Un beso grande para todos los que siguen acompañándome en mi loca imaginación. Gracias por el apoyo de siempre y sus comentarios.
Un autor crea la obra, pero quien le da vida son ustedes, los lectores.
Capítulo 55.
Amor intacto.
Sebastien.
Abrí
la puerta y encendí la luz. Numa pisaba mis talones. Tres segundos tardé en
descubrir a Bianca en el piso junto al velador. Mi boca se abrió por el
asombro. ¿Bianca? ¿Estaba soñando? ¿Veía visiones? La sensación de verla me paralizó.
Mis ojos clavados en su cuerpo, en su larga cabellera azabache, y su rostro
pálido, de ojos cerrados.
Numa
me ayudó a salir del shock.
—¡Papá,
es Bianca!
Entonces
reaccioné. Me abalancé sobre ella y traté de reanimarla.
—¡Bianca!
¡Bianca! ¿Qué ocurrió? ¿Cómo llegaste aquí? ¡Contesta! ¡Háblame!
No
contestaba. Entreabrió sus ojos borgoña pero su voz no salió.
—Papá,
seguro se materializó.
Lejos
de alegrarme, el miedo se adueñó de mí.
—No,
no puede haberlo hecho. Ella… Ella no tiene experiencia.
—Papá
–Numa tocó mi hombro y lo miré desolado—. Bianca está aquí. ¿Qué otra
explicación encuentras?
—Sí…
Sí… Cierto… –balbucee—. Entonces algo no anda bien. ¡No está bien! ¿No lo ves?
No contesta, no me habla.
Arrodillado
en el piso la atraje entre mis brazos. Bianca parecía un saco de patatas, no
tenía fuerza. No había movimiento en ningún músculo. Solo su iris clavado en mi
rostro.
—Cariño,
Bianca, por favor… Di algo.
Noté
la respiración entrecortada. Su pecho subía y bajaba con una frecuencia lenta y
apenas perceptible.
—¡Bianca!
Acaricié
su rostro, el cabello de hebras sedosas y finas. Su cuerpo contra mi regazo
estaba helado. Mucho más que cualquier vampiro.
—Numa,
trae café con azúcar. La presión está bajando. ¡Por favor!
Numa
abandonó la habitación como rayo. Me quedé con ella tratando de reanimarla.
Masajee sus brazos y piernas para activar la circulación. Ella abrió la boca y
pareció aspirar el aire. Pero supe que no podía. Bianca no podía respirar.
Aspiré
oxígeno y le di respiración boca a boca. Una y otra vez alternando con intensos
masajes.
—Bianca…
Bianca, por favor… No me dejes. No me hagas esto. Te necesito. Te necesitamos.
Nicolay y yo te necesitamos –rompí a llorar.
Ella
dio un suspiro mientras se hundía en mi mirada.
—Te
amo… Los amo…
Escuché
su débil voz. Sin embargo no era signo de que las cosas iban mejorando.
Desesperado no sabía qué hacer. ¿Dónde llevarla? Éramos vampiros. Ningún médico
en la Isla entendería que estaba ocurriendo.
Nicolay
abrió la puerta y nos miró.
—¡Bianca
está aquí!
—Hijo,
regresa a la habitación.
Numa
entró con un café.
—Aquí
estoy, papá. ¿Crees que esto ayude?
—No
tengo idea. Intentaré todo, te lo juro.
La
incliné como pude para que bebiera y quizás así volviera en sí. Bianca pareció
tragar un poco de café. Pasó su lengua por los labios y volvió a mirarme.
—Bianca…
Por favor…
—Voy
a morir –susurró.
La
desesperación me ganó. No recordaba tener tanto miedo en ninguna situación
vivida.
—¡Bianca!
¡Dime qué puedo hacer!
Ella
pasó la lengua por los labios nuevamente.
—Solo…
solo dime… que me crees. Quiero a tu niño…
—¡Te
creo! ¡Te creo!
Sus
ojos se nublaron por las lágrimas.
—No…
no me crees.
—¡Sí,
te creo!
Numa
me rodeó por los hombros. Quizás imaginando lo peor.
—Escucha
amor, te creo. Todos te creemos. Los tres que estamos contigo aquí, te creemos
y te necesitamos.
—No
hay tres aquí.
La
voz de Nicolay me paralizó. Me miraba temeroso con su pijama de superhéroes.
—¿Qué
dices, Nicolay?
—Que
no somos tres. Somos cuatro –señaló con sus pequeños dedos—. El señor de ropa
oscura está aquí.
La
sangre bombeó el corazón y aún así sentí congelarme de terror.
—El
señor… —miré a Bianca—. ¡Bianca! ¿Hela está aquí? ¡Dime si él está aquí!
Ella
asintió levemente.
Entonces
una fuerza que no supe de dónde me surgía me dio el poder para enfrentarlo. No
sabía en qué lugar de la habitación estaba, pero sí que había venido por ella.
Y eso no lo iba a permitir.
Miré
cada rincón de la habitación, hecho una furia.
—¡Escúchame
bien! ¡Estés donde estés no te la llevarás! ¡Tendrás que llevarme a mí! ¿Has
escuchado? ¡Veremos si puedes con los dos!
—Está
allí –señaló Nicolay mientras Numa buscaba en vano ver algo.
Fijé
la vista donde mi hijo había señalado. Junto a la mesa de luz, a dos metros de
nosotros.
Continué
hablándole a la nada, como si lo viera. Con la ilusa idea de poder convencerlo.
—¡Tendrás
que llevarnos a los dos! ¿Quieres tu maldito don? ¡Cógelo y déjanos en paz!
Abracé
a Bianca con todo mi cuerpo. Había cerrado los ojos, pero aún respiraba. No
había forma que Hela la arrancara de mis brazos sin llevarme con ella. El ritmo
cardíaco enloquecía, mis lágrimas bañaban mi rostro. También tenía miedo de no
lograrlo. Lo haría por ella, sin embargo, ¿qué sería de Nicolay sin mí?
¿Douglas? ¿Numa? ¿Los Craig? ¿Lenya y Scarlet podrían con todo una vez que yo
no existiera?
De
pronto Bianca abrió los ojos y aspiró una bocanada de aire. Comenzó a jadear
como si faltara la respiración. La aprisioné más fuerte contra mi cuerpo. La
suerte estaba echada. Mi decisión no iba a cambiar. Bajaría con Bianca al mismo
infierno.
—Se
fue –murmuró Nicolay—. Se fue, papá. Ya no está en la habitación.
—¿Estás
seguro? –balbucee.
—Sí,
se fue. Parecía enojado.
Sentí
la suave caricia en mi mejilla de la mano de mi hembra. La miré y me miró.
—Bianca…
Una
lágrima resbaló por su mejilla.
—Sebastien…
No dejaste que me fuera.
—Nunca.
—Bianca,
¿estás bien? Bebe más café –dijo Numa.
Le
entregué la taza y me puse de pie con ella en brazos.
—Salgamos
de esta habitación.
En
mi cabeza conocía perfectamente que bajar a la sala no era signo de estar a
salvo. El mensajero de la muerte podría estar en cualquier lado. Lo peor, que
yo no lo vería. Solo Nicolay y Bianca. Mi hembra había agonizado y enfrentado a
la muerte. Sin embargo Nicolay, ¿por qué podía verlo? Después hablaría con él.
Ahora necesitaba que Bianca se repusiera del agotamiento.
La
recosté en el sofá y Numa volvió a darme la taza. La hice beber mientras no
dejaba de contemplar ese rostro que había extrañado tanto.
—¿Cómo
te sientes?
—Un
poco mejor… Me falta el aire y mi estómago está revuelto. Pensé que no lo
lograría—me miró fijo con ojos húmedos—. Estoy aquí, contigo, con ustedes. Lo
logré.
—Sí,
lo lograste –acaricié su mejilla—. Estás aquí.
De
pronto se incorporó sentada en el sofá.
—¿Nicolay?
—Aquí
estoy —dijo sentado en la escalera.
—Ven,
cariño —extendió su mano y sonrió.
Mi
hijo se acercó. En su rostro dibujaba el temor de lo vivido.
Ella
lo jaló suavemente de la mano.
—Ven.
¿Estás bien?
—Sí,
¿y tú?
—Yo
estoy bien.
—¿Hela
no está aquí? –pregunté temeroso.
Ambos
negaron.
—Bebe
más café, Bianca.
—Es
suficiente, gracias –me entregó la taza.
La
deposité en la mesa de living y me senté junto a mi hembra.
—No
puedo creer que estés aquí. Que te hayas materializado. ¿Cómo lo lograste?
Me
miró y sonrió.
—Ya
te contaré.
—Papá,
debería descansar. ¿Por qué no se acuestan y yo me encargo de Nicolay?
—¿Puedo
dormir con mi hermano?
—Claro,
cariño.
—Debería
avisar a Charles, por favor debe estar preocupado. ¿Me prestas tu móvil?
—¿El
tuyo?
—Me
materialicé sin nada encima. Todo quedó en el hotel –se angustió.
—Lo
recuperaremos, no te preocupes. No te fatigues. Llamaré yo.
Así
lo hice. Charles escuchó mi relato y no atinó a decir palabra. Estaría
asombrado y no era para menos. Bianca había logrado lo que muchos vampiros no
habían hecho en centenas de años. Estaba orgulloso de ella. Estaba perdidamente
enamorado de esa hembra. Pero mis palabras de amor no salían. Las sentía
atragantadas. Lo atribuía al suceso extraordinario, a tenerla cerca y no haber
podido pensar lo que debía decirle. Al miedo de lo que ella propusiera.
Como
al sugerir que deseaba quedarse en el sofá. ¿No deseaba estar a solas en la
habitación? ¿Ya no me deseaba? ¿O era simplemente por todo lo que había sufrido
al materializarse?
Me
senté a su lado y ella se recostó en los almohadones. Cerró los ojos y respiró
profundo.
—¿Estás
segura qué te sientes bien?
—Sí,
solo cansada.
Percibía
la incomodidad entre nosotros. Cierto que habíamos estado distanciados. También
era cierto que no habíamos hablado sobre Nicolay lo suficiente. Pero lo último
que quería era dejarla sola en la sala. Aún así, como buen caballero, le
pregunté.
—¿Quieres
que vaya a dormir a la habitación? A lo mejor te sientes menos presionada si no
te miró permanentemente.
Ella
cogió mi mano.
—Lo
único que quiero es que no te alejes de mí. Es probable que el cansancio no me
permita actuar normal. Pero por favor, quédate conmigo.
—Sí…
Yo… Puedo quedarme aquí. Velaré tu sueño.
—Gracias.
Cerró
los ojos y se durmió, con mi mano entre las suyas.
Transcurrieron
las horas. Tuve que atender dos llamadas. Una de András, mi socio. Otra de
Lenya. Mi hermano sugirió materializarse en la cabaña por si necesitaba ayuda.
Lo convencí de que no lo hiciera. Lo peor había pasado… ¿Lo peor habría pasado?
Cuando
la luz del amanecer se coló por las rendijas de la ventana, tomé conciencia de
la hora. Me había pasado el tiempo contemplando a Bianca. Si respiraba normal,
si tenía alguna pesadilla, si despertaba y necesitaba algo. Ella durmió
plácidamente. Despertó cuando intenté ponerme de pie.
—¿Dónde
vas?
—Voy
a servirme algo de beber. Algo fuerte. ¿Quieres un coñac? ¿Has cazado antes de
materializarte?
—Sí.
Con Odin. No te preocupes.
Una
punzada de celos me inquietó. Ella notó mi gesto de desagrado.
—No
te pongas celoso.
—No
lo estoy –volví a sentarme.
—Sí,
lo estás. No creas que no te entiendo. Hemos estado tan distanciados, en cuerpo
y alma. Pero nunca hubo ni habrá otro macho en mi vida que no seas tú.
Bajé
la vista. Cogió mi barbilla y me obligó a mirarla.
—¿Qué
nos pasó para que termináramos así?
—No
sé, Bianca. Creo que fueron muchas cosas y… No confiamos en contárnoslas.
Se
acurrucó de perfil en el sofá, observándome.
—Cierto.
No nos comunicamos. No nos dijimos lo que sentíamos, los problemas de cada uno,
los miedos. Preferimos guardarnos lo que sentíamos. Pienso que ese fue nuestro
primer error. Si te confesaba lo mal que me sentía por mi padre y ser una hija
no deseada pensaba que no me entenderías. Ni yo entendía porque importaba tanto
a esta altura de mi vida.
—Nunca
hubiera minimizado tu angustia. ¿Y ahora? ¿Cómo estás con él?
—Me
encontré con una tía. Su hermana. Ella dijo que mi padre adoró mi llegada. Que
nunca había arruinado su vida. Le creí. No me preguntes por qué, pero le creí.
—Los
hijos nunca arruinan la vida de los padres. Nicolay tampoco arruinó la mía.
—Lo
sé perfectamente. Pero… me apartaste de los dos.
—No
quería forzarte a querer a mi hijo.
—¿Acaso
tuviste que hacerlo con Douglas, o con Numa?
—Tú
sabes que fue diferente. Ellos estaban en mi vida cuando llegaste. Además, tú
no deseabas ser madre. De ahí el rechazo.
—Mi
rechazo fue para conmigo. Dijeron que sería casi imposible quedar embarazada.
—Eso
no me importaba si estabas junto a mí.
—Pues
yo creí lo contrario. Imaginé que la llegada de tu hijo era una felicidad que
no era parte. Yo no participaría.
—¿Por
qué?
Encogió
los hombros.
—No
tengo explicación para la cobardía. Porque eso fue lo que fui. Cobarde por no
confesarte en la cara lo mal que me sentía de que me hicieras a un lado. Tal
vez orgullo. Jamás hubiera suplicado que me dieras un lugar.
—No
quise hacerte a un lado, es decir. No quería forzarte y tú parecías tan lejos
de todo. Tu padre, Hela, tu imposibilidad de darme un hijo. No era imprescindible
para amarte que me dieras un hijo. No lo entendiste.
—Era
lo que más deseabas.
—No
era lo que más deseaba, lo deseaba y punto. Lo que más quería era estar junto a
ti por el resto de mi vida. Aún con la llegada de Nicolay.
—Yo
quise a Nicolay desde que lo vi por primera vez –se angustió.
—¿Me
lo dijiste? No… Bianca, me dejaste en el peor momento. Un juicio en el que debí
pelear por la tenencia. ¿Qué podía pensar?
—Lo
sé, te pido perdón. No fue por no querer a Nicolay con nosotros. Era yo que no
me sentía fuerte. Ekaterina hizo otro tanto. Sus celos por el niño impidieron
que me acercara a él. Tú, otro tanto.
—No
lo sabía. Cuando te dije lo que ella había dicho, te enfadaste.
—Es
que no debías dudar de mí.
—¿Por
qué no, Bianca? Nicolay es hijo de otra hembra. Su presencia te recuerda que
alguna vez me acosté con ella.
—No.
No es así. ¿Crees que no sé qué te has acostado con muchas hembras antes de mí?
—Con
ninguna tuve un hijo. Con Sabina. Y no me olvido la rabia que le tenías.
Sonrió
recordando.
La
miré con picardía y esa dulzura que iba ganando mi corazón.
—¿Me
dirás que no?
Negó
con la cabeza.
—Pero
yo era otra. No tenía nada de ti. Nada de qué aferrarme. Una simple humana
insegura de tu amor.
—¿Eso
cambió? ¿Estás segura de mi amor como yo del tuyo?
Se
incorporó de tal forma que su rostro casi roza el mío.
—Sí
–murmuró—. Soy y seré la única hembra de tu vida. Para mal o para bien. Tú
decides…
—No
hay felicidad completa sin ti –mi mirada se posó en sus labios entreabiertos—.
Te extrañé tanto.
—Yo
también, mi amor. ¿Qué tal si nos perdonamos? –rozó los labios por mi comisura.
—Sí,
por favor… Estoy muriendo por besarte.
—Si
no lo haces tú lo haré yo.
Incliné
el rostro para devorarla con un beso…
Numa
bajó la escalera y ese beso quedo suspendido en el aire. Casi mis labios
buscaron su boca. Casi ella se acercó para rodearme con sus brazos. Necesitaba
ese contacto físico de entrega de ambos. No, simplemente por ayudarla o
contenerla. Quería mucho más.
—Perdón,
Nicolay está inquieto. No se duerme. Debe estar nervioso por lo que ocurrió.
—Dile
que venga –dijo ella.
—Okay.
…………………………………………………………………………………………..
Fue
un amanecer atípico. Se supone que los niños deben descansar por la noche y los
adultos disfrutan estar solos. Sin embargo fue maravilloso romper las reglas.
Numa había partido a la obra para ver como continuaban las cosas. Nicolay en
las rodillas de Bianca la ponía al tanto de todo lo ocurrido en su ausencia. Y
yo, aunque participaba de la charla prefería muchas veces observarlos en ese diálogo
encantador. Genuino y espontáneo. ¿En qué momento dudé de ella? ¿Por qué los
miedos habían ganado y logrado cegarme?
—¿Cómo
qué Douglas quiere cortar las pelotas a Peter? –rio Bianca.
—Sí,
pero no lo vamos a dejar, ¿verdad papá?
—No,
por supuesto.
—¿Y
quién está cuidando al gato mientras estás aquí?
—Brander.
En Boris no confío porque creo que no le agrada demasiado.
—¿En
serio?
—Sí,
yo creo que no le gusta.
—¡Pobre
Peter!
Nicolay
bostezó por cuarta vez.
—Hijo,
vamos a la cama.
—Pero
ya salió el sol.
—No
importa. Debes descansar.
—¿Y
si viene el hombre de ropa oscura?
Bianca
me miró con pena.
—Se
fue muy lejos. ¿Quieres que me acueste contigo? –dijo Bianca.
—Sí,
por favor. ¿Sabes canciones de cuna?
—Bueno…
No muchas. ¿Quieres alguna en especial?
—Hay
una canción que me gusta, pero no la recuerdo.
—Entonces
iremos a la cama y me dirás que canción es. ¿Te parece?
Asintió
soñoliento.
—Yo
lo llevaré en brazos –me puse de pie.
Bianca
me lo entregó y nuestras manos se rozaron sin querer.
Una
electricidad recorrió mi cuerpo. Hacía más de un mes que habíamos tenido sexo,
y no había sido una de las mejores. Ambos habíamos tenido dudas y
resentimiento. Deseaba sentirme como antes en la intimidad con ella, y que ella
vibrara al contacto de mi cuerpo.
Supe
que nuestro leve contacto no había pasado desapercibido. Lo supe cuando sus
ojos me miraron fijamente y sonrió.
—Me
daré un baño y… te esperaré en la habitación.
—Claro…
Yo… No tardaré.
Bianca.
Me
acosté por encima del edredón y traté de cubrir a Nicolay para que no sintiera
frío.
—Tienes
que taparte bien, no has dormido y te sentirás destemplado.
—¿Qué
es destemplado?
—Ehm…
Es una sensación de frío constante. Como cuando tienes fiebre.
—Yo
no tengo fiebre.
—Puedes
sentirte así por otras razones.
—¿Por
ejemplo?
Sonreí.
Menos mal que tenía sueño.
—Cuando
nosotros dormimos, el cerebro sigue pensando, ¿lo sabías?
—No.
—Manda
una orden a los vasos sanguíneos. Mejor dicho, a la sangre. Para que me
entiendas. Ordena que libere calor y así mantener la temperatura de nuestro
cuerpo.
—Si
no dormimos eso no pasa, ¿no?
—Exacto.
Si a la vez estamos despiertos pero muy quietos, el cuerpo se enfría. Es un
poco más complicado…
—¡Cuánto
sabes, Bianca! Quiero ser doctor.
—¿En
serio? ¡Qué bien!
—Y
curaré a las personas. Le daré pastillas para tomar pero no inyecciones. Las
inyecciones son horribles.
Rei.
—Lo
son, pero a veces son las únicas que te pueden curar.
Se
mantuvo en silencio, pensativo, por varios segundos.
—Hay
pastillas que no curan. Si las comes te mueres. No daré esas pastillas a las
personas.
No
atiné a hablar. No contaba con la valentía suficiente para preguntar, ¿cómo lo
sabes? Quizás porque dentro de mí, adiviné que estaba relacionado con Olga.
—¿Quieres
que cantemos la canción? ¿Esa que no recuerdas el final?
—Sí…
No sé porque no la recuerdo. Mi mamá la cantaba siempre.
—A
veces ocurre. Cántamela.
—¿Estás
segura que el señor oscuro no volverá? —bajó la voz.
Besé
su mejilla y lo arropé contra mí.
—El
señor oscuro no es malo. Quería hablar conmigo.
Susurró.
—Quería
llevarte.
—Lo
sé.
—Entonces
volverá. Dime que no te irás con él.
—Escucha
–acaricié su cabello—. Ya he estado con él y regresé. No le tengo miedo –mentí.
—Mi
mamá tampoco tenía miedo. Pero se la llevó y no regresó.
Estuve
a punto de preguntar, ¿tú la viste? ¿Tú la viste morir? Sin embargo no me
animé. Creí que ese trabajo de indagar en su corazón no era para mí, sino para
Dimitri. Seguramente pondría manos a la obra para que los dos pudieran charlar
una vez que estuviera instalada en la mansión.
—¿Y
la canción? –Pregunté fingiendo gran interés—. Ardo de curiosidad por
conocerla.
El
se acomodó hecho un ovillo, de espaldas a mí. Lo abracé y lo escuché cantar…
—Dice
así…
“Duérmete
mi niño, nada ocurrirá.
Cierra
los ojitos y el sueño vendrá.
La
luna redonda te sonreirá.
La
estrella más bella te iluminará.
Duérmete
mi niño, sin ningún temor.
Velaré
tu sueño con todo mi amor…”
No
recuerdo más –entristeció.
Sonreí
contra su mejilla tibia…
—Es
una canción vikinga… Me la cantó alguien hace poco tiempo. Y continúa así…
“Duérmete
que al alba el mar calmará.
Y
un barco vikingo nos vendrá a buscar.
Iremos
a un mundo donde no hay maldad.
Thor
en su palacio nos recibirá.
Duérmete
mi niño, el mar ya calmó.
Y
el barco vikingo a costa llegó.”
Nicolay
se había quedado inmóvil, pero no estaba dormido. Quizás no podría creer en la
casualidad de que alguien me habría cantado la misma canción. Pero tenía razón,
yo tampoco creía en casualidades.
Sebastien.
Salí
de la ducha y me sequé. Cogí un pantalón pijama aunque estuve a punto de
desecharlo. ¿Para qué quería un pantalón pijama con Bianca a mi lado? De todas
formas me sentía extraño. Como si fuera la primera vez que iríamos a tener
sexo. Un mes y días no era demasiados y a la vez sí lo eran. ¿Cómo explicarlo?
¿Vergüenza
de estar desnudo frente a ella? ¿Miedo que ya no le gustara? Ni siquiera un
humano sufriría cambios en su cuerpo en tan poco lapso de tiempo, menos un
vampiro. Quizás no recordaba verme sin ropa… No, quizás después de ver a Odin
hubiera querido que fuera igual… No sé… Yo no era un adefesio pero contra Odin…
La puta madre… Demonios…
Me
metí en la cama y esperé unos minutos.
—¿Y
si Bianca se había dormido? Estaba agotada. Había logrado materializarse. No… A
lo mejor no quería venir a la habitación… ¿Sentiría la desesperación de estar
conmigo como yo con ella? Sí… Vi la lujuria en sus ojos cuando me rozó…
Salté
de la cama y me dirigí a la habitación de Douglas. Caminé sigiloso hasta la
puerta entreabierta y entonces escuché…
Era
Nicolay… cantando la canción de cuna. Apoyé mi perfil en el marco, cuidando de
no hacer ruido. Bianca sentiría la misma frustración que había sufrido yo al no
saber cómo continuar. Era una sensación de impotencia. Mi hijo ansiaba que
alguien supiera la canción de cuna que le cantaba su madre. Muchos me ayudaron
buscando en internet. Incluso yo, pero no había nada parecido en las páginas
infantiles.
De
pronto escuché… Bianca dijo, “es una canción vikinga. Me la cantó alguien hace
poco tiempo. Y continúa así…”
Mi
corazón pareció detenerse, mi boca se secó, parpadee repetidas veces. ¿Bianca
sabía la canción? ¿Era la misma que quería Nicolay?
Seguí
inmóvil, atento hasta que ella terminó la última estrofa.
Nicolay
no habló. Imposible que hubiera quedado dormido en poco tiempo. Aguardé en
silencio. Por favor, que fuera la misma canción.
Bianca
al fin preguntó.
—¿Acerté?
Y
él contestó…
—Sí
–rio—. ¡Es esa canción! ¡Gracias Bianca!
Tiré
la cabeza hacia atrás contra la pared y cerré los ojos. La emoción iba a
convertirme en un idiota sensible, pero que bueno se siente a veces ser un
idiota sensible.
Ella
la cantó dos o tres veces más… No recuerdo. Solo sé que regresé a mi habitación
con los ojos húmedos. Bianca y Nicolay juntos. Unidos por la canción de Olga…
Me
senté en la cama y esperé. Pensé en todo lo que había ocurrido en poco tiempo.
Me había enterado que era padre de un niño que no conocía, de la muerte de su
madre. Me había separado de Bianca, había luchado por la tenencia frente a los
errantes. Comenzaba a conocer a mi hijo ya no superficialmente… Bianca había
regresado… y conocía la canción de cuna… Todo aquello que creí piezas de un
rompecabezas sin armar, siempre había estado unido por un hilo conductor e
invisible…
De
pronto, escuché la puerta de la habitación cerrarse. Me puse de pie de un salto
y me quedé inmóvil, con la vista clavada en la entrada de la alcoba.
Bianca
no tardó en aparecer. Cerró tras su espalda y me miró.
—Supiste
la canción –dije casi sin pensarlo—. Supiste como terminaba la canción de Olga.
—Sí
–bajó la vista apenada.
—¿Cómo?
¿Cómo fue que la sabías?
Avanzó
hacia la ventana lentamente. A través de las cortinas su rostro se iluminó por
un rayo tenue de sol.
—Me
la cantó Freya, de los escarlata. Ella perdió un niño hace centenas de años. Se
la cantaba a su bebé.
—Increíble
–murmuré.
Ella
no dijo palabra. Se limitó a ver el paisaje.
—¿Estás
bien? –pregunté con temor.
Asintió
en silencio. Después de unos segundos interminables continuó.
—¿Sabes?
–dijo con emoción.
—¿Qué?
—Creo
que el universo te conecta con todo lo que debes hacer. Tú eliges.
—Sí,
también lo creo.
—Cuando
llegué a Banff buscaba mis orígenes, mi pasado. Sin saber que también me
conectaría con el futuro. Yo debía encontrarme con los escarlata. Freya debía
enseñarme esa canción –sentí su voz quebrarse—. ¿Entiendes? Yo debía
escucharla.
Me
acerqué por detrás, aunque no lo suficiente para abrazarla. No por no sentir
deseos de hacerlo, sino por no interrumpirla. Percibí que necesitaba contarlo.
—Yo
debía conocer esa canción de cuna. Era imprescindible para Olga –sollozó.
—¿Para
Olga? –titubee.
—Cuando
fui a su tumba Hela apareció.
—¿Hela?
–me atemorice—. ¿Qué te dijo?
—Dijo
que Olga estaba angustiada, atrapada en las sombras. Creí –se secó las lágrimas—.
Creí que era por nosotros dos. Pero Hela dijo que no. Después… Después Nicolay
habló por móvil conmigo y me contó… “mi mamá dijo que tú me cuidarías” –estalló
en llanto.
—Bianca…
—¿Entiendes
lo que digo? –me miró.
La
abracé por la espalda. Rodeándola con mis brazos. Ella recostó la cabeza en mi
pecho.
—Solo
deseo que ella lo sepa. Que estoy aquí, que canté su canción… y la cantaré cada
noche que Nicolay se duerma.
—No
llores. Estoy seguro que ella lo sabe. Por favor, no llores.
Permanecimos
así, ella mirando el paisaje, sintiendo mis brazos cobijándola. Yo, pensando
que no había sido en vano la separación. Por más que nos había dolido. Nos
había hecho más fuertes, quizás más unidos.
Al
pasar los minutos, la noté más tranquila. Besé su coronilla y apoyé mis labios
en el hombro. Bianca se giró y se apartó lentamente. Me observó de arriba
abajo.
—Tú…
¿Qué haces de pijama?
—¿Yo?
—Sí
–sonrió—. ¿Tienes vergüenza de mí?
—¡No!
Arqueó
la ceja.
—Pensé
que estarías desnudo esperándome en la cama –volvió a sonreír. ¿No me habías
extrañado?
—Ah,
sí… Iba a esperarte sin pijama pero… Bueno… Convengamos que el ambiente no
estaba propicio para tener sexo.
Sus
ojos borgoña me miraron fijo y suspiré. Se acercó hasta rozar mi cuerpo de
punta a punta. Sus labios cerca de mi oído, susurraron.
—No
te imaginas que rápido puedo cambiar el ambiente.
Anouk.
Reencontrarme
con mi familia en Moscú fue un descanso para mi mente. La mansión Craig por
poco vuela en mil pedazos. Y no precisamente por explosiones mineras como en la
Isla del Oso, sino por todos los sucesos que fueron desencadenándose desde la
llegada de Nicolay. Por suerte parecía estar todo encarrilándose. Al menos la dama
de los Craig volvería y estaba segura que frente a frente con Sebastien
resolverían sus desavenencias.
Mamá
me había preguntado unas tres veces cómo vivía la mansión la llegada de Bianca.
Le dije las tres veces la verdad. Todos deseaban que llegara y se reencontrara
con nuestro apuesto líder de los vampiros. Nadie decía nada en contra de su
abandono abrupto, al menos si lo pensaban lo disimulaban genial. Aunque
pensándolo bien, los Craig la amaban y creo que le hubieran perdonado todo.
Incluso Sebastien.
La
sala de los Gólubev estaba iluminada, caía la noche y nos sentaríamos reunidos
a la mesa como hace mucho tiempo no lo hacíamos. Por supuesto a beber, pero
daba igual. Mamá había insistido en preparar algo delicioso para Anoushka pero
Dimitri ganó por cansancio y fue por una pizza de brócoli. Según él eran su
favorita. Fuera de mi hermano, ¡qué gusto horrible tenía esa niña!
Natasha
se había puesto un vestido muy bonito, color morado. Se había encerrado con
papá en el despacho contándole noticias sobre el proyecto de los militares y
los fósiles encontrados. Iván ayudaba a poner la mesa luciendo un traje azul
oscuro de Gucci. Siempre tan elegante y distinguido. Yo tenía sobre mi falda
negra de satén, a mi bella sobrina durmiendo. Por la blusa blanca escotada
podía verme el nacimiento de mis senos. Lucía seductora y eso gracias a Rose.
Svetlana
salió de la cocina seguida de mi madre. Estaba en jeans y camiseta roja. Una
coleta sostenía su cabello sin peinar. Había estado toda la tarde hablando por
teléfono con clientes. Ivan la vio pasar y arqueó la ceja. Mentiría si dijera
que a mí su look no me había llamado la atención. Ella era informal en su forma
de ser pero esto rozaba lo descuidado.
—¿Se
durmió? –preguntó mi hermana con un platillo de puré en su mano.
—Sí,
acaba de dormirse. Es que hemos jugado por horas.
—¡Sabía
que se me había hecho tarde!
—Tranquila
Svetlana –se asombró mi madre—. No te preocupes, le darás la papilla cuando
despierte. Mejor ve a bañarte y vestirte. Cenaremos en media hora.
—¡No
puedo, mamá! Si la acuesto con hambre se despertará en lo mejor de la cena y ya
no podré compartir con ustedes.
—Estás
ahogándote en un vaso de agua.
—No
te imaginas lo que me demanda.
—¡Cómo
no imaginarme si he tenido cinco hijos!
—Tú
eras ama de casa yo trabajo fuera.
—No
menosprecies mi trabajo, Svetlana.
—Perdón,
mamá. No quise ofenderte pero reconoce que no es lo mismo.
—¿Qué
hago con la niña? ¿La acuesto o no? –pregunté.
—Deja,
ya se durmió, mucho no podré hacer.
—¿Si
quieres la despierto? Aunque el sueño es reparador, alimenta.
—¡Por
favor, Anouk! Aún no es un vampiro.
—Hablo
como humana, soy docente y lo sé.
—¡No
eres madre!
—¿Qué
pasa aquí? –mi padre y Natasha entraron a la sala.
—Nada
querido, solo que Svetlana no ha tenido tiempo de ponerse bella —sonrió mi
madre.
—Bella
ya es —mi padre dio un beso en la frente a mi hermana—. ¿Qué ocurre, mi demonio
rubio? ¿Es por la niña? Mírala, si parece un ángel que no da trabajo ninguno.
—¡Pues
entérate, lo da!
—Okay,
tranquila. Si se despierta somos muchos para atenderla.
—Es
que ya se enfrió su papilla. Las patatas recalentadas hacen daño.
—Cocinaremos
otras patatas. Vamos, cámbiate y relájate. No querrás que Anthony llegue y te
vea así.
—Anthony
no vendrá.
—¡No
vendrá! –fue la exclamación de todos, menos de Natasha.
Mi
hermana mayor se había sentado en el sofá cruzada de piernas y bebía un vodka
con total parsimonia.
—¿Cómo
que no vendrá? –Preguntó Ivan—. Mañana cumple Milenka.
—Sí,
llegará mañana. Hoy era imposible. Teníamos clientes que atender. El taller no
puede cerrar de un día al otro. Hay compromisos.
—Bueno,
llegará mañana. Sin embargo hoy cenaremos juntos, en paz, y si Milenka necesita
atención somos muchas manos.
—Está
bien, papá. Lo siento, mamá. Iré a bañarme y me pondré un vestido bonito.
—Te
amo, ve. Dame a mi nieta Anouk, yo la acostaré.
—Y
yo te ayudaré con el peinado —dijo mamá rodeándola por los hombros.
Ivan
se acercó con un vaso en la mano.
—Anouk,
¿me acompañas con un whisky?
—Claro,
con hielo, por favor.
Fue
hasta el bar y sirvió de una botella importada. Puso el hielo en mi vaso y
llenó el de él puro.
—¿Qué
ocurre con Svetlana, Natasha? –se acercó con los whiskies.
—No
lo sé. Si te refieres a leer su mente, estaba distraída. ¿Qué te preocupa? ¿El
viaje de Anthony?
—A
decir verdad, sí –se sentó junto a mí—. ¿No es extraño que no hayan viajado
juntos?
—No.
El negocio de venta de obras va muy bien. Lo sé porque hablo con Svetlana muy a
menudo. Sé que si hubiera algo más me lo hubiera contado.
—Tienes
razón, no pueden desaprovechar la oportunidad. Algo que puede interesarle a los
humanos al otro día puede que ya no.
—En
eso no estoy de acuerdo –acoté alisando mi falda—. Cuando estás en pareja no
debes descuidar al amor. Y creo que ambos están sumergidos en el trabajo. No
hay nada más hermoso que compartir con el amor de tu vida.
Ivan
me miró asombrado. Miré a Natasha que bebía un sorbo y arqueaba una ceja.
—¿Estás
hablando en serio? ¿Te cambiaron el cerebro?
—Ay
Ivan, es lógica pura.
—¿Dónde
está la lógica?
—Eso,
¿dónde está la lógica? –sonrió Natasha.
La
miré para matarla.
—Digo
–carraspee—, que cuando uno ama a su pareja debe cuidar de ella. Y hablo por
los dos, no es una frase machista. Él debería hacer lo mismo.
—Están
ganando mucho dinero. ¿No has escuchado a Natasha?
—Sí,
la escuché. No sé para qué discuto estas cosas contigo porque no entenderás.
—¿Y
qué debo entender?
Dimitri
y Anoushka entraron de la calle.
—¡Ayúdame
Ivan! Trajimos regalos para Milenka.
—¿Qué
has traído? ¿La juguetería entera? –mi hermano rio y se puso de pie.
Natasha
dejó el vaso sobre la mesa baja y encendió un cigarrillo. Sonrió y me miró.
—Te
tiene loquita, loquita.
—Calla.
Rio.
—Anda,
cuenta que no tengo ganas de leer tu mente. ¿Ya hubo beso?
—Tú
estás loca. ¡Qué va a ver beso si no me registra!
—¿Es
no vidente o gay?
—Nada
de eso… —eché un vistazo al resto y susurré—. Nos vimos un par de veces. Le
caigo bien.
—Tú
en donde debes caer es en su cama, Anouk. ¿Qué esperas?
—Es
tímido.
—Pues
apúralo tú. ¿Te miraste en el espejo? Eres lo que cualquier humano desearía
como hembra.
—Es
que…
—¿No
te animas? Eres una cobarde –sonrió.
—No
es que sea cobarde.
Papá
llegó a la sala y se produjo una gran algarabía al ver un caballo de madera que
servía de hamaca y muchos paquetes.
—Te
decía, no es que sea cobarde. Yo no pienso que la cama sea algo importante
entre los dos.
La
carcajada exagerada de Natasha provocó mi enojo y la atención de todos. Papá se
acercó preocupado y quitó el vaso de la mesa.
—Creo
que has bebido demasiado. Y apaga el cigarrillo en la sala.
Natasha
continuó riendo y solo mi puntapié la hizo cesar.
—¡Ay,
bruta!
—Te
burlas de mí porque eres la Mata Hari de las vampiresas.
—No
es así. Me dio risa que dijeras algo tan absurdo. Todas las hembras cuando
estamos enamoradas deseamos tener sexo con el macho. No me lo niegues.
—No…
Quiero decir… Yo deseo mucho más de él. No quiero meterme en su cama y después
me olvide.
—Okay,
ahora… Un pequeño consejo. Empieza por algo, ¿entiendes? Él debe recordarte por
algo que hagas muy bien. Se me ocurre que podría ser la cama. Si no estás lista
para eso…
—¡Sí
estoy lista!
Natasha
apagó el cigarro en el cenicero de bronce. No apartó la mirada acusadora de mí.
—Está
bien, lo admito. Estoy aterrada.
—Es
una pena que no pueda ayudarte. No leo mentes de humanos. De lo contrario
viajaría a Kirkenes solo para decirte que piensa de ti.
—Gracias.
Sé que lo harías. Rose dice que él está interesado en mí. Que me mira con
brillo en los ojos. Pero hay otra, una loba que lo ronda. Su nombre es Bua. Es
muy bella y siempre andan juntos.
—¡Anouk,
Natasha! ¡Vengan a ver esto! –exclamó Dimitri.
Nos
pusimos de pie. Antes de acercarnos al grupo mi hermana me retuvo del brazo.
—Anímate
Anouk. Provócalo. Estoy segura que no habrá hembra que te haga sombra.
Bianca.
Me
gustó esa mirada de Sebastien como diciendo, ¿qué vas a hacer conmigo?” Y
aunque ambos sabíamos que seguía, siempre era excitante conocer de memoria
quien mandaba en nuestra alcoba. Sentir ese poder de mi parte en cada metro
cuadrado de la habitación, no era nada nuevo. Ignoraba si para un macho era
comodidad hacerse pasar por indefenso. Para mí era la gloria.
Las
yemas de mis dedos resbalaron por el duro abdomen. Podía contar cada fibra de
su cuerpo. Subí lentamente hasta los pectorales, deleitándome con su
musculatura, disfrutando su ansiedad. Acaricié los hombros bajando por sus
brazos. El iris gris metal no se apartaba de mi borgoña. Nuestros labios
entreabiertos, pero silenciosos. ¿Qué decirnos? ¿Te he extrañado? ¿He agonizado
de ganas por hacerte el amor? No eran necesarias las palabras. Si la energía
que emanábamos hablaba por sí sola.
Mis
manos fueron a su culo y presioné contra mí. Las de él cogieron mi cintura como
tenazas. Lo miré levantando la barbilla, desafiante.
—Odio
tu pantalón pijama. Suerte que es una dificultad tan fácil de salvar.
Inclinó
su rostro y acarició la boca con los labios.
—Y
tú –murmuró—, ¿cómo te atreves a estar con ropa?
Besé
sus labios y me aparté antes de que su lengua invadiera.
—Me
he dado un baño hace más de ocho horas. Me gustaría ducharme. ¿Serías tan
caballero de esperarme en la cama?
Sonrió.
Percibí la presión de sus dedos aferrándome.
—¿Sabes
qué no? Hoy no tengo nada de ganas de ser un caballero.
Iba
a emitir una protesta divertida pero no dio tiempo. El sonido de la tela de mi
jogging al rasgarse me enmudeció. A la vez la corriente sanguínea corrió por
mis venas calentando cada célula. Diablos, ¡cómo lo deseaba! Después de todo no
era tan malo ceder el poder. Menos cerca de ese ejemplar tan hermoso.
En
quince segundos volaron mis zapatillas, calcetines, y el resto de la ropa. Mi
espalda sintió el fresco del empapelado de la pared y supe que me había
acorralado. Desnuda y presionada por su cuerpo caliente y excitado, no tenía
mucha opción para elegir que hacer. Ni quería hacer otra cosa que rogar que
continuara. Era suya como siempre había sido. Desde el instante que lo conocí,
en esa sala, tocando el piano.
Cerré
los ojos disfrutando el contacto de los labios por mi cuello. Besó y lamió
desde la clavícula hasta detrás de la oreja. Mis manos enredadas en su cabello
exigían sin hablar. Más, necesitaba más de él. Más de su boca marcando la piel,
de sus caricias cada vez más atrevidas, de su sexo duro bajo la fina tela del
pijama.
De
pronto me miró a los ojos, jadeando. Con mi respiración entrecortada
acariciando su nariz.
—No
sabes cómo extrañé tus pechos.
Aprisionó
uno de ellos y el pulgar jugó con el pezón.
—Sé
de memoria lo que adoras que te haga. Nadie como yo puede conocer lo que te
vuelve loca –jadeó—. ¿Cierto?
Sonreí
mientras sentía la humedad entre mis piernas.
—Cierto
–balbucee.
—Tan
cierto… que no necesito preguntarte si te gusta.
Me
alzó encajándome a sus caderas y devoró mis pechos. Mis gemidos escaparon sin
tener absoluta conciencia de que Numa podía regresar y escucharnos. Nicolay
dormía profundamente, al menos rogué para que fuera así. Creo que ninguno de
los dos en el estado que estábamos tenía idea de detenerse. Así la cabaña se
incendiara. Bueno, en ese caso quizás sí…
Estaba
aferrada a su musculosa espalda. La que amaba clavar mis uñas en cada orgasmo,
o acariciar cuando dormía. Sin embargo necesitaba tocarlo todo y en la posición
que estaba me era imposible. Él, friccionaba su falo como piedra contra el bajo
vientre provocando que mis ansias desbordaran. Lo quería dentro de mí. Pero ese
no era su plan. ¿Quería demostrar poder? Bienvenido, pero nunca te distraigas
ante una hembra caliente y dispuesta a todo.
En
un segundo que su cuerpo se apartó para tomar aliento, la lengua dejó de jugar
en mi protuberancia hinchada, y aproveché el instante. Mi mano se escurrió por
su abdomen hasta llegar a su sexo. Lo encerré con mi puño y su gemido cambió el
poder de las manos. Ahora era yo quien lo tenía con los ojos cerrados,
mordiéndose los labios… Y esos colmillos adorables, mortalmente peligrosos y
excitantes.
—Yo
también sé lo que adoras, lo que te enloquece, ¿cierto?
Comencé
un movimiento lento pero firme.
Sonrió.
—Cierto.
—Te
mueres porque lo meta a mi boca, ¿verdad qué sí? –hablé contra su boca.
Me
besó con un beso de esos que jamás olvidarás en tu vida, por más larga que sea.
Con la otra mano lo atraje por la nuca y correspondí a su demanda. Las lenguas
enroscadas se acariciaban con frenesí, como si dejáramos todo en ese beso. Cómo
si fuera el último día, juntos. ¿Acaso alguien sabe cuándo puede suceder?
Me
llevó a la cama, cubriéndome con su cuerpo. Ya con libertad en mis manos, me
deshice de su pijama. La tela se deslizó dejando al descubierto no solo lo que
moría por degustar sino ese culo perfecto.
Él
supo de mis intensiones lujuriosas. ¿Cómo no saberlas? Si Sebastien conocía
cada intensión de mi mirada, cada gesto por más imperceptible que fuera. Por
eso siempre me preguntaré que nos había ocurrido para no entendernos, para
apartarnos uno del otro. Y aunque ahora, en esta cama ya no importaba, lo creí
como una llamada de atención. El amor no es algo que llega para quedarse
eternamente sin condiciones. Dependerá de ti, de él, del esfuerzo de ambos.
Cuando
sus ojos metalizados brillaron de pasión, cada músculo de su cuerpo se
contrajo.
—Lamento
cariño, tus planes tendrán que esperar por los míos.
Sonreí
mientras mis manos resbalaban por su espalda.
—¿Y
quién te dijo a ti que tus planes me desagradan? –jadee—.
Entró
en mí de una estocada y mi cuerpo que estaba más que listo para recibirlo lo
acogió. Por fin unidos, no solo en lo físico sino con el alma. Esa era la gran
diferencia entre tantas hembras y yo. Esta energía que se liberaba y
entrelazaba formado un nudo invisible e indestructible era lo que llamaban
algunos milagro. Era el collar que debías ponerte y usar cada día de tu vida, como
había dicho aquella vez Lucila.
Mis
piernas lo atenazaron acompañando el movimiento de su embiste. Mis encías se
abrieron dando paso a mis filosos colmillos.
Él
volvió a sonreí con una mezcla de satisfacción. Encerré ese rostro tan perfecto
entre mis manos y lo acerqué hasta que el beso se hizo inminente.
Así,
completamente fundidos en uno solo, el orgasmo nos golpeó como las olas al
estrellarse en las rocas. Su máximo goce se mezcló con el mío. Fuera de la
cabaña, sería un día como cualquiera para muchos. Para nosotros, dentro de esta
habitación, se producía el cierre de una reconciliación tan esperada. Habíamos
enfrentado una crisis y habíamos salido triunfantes.
Mientras
me desarmaba entre sus brazos, dominada por las vibraciones de placer, esas que
por segundos no tienes idea dónde estás porque tampoco te importa, él convulsionó
una y otra vez derramándose dentro de mí. Tuvimos que hacer un esfuerzo para
que no nos escucharan en toda la Isla del Oso. Ya tendríamos tiempo de estar
solos y lejos de oídos humanos y no tan humanos.
Sus
manos apoyadas a cada lado de mi cabeza, cedieron. Se dejó caer sobre mi cuerpo
laxo. Nos quedamos en silencio, escuchando como el corazón volvía a sus latidos
normales. Como el torrente sanguíneo disminuía la velocidad, poco a poco…
Giré
el rostro para contemplarlo. Tenía los ojos cerrados, sin embargo como
intuyendo mi mirada, los abrió. Su gris parecía más tenue, pero conservaba el
brillo del placer compartido.
Los
dedos apartaron una mecha de mi cabello que cubría mi cara.
Sonreí
y sonrió…
—¡Qué
bella eres, Bianca!
Mi
mano cubrió la suya y besé sus dedos.
—No
sé si bella, pero sí afortunada... No permitas que me vaya nunca más. No
permitas que me vuelva a equivocar.
—Jamás
dejaré que te vayas. Y tú, promete que me dirás lo que no te guste. Que
enfrentarás mis errores como la guerrera que eres.
—Lo
haré. Te amo.
—Yo
también, mi vida.
Nos
besamos sellando esas promesas.
Cuando
se durmió entre mis brazos me quedé contemplando la habitación. Aún el aire
olía a sexo y amor. De pronto un pensamiento cruzó mi mente recordando su
promesa. “Jamás dejaré que te vayas”. Una sensación de inquietud me ganó
lentamente. A medida que me daba cuenta que no volvería apartarme de Sebastien
mientras dependiera de mí… Pero si alguna vez… ¿No dependiera?
Cof, cof, cof, coooooffffffff (Estoy tosiendo, carraspeando, no estoy en mí) Ya lo creo que ha habido reencuentro y reconciliación, jaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!! Ha triunfado el amor amore!!!! Bieeeeennnnnnn!!!!! Se ha hecho esperar perooooooo ha merecido la espera!!!!! Me encantan lo apasionados que son Sebastien y Bianca!!!! Viva el amor amore!!!! Capítulazooooooo!!!!!
ResponderEliminarBesoteeeeeeesssssss!!!!!!
¡Hola Merck! Jajajaja, ¿has visto? Muy intensos. Es que ha pasado tiempo lejos uno del otro. Se ha hecho esperar, sí. Es que ambos me la estaban complicando pero los acorralé en la Isla del Oso.
EliminarMuchas gracias por tus comentarios, eres muy divertida.
Un besazo reina!!
Ya no tengo dudas de que eres malvada, nos lo haces pasar mal con Hela y el final deja la puerta abierta a la incertidumbre.
ResponderEliminarNo sé yo si les hemos dado mucha vida a Sebastien y a Bianca o se han bastado solos y han pasado de nosotros, míseros lectores. Después de un mes a pan y agua se han zampado una tarta enorme:)))) No tendría que haberlos interrumpido Nicolay? También soy malvado, jejeje.
Que sepas que me estoy quemando los dedos con mi teclado:)))
Nunca digo si un capítulo me gusta, cuando publiques el último tendrás mi humilde opinión, una crítica siempre constructiva.
Bso
¡Hola Ignacio! Creo que has dado en el clavo... Hay un problema aún sin resolver. De todas formas siempre digo que me enfrento al teclado y los Craig disparan, casi sin pensarlo. No si es bueno o malo, pero sucede.
EliminarSebastien y Bianca se merecían el reencuentro y reconciliación, pero más lo merecían ustedes, los lectores.
¿Interrumpir Nicolay? No creas que no lo pensé, jajaja. Aunque pienso que los seguidores me hubieran matado.
Siempre tus críticas han sido constructivas y siempre serán bienvenidas. En este mundo, estamos para aprender.
Muchas gracias querido Ignacio. Te deseo una buena semana. Un abrazo!!
Uy que bueno que Sebastien y Bianca volvieron . Ojala no los vuelvas a separar, pero me late que algo tramas. Me gusto el capítulo
ResponderEliminar¡Hola Citu! Mmm... No puedo adelantar nada pero veo nubes de tormenta cerca.
EliminarAl menos están juntos.
Muchas gracias por el comentario amiga. Feliz semana y besote grande.
A Sebastien y a Bianca les faltaba la comunicacion y cuando se han comunicado se han arreglado porque se quieren y se echaban de menos.Lo han pasado muy mal pero la reconciliacion es muy bonita y emociona.Me ha gustado mucho el capitulo.Besos.
ResponderEliminar¡Hola Ramón! Gracias por pasarte como siempre. Cierto no han tenido comunicación y creo que han aprendido. Veremos que pasa con la convivencia. Me alegro mucho que te haya gustado. Te envío un abrazo y buena semana para ti!!
EliminarEs cierto entre Bianca y Sebastien lo que les faltaba era la comunicación y al fin hablaron, por dicha se reconciliaron ahora ellos merecen ser felices, con toda su familia...Lou muchas gracias por el capítulo!!!
ResponderEliminar¡Hola Lau! Es muy lindo que se hayan reconciliado y estén juntos. Merecen la felicidad junto al resto de los Craig. Espero que nada empañe la dicha.
EliminarMuchas gracias a ti por comentar.
Espero que tengas una buena semana. Besotes miles.