Un besote y miles de gracias por comentar.
Capítulo 38.
Paso a paso.
Charles.
Margaret entró a la habitación cuando había terminado
de ducharme y buscaba afanosamente una camisa celeste. Abrió las ventanas y el
aire fresco del día nublado con olor a resina, penetró mi nariz.
—Margaret, harás que me resfríe –bromee.
—Eres muy chistoso, sé que no resfriarás. Eres un
bello vampiro.
Se dispuso a cambiar la ropa de cama mientras
tarareaba una canción.
—Lo de bello vampiro, te lo agradezco. Aunque sé que
tienes razón.
Rio.
— ¡Vanidoso!
—Ahora… en cuanto al resfrío… Déjame dudarlo.
— ¿Por qué? –se acercó al ropero buscando sábanas.
—Bueno… A Olga la mató un virus. Eso es algo que nunca
imaginé. ¿Pensaste en ello?
Me miró sin dejar quietas sus manos entre los
estantes.
—Debe ser un virus extraño. Ellos vivieron en Siberia
por centena de años. En los bosques vírgenes. ¿No te dijo Ekaterina? Tú mismo
lo has dicho al regresar de Ekaterimburgo.
—Sí… ¿Dónde está mi camisa celeste?
—En la percha, Charles.
—Ya busqué allí.
Se acercó al lado izquierdo del ropero. Sus dedos
delicados y femeninos recorrieron abriendo las prendas que colgaban.
— ¿Lo ves? No está. No recuerdo haberla usado y
dejarla en el lavadero.
—Aquí, cariño —extrajo la camisa que se hallaba bajo
la chaqueta negra—. Estaba colgada en la misma percha.
—Oh… No sé qué haría sin ti.
—Buscar mejor las camisas –guiñó un ojo y volvió a su
tarea.
Sonreí mientras abotonaba uno a uno los botones.
—Me preocupa ese virus. Tan solo si Natasha pudiera
adelantar la investigación. Quizás lleve años.
—Charles, no te preocupes. Olga fue la única de
nuestra raza que enfermó.
—Pero no sabemos si será la última. Recuerda que los
Sherpa viven muy cerca. Al menos vivían.
Dio palmadas a las almohadas para acomodar el relleno
y me miró.
— ¿No se sabe nada de Khatry y las hijas de Agni?
—Nada. No se encuentran en las cavernas que les
sirvieron de hogar. Eso es preocupante.
— ¿Qué dice Sebastien?
—Envió a Lenya y a Rodion la última vez. Lenya no
había tenido buen resultado así que dos vampiros buscan mejor que uno. Pero
tampoco supieron nada.
—Quizás se mudaron. Sebastien ya había hablado con
ellos para que buscaran la forma de mimetizarse entre humanos y así poder cazar
fácilmente.
—Lo sé, Margaret. Sin embargo no creo que Khatry tome
decisiones sin antes hablar con Sebastien. Los Sherpa son muy respetuosos del
linaje Craig.
—No como los errantes, ¿cierto? –Me miró con las manos
en las caderas—. Eso también te preocupa.
—Sí, me conoces tanto.
—No debes pensar en ello. Estoy segura que poco a poco
se adaptarán. Por su parte Ekaterina deseó quedarse unos días con nosotros.
—Sí, dijo que al niño le encantaba la mansión.
— ¿A quién no? –sonrió.
—No sé… No lo veo cómodo. Cualquiera de su edad
hubiera tocado cuanto objeto le llamaría la atención e iría preguntando cosas
con la curiosidad propia que tienen los seis años. No es así.
—Es tímido.
—Es observador, eso sí. No te lo niego. Pero es como…
si… tuviera temor de algo o de alguien.
— ¿De Sebastien?
—Eso está a la vista, querida. Nuestro líder se
deshace en caerle bien pero se nota a la legua cierta reticencia.
—Por supuesto, si Ekaterina lo ha asustado. ¡Pobre
niño!
—Sí… Creo que exageró al darle directivas. No te
sientes sin permiso, no corras por la casa, no entres a las habitaciones, pero
los niños no hacen caso al pie de la letra.
— ¿Tú crees que lo maltrate?
—No, también lo notaría. Se vería reflejado en la
relación entre ella y Nicolay. Sin embargo se nota que se adoran aunque la
respete. Pero es cierto que le habrá dicho quien sabe que cosas con respecto a
Sebastien.
— ¿Te imaginas si fuera Adrien? ¡Madre mía! Sus hijos
no tienen ni la cuarta parte del porte imponente que lucía su padre. Se hubiera
desmayado ante él.
—Mojó sus pantalones, Margaret. Eso indica un
exagerado temor reverencial.
—Sé que Sebastien logrará cambiar los hechos. Es muy
tierno con el niño.
—Sí, le gustan los niños.
Margaret se acercó y posó su mano en el hombro.
— ¿Crees que Bianca podrá darle un hijo?
—No lo sé. Quizás el impedimento sea psicológico. La
última vez que hablé con ella sobre el tema estaba obsesionada por cumplir el
deseo de él.
—Es que sería la gloria tener un hijo de su amada.
—Claro… Pero un hijo no es lo único que te hace feliz
en la pareja. Tampoco es lo único que une. Sin embargo, a veces, su llegada
puede desunir.
— ¿En serio?
—Imagínate, la llegada de un bebé son muchos cambios.
La pareja debe habituarse y ya el tiempo de la madre se repartirá en el macho y
su retoño. Eso a los machos no nos cae bien, aunque disimulemos.
—Me asombra tu conocimiento, Charles. Sobre todo
porque no tienes el título universitario de Dimitri Gólubev. Pero bien podrías
poner un consultorio.
Reí.
— ¿Verdad que sí?
—Por supuesto, lo digo en serio –sonrió.
—Es la vida mi querida Margaret. Te enseña a través de
los años.
Unos golpes en la puerta se escucharon. Margaret abrió
y se encontró con una Sara llorosa.
—Ay, ¿qué ocurrió?
—Margaret, estaba buscándote. Necesito que te quedes
con mi bebé.
— ¡Claro! ¿Pero qué ocurrió?
—Voy a salir a despejarme un poco. Rodion está
insufrible. Dice que ya no lo amo como antes y que ni pregunto cómo se siente
–lloriqueó.
Margaret giró el rostro para verme.
—Te lo dije –gesticulé.
Rodó los ojos y abandonó la habitación.
Terminé de vestirme y cogí las llaves de la casa.
Tenía pensado llevar a Nicolay al altillo y mostrarle algunos juguetes de
Douglas. Estaba convencido que eso le entusiasmaría. ¿Qué niño no le gusta ver
juguetes novedosos? Nicolay había traído una pelota y sus videos juegos. Así
qué jugar de formar convencional con coches y soldaditos le llamaría la
atención.
Caminé por el pasillo haciendo tintinear las llaves.
¿Dónde estaría Nicolay?
Casi al llegar a la escalera me crucé con Scarlet y su
bello uniforme.
— ¿Ya regresaste?
Sonrió divertida.
—No, es un simulacro.
— ¡Ah, qué chistosa estás!
—Voy a bañarme y cambiarme de ropa. Hoy me quedaré con
Grigorii en su nuevo apartamento.
— ¿Te quedarás significa…?
—Sí, significa que me acostaré con él.
— ¡Qué gráfica eres!
Rio.
La observé alejarse y me preocupó.
—Scarlet.
Ella se acercó.
—Ten cuidado. Recuerda que Petrov es muy inteligente.
—Es macho.
— ¡Gracias por lo que me toca!
—No digo que sean tontos. La realidad es que está
muerto por mí y no ahondará en detalles.
—Si los detalles son tus colmillos saliendo a la luz
déjame dudarlo.
—Me cuidaré, Charles. No te preocupes. Es que no puedo
estirar más la relación. Está empezando a sospechar que algo ocurre conmigo. Me
gusta y no hemos tenido sexo.
—Bueno eres una señorita de la alta sociedad, para él.
Es normal.
—No lo es en este siglo. Ya no puedo postergarlo. O
tengo sexo o terminó con él. No puedo tenerlo así. No es justo para él.
—Lo sé. Suerte entonces. Aquí en la casa no
necesitamos un problema más.
— ¿Los errantes son un problema?
—No, por ahora.
—Verás que todo saldrá bien.
Lenya.
Sentado en el parque bajo un frondoso ciprés observé
el cielo encapotado.
— ¡Eureka! No tendré que ponerme esa crema de coco por
hoy –sonreí y miré a Rodion.
Cabizbajo bebía un coñac sentado en un tronco
compartido.
— ¡Vamos! No es para tanto. Las parejas discuten. Sino
mírame a mí, he dormido en el sofá dos veces en un mes.
—Es que me ha llamado egoísta, egocéntrico, y
desamorado con el niño.
—Ah, ¿no usó “cabrón”? Bueno, no te quejes.
—Piensa que no lo quiero lo suficiente. ¿Cómo se le
ocurre?
—No hagas caso. Ellas dicen cosas sin pensar.
—No sé… Es diferente tú con Liz. Has luchado por ese
amor y todos sabemos cómo. En cambio Sara tiene la duda aunque no lo diga. El
nombre de Halldora sigue dando vueltas en su cabeza.
—No podrás convencerla hagas lo que hagas. Sara es la
que debe creer en ella. En su poder de conquista.
—Fácil me la pones. ¿Y mientras qué hago yo? ¿Observar
como quien mira un cuadro ajeno? No he luchado por nada. El dinero para ellos
sale de los Craig.
—Sale de tu trabajo, ¿o que mierda haces en el hotel?
—Claro, sí… Pero no es suficiente.
— ¿Quieres más dinero?
— ¡No! No entiendes. Deseaba darles a ella y a mi hijo
algo de mi parte. Sentirme seguro que lo que les ofrecía era por ser quien soy.
No porque Sebastien y tú me dieron un puesto.
—Te los has ganado, Rodion. Nadie mejor qué tú
organiza las empresas de turismo, las vigila, y está pendiente de qué agregar.
Tú fuiste el de la idea de los viajes a las islas, de comprar acciones en el
crucero. Está yéndonos muy bien.
—Pero… No sé… ¿No entiendes? Sigue siendo prestado.
— ¿De qué hablas, idiota? ¿Cómo prestado?
Sonrió mientras bebía el coñac. Sus ojos me miraron
achinados por encima del vaso.
—Me traes recuerdos cuando me dices insultos.
—Lo siento.
—No, no es un reproche. No está mal que me recuerdes
esa naturaleza que está dentro de ti. Tus enojos impulsivos y agraviantes, sin
embargo me remontan al ayer.
—No creo que sea un buen recuerdo.
—Sí lo es en parte. Cuando era tu sirviente… Lo hacía
muy bien, ¿verdad? Era el mejor en lo mío. Y me lo gané. Sea por el motivo que
fuere, me lo gané.
—Estás perdiendo la cabeza. El bebé no te deja dormir
y tus neuronas enloquecieron.
—Yo… antes de convertirme en tu servidor a toda hora,
fui un buen vendedor. Sí… Era lo mío. Tenía mucha habilidad para que el
comprador saliera satisfecho con la compra. Todos los días eran camas, roperos,
mesas lujosas, que salían del negocio de mi padre.
—Sí, pero todo se quedó tu maldito hermano. Por eso es
bueno comenzar de nuevo. No vivas en el ayer. Eres bueno para muchas cosas. Les
has vendido muchos paquetes turísticos a los clientes. La empresa de turismo
creció y no era tu responsabilidad. Debían encargarse ellos. Ellos eran los
contratados por el hotel.
—Bueno, de esa forma, todos ganamos.
—Cierto…
—Vayamos al tema de Sara. ¿Qué piensas hacer?
Encogió los hombros.
—Juro que no sé.
En ese instante Sara salió de la mansión vestida
elegante. Charles salió tras ella de la mano de Nicolay.
Rodion se puso de pie. Ella se acercó para despedirse
pero su cara dibujaba el descontento.
— ¿Te vas sin el niño?
—Sí. Margaret lo cuidará. Necesito despejarme un poco.
Iré al centro.
—Yo puedo cuidarlo.
—No quiero que te molestes. Dijiste que era tu día
libre –colgó el pequeño bolso en su hombro y cruzó los brazos.
—Dije que era mi día libre por si tenías un plan para
nosotros.
—Tú piensas en ti. ¿Qué iba hacer con el niño?
—Lo mismo que estás haciendo ahora –interrumpí—.
Dejarlo con Margaret y salir con tu marido.
— ¡Lenya Craig! Nadie te dio vela en este entierro.
—Ssssh, a ver, ¿pueden aportar por la paz? –Se quejó
Charles acercándose—. ¿Qué dirá Nicolay de nosotros?
Miré al niño de cabello rubio y sonreí.
— ¿Te asustamos, Nicolay?
Negó con la cabeza y apretó un cochecito negro contra
su pecho.
—Todo el mundo discute, ¿verdad?
Asintió en silencio.
Un vehículo pareció acercarse por la ruta.
—Debe ser mi taxi –dijo Sara—. Nos veremos en unas
horas.
— ¿A qué hora toca su biberón? –preguntó Rodion
avanzando con ella hasta los portones.
—Margaret ya lo sabe.
— ¡Yo también sé darle el biberón, Sara! ¡Basta de caprichos!
Charles y yo nos miramos.
Extendí la mano hacia el niño.
—Ven, ¿quieres que vayamos con Liz? No imaginas
cuantas cosas tiene para mostrarte.
— ¿Liz tiene juguetes?
— ¡Muchos!
—Pero son para el bebé.
—Bueno, él no los usará por ahora. Así que acompáñame.
A Liz le encantará verte.
Charles aflojó su mano y Nicolay se aferró a la mía.
Subí los tres escalones y entramos a la mansión justo cuando Scarlet bajaba de
planta alta.
— ¿Pero qué ocurre? ¿Las hembras se han puesto de
acuerdo y nos abandonan? –Sonreí.
—Así es querido, me voy. Volveré mañana.
— ¿En serio?
—Sí, te contará Charles.
— ¿Por qué Charles, si me puedes decir tú a dónde vas?
—Porque se me ha hecho tarde. No quiero estar dos
horas frente a ti respondiendo el cuándo y el dónde. ¡Adiiiós!
— ¡Al menos no sales con esas faldas que parecen
bufandas!
— ¡Callaaaa celosooo!
Cerró la puerta y Nicolay jaló mi mano.
— ¿Vamos con Liz?
—Sí cariño.
………………………………………………………………………………………………
Sentados en la cama Nicolay y Liz se deleitaban con
los juguetes para nuestro hijo. El niño tenía en sus manos un cunero musical
que emitía una melodía suave y armoniosa. Liz peinaba un osito de peluche color
limón. Cogí un sonajero y lo agité. El sonido tintineante fue bastante ruidoso.
—Oyeee —se quejó Liz—. Más despacio. Volarán las
bolitas de metal.
—Esto no tiene bolitas de metal, lo menos son bombas
detonantes. ¿Cómo pueden hacer un sonajero con este sonido? Nunca se dormirá.
—No es para dormir –dijo Nicolay—. Es para despertar
su curiosidad.
— ¿Lo ves? Hasta el niño se da cuenta.
—Perdón por mi ignorancia.
Rieron.
Abandoné el juguete perverso y cogí una caracola.
— ¿Y esto?
—Se lo traje del mar, para el bebé.
Nicolay abandonó el cunero y me pidió la caracola.
— ¿Es del mar?
—Sí, del fondo del mar. Y guarda un secreto.
— ¿Cuál es?
Liz cogió entre las manos pequeñas la caracola y la
ubicó cerca del oído.
—Escucha… Tiene el sonido de las olas encerrado en
ella.
Nicolay apoyó la oreja y se concentró como si fuera a
meditar.
—Es muy bonito. Me gusta el sonido. Pero no conozco el
sonido del mar.
— ¿No lo conoces? Entonces un día iremos a la playa y
te lo enseñaré.
Apartó la caracola y miró a Liz apenado.
—No sé si tía Ekaterina me dejará ir.
—Se lo pediré. Estoy segura que no se negará.
—Siii, quiero ver el mar.
Sonreí contemplando a los dos… Mi hembra se vería
maravillosa con nuestro hijo.
—No podría haber elegido mejor madre –murmuré.
Sus ojos de color extraño me miraron y sonrió.
—Tú no elegiste una madre cuando me conquistaste, ¿o
sí? –pestañeó coqueta.
Mis dedos rozaron sus labios mientras Nicolay
escuchaba nuevamente la caracola.
—No, esa no era la idea.
— ¿Qué buscabas, entonces?
—Que me enloquecieras con tus besos, con tus caricias,
que me hicieras…
— ¡Basta! –Rio—. ¡El niño!
Mordí mi labio inferior como conteniéndome.
— ¿Puedo llevarla y mostrarle a mi tía?
—Sí, anda.
— ¿Puedo preguntarle si me dejará ir al mar contigo?
—Sí, dile que una tarde podemos ir con ella.
— ¡Siiii! –saltó de la cama y corrió alegre cerrando
la puerta.
— ¡Tómate tu tiempo! –exclamé.
— ¡Lenya! –rio Liz.
Miré la puerta cerrada por tres segundos, tres… Porque
mis ojos se desviaron con evidentes y lujuriosas intenciones hacia la dueña de
mi corazón.
Liz colocó un mechón de su cabello largo y rubio tras
la oreja. Una sonrisa a flor de labios indicó que imaginaba como terminaríamos
los próximos minutos. Desnudos, completamente desnudos, tocándonos, besándonos,
con esa locura del deseo mutuo que compartíamos.
Simulando estar ajena a mis intenciones fue acomodando
los juguetes en las distintas cajitas.
—Muero por hacerte el amor –susurré.
Me miró sin perder la sonrisa.
Me puse de pie y mi camiseta voló por el aire. Me
gustaba como me miraba, como su iris entre el verdoso y el rojo brillaba de
deseo.
Me quité el calzado y todo lo que nos separaría de
sentir el contacto de la piel. Antes de quitarme los bóxers su cuerpo se pegó
al mío con una rapidez propia de la raza.
La desnudé lentamente. No debía olvidar que podía ser
más bruto de lo que la situación ameritaba. Ya no podía encerrarla en mis brazos
y contra la pared penetrarla como antes mientras jadeábamos de placer. Sin
embargo habíamos aprendido a buscar la mejor forma de tener sexo sin que
corriera riesgo el embarazo. No olvidaría jamás esos detalles aunque mi sangre
hirviera y mi falo endureciera buscando alivio.
Podía sentirme orgulloso de lo que tenía entre las
piernas, pero solo porque ella lo encerraba entre las manos. Solo porque era su
boca la que lo recorría centímetro a centímetro, degustándolo. Solo porque era
suyo, completamente suyo.
—Nena… —suspiré viendo su boca chupar.
Pero a Liz no le bastaba con hacerme gemir con un buen
sexo oral, ella quería enloquecerme. Siempre lo lograba. Se sentía poderosa y
la entendía. Yo también me sentía así cuando vibraba en mis brazos, cuando gemía
cabalgando encima de mi cuerpo. Los dos nos sabíamos dueños de otro.
Tiré la cabeza hacia atrás y cerré los ojos… Por los
infiernos… Sus pechos desnudos contra los testículos y su boca caliente en la
tarea. Sus dedos hundiéndose en mi trasero sin posibilidad de escapar. ¿Quién
querría escapar del paraíso?
— ¡Qué buen fellatio, cariño! –la miré.
La lengua abandonó el recorrido y sonrió.
— ¡Qué culto y educado!
Sonreí, mi entrepierna pesada y tirante.
—Ven aquí.
La recosté en la cama haciendo a un lado las cajas que
estorbaban. Me acomodé entre sus piernas. Tan estilizadas, blancas como la
espuma de su adorado mar.
Las manos las recorrieron lentamente. No perdimos el
contacto de nuestros ojos, ansiosos, febriles, hasta que le siguió el reguero
de mis besos. Sus pantorrillas perfectas, las rodillas, los muslos, su sexo
húmedo y cálido sólo para mí.
Ella se arqueó abandonándose a mi lengua diestra e
invasora. La mano buscó la mía como punto de apoyo. “Sí, cariño. Agárrate
fuerte porque te haré perder el sentido”. Dejó escapar una sonrisa como
adivinando mi intención. En pocos segundos solo se escucharon sus gemidos al
tiempo que la devoraba. Como amaba llegar hasta ese rincón que me pertenecía,
donde mi falo entraba profundo y nos unía en uno solo.
Cerré los ojos concentrándome en hacerla llegar. Jugué
con el clítoris dentro de mi boca. Lamiendo y mordiendo con delicadeza como
sabía que le gustaba. Dos de mis dedos la penetraron despacio, cuidando el
menor detalle. Sus caderas comenzaron el balanceo exigiendo más. En otro
momento hubiera entrado en su cuerpo hasta hacerla gritar de placer. Pero no
podía pensar en mí. Ahora no… Ya volveríamos a revolcarnos en la cama sin
descuido, con la única meta de llegar al orgasmo. Ahora debía pensar en él o en
ella, tan diminuto y frágil.
El gemido de Liz hizo arder mi sexo. Decidido a
terminar con la tortura rodee por la cama con ella en brazos y la posicioné
encima de mí.
—Móntame, cielo. Lleguemos juntos –jadee.
Liz dejó caer la cabeza y su cabello como lluvia rozó
mi pecho agitado. El sudor nos cubría y el pulso agitado calentaba nuestros
cuerpos. Me miró con los ojos vidriosos. Se irguió lo suficiente para poder
después bajar sobre mí…
Joder… Esa sensación de entrar en ella despacio, hasta
que la unión solo permitiera ver la base de mi sexo, que la dilataba, la
llenaba.
—Mi amor –susurró.
Pasé la lengua por mis labios resecos. Necesitaba sus
besos pero no sabía si era conveniente que ella se inclinara hasta mi boca.
Entonces se dio cuenta de mi ardiente necesidad de besarla. Ella siempre se
daba cuenta. No sé como hacía. Adivinaba todos mis deseos. Levantó las caderas
y apoyó sus manos en mi pecho. Bajó la cabeza lentamente hasta que las bocas se
rozaron.
—Sí… Eso quiero… —gemí.
Las manos resbalaron por mis hombros y me atrajo.
Poco a poco la rodee por la cintura y fui
incorporándome hasta sentarme entre sus piernas.
— ¿Estás bien? –susurré.
Me besó acariciando la espalda.
Había encontrado la forma de seguir unidos y comernos
a besos. No era que fuera un macho sin experiencia pero el hecho que Liz
estuviera embarazada me hacía aprender algo nuevo cada día.
Los embistes fueron cuidados. Mi brutalidad, mis ganas
de vaciarme en su interior con toda la fuerza, quedaron postergadas. No
importaba. El placer era el mismo a menor revolución.
—Lenya –balbuceó pegada a mis labios hinchados—. Mi
amor, te amo tanto.
—Yo también –gemí—. Yo también, mi amor… Voy a llegar…
—Sí… Hazlo… ¡Mi amor! –gritó, y sus uñas se clavaron
en mi espalda.
Una sonrisa floreció en mi cara. De esas que te avisan
que tu cuerpo ya no es tuyo, sino de ella. Te contraes, gimes con más fuerza,
hasta que el aire parece faltarte. Entonces, te detienes en segundos por esa
corriente eléctrica y potente, y quieres gritar aunque te escucharan en cada
rincón de la casa. Te sacudes por el placer del orgasmo, tiemblas por el goce
que despacio te abandona… y finalmente te relajas entre sus brazos.
Sebastien.
Puse fin al correo para mi socio. Viajaría dentro de
tres días así el podría tomarse unas vacaciones y abandonar la Isla del Oso.
Cogí el móvil sobre el escritorio e intenté llamar a Bianca. Intenté, porque un
sonido bullicioso interrumpió la llamada. Corté y me puse de pie. ¿Qué diablos
era eso? Alguna vez lo había escuchado… Creía que sí. Pero hace mucho tiempo…
Me puse de pie y abrí la puerta. A simple vista no
veía a nadie sin embargo el sonido seguía aturdiendo los oídos.
Di varios pasos, desconcertado, hasta que lo vi.
Entre los sofás, sobre la alfombra, Nicolay jugaba con
un juguete a cuerda.
Me acerqué lentamente para no asustarlo. Era un payaso
con platillos en sus manos, que caminaba y hacía chocar dos hojas de lata
produciendo el alboroto.
El payaso de Douglas…
Como si me presintiera, Nicolay giró a su espalda y
levantó la cabeza sobre el apoya brazo del sofá. Sus ojos se agrandaron por el
evidente temor que le producía verme y abrió la boca para disculparse.
Sin perder tiempo avancé hasta él pero Nicolay gateó
por la alfombra hasta capturar el juguete ruidoso. Intentó apagar el interruptor
sin conseguirlo.
— ¡Ay, no sé cómo se apaga esto!
Le quité el payaso con delicadeza mientras el juguete
se debatía en mis manos como si tuviera vida propia. Tantee bajó el disfraz
azul y deslucido por el tiempo, y presioné el botón.
Lo miré sonriendo.
—Es porque es a cuerda. Para detener el mecanismo
debes bloquearlo de aquí. Sino la cuerda seguirá girando.
—Ah… Lo siento.
Mis ojos buscaron los inocentes iris que me observaban
esperando un reproche.
—No te preocupes. Vine porque no sabía que era ese
ruido, pero no me molesta.
— ¿En serio?
—En serio.
Me senté en la alfombra y estudié el payaso.
Nicolay no se acercó así que tuve que insistir que se
sentara a mi lado.
— ¿Sabes qué has hecho?
—Hice mucho ruido y te molesté.
—No. Has hecho que viaje al pasado.
— ¿Por qué?
—Este juguete era de Douglas. Le comprábamos de este
estilo, ruidosos. ¿Sabes por qué?
Negó con la cabeza.
—Porque Douglas era ciego. No veía colores ni formas.
No tenía idea que era lo grande y lo pequeño. Este payaso, cumplía una doble
función. ¿Ves? Tiene la nariz y la boca pronunciada.
—Sí, y también mejillas gordas.
— ¡Claro! Sus zapatos son largos y sus manos tienen
los dedos muy bien moldeados. Así Douglas podía darse una idea… Solo una
pequeña idea de qué cosa era un payaso. La otra virtud, es el ruido. Lo único
que podía conectarlo al resto del mundo además del tacto.
— ¿Por eso los juguetes que me mostró Charles tienen
pocos colores?
—Así es. Sería inútil comprar para él algo que no
disfrutaría.
—Entiendo.
Sonreí.
— ¿Entiendes?
—Sí. Te explicaste muy bien. ¿Eres maestro?
—No –reí—. Nunca estudié para docente. Solo me pareció
explicártelo de ese modo.
Nicolay quedó pensativo. Su rostro cabizbajo demostró
que algo le apenaba.
—Ya no te tortures, de verdad. No me ha molestado.
—No es por eso.
— ¿Por qué es?
—Porque me acordé de mi mamá.
Enmudecí. Ni la cátedra de Harbad me ayudaría.
—Bueno… ¿Y qué recordaste?
—Que es una pena que no esté aquí, viéndome jugar.
—Sí, es una pena.
Me miró con los ojos brillosos y un atisbo de ilusión.
—Eres el líder de los vampiros.
—Bueno, eso dicen.
—Eres poderoso y fuerte.
—Digamos que sí –sonreí.
—Tráeme a mi mamá.
Lo miré sin saber que decir.
Bajó la cabeza y jugó con sus pulgares.
—No puedes, ¿verdad?
—No. No puedo hacerlo.
—Entonces, no eres tan poderoso como dicen.
Suspiré.
—Quizás no. ¿Te decepciono?
Quedó pensativo.
Ekaterina bajó la escalera apresurada.
—Nicolay, no sabía dónde estabas. Me preocupaste.
— ¿Dónde iba a ir tía? No puedo escapar. Hay muros
altos.
Sonrió y me miró.
—Disculpa, tú tienes que hacer y…
—No te preocupes. Disfruté el momento –me puse de pie.
—De todas formas Brander viene por el niño. Pasearán
por el centro con Boris.
—Oh, ¡qué bien! Le gustará el centro comercial –miré al
niño y lo ayudé a ponerse de pie cogiendo su mano—. Hay un carrusel en la
plaza. ¿Te gusta?
— ¿Qué es un carrusel?
—Es…
—Yo le explico mientras lo visto para salir. Gracias
Sebastien.
—Fue un placer.
Antes de subir la escalera, Nicolay giró para verme.
— ¿Douglas sabe que es un carrusel?
—No, nunca lo llevé. Ahora es un adulto para jugar.
— ¡Qué pena! No conozco a Douglas. ¿Vendrá antes que
me vaya con Brander?
—No lo creo. Pero te conocerá muy pronto.
—Nicolay, estás muy preguntón —Ekaterina lo instó a
seguir camino.
—Adiós.
—Adiós cariño, después me cuentas.
Margaret salió de la cocina con el bebé de Sara en los
brazos.
Sonreí.
— ¿Me los das?
—Ay… Pues sí, pero no lo vayas a despertar. Mira que
me ha costado dormirlo, ¡eh!
Me lo entregó despacio envuelto en una manta liviana.
Lo acomodé sin dejar de mirar ese rostro apacible y
sereno que dormía como un ángel.
Margaret chocó con el payaso. Se inclinó y lo cogió.
—Este juguete lo conozco.
—Sí, era de Douglas. Charles se lo dio a Nicolay para
jugar. ¿Sara?
—Salió.
— ¿Rodion?
—Salió también. Tras ella.
La miré y encogió los hombros.
— ¿Problemas conyugales?
—Nada que no pueda solucionarse con amor.
—Claro… ¿Sabes algo de Charles?
Me hamaqué suavemente como si el bebé necesitara el
movimiento para seguir durmiendo.
—Charles fue a ver a Bianca.
—Cielos… La tengo abandonada. Tanto para hacer y los
errantes aquí… De los Sherpa ni noticias. Hablo por el móvil a menudo con
Bianca, pero casi no nos cruzamos.
—No te preocupes. Charles te traerá noticias frescas.
Sabes que no iría a dejarla sola menos con su verdadero padre tan cerca.
— ¿Charles celoso? Naaah, ¿de dónde sacas eso?
Rio.
—Al menos sé que Bianca ama su compañía.
—Cierto. De todas formas tú eres su marido. Trata de
hacerte un tiempo, por favor.
—Lo haré.
Charles.
Vigésima vez que paseaba por el pasillo de terapia
intensiva, esperando que Bianca saliera y me dijera como progresaba Eridan
después de la caída. Sabía que había recuperado parte de la memoria. Aún seguía
teniendo lagunas entre su pasado distante y el inmediato. Lo importante que
reconocía a su hija. Era un buen adelanto.
Me detuve y observé el típico cuadro de la enfermera
ordenando silencio. ¿Todavía usaban estos mensajes en un hospital? Al menos
habían escogido una modelo a juzgar por el rostro, era perfecto y angelical. A
mi modo de ver si fuera una hembra de nuestra raza, con colmillos y mirada
amenazante, sería más efectivo.
—Caballero, ¿terapia intensiva es por aquí? –preguntó
un hombre.
—Sí, tras esa puerta pero debe esperar.
—Gracias.
Respiré profundo y acomodé mi chaqueta negra.
Dos enfermeras salieron de terapia. Pero no se
detuvieron a dar noticias a ninguno de los que esperaban allí. Varios rostros
dibujaban la tristeza y el desconcierto. Pero creería que a pesar de tener un
familiar o allegado en una difícil o extrema situación, lo peor era la
incertidumbre.
Poco después salió un doctor apresurado. Avanzó por el
pasillo llevando una planilla en sus manos. De nuevo los rostros, los gestos
impacientes y temerosos.
Cogí asiento y eché un vistazo al soporte que contenía
revistas y diarios. ¿Quién iba a leer con el corazón en un puño? Un niño se alejó de una señora que sentada
cerca de la puerta secaba sus lágrimas con un pañuelo.
— ¡Ven aquí, Tom!
— ¡Noo! –gritó el chico.
De inmediato se dedicó a tirar las revistas al suelo
mientras su cara demostraba el claro aburrimiento.
—Oye, no dejes las revistas en el suelo –llamé su
atención.
— ¿Por qué abuelo? —preguntó arrogante.
Lo miré frunciendo el entrecejo.
Me incliné hasta poder hablar más bajo y que me escuchara.
—Te diré dos cosas. La primera, no soy tu abuelo. La
segunda, si no levantas y ordenas todo, la enfermera que ves allí –señalé el
cuadro—, saldrá por una puerta convertida en un monstruo y te llevará para
siempre al subsuelo. Y no querrás saber lo que hay en ese subsuelo.
El niño de corta edad me miró con ojos grandes. Juntó
las revistas esparcidas y se alejó hasta sentarse junto a su madre. Psicología
infantil, que le llaman.
Pensativo, recorrí con los ojos el pasillo concurrido.
Puertas que iban quien sabe a dónde, Murmullos, silencios… Imágenes me llevaron
a meses atrás. Recordé a Adrien y el hospital de Drobak… ¡Cómo lo extrañaba!
Bianca salió de terapia cuando yo había sucumbido bajo
las pecaminosas imágenes de una revista de chismes… Sorprendieron a fulana con
mengano, una tal Smith sufría de anorexia, etc…
— ¿Entretenido? –sonrió frente a mí.
Levanté la vista.
—Algo. A los humanos les gusta saber sobre vidas
ajenas. ¿Sabías que Dexter y Meryan se separaron?
Arqueó la ceja divertida y se sentó a mi lado.
—Hace mucho tiempo.
— ¿No digas? Me gustaba verlos juntos en las series.
—Pues él era gay. El matrimonio fue solo a la vista de
Hollywood.
— ¿Cómo sabes tanto chisme? ¿Eso haces en tus ratos
libres en la morgue? Particular combinación.
Rio.
—Eres el único que me hace reír… Aún cuando no sé
dónde estoy parada.
Abandoné la revista en el soporte y la miré.
—Pues, yo hace mucho no te veo reír. ¿Quieres
contarme? Además de lo que es obvio.
—Mi padre me preocupa, está mejor. Sin embargo se
acorta el tiempo de tener una conversación con él. Le temo a lo que nos
diremos.
—Nunca será peor que quedarse con las palabras
atragantadas. Sé valiente. Siempre lo has sido.
—Eso creo.
— ¡Por supuesto qué lo eres! –Bajó la voz—. ¿Crees que
voy convirtiendo humanas tontas y cobardes por ahí?
Sonrió.
—No tenías opción.
—Siempre la hay. Podías haber sido un buen recuerdo.
No estaba obligado.
—Tu cariño te obligaba.
—Bueno… Eso sí. Lo decidí por el cariño y por
Sebastien. Arrebatarte de la muerte no ha sido fácil.
Se movió inquieta y desvió la vista hacia una
enfermera que pasaba.
— ¿Qué ocurre?
—Ocurre… que aun no me has arrebatado de ella.
— ¿Qué dices?
—Hela me persigue. Quiere su don.
— ¡Entrégaselo!
—Debo estar preparada para escapar de ella.
— ¿De qué forma quiere esa oscura atrevida que le
devuelvas el don? No me asustes.
—Debo bajar a su mundo. No sé cómo pero es la única
forma que recupere lo que ella dice le robé.
—Bajaré contigo si es necesario.
—Eres un sol. Pero sospecho que no deseará que me
ayuden.
—Hay que decírselo a Sebastien.
— ¿Más problemas para él? Los errantes en su casa, ¿no
es así? Los Sherpa desaparecidos. Su trabajo, sus viajes, responsabilidad, y…
otras cosas.
—Nada es más importante que tú, para él.
—Lo sé. No quiero preocuparlo. ¿Cómo crees que se
sentiría si le digo que corro peligro?
—No sé, solo digo que no es solo tu marido. Es el
líder de nuestra raza, también la tuya. Habla con él.
—Lo pensaré. Te lo prometo.
Una señora delgada y cabizbaja se acercó por el
pasillo hasta nosotros. Se detuvo frente a Bianca y mis ojos pasearon por ambos
rostros.
—Bianca, buenas tardes. ¿Crees que podré entrar a
verlo?
—Sí, por supuesto. No me pidas permiso.
Vi en ese rostro femenino rasgos y gestos de Marin,
algunos de Liz. Era Mildri…
—Gracias. Pero ahora que Eridan ha recuperado la
mayoría de la memoria… No sé qué lugar ocupo –sus ojos se humedecieron.
Bianca bajó la vista y negó en silencio. Se puso de
pie como si el cuerpo le pesara. La miró con una mirada muy lejos de ser
combativa, sino de derrota.
—El lugar que ocupas es su corazón, no voy a
engañarme. No es de hace un año o dos, ni siquiera tres. Es desde hace mucho
tiempo, ¿verdad?
—Debemos hablar, por favor.
—Ahora no puedo. Necesito ver a Sebastien. Vendré a la
madrugada. Disculpen, no los he presentado. Él es Charles, mi padre del
corazón.
Ella se asombró al mirarme.
—Usted es Mildri, ¿no es así? Encantado. Sus hijas son
muy queridas para los Craig, bueno… además somos familia.
Ella asistió con tristeza.
—Gracias por todo.
—Es un placer y no una obligación quererlas, se lo
aseguro.
— ¿Cómo está Liz? No he podido verla en su boda pero
quizás me deje conocer a mi nieto cuando nazca.
—Supongo que sí. No piense en ello ahora.
—Yo me voy, vamos Charles. Necesito estar con mi
marido.
—Vamos querida.
Lenya.
Liz salió de la ducha envuelta en una toalla rosa.
Mientras me vestía la contemplé sonriendo.
— ¿Empeñada en que será niña?
Me miró con dulzura al tiempo que buscaba su ropa en
el ropero.
—No, el color de la toalla es casualidad. Me la regaló
Marin para un cumpleaños. De verdad que no tengo idea que será. ¿Y tú? ¿Qué
pálpito tienes?
—Pues… No sé… ¿Y si hacemos caso a lo que dijo el
doctor y te haces una ecografía?
—Sabes que corremos riesgo si acudo al hospital. Debe
haber un ecógrafo además de Arve. ¿Y si algo sale mal? No puedo arriesgar a los
Craig a que se sepa nuestro secreto.
—Lo sé… Pero podríamos trasladar la máquina o como se
llame aquí. Douglas se ha hecho transfusiones por años sin pisar el lugar.
—Bueno, el embarazo va bien, Lenya. Prometo si algo
anda mal seré la primera en pedirlo.
—Okay…
—Voy al mar, ¿me acompañas?
—Sí, aunque primero debo hacer una llamada.
— ¿Al hotel?
—No –até los cordones de mis zapatillas—. A Natasha.
A pesar de no verla supuse que sus ojos se habían
clavado en mí.
— ¿Para qué?
Se sentó junto a mí al borde de la cama. Sonreí.
—Al menos no has gritado, “¿quéeeeee?
—No… Dime, ¿es algo respecto a la genética?
—No, no podría hablarlo por el móvil. Trabaja para el
ejército. ¿Recuerdas que todo lo que informa a Sebastien es en persona?
—Cierto, y en bata.
Reí.
—Sabes que ya no le intereso. No te preocupes.
—No me preocupo. En realidad lo único que tengo es
curiosidad.
— ¿Por lo que vaya a descubrir?
—No… ¿Cómo ha hecho para arrancarte de ella y seguir
su vida?
Nos miramos.
—Quizás porque no estaba realmente enamorada.
—Yo creo que sí. Pero repito, no sé cómo lo ha hecho… Ahora
dime, ¿por qué el llamado?
—Quiero que averigüe sobre alguien en particular. En
Moscú. Ella tiene acceso a datos.
— ¿Es sobre el plan que me contaste?
—Exacto. ¿Te parece mal?
—No, me parece perfecto.
Como siempre muy buen capitulo...hay un monton de interrogantes que surgen que supongo q saldran a la luz dentro de poco. El tema de Hela me da curiosidad...va a ser interesante enterarse de como Bianca le devuelve su don. Me simpatiza Nicolai....cuando lo juntas con Douglas?
ResponderEliminarGracias por el capi amiga...quedo a la espera del resto
Holaa Aleee! Primero gracias!! Gracias porque sabes lo importante y la alegría de ver comentarios. Sí, Douglas y Nicolay se verán pronto, lo imagino divertido, o no... Con los Craig nunca se sabe.
EliminarEn cuanto a Hela yo también tengo curiosidad. Aunque sé lo que busca esconde otra intensión y creo que no desaprovechará la mínima oportunidad. Veremos como lo resuelve Bianca o si llega a tener ayuda. Quien sabe, a lo mejor de quien menos esperamos. ¡Un besote reina, y gracias!
Hay muchas interrogantes que espero mas adelante se aclaren, y esa enfermedad que quieren investigar es otra cosa que me deja pensando, ya quiero leer como sera Lenya de papá debe de ser de lo mas comico porque ni al pobre bebé dejaria ni al sol ni a sombra jaja que buen padre va ser, gracias Lou por el capitulo!!!
ResponderEliminarHola Lau!! Muchas gracias por comentar me hace feliz. Hay muchos interrogantes y en cuanto a la enfermedad... has dado en el clavo, hay que buscar por ahí, más no diré.
EliminarLenya es un adorable insoportable jajajaja pero será excelente padre puedo imaginarlo.
En cuanto a otras interrogantes prefiero no abrir la boca o escribir demás, pero ya te enterarás más pronto de lo que crees. Un besote mi sol y gracias!!
Me encnato Nicolay es un niño muy dulce y como habla con Sebastien. Sebastien es un padre genial. adoro la pareja de Lenya y Liz. Me encnato leerte te mando un beso
ResponderEliminar¡Muchas gracias Citu! Un beso grande pasaré por tu blog.
EliminarBien, narrado con intrigas y todo como siempre gracias, querida amiga LOU,,,abrazos
ResponderEliminar¡Hola Lobo! Un placer que estés aquí. Muchas gracias por tu comentario. Ojalá el próximo libro dedicado a los lobos te guste mucho. Un abrazo.
ResponderEliminarhola LOU, debo ser controversial, sin menoscabo a las lobas,,,me encantan las vampiresas,,,abrazos
EliminarNada de controversia querido amigo, el gusto es variado y ambas razas son muy bonitas. Un abrazo!!
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