ella asintió y yo avancé hasta un sillón contiguo soltando la mano de Lenya con evidente resistencia. Él ocupó un lugar junto a mí. Al instante volvió a encerrar mi mano con la suya.

Hubo silencio, quizás varios segundos, quizás un minuto, hasta que ella comenzó a hablar.

Sentí que me miraba de perfil. Yo no podía. Mantuve la vista clavada en mis rodillas, escuchando su voz pausada, con un tono bajo y monótono.

—Necesitaba verte… Sé que estarás ofendida por haberlas dejado y…
— ¿Por qué? –mi pregunta brotó como susurró—. Dime el porqué.

Ella interrumpió su frase y contestó.

—Por amor.

Por el valor y la connotación emotiva que tenían sus palabras me anime a mirarla. Mi madre bajó la vista para después buscar mis ojos. Sí… Parecía que habían pasado al menos diez años para ella. Mejor dicho sobre ella. No ignoraba que su abandono había sido en base a lo que sentía por mi tío desde hace años. Ella mismo lo había dejado claro aquella última vez en Drobak. Sin embargo necesitaba saber más de ese amor.

—Podías haberlo traído a casa.

Mis frases comenzaron a salir sin pensarlo. Poco a poco la situación dejaba de superarme para instalarme en una posición de madre e hija hablando sobre un hecho doloroso, pero que no podría seguir evadiendo.

Ella titubeó al contestar…

—Eridan estaba internado. No se le permitía salir. Por otra parte… ¿Cómo presentarlo ante ustedes y meterlo en casa? Era el padre Bianca. De mi sobrina adorada.

Arquee la ceja.

—El marido de tu hermana.

Se mantuvo en silencio por unos instantes. Respiró profundo y contó con palabras entrecortadas y cargadas de dolor, aquel pasado del que nunca nos había hablado.

—Cuando ella me presentó a Eridan como su novio, conocí el amor a primera vista. Él también lo sintió. Pero no creas que intentamos algo a espaldas de ella. ¡Nunca! –exclamó—. ¡Nunca estuvimos juntos ni hablamos de ello mientras tu tía vivió! Solo aquella noche… Aquella noche que llegaron juntos para contarnos que ella estaba embarazada. Entonces… él me siguió hasta la cocina con la excusa de un café. Recuerdo que lo miré y le dije, “te felicito, serás padre”. También recuerdo sus ojos mezcla de dolor e impotencia y lo que dijo… Lo que me dijo… “Tú y yo sabemos lo que sentimos desde el primer momento y juro que intenté arrancarte de mi corazón. El destino hizo que no te conociera antes, pero a partir de ahora… por el hijo espero… yo… soy un hombre de bien… Evitaré pensar que alguna vez…” Giró y abandonó la cocina.
—Por eso él no iba a Drobak, ¿verdad? –pregunté.

Asintió en silencio.

—Nunca más hablamos sobre lo que sentíamos. Tanto tiempo pensé cosas horribles de mí. Pero día a día me era imposible quitarlo de mi corazón. Fui criada entre la moral y la ética religiosa. Solo me comporté como esperaban que lo hiciera. Callando ese amor prohibido que no tendría un final feliz.
—El final feliz te llegó cuando mi tía murió, ¿no es así?

Lenya apretó mi mano en señal de protesta.

Okay… Debía seguir escuchando sin emitir juicio, al menos no por ahora hasta conocer todos los detalles.

Y así fue… soporté en silencio que ella contara ese pasado oscuro y prohibido…

Su amor eterno hacia él, el respeto por su hermana, el sacrificio…

De pronto, la sala giró sobre sí misma y su voz se perdió en mis oídos haciéndose lejana y entrecortada. Todo oscureció… La última imagen que llevaron mis pupilas antes de desmayarme, fueron sus ojos grises asustados y sus labios liberando mi nombre y la desesperación.

— ¡Liz! ¡No me hagas esto!


Lenya.



La idea de materializarme con Liz en el hospital de Kirkenes se me cruzó por la cabeza. Sin embargo todos tenemos instantes de cordura y así fue. Desaparecer ante la vista de decenas de personas y frente a su madre no era buena idea, pero faltó poco para que no me importara.

Tuve que hacer de tripas corazón y llevarla desmayada en brazos hasta la habitación, mientras la gente curiosa preguntaba qué había pasado con esa chica tan bella, y el jefe de los conserjes se deshiciera en ayudar.

Recuerdo que me giré antes de subir la escalera y traté de ser gentil a pesar de los nervios. “Llamaré a su doctor personal, ¡Gracias!”

Por suerte Liz reaccionó apenas la deposité en la cama. Entreabrió los ojos aunque su respiración parecía irregular. Pulsé el número de Sebastien para saber el número de Olaf Arve. ¿Cómo era posible que no se me hubiera ocurrido agendarlo nunca? Mierda…

Mi hermano atendió al momento, era un milagro del universo. No todo estaba contra mí. De inmediato se alarmó pero no conté pormenores ni detalles. Incluso mentí. Dije que necesitaba que examinara a Liz porque se sentía débil. Tuve que prometer que volvería a llamar para tranquilizarlo.
Arve llegó a los quince minutos. Miento, para mí parecieron quince horas. Al momento de entrar en la habitación, Liz no hablaba, pero supe que no deseaba hacerlo. Se notaba que había vuelto en sí y poco a poco su circulación y latidos volvían a la normalidad.

Su madre había quedado en el hall con la promesa de que bajaría en cuanto supiera el diagnóstico. Solo así conseguí que no me siguiera hasta la habitación. Bueno… creo que adivinó que no daría un paso para acercarse sin mi autorización. Me creyó porque seguramente lo vio en mis ojos.

El viejo director del hospital sentado sobre el borde de la cama tenía la mano de Liz entre las suyas y pacíficamente la interrogaba con la mirada llena de afecto.

La sangre entró en ebullición al ver a mi amada tan cerca de otro macho. Aunque fuera un profesional de la salud, pero lo soporté como un ser civilizado. Él preguntó sobre la alimentación aunque sabía perfectamente a qué clase de nutrientes escondía su pregunta.

Liz no cazaba hace un par de semanas pero conocíamos que el desmayo había sido producto de una gran emoción. Se lo comuniqué mientras mi iris como láser no se separaba de ese contacto físico que tanto me molestaba.

Después de escuchar los latidos del bebé su rostro frunció el ceño. No pasó por alto para nosotros y de inmediato lo consultamos. Él movió la mano en el aire como no dando importancia. “Descuiden, el corazón late perfecto, solo que… —se dirigió a ella—. ¿Te has hecho una ecografía?” Liz respondió con un rotundo no y dejó claro que deseaba que fuera sorpresa el sexo del bebé. A lo que Arve explicó tan gentil como siempre que podía pedir no ser informada. Supuse que a Liz no la convenció porque cortó con un, “quizás más adelante”.

Cuando Arve se puso de pie le comunicó a mi hembra que si deseaba hablar sobre algo más que hubiera ocurrido, él la escucharía desahogarse. En ese caso propuso dejarlos a solas. Fue la primera sonrisa de Liz en todo el día. Con una mueca de ironía preguntó, ¿doctor, siempre vive al filo del peligro?

Arve me observó y bajé la mirada. Escuché que bufó como protesta.

—Ustedes… son tan especiales.
—Gracias por el halago –contesté. Aunque agregué—. Gracias por venir tan rápido.

Al despedirlo continué con mi disfraz de caballero y pregunté cuánto se le debía por la visita. Él dejó claro que no esperaba pago. Sebastien y Bianca eran grandes amigos por lo tanto todo lo que concerniera a ellos era una grata obligación. Antes de cerrar la puerta lo detuve.

—Arve…

Él me miró bajo las gafas, curioso.

—Los vampiros errantes vendrán muy pronto a Kirkenes.

Continuó mirándome fijo sin entender.

—Su hijo está con ellos hace tiempo.

El rostro del doctor dibujó la sorpresa, después sonrió.

— ¡Acabas de pagarme la visita con la mejor noticia! Gracias.

Se retiró apresurado por el pasillo y cerré lentamente la puerta.

Conocía muy bien la historia por parte de Sebastien. Desde que mi hermano lo había convertido salvándolo de la muerte, nunca se habían encontrado padre e hijo. Supuse que debía ser fatal para él cada día de su vida pensando en ese reencuentro que algún día sucedería. Quizás, él siendo mortal, se habría preguntado si esa oportunidad llegaría antes de partir de este mundo.

—Lenya…

La voz de Liz me sacó de cualquier pensamiento que no fuera ella.

Me acerqué a la cama y se hizo a un lado para darme un lugar.

—Ven… Así… Necesito que me abraces fuerte.

Fueron segundos para cumplir su pedido. Ya en mis brazos cerró los ojos y murmuró.

—Sé que tienes que bajar al hall y decirle a mi madre que estoy bien, porque no se ha ido, ¿verdad?

Negué con la cabeza.

—Entonces, solo quédate unos minutos antes de avisarle.
—Por supuesto cariño, ¿estás mejor?
—Sí. Tranquilo. El bebé y yo estamos bien.

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Los minutos que deseó Liz se convirtieron en media hora. Era difícil despegarse cuando sientes tanto amor. Sin embargo cumplí mi promesa y bajé al hall para notificar a su madre que todo estaba bien.

— ¿Duerme? –preguntó mientras la acompañaba hasta la puerta principal.
—Sí, todo está bien. No tiene de qué preocuparse.
—Gracias.

Sus ojos evitaron mirarme y recorrió la acera con la mirada entristecida.

—Debo irme… Por favor, tenga el número del hotel donde me hospedo.

Buscó en su bolso pequeño algo para anotar.

—No se moleste. Conozco el número de “La manada”.
—Ah, siendo así… Por favor…
—No me olvidaré –la interrumpí.

Colgó el bolso en el hombro y me miró. Una sonrisa débil se dibujó en su rostro.

—Ella lo mira con tanto amor.

Tragué saliva. Reconocí que sin saber los hechos había actuado impulsivamente aquel día que la había visto por primera vez. Después de escuchar el relato atentamente junto a Liz, creo que ya no podía culparla de haber corrido al encuentro de quien amó desde siempre.

—Es bueno saberlo –murmuré—. Lamento si fui… grosero aquella vez.

Negó con la cabeza.

—Lo comprendo. El amor es así. Usted la defendió. Ahora que los he visto juntos, imagino que haría cualquier cosa por ella.
—No se lo imagina.

Volvió a recorrer la ciudad con la vista mientras sus manos delgadas, de uñas prolijas, se unían a la altura del abdomen.

—Debe saber que Liz nunca miró así a nadie. Le he conocido varios romances, pero estoy segura que nunca amó como lo debe amar a usted. Conozco la mirada de mi hija, aunque estemos distanciadas.
— ¿Ni siquiera a Drank?

Mi pregunta la hizo volverse hacia mí bruscamente. Yo… ni siquiera razoné si estaba correcto.

— ¿Lo conoció? ¿Le ha hablado de él?

Ahora eran mis ojos que evitaron mirarla y refugiarse en el carro del vendedor ambulante de café.

—Sí, lo conozco.
—Era un buen chico.

La miré.

—Es. Porque está vivo.

Ella dudó si continuar hablando sobre él. Al fin se decidió con un rictus asombrado.

—Creí que sufría una enfermedad terminal.
—Se salvó. ¿Marin no se lo dijo?

Dudó.

—Pues si me lo dijo… Quizás no presté atención. El hecho es que…

Nuestros ojos se encontraron. Los latidos de mi corazón aumentaron. Estaba seguro del amor de Liz hacia mí. Sin embargo, no supe porqué el miedo a lo que dijera hacía temblar cada molécula de mi cuerpo.

—No, jamás puede comparar el amor que veo en los ojos de mi hija al mirarlo, señor Craig. Puede estar seguro. Lo de ellos fue una bonita historia, nada más.

El alma me volvió al cuerpo. ¡Qué idiota me sentía! Idiota y traidor por desconfiar de Liz. Pero no había podido dominarlo.

—Por favor –insistió—. No se olvide de tenerme al tanto.
—Lo haré.

Cada peldaño de la escalera se hizo pesado. No porque no quisiera reunirme con mi hembra, sino porque no me sentía bien después de indagar a su madre sobre Drank.  No tenía derecho, ¿o sí? ¿Hasta cuando mis dudas? ¿Acaso no lo había dejado en el hospital en el peor momento para viajar a Kirkenes cuando me enfrenté a Agravar? ¿Acaso no había empuñado el arma sin importar la orden de mi hermano de no abandonar la mansión? Ese disparo… Ese disparo certero que había salvado mi vida…

— ¡Buena puntería, nena! –murmuré sonriendo.
— ¡Señor Craig!

La voz chillona y desesperada interrumpió y su cuerpo infundado en el impecable uniforme interceptó a mitad de la escalera.

—Señor gerente… —suspiré.
—Oh, señor Craig. Ansío saber cómo sigue su esposa.
—No se preocupe, está mejor.
— ¡Cuánto me alegro! Quizás el embarazo y el cambio de clima. O quizás está agotada de ver tanta gente dando vuelta. Usted sabe, los turistas se pasean, hablan a gritos en varios idiomas. ¡Es apabullante!

Iba a contestar que si había alguien apabullante en el hotel era él. Pero callé y sonreí.

—Tal vez salgamos a caminar.
— ¡Qué buena idea, señor Craig! Incluso tengo paquetes de turismo para ofrecerle. Lugares apartados solo para clientes privilegiados.
— ¿No diga?

Subí dos escalones más…

—Sí, sí. No tiene más que decirme y prepararé una salida para que su esposa se sienta renovada.
—Gracias, lo tomaré en cuenta. Ahora si no le parece grosero de mi parte quisiera regresar a la habitación.
— ¡Oh siii! Mil disculpas. Envíele saludos de mi parte y que se reponga del todo. Estamos para servirlos.

Sonreí lo más cortés que pude.

—Gracias.

Mientras avanzaba al encuentro de mi hembra, me sentí feliz de que Liz y su madre se hubieran encontrado. La había convencido de dar el primer paso. De pronto, una imagen de mi padre se cruzó en mi cabeza… Aquella primera vez que lo vi en las cumbres sin poder abrazarlo… Sin poder hablar y preguntarle el porqué. Aunque el diario de mi madre había dejado un camino despejado, habían pasado decenas de años sin saber la realidad. Y durante esos largos años de rabia y de tristeza, hundido en el oscuro rencor, pensé que había una verdad más importante que me había dejado la enseñanza de la vida… Que hay que enfrentar los miedos y el dolor, porque por más que te arrepientas más tarde… el tiempo no regresará jamás.








6 comentarios:

  1. Uy genial capítulo adoro la pareja Liz y Lenya . Me encanto volver a leerte.

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    1. ¡Muchas gracias querida Judit! Me alegro que te haya gustado. ¡Un beso grande y buena semana!

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  2. Me hacia falta leer esta historia, que susto con Liz, el pobre de Lenya casi la da algo. Y bueno aunque sea difícil Drank tiene que olvidar a Liz. Gracias Lou por un buen capitulo!!!

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    1. ¡Hola Lau! Gracias por comentar. Un buen susto de parte de Liz pero todo salió bien. En cuanto a Drank... veremos veremos... Un besote nena.

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  3. Respuestas
    1. ¡Querido amigo! Muchas felicidades en estas fiestas y un genial año nuevo. Te deseo de corazón.

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