Capítulo 56.
El poder de la
mente.
Bianca.
Que
recordara, siempre me deslicé entre la muerte sin tenerle miedo. Aún de
adolescente, cuando acompañaba a mi madre algún que otro funeral, permanecía
observando al difunto rodeado de esas flores y coronas coloridas y costosas.
Esas ostentosas que debían tener un fin, aunque en mi adolescencia parecían
ridículas. Pensaba en ese momento, ¿para qué tanto adorno y gasto de lujo si el
que ha muerto no lo verá? Pero el fin que persigue en parte, no es para el
halago del que abandonó este mundo. Sino para uno mismo. Y no me refiero a un
simple ramillete de flores.
No
está mal después de todo. Es la única forma que tiene el que está vivo para
aliviar su frustración. No todos pueden expresar su cariño fácilmente. No todos
pueden decir lo que sienten. De lo contrario no habría tanto trabajo para los
psicólogos. Es una suerte para aquellos que sí se sienten libres de hacerlo en
vida.
Recuerdo
que era pequeña cuando me escabullí en el funeral de mi abuela. Cuando mi madre
me descubrió fue tarde y había visto más de lo que para una niña de cinco años
era recomendable ver. Creo que mi madre salió airosa después de todo. Ante mi
pregunta, ¿qué es morir, mamá? Ella contestó, “es dormirse… para siempre”.
Por
supuesto, “el para siempre” no tenía la carga emotiva que tuvo al pasar los
años. Después te das cuenta que “para siempre” es sinónimo de “nunca más”. Es
un “nunca más” especial. Porque el destino o tú puedes pensar y decir muchas
veces esa frase, sin embargo está en ti poder cambiarla. Con la muerte no
ocurre lo mismo. El “nunca más” es definitivo.
Hoy
pienso si elegir la carrera de forense fue la magia que rodea la investigación,
o en realidad quise acercarme aquel misterio extraordinario para muchos. La
ciencia te enseña que tu cuerpo se degrada, ya no servirá, ha cumplido su
función finita. Entonces, tu curiosidad se ve aplacada por las respuestas
empíricas. Lo que es real y existe lo contemplarás con tus propios ojos. Como
al estudiar los huesos de un esqueleto. Claro… Eso fue antes de conocer a Hela.
La
muerte siempre me pareció algo lejano y difuso, aún más cuando me convertí en
vampiresa. Sin embargo hoy creo que nadie escapa, aunque pasen miles de años.
Incluso Hela. Si no recuperaba el don y su energía se completaba,
desaparecería.
Sabía
que no era justo para mí, pero menos para él. Un escape aguerrido de aquel
mundo donde nadie podía sobrevivir, un roce de sus manos, un don perdido, y una
promesa que no iba dejar de cumplir.
Los
brazos de Sebastien me rodearon por la espalda y me volvieron a la actualidad.
Miraba la ventana al parecer entretenida con un par de ballenas que danzaban
lejos de la costa. Pero lo que lograba abstraerme ante los demás, no pasó
desapercibido para el líder de los vampiros.
—Estás
preocupada –sonó su aseveración.
Permanecí
callada. Habíamos prometido decirnos todo. Así que mi silencio fue un sí.
—¿Crees
qué regresará pronto?
—No
lo sé. No me preocupa que regrese, tarde o temprano lo hará. Mi inquietud es si
podré volver.
—No
irás sola. Te lo aseguro.
Sonreí
y mis manos acariciaron las suyas.
—No
puedes estar pegado a mí las veinticuatro horas del día. Piensa, ¿cuánto tiempo
viviríamos así? Tengo que enfrentarla sola. Él solo quiere su don.
—¿Qué
ocurre si no lo devuelves?
—Desaparecería
para siempre.
—¿Cuál
es el problema? –me giró entre sus brazos y miró a los ojos.
—Se
lo prometí. Él confía en mí.
—¡Pero
Bianca! Quizás es lo que busque, quedarse contigo.
Negué
con la cabeza.
—No,
Hela quiere su don. Solo debo saber regresar. Lo hice una vez.
—Tú
y yo conocemos lo difícil que será. Me aterra tu promesa.
—Será
difícil, sí. También materializarme lo fue, y aquí estoy.
—Es
diferente.
—¿Por
qué? Charles me dijo que era peligroso. Había habido casos de vampiros
desaparecidos.
Guardó
silencio. Su rostro dibujaba la impotencia.
Acaricié
esa barba incipiente.
—Tú
más que nadie debe confiar en mí.
—Confío,
pero no puedo evitar sentir el miedo. Iré contigo. Si aparece te abrazaré tan
fuerte que no podrá llevarte sin mí.
No
podía explicarle a Sebastien que Hela me llevaría a su mundo si estaba sola.
Era parte del pacto. Encontrarse con un ser que no debía morir produciría un
desorden del destino. En cambio yo… debía morir aquel día que escapé entre sus
manos. Si no pudiera regresar, Hela se quedaría conmigo, sin embargo nada
cambiaría a lo que debió ocurrir en aquella inundación.
Adrien.
Contemplé
el azul intenso del espacio sobre mi cabeza. Bajo mis pies, el suelo salino e
inmaculado serpenteaba hasta una puesta de sol dormida. La potente energía
luminosa me rodeaba y la fe era un imperativo que jamás podría abandonar. Me
había ganado este lugar por ser quien era. Un ser que había logrado perdonar
sus errores y vencer las angustias. Aquí no existían pensamientos negativos,
solo paz, sintiendo la dulce resignación del destino. Cuando logras esta etapa
tan sublime, tú has aprendido a despojarte y soltar lo que no pertenece a ti,
sino a la vida. Fue un aprendizaje difícil, porque al sentir que eres más
poderoso puedes caer en la tentación de ayudar a quien puede necesitarlo.
Aquí
existían reglas, como en la tierra. Conocías cada una de ellas sin que nadie te
lo dijera. Era extraño, pero real. La mente era el mayor poder con que
contabas. No sucedía como en la tierra donde algunos podíamos desarrollar un
sexto sentido, o sabíamos materializarnos en otro sitio. Aquí, no era una
virtud sino una característica incorporada en cada uno de los que habitábamos
este mundo energético. Una etapa diferente a la transitada. Tu cuerpo no era
necesario. ¿Quieres llamarlo muerte? Pues, llámalo como te guste. Yo prefiero
no compararla. Porque a mí se me ha enseñado desde pequeño que muerte es lo
inmóvil, lo inerte, el silencio. Es no existir. Creo que aquí no se daban
ninguna de las condiciones.
Sin
embargo había un detalle importante. Tu energía no era algo intacto e
intocable. Se debilita por la angustia. Como si lo que formara tu esencia fuera
desintegrándose hasta hacerte desaparecer. Eso ocurría con Hela. El mensajero
no tenía una pena que lo atara a un ser querido, pero si una gran preocupación.
Su don perdido. Él tenía una misión que había sabido cumplir. Era su trabajo
por horrendo que fuera. Ahora no podía efectuarlo con eficiencia. ¿Dónde
quedaría Hela sin su don? En la nada.
Bianca
había escapado de aquí llevándose algo que no le pertenecía, aun sin quererlo.
Pero los hechos habían ocurrido así y faltaba el final de un capítulo, que
aunque aterrador era inminente. ¿Por qué debía ocurrir? Porque Bianca cumplía
las promesas.
Agni
se deslizó suavemente envuelto en una luz blanca. Lo miré y me miró. Sonreí a
mi querido amigo. Conocía tanto de mí como yo de él. Como Charles conmigo.
—Sabes
qué no podrás ayudarla, ¿verdad?
—Lo
sé.
—Aun
así, tengo mis dudas.
—También
lo sé.
—Será
difícil no intervenir. Ella debe salir sola de aquí.
—Sí…
Aunque…
—Dime,
¿piensas quebrar la regla de la lógica? Si alguien entra a un lugar por
voluntad, siempre debe saber salir de allí.
—No.
Solo pienso que si Hela no hace lo correcto todo cambiaría. Podría interferir.
—¿Crees
que Hela sería ineficiente?
—Hasta
el más perfecto e intachable cometería un error, entonces podría ayudar a
Bianca a regresar. Estaré atento.
—No
se me ocurre en que puede fallar. Sabe de memoria como todos aquí, lo que debe
y no debe hacer.
—Debe
traer a Bianca, solo a ella.
—Cierto…
Pero… si… ¿ese otro fuera Sebastien?
No
respondí. Él insistió.
—Adrien,
querido amigo… ¿Qué harías? Hela quiebra el reglamento al traer las dos vidas y
tú, puedes tocar con tu energía a una. No quisiera verte en esa situación.
—Yo
tampoco. Salvar a mi hijo sin Bianca sé que sería el fin de Sebastien. Nunca
sería el mismo.
—Pensemos
que todo saldrá bien. Bianca vendrá sola y podrá regresar sin ayuda.
—Por
supuesto, eso es lo que ocurrirá.
Una
luz brillante asomó por la izquierda. Estaba lejos de nosotros pero parecía tan
cerca. Poco a poco, a medida que avanzaba cuerpo y rostro dibujó la perfección.
Su larga túnica blanca daba la impresión de flotar.
La
reconocí. De inmediato sonreí.
—Olga,
querida… ¿Estás lista? Ven con nosotros.
—Bienvenida
–dijo Agni.
Ella
sonrió y sus ojos claros y bellos se iluminaron.
—Bianca
aprendió la canción –murmuró.
—Me
alegro. ¿Estás feliz?
No
contestó. Avanzó hacia las rocas y observó hacia el vacío.
—Ella
tendrá que escapar de aquí para regresar y cuidar de mi hijo.
—Así
es –contesté.
De
pronto su luz fue debilitándose…
—Olga…
Todo saldrá bien.
Su
mirada cambió. Un velo de tristeza la cubrió en instantes y su túnica perdió
brillo. Quise acercarme a ella pero algo lo impedía. Olga aun no podía dejar de
preocuparse.
Se
alejó lentamente mientras parecía escucharse un gemido lastimero. No podía
hacer nada para impedir que volviera a esa etapa intermedia, en la aún estamos
atados por angustias y preocupaciones y tu energía es incontrolable. Solo
deseaba que todo terminara bien y Olga pudiera reunirse con nosotros.
—Debo
bajar, Agni. Serán pocos minutos, como siempre. Necesito verlo una vez más.
—Entiendo,
dale un beso de mi parte.
Sebastien.
Bianca
terminaba de pelar unas patatas y las cortaba en bastoncitos para freír. Tenía
puesto un jeans ceñido al cuerpo y una camiseta color beige. Estaba descalza y
su cabello recogido en un rodete.
Me
senté en el extremo de la encimera y la observé. Lucía concentrada en la tarea
mientras el aceite comenzaba a ganar temperatura.
—Podría
preparar un omelette. ¿Sabes si le gusta?
—¿A
quién?
—¡A
quién va a ser! –Rio—. A Nicolay. Es el único que come.
—Ah
sí –sonreí—. Le gusta con jamón y queso.
De
inmediato se limpió las manos en un trapo de cocina y fue a la heladera.
—¿Tenemos
jamón?
—Pues…
No sé.
—¿Le
has cocinado al niño?
—No…
Numa ha hecho las compras antes de que llegáramos. Además para disimular… Tú
sabes. Alguien puede llamarle la atención que no compremos víveres. En
realidad… Nicolay y yo hemos comido en la cantina.
—¿En
una cantina?
—No
te preocupes. El viejo Jim la tiene bien provista.
—Entiendo
–se inclinó buscando mejor en el interior de la heladera—. No veo jamón. Hay
queso y huevos.
—Okay,
mañana compraremos jamón. Si cena un omelette de queso no será tan trágico.
—Pero
yo quedaré como mala cocinera.
Reí.
—¿De
qué ríes? ¿No conoces que los niños te juzgan por la primera impresión?
Me
crucé de brazos y sonreí.
—Lo
único que sé que si sigues contorneándote con esos jeans no me quedaré así,
cruzado de brazos.
Rodó
los ojos y me señaló con la espátula.
—Pórtate
bien. Estoy armada.
Levanté
la barbilla y achiné los ojos.
—Yo
también.
Su
carcajada cristalina llenó cada espacio de la cocina.
—Recuerda
que no estamos solos. Hay un niño en el living viendo tv.
—Subió
a la habitación. Y si afinas el oído lo escucharás jugando.
—Bueno,
puede bajar en cualquier momento y contemplar una situación comprometida.
—¿Y
desde cuándo eres tan precavida y solemne?
—¿Me
negarás que tengo razón?
Bajé
de la encimera y me acerqué por detrás.
—No,
tienes razón. Sin embargo… un par de besos no serían delito.
Mis
labios rozaron la piel desnuda de su cuello. Al instante se erizó y echó la
cabeza hacia atrás.
La
besé en la boca, suave, lento. Hasta que su lengua y la mía se acariciaron
ansiosas por más.
Finalmente
rompió el beso y me miró.
—Te
extrañé.
—También
yo. Te necesité tanto… —acaricié sus caderas.
Se
giró entre mis brazos y alzó los suyos alrededor del cuello.
—Siento
haberte dejado en el peor momento.
Apoyé
la frente en su frente.
—Siento
haberte apartado y no haber sido claro contigo.
—Sé
que esta crisis que pasamos nos fortalecerá –acarició mi cabello.
—Lo
sé.
Un
olor fuerte a aceite quemado comenzó a percibirse en el aire.
—¡Oh!
¡Diablos!
La
liberé y ella giró la perilla de la cocina. Apartó la sartén y bufó.
—Se
quemó el aceite.
—Tranquila,
lo cambias por nuevo y ya. Hay tiempo. Nicolay está entretenido. Numa le dejó
unos videojuegos.
—Oye,
¡qué cambio ha tenido Numa! Parece muy responsable y maduro.
—Sí,
estoy muy conforme con su desenvolvimiento en mi ausencia. Igual estaba feliz con
regresar esta mañana.
—Sí,
aun así lo vi dudando si era conveniente dejarte con todo.
—Le
dije que regresaríamos en cuanto llegara András.
—¿Y
cuándo llega?
—¿Quieres
irte? –sonreí.
—Tú
sabes, no veo hace más de un mes a Charles y al resto de la familia y creo que
debo una explicación.
—No
te sientas mal. Ellos te apoyaron. Jamás escuché algo contra ti.
—Son
todos tan… Ey… escucha… ¿Nicolay habla solo?
Dirigí
la mirada hacia planta alta como si el sentido de la vista me diera la
respuesta. Guardé silencio…
—Creo
que habla con su amigo imaginario.
—¿Tiene
un amigo imaginario? ¡Qué tierno! Hay muchos chicos que a su edad recurren a
ello. Quizás por soledad, o porque no quieren expresar sus inquietudes a nadie
más que a ellos mismos.
—Mi
querida forense, ignoraba ese conocimiento de la psiquis infantil –reí—. Iré a
verlo.
—Ve
y dile que cenará en unos minutos… —contempló la sartén—. Bueno… En veinte
quizás.
Antes
de abandonar la cocina me detuve y la miré.
Ella
buscaba un plato hondo para batir los huevos.
—Bianca…
Levantó
la vista y me miró. Comprendió mi desazón y temor.
—No
te preocupes.
—Solo
te pido que si él aparece, me llames. Promételo.
—No
vendrá.
—Promételo.
—Okay.
Lo prometo.
Me
dirigí a la habitación de Nicolay preocupado por Bianca. Algo dentro de mí
sabía que ella no querría involucrarme. Había prometido llamarme si Hela se
presentaba. Entre mis brazos no podría llevársela de aquí. Bianca lo había
mencionado. Sin embargo… ¿hasta cuándo podríamos sostener la situación? No
podría permanecer pegado a ella las veinticuatro horas del día. Ella lo sabía,
yo lo sabía…
Busqué
el móvil en el bolsillo de los jeans y llamé a András. Necesitaba que llegara
cuanto antes a la Isla y así poder regresar los tres a Kirkenes. Ya en la
mansión, contaba con más apoyo de parte de los Craig. Bianca estaría acompañada
si tuviera que cumplir con otras obligaciones.
Mi
socio contestó de inmediato. Mañana por la mañana el Sterna lo traería a estas
tierras. Pregunté por la salud de su niño. Por suerte se había recuperado. Él
se interesó por la situación de la Isla. Le dije la verdad. Debíamos demostrar
que estábamos libres de responsabilidad en cuanto a los materiales usados en las
excavaciones, pero que aun así no nos libraríamos de pagar parte de la
indemnización.
Apenas
corté con él abrí la puerta de la habitación de Douglas. Nicolay sentado en la
cama jugaba manipulando el joystick con una destreza admirable. Sonreí y cerré
la puerta. Me senté en la cama y observé en la pantalla un coche rojo salvando
obstáculos en una pista agreste.
—Vaya…
¿Estás ganando?
—Solo
si paso la línea de llegada.
—Ah…
Claro. Y… ¿El otro coche amarillo de quién es?
—Juego
contra la máquina.
—Ah…
Mira tú… ¿No es aburrido que siempre te gane?
—No
siempre gana. Numa me enseño como lograrlo.
—Ah
okay… Bueno, escucha…
—Papá,
me desconcentras.
Presioné
el botón de PAUSE. Creo que era el único que reconocía en toda la consola.
—¡Papá!
—Ssssh,
después que me escuches seguirás jugando. ¿Entendido?
—Está
bien –suspiró.
—Bianca
está preparando la cena. Así que en unos minutos deberás lavarte las manos y
bajar a comer.
—No
tengo hambre.
—Tienes
que alimentarte. De lo contrario no habrá más videojuegos.
—¡Pero
papá!
—Nicolay,
soy un padre muy permisivo y no doy órdenes arbitrarias. En tal caso si te pido
algo quiero que lo cumplas.
—Brander
siempre me deja hasta que termine el juego.
—¿No
digas? Pues fíjate que no soy Brander, soy Sebastien.
—Eres
como Boris y la tía Ekaterina.
—Pues
son los únicos que te ponen reglas me sumo a ellos. Es por tu bien. Debes
aprender los límites.
—No
me gustan los límites.
—A
nadie le gustan. Pero si no los tienes nunca aprenderás a vivir con el resto de
las personas. A lo largo de la vida todos tenemos límites. Acostúmbrate.
—Los
adultos no tienen límites. Quiero ser adulto de una vez por todas.
—Te
equivocas. Los adultos tenemos límites. Solo que a veces no tienen que
decírnoslo. Ya los sabemos. Por ejemplo, si todo el mundo hace lo que quiere en
la mansión sería un caos. Nadie limpiaría la casa ni la cuidaría, Douglas y
Numa pasarían su vida jugando a los videos y no trabajarían ni estudiarían,
Sara y Rodion no atenderían a su bebé. Sin embargo todos sabemos que debemos
hacer. La responsabilidad es parte de los límites. Imagínate si me dedicaría
solo hacer lo que me gusta y no trabajaría. Todo esto que ves a tu alrededor y
las cosas que disfrutas en la mansión no las tendrías. Nadie lo haría por mí.
¿Entiendes?
—Es
que estoy triste y si juego me olvido de los problemas y ya no lo estoy –se
agarró la cabeza.
—¿De
los problemas? –sonreí—. ¿Qué problemas tienes tú? ¿Quieres contarme?
—Estoy
triste porque él se despidió de mí.
—¿Él?
Ah… Tu amigo imaginario.
—No
es un amigo imaginario, papá.
—¡Perdón!
Quise decir tu amigo. ¿Y por qué se despidió?
—Dijo
que verme le quita la energía. Debe guardarla para ayudar.
—Ah…
—Y
no es mi amigo… Dijo que podía decirle abuelo.
Mi
corazón saltó del pecho y abrí la boca sin poder pronunciar palabra.
—¿Puedo
jugar mientras no está la cena?
Miré
su carita inocente, ignorando el impacto de aquella frase que con tanta
naturalidad había dicho.
—¡Papá!
¿Puedo jugar?
—Sí
–balbucee.
Nicolay
cogió el mando del juego y continuó la carrera.
La
habitación hubiera estado en silencio si hubiera quitado los ruidos del
videojuego. Observé alrededor, nada fuera de lo común. Sin embargo no podía
negar que mi hijo había conocido a su abuelo. Él había estado aquí. Nicolay no
podía imaginarlo. Había hablado de la energía que necesitaba para que lo
visualizaran y también de la que necesitaría para ayudar… ¿Sería por Bianca?
—¿Te
dijo algo más? –pregunté apenado.
Negó
con la cabeza.
Me
desesperé. Lo admito.
—¡Nicolay!
Debes recordar si te dijo algo más.
—¡No!
Dijo que no podía hablar mucho porque cambiaría el destino.
—¿El
destino?
—Sí.
¡Mira, es la última vuelta y ganaré!
—Me
alegro… Hijo… ¿Te dijo su nombre?
Negó
con la cabeza nuevamente.
Entonces
murmuré…
—Se
llama Adrien.
Numa.
Charles
fue quien me recibió con una sonrisa mientras atravesaba el jardín florecido.
Apenas llegué al portal solté la mochila pesada y lo abracé.
—Querido,
bienvenido.
—Gracias
Charles. Deseaba regresar a casa –cogí la mochila y entré a la sala.
—Tu
padre, el niño, y Bianca, ¿están bien?
—Sí,
te mandan muchos abrazos y besos.
—Me
alegro. Se los extraña. ¿Cuándo regresan?
—No
sé exactamente. Papá necesita que su socio quede en su lugar para poder viajar
tranquilo.
—Me
parece bien. Lo llamaré luego. Y… ¿cómo has visto a Bianca? Ellos… ¿están bien?
Me refiero si hay armonía y…
—No
te preocupes. Se han reconciliado.
—¡Qué
bien!
Me
senté en el sofá y busqué en un bolsillo de la mochila el anillo para Rose.
Charles
se sentó a mi lado.
—Disculpa
que insista. Nicolay… ¿cómo lo viste con respecto a Bianca?
—La
adora.
—¿Y
ella con él?
Sonreí.
—Todo
está bien Charles. Cuenta tú ¿alguna novedad?
—Bueno,
supongo que con Douglas has hablado asiduamente. Siguen viviendo en el hotel,
felices con Marin. En cuanto a la mansión, por tiempo no se ha respirado paz.
La huida de Bianca, el juicio por la tenencia de Nicolay, las explosiones en la
Isla. Tu padre no la ha pasado nada bien.
—Lo
imagino. Sin embargo todo es pasado, Charles. De verdad, puedes estar
tranquilo.
—¿Bebes
un coñac?
—Después
de darme un baño. Y desearía ver a Rose, le traje un anillo de regalo.
—¡Oh
qué tierno!
Reí.
—¡Sí
que has cambiado, querido! ¿Piensas sentar cabeza? Desde ya seré yo que me beba
hasta la última gota de coñac.
—¡Gracioso!
Quité
la bolsita de celofán y volqué el anillo en la palma.
—¿Te
gusta?
Lo
examinó detenidamente.
—Oye,
¿lo has hecho tú?
—Con
ayuda. Es una piedra de la playa.
—Es
preciosa.
—¿Dónde
está Rose?
—En
la cocina, estudiando. Le va muy bien.
—Me
alegro mucho –me puse de pie—. ¿Te enfadas si te dejo y voy por ella?
—Si
me enfado no creo que importe mucho con las ganas que tienes de atravesar la
puerta de la cocina –sonrió—. Ve, yo debo seguir lustrando el piano. ¡Suerte
con Rose!
—Gracias.
Abandoné
la sala con la bolsita apretada en mi mano. Apenas entré Rose levantó la
cabeza. Sentada en un taburete junto a la encimera, la vi ensimismada en la
lectura.
—¡Numa!
¡Qué sorpresa!
—¿No
me has escuchado llegar?
—La
verdad que no. Leía sobre las corrientes oceánicas. No sabes todo lo que
aprendí.
—¡Qué
bien!
Saltó
del taburete y fue a mi encuentro. Me dio un sonoro beso en la mejilla.
—¿Tú
cómo estás?
—Bien…
Yo… Te extrañe… mucho.
—Gracias.
—No
me digas gracias, es lo que sentí. ¿Tú me extrañaste?
—Por
supuesto. Todos te extrañamos.
—Sí…
Me refiero si tú me extrañaste más que el resto.
—Bueno,
Douglas creo que deseaba que regresaras cuanto antes. ¿Cómo te ha ido en la
Isla?
—Bien…
Ehm… Quiero darte un regalo.
—¿En
serio? ¡Gracias!
Extendí
la bolsita y ella la miró.
—¿Qué
es?
—Ábrela.
La
cogió y con entusiasmo y una gran sonrisa quitó el objeto de su interior. En
cuanto el anillo estuvo ante sus ojos, abrió la boca asombrada.
—¡Un
anillo!
—Sí,
disculpa que en la Isla del Oso no hay estuches y esas cosas que quedan
paquetas. Ehm… El anillo tampoco es comprado. Lo hice con una piedra de la
playa.
—¡Oh,
Numa! Es muy bonito, muchas gracias.
Dio
un salto de alegría y me abrazó. La abracé fuerte. Mentiría si dijera que no
había tenido sexo con ninguna hembra humana durante mi larga ausencia. Pero
ella era especial. Reconocería su aroma hasta con los ojos cerrados. Recordar
su voz y su risa en momentos de soledad me había hecho más llevadera la
distancia de mi familia.
Se
separó y probó el anillo en su anular, pero parecía un tanto flojo para ese
dedo. Probó en el dedo mayor y comprobó con una sonrisa que le quedaba
perfecto.
—¡Me
queda genial!
—Me
alegro.
—No
me lo quitaré nunca.
Sonreí.
—Quizás
más adelante pueda regalarte uno de mayor valor, como te mereces.
—No
necesito un anillo costoso para saber que me aprecias. Que somos amigos y
podemos contar el uno con el otro.
—Lo
sé… Es más… Yo… pensé mucho durante mi estadía en la Isla y…
Me
miró con sus ojos grandes y bellos.
—¿Qué
quieres decir?
—Que…
que quiero que tomemos en serio los que nos pasa. Formalizar… Ser novios.
La
sonrisa se borró de un soplido y un gesto inequívoco me confirmó que no le
había agradado la idea.
—Numa…
—¿Qué?
¿Ya no me quieres?
—No
es eso. Sí, te quiero. Pero…
—¿Pero?
–susurré angustiado.
—No
estoy enamorada de ti.
—Es
que –balbucee—, creí que nos llevábamos bien en la cama y nos extrañábamos y… y
dices que me quieres. Yo también te quiero. ¿Qué hace falta?
—Mi
vida también cambió en tu ausencia.
—¿Te
gusta otro chico?
—No
lo digo por eso. Tengo muchos proyectos para mi futuro y el noviazgo no está
entre ellos. Perdóname.
—¿Tiempo?
Si necesitas tiempo lo comprendo. También tengo proyectos con mi padre y mi
carrera.
Se
mantuvo en silencio observando el anillo. Deslizando las yemas de los dedos por
la piedra. No podía disimular la tristeza que parecía sentir. No era lo que
había buscado lograr al regalarle el anillo. Había esperado otra reacción. Una
muy propia de ella cada vez que me veía. Quizás el deseo en su mirada, las
ganas de tocarme y su risa pícara y seductora. Sin embargo nada de eso
contemplé en Rose. Percibí tristeza también… Impotencia, frustración, dolor…
Aunque salí de la situación lo mejor que pude.
—No
te preocupes. Tendremos tiempo de hablar sobre nosotros. Me alegro que te haya
gustado el regalo.
Volvió
a sonreír.
—Por
supuesto que me ha gustado. Nunca me lo quitaré en honor a nuestra amistad.
—Yo…
voy a darme una ducha y descansar un poco.
—Claro…
bienvenido.
—Gracias.
Salí
de la cocina y veloz cogí la mochila y subí las escaleras. Escuché la voz de
Charles.
—¿Le
gustó el anillo?
Contesté
tratando de disimular la derrota que opacaba mi corazón.
—¡Sí,
le gustó!
Avancé
por el pasillo hasta mi habitación. Quería que la ducha lavara mi pena.
Quedarme en la habitación encerrado y no salir de allí. Cierto que Rose y yo
nunca habíamos hablado de ser novios, parecía que estábamos de acuerdo en un
tipo de relación libre y sin ataduras. Ella alguna vez quizás lo reprochó, pero
aún así seguíamos teniendo sexo esporádicamente. Sin embargo no creí jamás que
podría algún día no sentir lo mismo que yo. Confiaba dentro de mí que Rose
estaría dispuesta y para mí cuando estuviera maduro para formalizar y ser fiel
a una hembra para toda mi vida.
No
había sido una decisión fácil. Muchas noches pensaba si me sentiría cómodo
siendo monógamo. Sobre todo si podría cumplir esa promesa de fidelidad. Por
Rose valía la pena intentarlo. ¿Y ahora? ¿Dónde quedaría mi futuro sin ella?
Abrí
la puerta de mi habitación, lancé la mochila sobre la cama y me desnudé. Entré
al baño y abrí la ducha. Mientras moderaba el agua tibia con los grifos, mis
ojos se encontraron en el gran espejo. Observé el torso ancho, musculoso. Había
sido convertido cuando tenía diecisiete años, pero los gimnasios y las pesas
habían dejado atrás aquel cuerpo delgado y huesudo.
Nada
quedaba de ese chico de la calle que pasaba horas deambulando. Nada quedaba de
aquellos miles de días en que el hambre hacía crujir mis tripas. No había
marcas en mi cuerpo de palizas y mal trato por parte de mis padres… Nada… Todo
era pasado. Sin embargo desde que Rose me había rechazado elegantemente, algo
de aquello nefasto volvió. Fue como si regresara a aquel tiempo… Donde las
vidriera iluminadas y repletas de pasteles deliciosos y ropa costosa, eran
barreras infranqueables para un chico pobre como yo.
Me
metí bajo la ducha y lentamente el agua se deslizó por la piel. Me quedé así,
apoyando las palmas de mis manos en los azulejos de la pared, con la cabeza
gacha mientras la lluvia empapaba el cabello y el cuerpo. Creo que
transcurrieron quince o veinte minutos sin moverme, hasta que levanté la cabeza
y tantee el jabón. Me bañé, tratando de no pensar en aquellas pesadillas que me
habían abandonado hace tiempo. No quería que volvieran. No deseaba que mi mente
recordara las atrocidades que había sufrido. Eran tantas…
Cerré
los ojos y las lágrimas resbalaron mezclándose con el agua de la ducha. Debía
sobreponerme. Ni Sebastien, ni Douglas, ni nadie de los Craig se merecía verme
derrotado y encerrado en el pasado oscuro.
Cerré
los grifos y cogí la toalla. Me sequé rápido y me cubrí atando un nudo a la
cintura. Entreabrí la puerta y antes de salir verifiqué si el baño estaba en
condiciones. Sebastien me había enseñado que no era justo que alguien más
ordenara o limpiara lo que yo había usado. Él me había enseñado a mí y a
Douglas las reglas de buen comportamiento. Siempre con amor y con palabras
adecuadas. Nunca siendo hiriente, ni degradándome, como toda mi niñez lo habían
hecho mis padres.
De
pronto, escuché la puerta abrir y cerrarse. Me acerqué para ver si Rose me
buscaba arrepentida. Quizás dando una explicación de su reacción distante.
¿Podría ser venganza por haberme comportado tan descuidado con ella?
Pero
no, no era Rose…
Una
mujer apoyó un pequeño bolso en el piso y recorrió con la vista las paredes.
Acto seguido corrió las cortinas de la ventana y encendió la luz. Se inclinó y
abrió su diminuto equipaje. Quitó algo de ropa y la dejó sobre la cama. Quedé
estupefacto, inmóvil. ¿Iba a bañarse? ¿Quién diablos era? ¿Qué hacía en mi
habitación?
En
segundos se despojo de toda su ropa mientras mi boca se abría sin poder
reaccionar. Solo mis ojos fijos en su espalda inmaculada, en su culo redondo de
glúteos perfectos, atinaban apenas a parpadear.
Alzó
sus brazos y las manos delicadas, femeninas, armaron un rodete improvisado con
su cabello rubio. Se giró hacia la puerta del baño con la vista clavada en la
alfombra. Sus pechos eran voluminosos, de pezones rosados y pequeños.
Tragué
saliva. ¿Ahora qué hacía? ¿Salía del baño y la sorprendía preguntando quién
carajo era? ¿Qué rayos hacía?
Ella
avanzó hacia mi dirección y di tres o cuatro pasos hacia atrás. Entró al baño y
cerró la puerta. Entonces me descubrió, allí, de pie como estatua contemplando
a la Venus del Nilo en persona, y con brazos.
El
grito que escapó de su garganta no se hizo esperar. Se cubrió con sus manos los
grandes pechos y el pubis lampiño.
—¿Quién
eres? –exclamó aterrada.
—Yo
pregunto lo mismo, ¿quién eres tú? Es mi habitación.
—No
puede ser.
—¡Cómo
no puede ser! Sé cuál es mi habitación.
De
inmediato sus ojos buscaron desesperadamente algo con que cubrirse. Lo único a
mano era mi toalla y estaba usándola. Pero ante todo había que ser caballero,
así que me la quité y se la extendí.
—Cúbrete.
Ella
no lo dudó y se apresuró a cogerla. A pesar de la penosa situación el iris
púrpura me recorrió de pies a cabeza.
—¿Quién
eres? –pregunté.
—Hazme
el favor de retirarte –suplicó—. ¡Estás desnudo, niño!
¿Niño?
Ah, ¡qué bien! Yo comportándome como macho caballero y ella me decía “niño”.
—Okay,
ya me voy, no te preocupes, me visto y me voy. Pero repito –señalé con el
índice—, esta es mi habitación.
Salí
del baño enfadado por el atropello. Al fin al cabo ella era la intrusa.
Cerró
de un golpe la puerta del baño y me vestí apresurado.
¿Quién
se creía que era para echarme como un perro de mi propia habitación?
Apenas
pisé el pasillo con la mochila colgando al hombro miré hacia ambos lados…
¿Quién diablos era esta vampiresa rubia que se creía dueña de mi habitación?
Caminé hacia la escalera para hablar con Charles y pedir alguna explicación.
Charles.
Interrumpí
la limpieza para atender la llamada de Bianca. Me dio mucha alegría escucharla
tan feliz por primera vez después de tanto tiempo. Quise preguntar sobre el
mensajero de la muerte pero el tono de la charla era demasiado ameno para
empañarlo con temores. Así que me interesé en las actividades que hacían
mientras estaban los tres en la Isla.
Mi
querida Bianca preguntó por todos los Craig y fui tratando de responder al
cuestionario con una sonrisa en los labios. ¿Volvería todo a la normalidad? ¿La
mansión se llenaría de voces y reuniones alegres? ¿Los Craig tendríamos paz?
Después
hablé con Sebastien que me confirmó que llegaría a la brevedad en cuanto András
pisara la Isla. Me emocionó saber que pronto estaríamos todos juntos y que
quizás más adelante Margaret y yo podríamos hacer un viaje solos, a París.
Hubo
algo que me emocionó más… Nicolay había conocido a su abuelo, a mi mejor amigo.
Otra vez aquel mundo donde se encontraba, y el mío, no estaban tan lejanos.
Cuando
corté la conversación Numa bajaba la escalera. Parecía algo alterado.
—¿Qué
ocurre?
—¿Qué
ocurre? –Lanzó la mochila al sofá—. Hay una intrusa en mi habitación.
—¿Qué?
—Eso,
que hay una vampiresa rubia que acaba de echarme de mi propia habitación.
—¿Una
vampi…? ¡Oh, qué contratiempo! Sí, disculpa. Es Ekaterina, tía de Nicolay.
—¿La
errante? ¿Qué hace una errante usando lo mío?
—Es
que ella le pidió a tu padre poder vivir en la mansión para estar cerca del
niño. Tu padre aceptó.
—¡Pero
hay más habitaciones!
—Sí…
En realidad Sebastien le ordenó que dejara el altillo y se ubicara en una
alcoba cómoda. Seguramente Sara le habrá dicho que usara la tuya. Recuerda que
solo Margaret y yo sabíamos que vendrías tan pronto. Ni siquiera Scarlet o
Lenya.
—Okay…
¿Dónde dormiré yo?
—Tranquilo,
usa la habitación de Douglas.
—Tengo
que quitar cosas de mi propiedad. No quiero que queden allí con ella.
—Por
supuesto, yo te ayudaré a mudarte.
—Pues
ahora tendremos que esperar porque la errante quiere bañarse.
—Esperaremos.
Vamos, bébete un coñac conmigo. Ese que nos debimos apenas llegaste.
—Está
bien –se sentó en el sofá—. Espero que no toque mis cosas.
—Ekaterina
no es una ladrona. Que sea errante no significa que robe.
Alzó
la vista y me miró mientras elegía la botella en el bar.
—No
digo porque robe. El tema es que tengo objetos muy delicados. Mi ordenador,
pendrives, Cds, recuerdos. Nunca acusaría a nadie por su condición. Jamás
repetiría lo que hicieron conmigo mientras estuve en la calle.
—Haces
muy bien, querido.
Numa.
Al
tiempo que escuchaba el líquido del coñac caer en un vaso, mi pasado regresó
otra vez… Aquella tarde había pasado horas en la vidriera de una juguetería
hasta que sus puertas cerraron y la cortina metálica fue bajando lentamente…
Tendría nueve años… quizás nueve y medio… Uno a uno fueron yéndose los
empleados de la tienda de juguetes. Muchos iban de grupos de tres o cuatro,
conversando animadamente, pero uno de ellos salió último y se acercó a mí.
Sonrió y extendió un pequeño tren a cuerda.
—¿Te
gusta? –preguntó.
—Sí,
¡es muy grandioso!
No
sé si era tan grandioso a los ojos de cualquier niño. Pero para alguien que no
tiene nada, aquel tren era el mejor del mundo.
—Es
para ti.
—¿Para
mí?
—Sí,
es tuyo.
—¡Gracias
señor!
Corrí
con el tren entre mis brazos como si sostuviera el más grande tesoro. Imaginaba
llegar a casa y mostrárselo a mi madre. Después lo pondría junto a mi cama para
contemplarlo antes de dormir. Jugaría con el todos los días.
Pero
eso no ocurrió… Cuando mi madre me vio llegar con el preciado juguete rompió en
un ataque de histeria. Contó a mi padre lo que yo había dicho acusándome de
mentir y de haberme robado el tren. Mi padre por supuesto se puso furioso.
Ambos se quejaban de que por culpa del robo la policía caería en casa y
descubrirían cosas mucho más graves, siempre ignoré que cosas podrían ser. La
realidad es que el tren fue arrancado de mis manos y destruido ante mis ojos
llorosos. Lo pisaron hasta que solo quedaron piezas de metal y plástico
desarmadas. La golpiza que recibí fue una más de tantas, pero además sentía la
pena de no tener mi tren. Ese que había disfrutado tan poco. Cada golpe en mi
cabeza por esos maltratadores podía sentirlos como si fuera hoy. Sus insultos
estaban grabados en mi cerebro.
Encerré
mi cabeza entre mis manos y cerré los ojos. ¿Por qué tenían que volver esos
recuerdos odiosos? ¿Por qué si parecía haberlos borrado de mi memoria?
—Numa,
¿estás bien?
Levanté
la vista para ver a Charles sosteniendo el vaso de coñac.
Con
manos temblorosas lo cogí y bebí un trago largo.
—Sí
–contenté—. No te preocupes, estoy bien.
Mentí,
no estaba bien. No sabía el porqué mi pasado regresaba con tanta nitidez. Traté
de distraerme y busqué en la mochila el móvil ante la mirada preocupada de
Charles.
—Llamaré
a Douglas. Tengo ganas de verlo. ¿Crees que podrá venir hoy? –bebí otro trago.
—Creería
que sí. Llámalo, estoy seguro que lo que sea que ha pasado por tu cabeza, él
sabrá cómo ayudarte.
Uy esperó que a Bianca no le pase nada . Me dio pena Numa ojala pueda obtener el amor de Rose y obtener de vuelta su habitación. Lo dejaste muy interesante.
ResponderEliminar¡Hola Citu! Gracias por comentar. Bianca tendrá que ir con el mensajero de la muerte. Vamos a ver que tal le va y si va sola.
EliminarRose está entusiasmada con su estudio y no creo que Numa este en sus planes, pero todo es posible.
Un besazo amiga y gracias por estar aquí.
Creo que nadie se muere mientras lo recuerdas y Adrien se entera de todo y Olga tambiem porque sabe que Bianca le ha cantado la cancion a su hijo.Si Adrien tiene que elegir entre salvar a su hijo o a Bianca creo que salvara a su hijo.Eso es asi,no lo podra evitar.Numa se ha desilusinado porque estaba muy ilusionado con el anillo pero se ha fijado mucho en Ekaterina,igual se enamora de ella.Numa y Rose son amigos,ha habido sexo pero son amigos.A mi no me gusta,no me va el sexo sin amor pero hay mucha gente que lo hace.Me ha gustado mucho,escribes muy bien y esta novela esta muy interesante.Besos.
ResponderEliminar¡Hola Ramón! Es cierto, "la muerte no existe, existe el olvido, mientras tú me recuerdes yo seguiré estando vivo" así dicen.
EliminarYo también creo que salvaría a su hijo, es la ley natural. Veremos que pasa.
Ekaterina y Numa prometen, ¿cierto? Habrá que esperar.
Me alegro mucho que te haya gustado. Muchas gracias por acompañarme en esta locura de escribir. Un beso grande.
Muy bueno el capítulo esto se pone vas a vez más bueno, yo espero que con Bianca no pase nada malo y pobre Numa no la esta pasando bien, muchas gracias por el capítulo Lou 😘
ResponderEliminar¡Hola Lau! Me alegro mucho que te haya gustado el capi, y sí... falta muy poco para el desenlace. Numa no la ha pasado bien... quién sabe que le depara el futuro... y la autora jajaja. Un besazo reina, y muchas gracias!!
EliminarOlga está muy preocupada, mi olfato me cuenta que Bianca irá sola con Hela. La errante que le ha robado habitación y baño a Numa es una ladrona:)) Actuará como tal y le robará también el corazón:))
ResponderEliminarBso
¡Hola Ignacio! Veo que eres un lector que no pierde detalle y lee entre líneas jajaja. Gracias por tu entusiasmo, de todo corazón. Creo que Rose no va por el mismo camino de Numa y la autora algo tiene que inventar... Veremos en el próximo libro que pasa. Iris púrpura pronto llega a su fin. Espero no defraudarlos.
EliminarUn beso grande y muchas gracias por comentar.
VOLVÍ!!!!! Que dolor los recuerdos de Numa!!! pero bueno... se que con ayuda de su familia y alguna vampiresa podrá salir de todo eso ;)
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