Les dejo un beso grande a todos los que me acompañan siempre y aguardan con paciencia. ¡Gracias!
Capítulo 58.
Nuevo rumbo.
Bianca.
Hacía
varios días que había regresado a la mansión Craig, a mi casa. Parecía todo volver
a los viejos tiempos aunque algunas cosas eran diferentes. Además de la
adorable presencia de Nicolay, teníamos nuevos integrantes llenando los
espacios de esta gran construcción que guardaba recelosa tantos hechos. El bebé
de Sara y Rodion, Dyre, pasaba más horas del día despierto y regalaba sonidos
guturales y sonrisas. Anouk Gólubev había llegado el día anterior para
instalarse y conseguir su ansiado puesto de docente. Numa se quedaría unos
meses para poder iniciar la carrera de Química. Por otra parte Liz avanzaba en
su embarazo y festejaría su cumpleaños el próximo domingo. Por supuesto notaba
la ausencia de Douglas. Me hubiera encantado que él y Marin vivieran entre
estas añejas y entrañables paredes, pero los chicos habían decidido no cambiar
de idea y continuar conviviendo fuera de lo que era el seno familiar, mudarse
del hotel, construir su propio nido, y comenzar una nueva vida sin ninguna
ayuda de Sebastien. Según Douglas era una forma de independizarse y ser
responsable de tu propio futuro.
Estaba
de acuerdo. Sin embargo, extrañaba su voz y hasta por qué no, su rebeldía.
También
contábamos con la presencia de Ekaterina… Sí, imposible olvidarme de ella. A
pesar que la errante evitaba enfrentarme, nadie ignoraba que ella y yo no nos
teníamos una pizca de simpatía. No podría negar que era voluntariosa y ayudaba
mucho en las tareas. Incluso a Sara con el bebé. Nicolay estaba feliz con su
presencia y yo no sería quien pondría escollos en el camino del principito de
los Craig.
Esta
semana la casa estaba silenciosa. El niño convivía con sus padres adoptivos
como habían acordado así que aproveché para dar rienda suelta a mi lívido cada
vez que me encontraba con Sebastien a solas. Adoraba verlo sonreír de lado y
mirarme de reojo cuando escuchaba la puerta del despacho cerrarse. También a la
madrugada en constantes escapadas a la solitaria cocina o al garaje. Me sentía
plena con él y él conmigo, aun así muchas veces, después de hacer el amor,
terminábamos conversando sobre lo que había ocurrido entre nosotros. No para
volver con reproches y regaños, sino para entender aquellos errores que no
debíamos volver cometer.
La
noche del jueves después de darme una ducha. Me vestí con una bata negra y
descalza atravesé la sala. Solo un spot iluminaba tenue alrededor del piano. El
silencio era tan profundo que hasta podía escuchar la respiración.
Cuando
abrí la puerta del despacho vi a mi marido sentado en el escritorio. Escribía
unos mails muy concentrado, pero al verme sus ojos me recorrieron de arriba
abajo.
-Amo
tu bata.
Sonreí
y avancé hasta sentarme en sus rodillas. La taza de café sobre la mesa parecía
haberse enfriado. Para convencerme probé un sorbo mientras él pulsaba “enviar”
en el teclado.
-Cielos
Sebastien, estás trabajando mucho. Ni siquiera te has dado tiempo de beber el
café. Está horrible.
Una
mueca sonriente iluminó su iris grisáceo.
-¿Horrible?
¿No era que te gustaba el café frío? ¿Recuerdas?
Reí
recordando…
-Sí,
pero debo confesarte que te he engañado cuando me conociste.
-¿En
serio? Nunca lo hubiera imaginado.
-Mentiroso.
Sabías el estado de nervios que me provocaba tu sola presencia. Di la verdad
–pasé mis brazos alrededor de su cuello.
Él
me miró a los ojos divertido.
-Bueno…
Sospechaba que te gustaba.
-¿El
café? –alcé la barbilla y sonreí.
Negó
con la cabeza sin abandonar la mirada cómplice.
-Yo.
-¡Qué
vergüenza! Habrás creído que era una mujer desesperada.
-Lo
sigo creyendo, mi amor.
-¡Tonto!
–reí-. ¿En qué te basas para tamaña afirmación?
-Te
voy a demostrar tu resistencia ahora mismo –me atrajo y me besó con pasión.
No
pude memorizar como fue aquel primer beso. Sin embargo amaba recordar el anterior
a este momento. Quizás porque la memoria estaba fresca, o porque ya no sufría
esos nervios y ansiedad de las primeras veces. Todos los besos son diferentes.
Creo que eso es lo que los hace mágicos.
Unos
golpes en la puerta interrumpieron lo que podía haber sido una buena noche de
amor.
Me
puse de pie y cerré la bata. Sebastien dio permiso para que el desagradable
inoportuno pasara. Es decir… inoportuna.
-Permiso.
-Ekaterina,
pensé que habías ido a cazar con Ron.
-No
quiso esperarme.
-Ron
es encantador, no creo que haya sido a propósito –interrumpí indignada.
-Ekaterina,
¿qué necesitas?
-Quería
preguntar si habría inconveniente en ayudar a Sara con su bebé.
-¿Qué
dices? –Interrumpí otra vez-. Pero si ya la ayudas.
-Bianca…
-¿Es
que no ves que solo quería molestar?
-No
es así –contestó.
-¡Sí
es así! Te enfurece que Sebastien y yo estemos juntos. No puedes soportar que
nos llevemos bien.
-No
es cierto.
-Bianca,
por favor. Ekaterina… Si Sara está de acuerdo no tengo inconveniente.
-Gracias.
Permiso –se retiró en silencio.
Me
crucé de brazos y miré a mi marido.
-Sé
qué crees que exagero pero no.
-No
soy tonto, Bianca. Me doy cuenta. Sin embargo no entremos en su juego. Vamos
cariño, cerraré el correo y subiremos a la alcoba.
-Está
bien…
Asgard
Nilsen.
El
transcurso de la semana había sido penoso para mí. El martes, después de
corroborar en mi despacho que la cuenta de la caja de ahorro del menor John
Dietrich estaba en condiciones, firmé el asentimiento y cerré la carpeta. Había
estudiado minuciosamente los movimientos de su saldo. El niño había recibido
una herencia de un tío y sus padres divorciados se disputaban la
administración. La madre de John solicitaba el retiro de una suma importante
para viajar a Disney Wold alegando que deseaba que conociera la ciudad de los
niños. Podría ser la excusa perfecta para incurrir en un gasto a beneficio
propio, por lo tanto exigí la reserva de ambos pasajes. Efectivamente dentro
del expediente tenía el permiso de su padre para salir del país y las copias de
lo solicitado, por lo tanto no tenía objeción para la extracción de la
importante suma.
El
miércoles fue un día agitado en el juzgado. Marie Triny, la adolescente cuya
tenencia tenían sus padres, había desaparecido de su hogar. El caso fue
derivado al foro penal, ya que se sospechaba que estaba escondida en la casa de
sus abuelos maternos. Terminé muy tarde ese día, aunque logré convencer a los
abuelos que lo mejor era ir por la vía legal y demostrar las acusaciones. Que
por cierto eran graves, maltrato y explotación infantil. De todas formas
conseguí que el juez Oswell dejara a Marie Triny al cuidado provisorio de sus
abuelos.
Hoy,
jueves, podía decirse que había transcurrido sin peleas ni gritos en la sala.
Un abogado y un cliente parecían no ponerse de acuerdo sobre los honorarios, a
pesar de ello hablaron en tono bajo y guardando compostura.
Me
puse de pie en cuanto miré la hora. Si no me apresuraba las puertas del
cementerio cerrarían y no podría llevarle flores a mi hijo. Compraría un ramo
para la tumba de Hermansen. Lo extrañaba, había sido un excelente juez a lo
largo de toda su carrera. También para Oliversen, el chico que se había
suicidado ante mis ojos. Aún recordaba su mirada introvertida y su cabello sin
peinar.
Ordené
como pude el escritorio, apagué la notebook, y cogí mi chaqueta. Al salir eché
un vistazo a la pequeña oficina donde trabaja Mirna. La puerta entreabierta
inspiró curiosidad y me acerqué para saludarla. Desde aquella noche que
habíamos pasado juntos no habíamos repetido una cita. No era que estaba enamorado
ni mucho menos, pero creía que a ambos nos hacía bien compartir la soledad.
Mirna
no estaba en su escritorio y el perchero lucía vacío. Al girar para retirarme
del recinto, Raquel, una de las jóvenes secretarias del juez Fried Schneider me
sorprendió.
-Ah
Nilsen, ¿cómo le va?
-Bien,
¿y usted?
-Muy
bien. Sobre todo ahora que lo veo. ¿Busca a Mirna?
-Sí,
tenía que dejarle unas indicaciones pero no veo su bolso y abrigo en el
perchero. ¿No vino?
-No,
Mirna pidió unos días por enfermedad. Según ella, una gripe. Pero si quiere
puede dejarme las indicaciones a mí. Con gusto haré su trabajo.
Sí,
claro… Trepadora. Pensé.
No
sabría cómo iba a realizar la tarea eficiente de una verdadera secretaria de
juzgado si solo tenía una vasta experiencia en como acostarse con jueces viejos
y potentados.
-Le
agradezco Sra Aiehg, tengo tiempo. Esperaré a que se integre…
-Puede
llamarme Raquel –interrumpió sonriente.
-Prefiero
guardar las formas.
-Sin
embargo –hizo una pausa mientras estudiaba mi abdomen y brazos con total
desparpajo-, a ella la llama por su nombre.
-Mirna
y yo nos conocemos hace mucho tiempo Sra Aiehg, amerita que la llame por su
nombre. Que tenga buenas tardes.
-Buenas
tardes.
Cuando
di la espalda y me alejé, supe que sus ojos se habrían clavado en mi culo y
espalda. Indignado salí a la calle. No entendía como algunas mujeres podían
venderse al mejor postor. Ellas, que eran las diosas de la tierra. Lo mejor que
había hecho “el Creador”, en este bendito mundo. Sin embargo, al parecer la
dignidad para algunas no era prioridad en la escala de valores.
Bajé
al estacionamiento y subí a mi coche. Antes de dar arranque me pareció ver a
los Holt bajar de un Ford azul. Aguardé inquieto. De solo verlos me revolvió el
estómago. ¿Qué hacían aquí si Hermansen había anulado la adopción del pequeño
Elvis? Un negro presentimiento azotó mi corazón. Pero no, Schneider no podía
ser tan hijo de puta. Quizás debían firmar alguna documentación.
Durante
el viaje encendí la radio para escuchar las noticias. Nada sorprendente. Un
narco traficante había sido asesinado por la policía de Oslo en un intento de
fuga. Las temperaturas este verano según el centro meteorológico no serían tan
altas. Después, una noticia sobre la desaparición hace un tiempo de cazadores
de un ballenero en el Mar de Barents. Cambié el dial y la música de los Rolling
Stone deleitó mis oídos. Recordé mi juventud entre discotecas bailables y
libros de abogacía. En esos tiempos salía con muchas chicas, bonitas, feas,
ricas, pobres, daba igual. Siempre que fueran inteligentes y tuvieran
sentimientos de amor y compasión hacia los animales. ¿Es que quién no sería capaz
de llenarse el alma de felicidad cuidando y amando a una mascota? Fuera perro,
gato, hasta un hámster. Bueno… Mi exmujer por ejemplo. Sí, lo sé… Me había
quedado con lo peor. Hay personas que logran engañarte con habilidad. Fried también
debía ser uno que odiaría los animales. Daba el perfil perfectamente.
Frené
ante la luz roja del semáforo. Aproveché y cogí el móvil de mi bolsillo. Llamé
a Mirna. Necesitaba saber sobre su salud. Era lo que haría cualquier caballero.
Después de todo me sentía culpable de no corresponder de la misma forma a ese
sentimiento de amor que en ella sospechaba.
Tardó
en responder, pero al fin lo hizo. Me
contó que tenía fiebre y dolor de garganta pero que suponía que para mañana se
encontraría mucho mejor. Le dije que dejaríamos la invitación para cenar, la
próxima semana. Agregué un “cuídate mucho” y corté.
En
la puerta del cementerio me detuve a comprar los tres ramos de claveles
blancos. Saludé a Charles, el guardia, y pregunté el sector donde descansaría
Hermansen. Avancé a paso lento por el sendero angosto y empedrado. Me lo
conocía de memoria. No solo por haberlo transitado desde hacía ya siete años,
sino porque mis ojos eran lo único que miraban tras mis pasos. Cada piedra
agrietada, cada hierba que crecía entre los espacios de baldosas rústicas. Ni
siquiera me detenía a curiosear a los distintos familiares y amigos que estaban
aquí por lo mismo. Solo deseaba llegar hasta la tumba de mi hijo y completar la
rutina. Limpiar su lápida, ponerle flores, y hablar con él como si me
escuchara. Ah, sí… También pedirle perdón. Aunque el trabajo de mi psicólogo
había sido brillante, tanto es así que las aseveraciones de, “fue un
accidente”, “tú hiciste todo lo posible”, etc., cavaron hondo en mi cerebro
logrando arraigarse. Aún algún vestigio de culpa merodeaba en mi alma. Porque
no es lo mismo lo que siente tu alma que lo piensa tu cerebro. A pesar que la
ciencia nunca estuviera de acuerdo.
Cuando
llegué a ese sitio sagrado, a esa porción de tierra que acunaba al ser que
había amado más en este mundo, me detuve a contemplar su foto. No solo
reflejaba sus cortos cuatro años sino la alegría a través de su sonrisa. Él
nunca estaba de mal humor. Tragué saliva y contuve la angustia. Los días pasan,
los meses, los años, sin embargo siempre sigue siendo difícil. Por un lado
entender que no regresará, por otro pensar que de aquel niño que jugaba y reía
no quedaba nada. Recordé aquél atardecer de verano. Hacía pocos meses que Ricky
nos había dejado. Pasaba todos los fines de semana recostado aquí, sin moverme,
sin deseos de regresar a casa y abandonarlo. Pero esa tarde, por el camino de
piedra, una pareja junto a un sacerdote caminaban hacia la puerta de entrada.
El religioso se detuvo y me miró. Se acercó y contempló apenado aquel cuadro de
un padre desesperado. Puso la mano en mi hombro y dijo, “no pienses que tu hijo
está aquí, él se encuentra en un lugar mejor”. Yo era creyente pero no acérrimo
practicante, sin embargo aquella tarde cuando me fui pensé sobre lo dicho por
aquél hombre de fe. Quizás opté por creerle porque no era lo mejor para mí,
sino para Ricky.
Después
de visitar la tumba de Hermansen y poner los claveles en esos bellos floreros
de bronce, hice lo mismo en la sepultura de Oliversen. Claro que allí no había
floreros costosos, pero era lo que había podido pagar de mi bolsillo para darle
un lugar digno.
El
sol dormía en el horizonte cuando me dirigí a casa. Mañana tendría un juicio de
filiación y otro sobre tenencia. Debía poner todo mi conocimiento y vocación
como siempre. Por la tarde tendría que recibir a un jardinero ya que el
comienzo del próximo verano se acercaba y deseaba renovar las especies y
recortar el césped. También llevar a Dalila a vacunar.
Durante
el viaje volví a encender la radio. Era más que necesario escuchar un poco de
música. Porque durante varias horas, el silencio del cementerio parece seguirte
a todas partes.
………………………………………………………………………………………………..
Al
fin llegó el viernes. Mirna había vuelto al trabajo aunque se la veía pálida y
ojerosa. Me acerqué y di un beso en la frente. Sonrió y guiñó un ojo.
-¿Cómo
te sientes?
-Mejor,
gracias.
-¿La
serpiente? –pregunté por lo bajo.
-Estará
en su despacho. Hoy he llegado un poco tarde. No lo vi.
En
ese instante, las puertas de la salamanca donde se encontraría el demonio
vestido de toga negra, se abrieron.
Al
ver salir una pareja con un niño, Mirna y yo quedamos impactados.
Sin
pensar dos segundos en mi reacción avancé hasta ellos.
-¿Qué
hacen aquí? ¿Por qué Elvis está con ustedes?
Ella
me miró sonriendo perversa.
-¿Por
qué va a ser, Defensor? Porque es nuestro hijo.
-¡No
es verdad! La adopción de ustedes fue revocada.
-¡Qué
atrasado está en noticias, Defensor! –Contestó Holt-. El juez Schneider ha
enmendado ese terrible error.
-No
puede ser.
-Sí,
puede ser. De hecho lo es.
Él
se dirigió a Mirna con un papel extendido. Su esposa lo siguió no sin antes
sonreírme con burla.
Los
seguí hasta el escritorio donde Mirna me miraba asombrada.
-¡Dinero!
¿No es así? ¡Le dio dinero a ese maldito juez!
-Por
favor, señorita. Debe sellar en la parte inferior, así dijo “Su Señoría”.
Vi
la desesperación de Mirna en sus ojos. Su mano temblorosa tanteó el sello. Eché
una mirada a Elvis. Estaba pálido, recostado a la pared, inmóvil. Su rostro
reflejaba el terror y la decepción del abandono por parte de la justicia.
Hice
una seña a Mirna y me alejé cuidadosamente mientras ellos buscaban sus
identificaciones personales. Me acerqué a Elvis buscando un papel en mis
bolsillos y quité la lapicera de uno de ellos. Escribí lo más rápido que pude.
Me incliné cerca del oído del niño.
-Elvis,
coge este papel. Por favor no lo pierdas, si puedes lo memorizas. Es mi número
de teléfono. Escucha… Sea la hora que sea, si necesitas ayuda, me llamas.
¿Entiendes? No te dejaré solo.
El
niño asintió y guardó el papel en su bolsillo.
Tuve
que soportar que esa gente cruel y sin alma, arrastrara de la mano a Elvis.
Cuando la puerta se cerró tras esas sonrisas triunfadoras, mi corazón aún latía
por la indignación. Sentí la retina de mis ojos dilatarse de furia. Juro que la
sentí. Mis puños se cerraron y comencé a transpirar. Mirna se puso de pie
asustada. La vista se desvió desde ese rostro demacrado hasta las pesadas
puertas de roble…
Di
cuatro o cinco zancadas y de un golpe la abrí. Las dos hojas golpearon contra
las paredes. Y entré… al infierno.
El
maldito estaba de pie contando numerosos billetes. En cuanto me vio se
sobresaltó,se sentó, y guardó el motín en el cajón.
-¡Tú,
maldito hijo de puta!
-Nilsen,
¿qué hace entrando así en mi despacho? ¿Se ha vuelto loco?
-¿Qué
si me he vuelto loco? ¡Seguro qué sí!
Del
lado opuesto del escritorio lo cogí de la solapa y lo forcé a ponerse de pie.
En segundos, su arqueada espalda dio contra una de las paredes.
-¡Váy…váyase!
–balbuceó-. O llamaré a seguridad. ¡Lo despedirán!
-¡Voy
a decirle dos cosas ser inmundo, lacra humana! –Lo sacudí por el cuello-. La
primera, no me echarán porque me iré por mi voluntad. ¡Métase mi cargo en el
culo! La segunda, ¡no descansaré hasta ponerlo en evidencia ante el más alto
Tribunal! Y olvidaba –me pegué a su nariz-. Si le llega a pasar algo a Elvis,
juro que lo mato, así termine entre rejas.
Lo
liberé de un empujón y trastabilló masajeando su cuello.
-Eres
un infeliz, Nilsen. Un pobre diablo que no pudo salvar ni a su propio hijo.
Volví
a abalanzarme sobre él y le propiné una trompada. Lo hubiera matado, quizás… no
lo sé… Mirna se interpuso y me rogó que lo dejara.
-¡Señorita!
Haga la liquidación de este loco ya mismo. No lo quiero ver más en el juzgado.
Mirna
lo miró…
-¡Qué
hace ahí parada como idiota!
Ella
se acercó al escritorio y cogió varios expedientes mientras yo recuperaba el
aliento por tanta furia contenida.
Con
un solo movimiento lanzó las carpetas en el rostro del juez. Decenas de papeles
volaron por el despacho.
-¿Qué
hace incompetente?
-Yo
también me voy, basura. ¡Y los papeles, cójalos usted!
………………………………………………………………………………………………
Acompañé
a Mirna hasta su casa. Me preocupaba su situación aunque ella aseguró que tenía
contactos suficientes para conseguir otro puesto de trabajo. En cuanto a mí, la
situación era muy diferente. Era un Defensor de Menores, el cargo era público y
estatal. No podría volver ni lo deseaba. Quizás podría ayudar a niños desde
otro sector. Por el contrario no me olvidaría y estaría pendiente de la llamada
de Elvis Holt.
A
la noche, después de ducharme me puse el pijama y encendí el televisor. No
tenía apetito y mucho menos ganas de prepararme algo de comer. Tantee el móvil
sobre la mesa baja de living. Dalila estaba echada a los pies del sofá y se
levantó estirando el hocico para curiosear.
-Tranquila,
no llamaré a Mirna, hoy estoy exclusivo para ti –sonreí-. Llamaré a mamá.
Ladró
dos veces y movió la cola.
-Sí,
lo sé. Sé que la amas.
Hablé
con mi madre aproximadamente quince minutos. Ella vivía en un pueblo de la
India. Se dedicaba a tirar el Tarot y vender objetos artesanales. Una vida
bastante sencilla a pesar de contar con una jubilación suculenta. Mi padre
había fallecido hacía quince años y ella decidió alejarse de todo lo que le
recordara a él. Menos de mí. Mamá solía viajar cada dos años para verme, se
quedaba en casa alrededor de un mes y después regresaba a la India. Después que
falleció Ricky, las visitas se hicieron más frecuentes. No quería dejarme tan
solo y a la vez no deseaba regresar a Noruega. Por lo tanto contaba con su
presencia cada tres meses.
Cuando
por fin la convencí que estaba alimentándome bien y mi trabajo iba sobre
ruedas, esto último haciendo un esfuerzo por mentirle, me prometió que pronto
me haría una visita. Por supuesto era obvio que preguntaría si estaba solo o
había encontrado a alguien especial. Sobre ese tema preferí no faltar a la
verdad. No estaba enamorado ni creía que lo estaría en mucho tiempo. Sinceramente
mi vida social era casi nula. “No dejes de pasear por el parque a Dalila”, dijo
entre risas. Imaginé que para ella el milagro de encontrar el amor como la
pareja de “101 dálmata” era posible en su mundo. Donde todo sucede por algo en
el momento justo.
A
la media noche apagué las luces de la sala y el televisor. Avancé hasta mi
habitación y sin querer me detuve en aquella puerta que permanecía cerrada hace
mucho tiempo. Siete años para ser exactos. La palma de mi mano se apoyó
suavemente en la madera. Del otro lado, silencio. Ni un solo sonido que diera
indicios del más mínimo movimiento. La habitación de Ricky había sido cerrada
con llave después de aquél hecho fatídico. Sabía que cada cosa, cada objeto
había quedado intacto. Como suspendido en el tiempo. Como si él algún día
pudiera regresar. Pero yo no estaba loco. Conocía que jamás volvería a verlo
dormir en su cama ni jugar con sus juguetes. Sin embargo tampoco tenía la
suficiente valentía para enfrentarme a todas sus pertenencias.
Me
retiré a mi alcoba y antes de caer rendido en los brazos de Morfeo, pensé si
sería tiempo de vender esta casa tan grande y partir de estos rincones que me
ataban día a día a la angustia y a la desolación.
Sara.
La
mañana había amanecido muy gris. Para nosotros los vampiros era maravilloso
poder pasearse por la ciudad sin tener que aplicarse el espeso bloqueador
solar. Aproveché a llevar en cochecito a Dyre y de paso comprarle algo de ropa
para el próximo verano. Rodion estaría en Rusia por un par de semanas debido a
la flamante adquisición, regalo de Lenya. Aunque el hijo menor de Adrien Craig
insistía que la lujosa mueblería no era un regalo sino una propiedad que había
regresado a manos de su dueño. En eso estaba totalmente de acuerdo. No había
nadie más en este mundo que merecía ser propietario de esa herencia.
Ron nos alcanzó con el coche de Charles y nos
dejó en el centro de Kirkenes. También nos acompañó Ekaterina. Según ella
Sebastien había dado autorización para que pudiera darme una mano con el bebé.
No tenía mucho de qué hablar con la ermitaña tía de Nicolay, además que era de público
conocimiento que no se llevaba bien con nuestra querida Bianca, pero debo decir
que se notaba el cariño por los niños. Dyre le sonreía a menudo y ella se sabía
manejar muy bien en cada caso. Hasta supo como acomodar al bebé en el cochecito
cuando él pareció molesto en la posición.
-Sabes
mucho de bebés –dije mientras me detenía en la puerta de una tienda.
-Ayudé
a criar a Nicolay, además me gustan los niños.
-Se
nota. ¿Nunca quisiste tener los tuyos? Digo, ¿no te has enamorado y querido
formar una familia?
-No
–rio-. Los machos no quieren compromiso.
-Pero…
Lenya, Rodion, Sebastien, no sé… No todos los machos viven de juerga.
-En
mi mundo sí.
Me
detuve a pensar en la vida de los errantes. Un poco aquí, un poco allá…
Ekaterina habría conocido muchos de nuestra raza pero era evidente que en el
medio donde se movía eran más salvajes llevados solo por el instinto. Quizás
por ello, Olga se había enamorado perdidamente de alguien tan diferente como lo
era Sebastien.
-Mira,
me gusta esa camiseta con ositos. ¿Crees que será liviana para junio?
Se
acercó a la vidriera y la observó.
-Es
muy bonita, aunque quizás convenga sin mangas. Los bebés sufren mucho el calor
en verano.
-Tienes
razón.
A
medida que la amable vendedora me mostraba modelos de enteritos de algodón,
observaba a Ekaterina con mucho disimulo. Ella permanecía junto al cochecito
con ese porte firme y erguido similar a una institutriz inglesa. Por supuesto,
ella era rusa y de instruida no creía que tuviera mucha formación. Sin embargo
me daba la sensación de que Dyre estaba en buenas manos. Quizás era su mirada
aguda no perdiendo detalle de alrededor. Imaginé que no sería fácil quitarle un
niño y no me refería a un débil humano, sino a cualquiera de nuestra poderosa
raza. Sin embargo, alguien había logrado no quitarle a Nicolay pero sí robar
parte de su cariño y atención. Bianca…
Sentí
pena por Ekaterina. No me pregunten el porqué. Quizás por verla tan sola,
cargando con la desaparición de su querida hermana, o por sentirla perdida, sin
un proyecto a futuro. Esos que nos dan fuerza y alegría para vivir. Quizás,
como decía Rodion, era mi forma de ser y esa compasión por otros seres que me
acompañaba desde niña. Él decía que además de mi belleza, lo que había
cautivado su corazón era mi sensibilidad. La misma que había hecho que Dyre
siguiera creciendo en mi vientre aunque hubiera tenido que enfrentar sola la
maternidad.
Después
de pagar las prendas para mi niño, invité a Ekaterina a beber café en un pub
muy coqueto que quedaba en la calle principal.
Antes
de entrar acomodó su ya impecable peinado y volvió a ajustar su chaqueta de
paño azul.
Sonreí.
-Eres
muy estructurada, relájate. No irás a una entrevista de trabajo. Ven,
sentémonos por aquí –señalé una mesa cerca de una de las ventanas.
Pedí
dos cafés y que entibiaran la leche de Dyre. Ya comenzaba a tener hambre.
De
pronto, una voz alegre y juvenil nos sorprendió.
-¡Hola
Dyre! ¡Sara, qué sorpresa!
Era
Marin. Se inclinó junto al cochecito y sonrió.
-¡Hola
Marin! ¿Qué haces por aquí?
-Fuimos
con Douglas a la Universidad. Me anoté para Carrera de Enfermería. ¡Estoy
feliz!
-¡Qué
bien! Andarás con libros bajo el brazo como Rose –sonreí.
-Sí.
Ahora íbamos a beber algo en este pub, es muy acogedor.
-Cierto.
¿Y Douglas?
-Fue
a buscar lugar para estacionar la moto. No permiten en la acera.
-Entiendo.
¿A Ekaterina ya la conoces?
-Oh
sí, buenos días. Disculpa, Dyre llevó toda mi atención. ¡Qué grande está!
-¿Has
visto?
-Buenos
días –contestó con timidez.
-¿Quieren
beber algo con nosotras? –pregunté.
En
ese instante Douglas hizo su aparición. Con un “buenos días” de protocolo más
que de cordialidad, miró a Marin.
-Vamos,
cariño.
-¿No
nos quedaremos a beber algo?
-No
aquí –fue la respuesta cortante.
Sus
ojos parecían de un dorado pálido y el rictus de pocos amigos confirmó que no
se quedaría ni un segundo cerca de Ekaterina. Lo imaginaba.
-Te
espero en la puerta –agregó-. Que tengas buen día Sara.
Marin
también captó el incómodo momento así que saludó rápidamente y abandonó el
lugar.
Nos
quedamos en silencio hasta que el mozo trajo el pedido.
-¿Algo
más querrían, señoras?
-No,
gracias.
Ekaterina
puso azúcar a su café y yo acerqué el biberón a la boca de Dyre. Él se prendió
ansioso y sus pequeños ojitos brillaron de satisfacción.
-Tenía
hambre –sonreí.
-Sí,
parece.
-No
debes preocuparte por la reacción de Douglas. Entiende que adora a Bianca, tú
sabes…
-Sí,
entiendo.
-Bebamos
el café. Llamaré a Rodion para contarle de las compras.
Rodion
quedó fascinado cuando detallé las compras para el bebé. Contó que nos
extrañaba y deseaba regresar cuanto antes a la mansión. También preguntó por Lenya
y Liz y aseguró que había elegido unos bonitos regalos para Dyre y su futuro
nieto.
Cuando
corté, Ekaterina había terminado su café y observaba la calle con una expresión
triste y abatida. Sus delgadas y blancas manos descansaban cruzadas sobre el mantel.
La vista de un claro púrpura parecía perderse entre los transeúntes que
caminaban por la calle. Era delgada. Sin embargo podía adivinarse sus buenas
curvas femeninas bajo la blusa entallada.
-¿Qué
piensas? –me animé a preguntar.
Ella
me miró confundida. Como si regresara de un sueño.
-Perdón.
-No
me pidas perdón –sonreí-, solo que soy muy curiosa.
-Ah
pues… pensaba en los Montes Komi, en Siberia. Crecí allí. Viví en esas montañas
rodeada de nieve hasta que Olga falleció. Hay leyendas muy bonitas sobre el
lugar. A Nicolay le encanta escucharlas. Como la leyenda de los siete gigantes.
-Nunca
la escuché.
-Se
trata de siete rocas verticales muy altas. La leyenda Mansi, dice que un chamán
encantó a unos gigantes que pretendían cruzar los Montes Urales. Pero se dice
que el hechizo lo envolvió a él. Por eso una de las rocas está separada del
resto.
-¡Qué
linda leyenda!
-Sí,
Siberia es un lugar mágico. A pesar que los errantes no pertenecemos a un lugar
específico. Los Sherpa siempre fueron quienes dominaron el lugar.
-Sebastien
está preocupado. Dice que no hay noticias de ellos.
-Siberia
es muy grande. No creo que hayan desaparecido y menos que hayan emigrado. Es
una tierra en la que no deseas partir jamás. Salvo por alguna razón importante.
Como yo, por Nicolay. De todas formas llevo a esa tierra en mi corazón.
-Entiendo.
El desarraigo es fatal. Ánimo, quizás encuentres una pareja y puedas regresar.
-No
creo que encuentre a nadie que me quiera.
-¿Por
qué no? Eres muy bonita y no eres ninguna tonta.
Sus
ojos volvieron a perderse tras el cristal.
-¿Nunca
te has enamorado?
-No…
¿No te molestaría si te acompaño hasta que cojas un taxi? Me gustaría ver a
Brander y Boris.
-Por
supuesto, no te preocupes. De paso estarás con Nicolay.
-Sí.
-Vamos,
dudo que no tarde en llover.
-Es
verdad.
-Puedo
acercarte con el coche de alquiler.
-No
te preocupes. No queda lejos. Serán cinco manzanas.
-Muy
bien, entonces vamos.
Caminamos
en silencio por la acera, sintiendo en el aire un ligero aroma a tierra mojada.
Con seguridad estaría lloviendo en alguna zona alejada del centro. Ekaterina
empujaba el cochecito. Dyre se había dormido.
-Coge
un taxi para regresar a la mansión. La lluvia no tardará en caer.
-Quizás
me quede a dormir.
-Entonces,
recuerda avisar.
Se
detuvo y acomodó la manta celeste sobre Dyre.
-¿A
quién le puede preocupar?
-Todos
en la mansión nos preocupamos por todos.
-Pero
no soy familia.
-Eres
la tía de Nicolay. Es más, te pasaré mi número de móvil.
-No
tengo móvil.
-Debes
comprarte uno. Es necesario.
-Lo
haré un día de estos.
-¿Tus
amigos tienen móvil?
-Sí,
Brander tiene. Recuerdo su número.
-Perfecto,
dímelo, tengo buena memoria.
Ekaterina.
Llegué
hasta la puerta de la nueva casa de mis queridos amigos. Toqué tres veces.
Desde el interior predominaba el silencio. Tuve temor de no encontrar a nadie.
Quizás habían salido a pasear con Nicolay. ¿Y qué haría yo tan sola? Me
sentaría en el umbral a esperarlos. Solo deseaba que la lluvia que amenazaba no
fuera torrencial. El alero no era suficientemente ancho para guarecerme. Aunque
después de todo, ¿no corríamos bajo la lluvia junto a Olga cuando nos
sorprendía en la montaña? Sí, nos encantaba. Pero ya no vivía en la montaña, y
ella ya nunca más regresaría.
La
puerta se abrió y me quedé mirando a Brander que de inmediato sonrió.
-¡Hola!
¡Qué grata sorpresa! Ven, justo íbamos a jugar un videojuego con Nicolay.
¿Quieres ver cómo lo hago perder?
Reí.
-No
sé porqué te gusta pelearlo. Pareces un niño como él.
-Es
divertido hacerlo enojar. No le gusta perder.
Seguí
sus pasos a través de la pequeña sala.
-Eso
lo sé. Aunque debe aprender que no siempre ganamos en la vida.
Se
giró y me miró sorprendido.
-¿Tú
estás bien?
-Sí.
Salí de compras con Sara. Buscamos ropa para el bebé. Se llama Dyre.
-¿Sara?
-Es
la esposa de Rodion. Rodion es como el padre de Lenya. El que lo crió.
-Ah…
Okay.
Nicolay
salió de la habitación.
-¡Hola,
tía!
-¡Hola,
cariño!
Me
incliné y di un beso en la mejilla. Él me rodeó con sus brazos.
-Íbamos
a jugar con Brander. Ya comí toda la comida –salió corriendo a su habitación.
-¡Qué
bien! Entonces, prepararé café. ¿Y Boris?
-Trabajando.
-¿Está
yéndole bien?
-Parece
que sí. Al menos no ha almorzado a nadie.
-¡Qué
tonto! ¿Tu estudio?
-Bien,
hoy no tuve clases pero mañana tendré jornada completa. Boris pensó que esta
noche podíamos llevar a Nicolay a la mansión. No puede quedar solo.
-Por
supuesto.
-Salvo
que quieras quedarte aquí, con él.
-No
lo creo conveniente. No me he sentido bien, últimamente.
Una
sombra de temor cubrió sus ojos. Temor que comprendí al instante.
No
te preocupes, no pienso hacer nada contraproducente.
-Okay.
Avanzó
hasta la habitación del niño pero se detuvo en la puerta.
-Nicolay,
voy a beber café con Ekaterina. ¿Podríamos jugar luego?
-¡Claro!
Sonrió
y se dirigió a la cocina. Lo seguí.
-Prepararé
el café.
-Un
taza pequeña, ya he bebido café con Sara.
Antes
de sentarme colgué mi chaqueta en el respaldo. Brander buscó la lata de café y
los filtros.
-Has
hecho amistad con esa tal Sara. Me alegro.
-Parece
muy buena.
Puso
agua en la cafetera y me miró.
-¿Y
con Bianca como van las cosas?
-Me
odia. En realidad hay varios que sienten lo mismo en la mansión.
-Tranquila,
deja pasar el tiempo. Deben conocerte mejor.
-No
sé qué cambiará.
-¿Por
qué dices eso? Eres agradable, buena chica.
-Brander,
eres un amigo. El único que me dice esas cosas.
Dio
la espalda a la cafetera enfrentándome y se cruzó de brazos.
-Tú
sabes que es porque quieres demostrar al resto algo que no eres. No sé porqué
te boicoteas así. Puedes ser simpática si te lo propones. ¿No te gusta tener
nuevos amigos?
-No
los necesito.
-Todo
el mundo necesita amigos.
-Tú
tienes solo a Boris.
-¡Claro
qué no! Te tengo a ti.
-Y
yo a ti.
-Hablo
de tener otros amigos. En mi caso Iván Gólubev es un buen amigo. Es cierto que
no nos vemos a menudo. Pero desde que viví con los Gólubev quedó una linda amistad.
Sé que estaría si lo necesito.
Bajé
la vista al tiempo que la cafetera emitía un silbido.
-¿Todavía
te duele lo de Iván? -Preguntó.
-No,
lo olvidé muy pronto.
-Te
has puesto triste, te conozco.
-No
es por él. Lo nuestro fue sexual y efímero.
-Para
él. ¿Y para ti?
-Al
principio creí que no, después me di cuenta que era admiración. Él sabe tantas
cosas, es tan inteligente, distinguido. Huele muy bien. Pero supe de inmediato
que no era para mí. Nunca sería para mí un Gólubev.
-Son
muy agradables.
-Sí,
pero jamás estaría a su altura. Soy ignorante y no sé relacionarme tan bien con
los humanos como ellos. Creo que a Sasha le hubiera dado un ataque de pensar
que su hijo mayor se emparejaría con una errante.
Cogió
dos tazas y las puso sobre la mesa.
-Y
sigues tirándote abajo. Como si fueras cualquier trasto viejo.
Volcó
café en mi taza.
-Suficiente,
gracias.
Después
de servirse se sentó frente a mí.
-¿Azúcar?
-No,
me gusta amargo… El hijo de Sebastien me detesta.
Levantó
la vista y me miró.
-¿Cuál
de los dos?
-Douglas.
-¿Quieres
que hable con él?
-No,
por favor. Me dijiste que eras mi amigo así que solo estoy contándote la
situación.
-¿Por
qué no te vienes a vivir con nosotros?
-No
hay suficiente lugar.
-Dormirías
con Nicolay.
-No,
el niño necesita su espacio… ¿Sebastien tuvo dos hijos con la loba?
-No,
Numa… creo, se llama así. Es adoptado. Fue convertido por Sebastien como yo.
-Ah…
¿Entonces vive hace poco con los Craig?
-Según
Ivan desde pequeño. Lo recogieron de la calle o algo así.
-¿No
tenía padres?
-Tanto
no sé. Sabes que los Gólubev no son propensos al chismerío.
-Debe
tener dieciocho años. Parece muy joven.
-No
sé exactamente. No lo he visto en persona.
-Yo
sí… Casi desnudo.
Se
atragantó con el café.
-¿Qué
dices? –rio.
-Fue
una situación embarazosa. Largo de explicar.
-Soy
todo oídos.
La
puerta de calle se escuchó y la voz de Boris retumbó en la casa.
-¡Hola!
¡Huelo a café!
-¡Estamos
en la cocina, amor! –Se acercó a mi rostro-. Tú no te irás sin contarme esa
anécdota.
-No
tiene importancia –hablé bajo-. Es un niño mimado y altanero. Como todos los
Craig.
-Si
tiene dieciocho no es tan niño. Y no sabemos si tiene esa edad.
-¡Hola,
Ekaterina!
Boris
entró a la cocina y lanzó la chaqueta en el respaldo de la silla.
-¡Hola
Boris! ¿Cómo te fue?
-Bien.
Para ser los primeros días no puedo quejarme.
-Oye
Boris, ¿quieres colgar la chaqueta en el ropero?
Boris
bufó y sonreí.
-Ya
voy. ¿Hay café?
-Recién
hecho pero antes lávate las manos.
-¿No
estás un poco insoportable?
-No.
Nicolay aprende de los ejemplos así que sé bueno y compórtate.
-¿Dónde
está mi príncipe?
-En
su habitación.
-Iré
a saludarlo.
-¡Y
cuelga la chaqueta!
-¡Qué
fastidio! Ekaterina, ¿no quieres llevártelo a la mansión?
-No
sabrías vivir sin mí.
-¡Prueba!
Reímos.
Permanecí
toda la tarde con Boris y Brander. Hablamos de muchas cosas. Incluso me
enseñaron unos folletos del nuevo colegio de Nicolay. Me sentí cómoda y
sinceramente no hubiera querido irme de allí. Pero la lluvia parecía no cesar
así que cerca del atardecer tormentoso regresé a la mansión de los Craig.
Bastante cabroncete el juez Schneider. Tampoco trabajaría con este elemento, le llegará su San Martín como a cada cerdo. Insisto en que Ekaterina le robará el corazón a Numa. Será Douglas quien más se oponga? No, habrá más opositores.
ResponderEliminarBso
¡Hola Ignacio! Gracias por el comentario.
EliminarEse juez tendrá su merecido, creo que debemos esperar. Todo llega.
Ekaterina, Numa, son muy diferentes, o quizás no, ¿verdad? Supongo que Iris púrpura no nos rebelará el secreto. Habrá que esperar el próximo libro. Será muy pronto y espero que te guste.Muchas gracias por acompañarme en mi loca imaginación. Un abrazo grande y buena semana!!
Bianca y Sebastien estan muy felices y Ekaterina los ha interrumpido adrede,no se quiere llevar bien con Bianca pero con Sara se lleva bien.Nilsen es muy buena persona,defiende muy bien a los menores y el juez es de la piel del diablo.Me gusta Mirna para Nilsen,harian buena pareja.El capitulo me ha gustado mucho pero me hubiera gustado mas si Nilsen hubiera molido a palos a ese juez que es un sinverguenza.Besos.
ResponderEliminar¡Hola Ramón! Gracias por tu comentario. Sí, Ekaterina tiene algunos problemas que resolver pero hay que esperar, a veces los seres cambian.
EliminarNilsen no molió a palos al juez creo que porque estaba Mirna que lo hizo entrar en razón. Como buen abogado debe ir por la vía legal. Tendrá su merecido, verás.
Mirna y Nilsen... creo que tengo otra sorpresa que espero te guste.
Muchas gracias por acompañarme, te envío un gran abrazo y buena semana!!
Uy te va qurdando genial . Esperó que tu mamá este mejor . Veamos que pasa con Ekaterina que va mejorando antes me resultaba un personaje antipatico ahora no tanto. Te mando un abrazo
ResponderEliminar¡Hola Citu1 Gracias por comentar. Mamá no creo tenga mejoría, su cerebro ya no responde como antes, ya te contaré.
EliminarEkaterina es un personaje que promete, solo ten paciencia y verás.
Te mando un abrazo reina y muchas gracias. Buena semana!!
Muy bueno capítulo me gustó y ojalá que Ekaterina cambie para mejor porque antes es cierto no la soportaba si cambia seria mejor, Lou no sabía que tu mami estaba muy enferma pensé que estaba mejor, que Dios me la protega e igual para ti, gracias por el capítulo!!!
ResponderEliminarA pesar de que Ekaterina era uno de mis personajes menos favoritos espero que puedan aprender a quererla y que deje de crear una barrera para que puedan conocer la persona gentil que hay en su interior!
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