PD: Amé a Mijaíl en este capi.
Capítulo 18.
San Petersburgo.
Anoushka.
Sentada
en la cocina bebía el café recién hecho, dulce y caliente. Hacía un buen rato
que escuchaba ruidos en la habitación de mi abuelo. Ruidos normales a cuando él
se levantaba y otros ruidos no familiares. Arquee la ceja. ¿Qué estaría
haciendo?
Cogí
un panecillo de salvado y mordí un trozo. El recuerdo de Dimitri alegró mi
corazón. La noche anterior había decidido quedarse por quinta vez en mi
habitación y habíamos hecho el amor nuevamente. Escondido entre las sombras del
callejón y a unas altas horas de la madrugada, mi vampiro rubio de mirada
púrpura, me visitaba.
No
habíamos hecho planes de vivir juntos como pareja. Ninguno de los dos quiso
pensar en un futuro promisorio si él no contaba con el apoyo de su madre. Los
Gólubev podían notarse que eran una familia muy unida, y aunque Sasha era solo un
eslabón, nada comenzaría bien si no había una reconciliación entre las partes.
¿Habría alguna vez? No lo sabía. Imploraba que así fuera.
No
era que me sintiera culpable de aquella atrocidad cometida hace cien años. Sin
embargo, era como soportar una carga que siempre me había molestado, pero hoy,
se convertía en insoportable.
Si
tuviera la oportunidad de pedir perdón a los zares en nombre de mi bisabuelo,
lo haría. Aunque no me correspondiera. Aunque mis disculpas no arreglaran nada
del pasado.
Bebí
otro sorbo de café…
Un
ruido extraño parecía venir del pasillo que daba a las habitaciones. Me puse de
pie y abandoné mi taza de café y mi panecillo sobre la mesa. Me acerqué a la
puerta de la cocina y pude ver a mi abuelo en pijama arrastrando una bolsa de
consorcio como las que se usan para los residuos.
-Abuelo,
¿qué haces? Abrígate, estamos en invierno.
Se
detuvo y sus ojos blanquecinos buscaron mi voz.
-Ah,
Anoushka, estás levantada. Hoy es sábado. ¿O es domingo?
-Domingo,
abuelo. No voy a trabajar.
-Ven,
ayúdame con estas cosas. He hecho limpieza en la habitación.
-Pero
abuelo… si yo aseo a menudo. ¿Qué es lo que deseas tirar?
Su
rostro se dirigió a la bolsa que apoyaba en el suelo. Aunque sus ojos no veían
fue un claro mensaje de que contenía algo preciado, al menos hace un tiempo.
-Son
cosas que ya no usaremos, Anoushka. ¿Para qué tenerlas ocupando lugar?
Me
acerqué y abrí la bolsa para ver el contenido.
Lo
miré sorprendida.
-Abuelo,
estos objetos estaban en tus cajones. Son medallas y condecoraciones
bolcheviques.
Encogió
los hombros.
-¿Y
para qué quiero yo medallas y condecoraciones?
-Son
recuerdos.
-Recuerdos
que nos hundirán en un pasado que ni tú ni yo queremos recordar. Ayúdame a
botarlos.
-No
lo creo adecuado.
-¿Para
quién?
Titubee.
-Bueno…
para ti. Son recuerdos de tu padre.
-No
me servirán. No podré verlos. Además ya he soportado la vanidad en todas sus
formas cuando era un niño. Ya es suficiente.
Mi
abuelo intentó arrastrar la bolsa pero lo evité y la cogí.
-¿Quieres
que la tire? ¿Estás seguro?
-Aún
no. Ven, guíame hasta el hall.
-¿Qué
tienes pensado?
-Ya
verás.
Apenas
llegamos al hall principal él se detuvo en la arcada cuya cortina pulcra pero
un tanto vieja separaba el comedor.
Tanteó
la tela oscura con bordes en punzó y dio unos siete pasos. Giró hacia la
derecha y avanzó unos pasos más hasta tocar la pared. Sus palmas recorrieron
centímetro por centímetro mientras yo lo observaba preocupada.
Sus
dedos chocaron con el primer marco de un cuadro. Uno de los tantos que colgaban
en la pared.
Con
precisión como si sus ojos vieran, lo descolgó sin cuidado.
-¿La
bolsa, Anoushka?
-Abuelo…
-Vamos
niña, que tengo ganas de sentarme a desayunar y no lo haré hasta terminar lo
que quiero hacer.
Levanté
la bolsa del piso y la coloqué junto a sus pies.
-Ábrela,
querida.
-Ya
está abierta.
Mi
abuelo dejó caer el cuadro que se estrelló contra los bronces.
Me
sobresalté. Él lo noto y sonrió.
-Hace
ruido el pasado, Anoushka. ¿No es así?
Poco
a poco fue tanteando la pared y descolgando uno a uno los cuadros familiares.
Cuando llegó al quinto se detuvo.
-Oh…
Este debe ser el de tus padres. Mi querido hijo y mi nuera.
-Así
es.
-Entonces,
llévalo a tu habitación. Querrás tenerlo de recuerdo.
-Sí,
por favor.
Cogí
el cuadro de sus manos y lo aprisioné contra el pecho.
Apenas
continuó con la tarea mi silencio fue notable e incómodo. ¿Lograría algo
quitando los cuadros del hall?
Como
adivinando mis dudas, murmuró.
-No
es agradable para tu novio ver el pasado cada vez que entrará a tu casa. Hazle
las cosas más fáciles.
-A
Dimitri no creo que le importe.
-Eso
es lo que tú crees. Aunque sea un buen chico es su familia y debe importarle.
¿Y si la señora Gólubev pisa esta casa? Sería una incomodidad para ella.
-Abuelo,
la señora Gólubev jamás pisará esta casa. Me odia, nos odia a todos.
-¿No
me has dicho que es culta e inteligente? Y debe amar a su hijo.
-Sí.
-Entonces,
un día, la pisará. Pero antes una de las partes debe comenzar a borrar el
pasado doloroso. Comenzaremos nosotros, ¿qué te parece?
-Sí
–sonreí.
Casi
al terminar el arduo trabajo, sobre todo para mi abuelo que no tenía el don de
la vista aunque sabía de memoria cada posición, me acerqué a la bolsa.
-Abuelo…
Estaba pensando que esos bronces… Quizás nos den dinero para comprar
provisiones y tener una linda Navidad. Podremos comprar un trozo de pavo. ¿Te
gusta la idea?
-Excelente.
Encárgate de ello, querida.
-Abuelo…
-¿Sí,
Anoushka?
-Si
no te importa podría usar parte del dinero para comprar un pasaje en tren.
-¿Un
pasaje en tren? ¿Tu novio vive tan lejos?
-No.
Necesito hacer un viaje.
-¿Un
viaje?
-Sí,
necesito reconciliarme con el pasado.
Sasha.
Desde
la terminal Leningradski, en Moscú, llegaría a la tarde a Moscovski, San
Petersburgo. Hubiera sido mucho más rápido en un avión, sin embargo decidí
coger el tren Sapsan con una duración de casi cuatro horas. Necesitaba pensar
durante mi viaje y el paisaje a recorrer sería un aliciente al que después de
todo disfrutaría.
Los
andenes de cemento no agregaban vida a los numerosos galpones y postes de
electricidad. Atestados de personas que esperaban para partir, la nieve
de finales de otoño parecía implacable y había comenzado a caer hacía una hora.
Eché
un vistazo alrededor antes de entrar al tren. Reconocí que la mayoría de las
personas eran turistas. Podían escucharse diferentes idiomas y dialectos
mientras aguardaban la partida del lujoso Sapsan. El viaje a San Petersburgo
era uno de los más deseados por los extraños que pisaban por primera vez Rusia.
Vasta historia encerraba la ciudad junto a las espléndidas obras de arte
creadas por los humanos. Sí… Porque cuando el humano usaba el intelecto para
fines buenos era capaz de convertir un rincón del mundo en un lugar
maravilloso. Sin embargo, su misma inteligencia podía hacer estragos.
En
1842, Nicolás I de Rusia deseó la unión de las dos ciudades y ordenó la
construcción. Muchos siervos terminaron su vida en la riesgosa tarea y en
condiciones paupérrimas. Durante
muchos años el recorrido era una línea completamente recta con la excepción de
una curva de 17 km cerca de la ciudad de Nóvgorod. La curva era
objeto de una leyenda urbana. Se decía que el zar Nicolás I había trazado con
una regla la ruta que seguiría el tren para explicar el proyecto como él lo
deseaba. Pero al tener uno de sus dedos ligeramente curvos por la posición,
dibujó alrededor y los ingenieros temerosos de su investidura no lo
corrigieron. De allí que la vía tiene una ligera curva llamada el rodeo de
Verrebinski.
Esa leyenda suma una nota de color a
la construcción, pero después de mucho tiempo el trayecto varias veces se
teñiría de sangre. Era imposible no viajar en el tren y no recordar los
atentados escalofriantes provocados por explosiones de bombas. Una de ellas
había ocurrido en el 2007, la otra dos años más tarde.
Mis ojos se desviaron hacia una gran
expendedora de café y golosinas. Mucho tiempo atrás en su lugar, por el año
1927, había un negocio de chapa cuyo vendedor se encargaba de vender la misma
mercadería. Me recordaba de pie junto a Ivan y Natasha de mi mano. En mis
entrañas, crecía Dimitri. Inconscientemente llevé mi mano a mi abdomen
recordando aquel tiempo que mis hijos mayores eran tan pequeños. Aún sentía la sensación
de las pataditas del bebé. Creí que siempre íbamos a estar unidos igual que al
gestarse en mi cuerpo, pero Dimitri se había enamorado de una Yurovsky. Era la
bisnieta de mi peor enemigo… Cielos… ¿Por qué el destino me ponía una prueba
tan dura? ¿Cómo aceptarla en mi familia sin sentir la traición a mis queridos
Romanov? ¿Y Dimitri? ¿Cómo vivir enemistada con mi propio hijo?
Al subir al tren cogí asiento junto a una gran
ventanilla del lado derecho. Desprendí los botones de mi abrigo y quité mi
capucha hacia atrás. Apoyé mi bolso de cuero legítimo sobre las rodillas y
quité el móvil para tenerlo a mano. Una señorita se escuchó por el altavoz
anunciando la partida en ruso, después en inglés. Di un vistazo al andén
prácticamente vacío. Comenzaba mi viaje, un viaje que aunque supiera el destino
desconocía a dónde me llevaría. A los pocos minutos cuando el tren abandonó la
estación de Moscú, recibí un mensaje de Mijaíl, “te encuentras bien”. Respondí
al instante, “si cariño, volveré esta noche.”
Antes de guardar el móvil decidí
hacer una llamada a mi hija Anouk. La última vez habíamos hablado cuando
Dimitri nos había abandonado y no ignoraba que la había dejado preocupada. Por
eso traté de minimizar los hechos asegurándole que pronto todo se arreglaría.
Agradecía infinitamente a Sebastien Craig los cuidados y atenciones para con
ella. Anouk, siempre había sido la niña mimada y caprichosa, y al parecer
trabajar y vivir junto al líder de los vampiros había resultado más provechoso
que nuestros consejos y reprimendas. Es que a veces no sabes cómo conducirte
ante hijos rebeldes. No hay escuela que te indique que hacer y qué decir.
Aprendes sobre la marcha, y los resultados muchas veces no son los esperados.
Sin embargo confiaba en Anouk, porque por más que surgía en ella ese carácter
despreocupado y vanidoso, era una Gólubev y no podía fallarnos.
La eduqué no como me criaron mis
padres a mí, porque yo los perdí desde niña, sino como los zares educaban a sus
hijos, con amor y respeto. Tenía dieciséis años cuando comencé a vivir con los
Romanov, y permanecí con ellos hasta cumplir los cuarenta y dos, hasta esa
noche… Esa noche que un despiadado asesino me los arrebató de por vida.
El
provodnik o camarero me sirvió un café caliente. La primera clase tenía sus
lujos de lo contrario hubiera tenido que servirme yo misma de un expendedor.
Cuestión que no me hubiera importado. A pesar de crecer entre riquezas tuve que
hacer tareas como doméstica, pero mentiría si dijera que era una más. Nunca fui
una más de sus sirvientes. La misma zarina supervisaba lo que yo hacía y si
notaba alguna tarea impropia o peligrosa su voz firme y autoritaria podía
escucharse como si fuera hoy… “Ella no hará esa tarea, no le corresponde”.
Sonreí…
A
decir verdad, pocas tareas me correspondían a los ojos de ella. Prácticamente
después que fueron llegando las niñas, me convertí en una especie de niñera o
dama de compañía de la zarina. Por eso sabía tantos pormenores de su
convivencia. Nadie imaginaba que los poderosos zares, cuyas vestimenta lujosa y
ademanes exquisitos ante el público, se convertían en una familia normal y
corriente al cerrarse las pesadas puertas del palacio.
Una
noche, Tatiana vino hasta mi habitación en un mar de lágrimas. La abracé y escuché
el motivo de su angustia. Rusia había entrado en guerra desde 1914 y uno de sus
enemigos era Alemania. Terrible detalle si nos poníamos a pensar que la zarina
era de origen alemán. Tras que no era receptora de mucha simpatía para el
pueblo, sus raíces empeoraban las cosas. Tatiana lo sabía y supuse que Olga
también, ambas tenía una edad para entender aunque se las mantenía al margen de
los disturbios. Es difícil aislar los hechos cuando se hacen tan evidentes. Sin
embargo el malestar del pueblo ruso no fue suficientemente claro para el zar,
que hasta último momento y después de crear el parlamento para calmar los
ánimos, pensó que bastaba para salir ileso de tan grave conflicto social.
Mientras una y otra vez se quejaba de encontrarse en el privilegiado estatus de
zar, ya que nunca había deseado serlo, una sombra de oscuridad y de odio
avanzaba cerniéndose sobre él y a su familia, y que no desaparecería hasta que
Yurovsky concluyera su ansiada misión.
Esa
misión no solo era impedir que el ejército blanco pudiera liberar a los zares,
tampoco era suficiente asesinarlos, sino que después, debía encargarse de hacer
desaparecer los cuerpos para que ningún ser los hallara. Así fue como fueron enterrados, mutilados, degradados con ácido, y quemados.
Mis
ojos se perdieron en la blanca campiña que ahora se abría paso a cada lado de
las vías. Altos cipreses mostraban su pálido ocre de las ramas entre la abundante
nieve…
“No
saliste con la tuya, Yurovsky. Tarde o temprano los restos fueron encontrados”.
La
voz de Anouk por el móvil me volvió al presente. Había olvidado que tenía
marcado su número.
“¿Mamá?
¡Qué sorpresa! ¿Estás bien?”
-Sí,
sí querida. Necesitaba saber de ti. Sé que te tengo un poco abandonada. Pero
sabes…
“Sí,
lo sé. ¿Se ha sabido algo de mi hermano?”
-Aún
no, tus hermanos se comunican con él pero no quiere regresar a casa.
“Tú
no te preocupes. Estoy segura que en Navidad estará con nosotros”.
-Claro,
querida… A ver, cuéntame de ti. ¿Te sientes cómoda con los Craig?
“Sí
mamá.”
-¿Estás
estudiando para docencia como has dicho?
“Sí”.
-¿Has
hecho nuevos amigos?
Silencio…
Volví
a insistir.
-Anouk,
¿tienes nuevos amigos?
“Mamá,
tengo amigos. Nuevos no, porque salvo mi relación con mi hermano Ivan, nunca he
tenido amigos”.
Un
dolor atravesó mi pecho. Era mi culpa no haber corregido con firmeza y a tiempo
sus defectos y mañas.
-Me
alegro que tengas amigos. Ellos son indispensables para la vida, ¿entiendes?
“Sí”.
-Pues
cuéntame algo, no sé. Lo que se te ocurra.
“Bueno…
He salido a hacer compras con Scarlet varias veces, y también fui una vez a
buscar leña a la reserva de lobos”.
-¿No
digas?
“Hay
un leñador que vive con ellos. Por cierto muy antipático. Es el humano que
salvó Adrien. Si lo escucharas opinarías como yo. Es altanero y detestable”.
-Bueno,
tú no busques riñas y entredichos, no es de una señorita educada. Tú te apartas
y ya.
“Hemos
ido a un restaurante con una chica llamada Marin, hermana de Liz. Es muy buena
y muy bonita. Ella sí es educada, no como el cavernícola del leñador. Claro que
esa noche, Marin se emborrachó y perdió la compostura. Todo por Douglas. Ella
lo ama y puedes creer que el tonto llegó al restaurante con una loba inmunda”.
-Anouk,
por favor…
“Es
verdad mamá, es insoportable. Una ridícula. Marin volcó el plato de la cena
sobre la cabeza de la loba –abrí mis ojos como platos- entonces comenzó a
chillar por su vestido y no sé qué más. La cuestión es que apoyé a mi amiga Marin
y vacié una tinta que llevaba en el bolso en su preciada vestimenta, claro
que…”
-¡Anouk,
aguarda! ¿Qué has hecho qué?
“Mamá
debía apoyarla, pobre Marin se sentía horrible”.
-Cielos,
¿se ha enterado Sebastien?
“¿De
la borrachera de Marin o de mi hazaña?
-De
ti, Anouk. Me preocupa que piense de ti.
“No
te preocupes, él me tiene mucho cariño al igual que a todos los Gólubev”. No me
ha llamado la atención desde que estoy aquí”.
-Anouk,
prométeme que no harás más ese tipo de cosas, por favor.
“No
puedo prometerte nada, mamá. Tú me has dicho siempre que si se tiene amigos hay
que apoyarlos”.
Tragué
saliva…
-Bueno,
sí… Pero también puedes guiar a un amigo a que no cometa esta clase de escenas.
“¿Por
qué? Para mí ha hecho muy bien. Loba resbalosa y engreída. Es una roba novios”.
¡Ah! También tengo una amiga que se llama Rose. Ella es sirviente de los Craig,
¡no, perdón! Los Craig no tienen sirvientes, tienen amigos que los ayudan en
las tareas, me lo ha dicho Scarlet hasta el cansancio”.
Sonreí.
-Claro,
cariño. Dime qué más.
“Mmm…
También que monté una moto, pero no te preocupes vestía adecuada. Llevaba
pantalón”.
-Ah…
Okay… ¿Y quién te enseñó a conducir una moto?
“Nadie,
yo no conducía. Fue una tarde que regresaba del hotel de los Craig y me
encontré con ese leñador y me alcanzó hasta la mansión. Por supuesto que tuve
que por poco rogarle. Es tan altanero, mamá”.
Arquee
una ceja.
-Anouk,
¿te gusta el leñador?
“¿Qué?
¿Estás loca? Es insufrible. ¿Cómo se te ocurre tal disparate?”
-Se
me ocurre porque lo has nombrado varias veces –sonreí.
“En
absoluto”.
-Bueno,
cuéntame sobre el cumpleaños de Sebastien. ¿Han pasado bonito?
“Sí,
Bianca le regaló un viaje que harán juntos después de las fiestas. Creo que
irán a Nueva York”.
-¡Qué
interesante, hija!
“Douglas
partió a la Isla del Oso, no sabemos si regresará para Navidad, ¡perdón mamá!
Debo ir a trabajar. Te dejo un beso y hablaremos en otro momento”.
-Por
supuesto, cariño. Cuídate. Te quiero.
“También
yo”.
Corté
la llamada con una sonrisa a flor de labios. Anouk parecía feliz y podía estar
tranquila que estaba en buenas manos. Aunque lo del restaurante… En fin…
El
tiempo transcurrió entre paisajes desolados y mis recuerdos. Apenas el tren fue
aminorando la velocidad me preparé para enfrentarme a San Petersburgo.
Era
una tarde fría y caía la nieve copiosamente cuando crucé la enorme plaza
principal. Frente a mí el imponente museo Hermitage catalogado como el segundo
museo más grande del mundo. Del margen opuesto la Fortaleza de San Pedro y San
Pablo, construido a orillas del rio Neva. Su torre se elevaba más de los cien
metros y terminaba en un ángel.
Después
de comprar siete rosas blancas en un puesto frente a la iglesia, avancé
decidida casi sin pensarlo. Planear llegar hasta aquí había sido fácil, pero no
lo era enfrentarme al pasado escabroso y sobre todo saber que a pocos metros
reposarían los restos encontrados de los que fueron mi familia del corazón.
Caminé
lentamente por los grandes salones y atrios. Una belleza era quedarme corta.
Altísimos techos donde predominaba el verde, el dorado, y el blanco. Columnas
en mármol, y pisos con diagramas perfectos realzaban el lujo de antaño de una
Rusia imperial y convulsionada.
Pero
yo no había llegado hasta aquí para admirar el esplendor y la opulencia. Solo
deseaba sentirme cerca de los Romanov. Ni siquiera había programado que iría a
hacer al margen de dejar mis rosas. ¿Rezar? ¿Y cómo se hacía? En mis tiempos de
humana había sido una católica ortodoxa muy practicante… ¿Y ahora? ¿Ahora qué
era?
Me
acerqué a la reja que servía de cerco bajando mi capucha del abrigo. Mucho frío
hacía en esta época del año y aunque fuera vampiresa acostumbrada que la
circulación de la sangre fuera más lenta que la humana, era imposible no
percatarse del rigor del invierno. Leí las lápidas de mármol. Mis manos se
aferraron a la reja y una emoción me embargó… Mis queridos zares…
El
gesto cordial y educado de Nicolás II vino a mi memoria. Sus ojos amables se
presentaron frente a mí como si estuviera en cuerpo presente. Su voz…
“¿Tiene
que acompañarnos en las vacaciones, Sasha?”
“Con
todo respeto, no debería.”
“Los
niños desean que vaya y nosotros también.”
“Sé
que me necesitan pero…”
“No,
no dije que la necesitan, es porque la quieren”.
Cerré
los ojos y otra imagen golpeó mi memoria… Recuerdo ese día… Era una comida de
una celebración importante. Muchas personalidades. Me quedé con el resto de los
empleados domésticos porque hubiera sido un escándalo sentarme con ellos. Pero
lo que llamó la atención a todas esas personas de ricas vestimentas y títulos
honoríficos fue la decisión del zar de que su esposa presidiera a los
comensales. Se acostumbraba que el hombre encabezara la mesa protocolar, sin
embargo Nicolás II le hizo el honor a su esposa. Muchos lo criticaron, doy fe.
Aunque a varios de los sirvientes provocó una sonrisa.
Me
incliné lentamente persignándome y puse mis siete rosas en el florero dorado
más cercano. Me disponía a rezar como alguna vez había aprendido, y fue cuando
la vi… A pocos metros de mí estaba la joven Anoushka intentando ubicar sus
flores en otro florero.
Varias
emociones se hicieron dueñas de mí… La confusión, la rabia, el dolor de verla
allí.
Me
puse de pie inmediatamente y me acerqué con la sangre calentando mis entrañas.
-¿Qué
haces aquí?
Ella
alzó la vista y las flores cayeron al suelo. Me miró aturdida y murmuró un “no
puede ser”.
-¡Lo
que no puede ser es que te atrevas a tanto!
Había
pocas personas merodeando por ser invierno. Ni siquiera muchos turistas se
aventuraban en diciembre a la hora de la tarde pero aún así un par de ancianas
que rezaban levantaron la vista hacia nosotras.
Bajé
la voz mientras echaba un vistazo al guardia que de pie, al final de la
escalinata, permanecía custodiando la entrada del mausoleo.
-Te
he hecho una pregunta. ¿Qué estás haciendo aquí?
-Necesitaba
llegar hasta aquí y pedir disculpas –susurró bajando la vista.
-¿Disculpas?
Entérate que no les devolverás la vida.
-Eso
ya lo sé, señora Gólubev. Pero es mi derecho tratar de acercarme a ellos y
romper ese pasado tan doloroso.
-¡Qué
fácil te resulta!
-No,
no es fácil.
-Para
ellos no fue fácil. Había niños, jóvenes… Tu maldito pariente terminó con sus
vidas. Y mientras tú nacías y crecías con amor e ilusiones, ninguno de ellos
pudo cumplir su sueño por tu desgraciada ascendencia.
-Lo
siento, de verdad –tartamudeó-. ¡No tengo la culpa!
Rápidamente
recogió las once flores. Once… No siete… Ella había traído rosas para los
sirvientes que también perecieron con los Romanov. Me sentí una altanera
aristocrática que solo había pensado en los zares, y una imbécil porque la
enamorada de mi hijo me daba una lección.
Intentó
hacer lugar en el florero repleto de rosas, parecía una tarea dificultosa pero
no iba a acercarme a ayudarla de ninguna forma.
-Es
evidente que tus rosas no son bien recibidas aquí –murmuré.
De
pronto una señora que vestía de negro recogió su abrigo que lamía el suelo y
avanzó hacia Anoushka. Una capucha oscura no dejaba ver su rostro pero parecía
una mujer alta y robusta. Se inclinó y con su mano blanca y delicada hizo lugar
en el jarrón dorado para que las flores quedaran junto al resto.
Anoushka
no dio las gracias, creo que estaba muy alterada por verme allí.
Con
la rodilla apoyada en el suelo pareció rezar una oración. Me sentía ultrajada
con su presencia en ese lugar tan sagrado para mí. Aguardé en silencio sin
apartar mi vista de ella…
Estaba
indignada. ¿Cómo era posible que pisara el sitio de descanso de aquellos a
quienes les dio muerte sin piedad ese cretino? ¿Es que no tenían límite los
Yurovsky?
Al
fin se puso de pie e intentó dirigirse a la salida, pero le corté el paso y la
miré a los ojos. Esos ojos oscuros y renegridos como la noche.
-Tienes
en tu mirada el mismo brillo del asesino de tu bisabuelo.
Ella
me miró con honda tristeza.
-O
el brillo de un asesino, o la mirada de amor sincero para con su hijo Dimitri.
Usted, señora Gólubev, verá lo que desee ver.
Sin
girarse para verme una sola vez, se retiró apresurada.
Angustiada,
desconsolada, me acerqué quedándome de pie a una distancia de la reja y prendí
los botones de mi abrigo. Mijaíl debía estar preocupado. Lo llamaría en cuanto
abandonara la catedral. A esta altura mi viaje había resultado un desastre. Mi
encuentro con los Romanov había sido empañado por otro encuentro indeseable.
A
mi lado, la dama de negro avanzó hasta la reja quedando espaldas a mí. Parecía
ser un descendiente de los Romanov por su actitud de recogimiento. Daba
impresión de no importarle quien la miraba, ella estaba sumergida en sus
pensamientos.
Se
retiró en silencio después de varios minutos de orar pero ni siquiera cuando
pasó a mi lado pude ver su rostro cubierto con la capucha. Por eso fue mi
sorpresa cuando tras de mí se escuchó su voz.
-El
odio no lleva a nada bueno. Cuando perdonamos nos liberamos, y caminamos más
libres y sin dolor.
Su
mano se posó en mi hombro y una corriente helada recorrió mi cuerpo hasta
erizarme los cabellos.
Abrí
mi boca, quise girarme y enfrentarla, pero algo me lo impedía.
-Tu
corazón no merece sentir el rencor, Sasha querida. Perdona y libérate.
Inmediatamente
saqué fuerzas de donde no tenía y giré reclamándole.
-¿Cómo
sabe mi nombre?
Sin
embargo la dama había desaparecido.
Miré
hacia un lado y otro sin poder ubicarla. Cuando estaba a punto de darme por
vencida pude reconocer su abrigo negro y su andar sutil bajando las escaleras.
Pasó junto al guardia de la puerta y volví a perderla. Me apresuré hasta llegar
al oficial de uniforme que atento observaba la entrada y salida de los
visitantes.
Agitada
y confundida llegué hasta él.
-Disculpe,
¿la señora que vestía de negro salió a la calle o cogió un pasillo?
El
guardia me miró fijo sin entender.
-¿Señora
de negro? No, se equivoca. Aquí no ha pasado nadie.
Me
quedé mirándolo mientras mi corazón latía sin control.
-¿Está
seguro?
-Por
supuesto, señora.
Inclinó
la cabeza a modo de respeto y continuó vigilando el alrededor.
Abandoné
la catedral con el alma hecha añicos. ¿Estaba volviéndome loca? Lo peor de todo
que hubiera jurado que no.
El
viaje de regreso se me hizo largo y triste. No deseaba por un lado alejarme de
mis Romanov, y a la vez necesitaba el refugio de los míos.
Al
llegar y pisar mi hogar después de mi viaje lleno de sucesos dolorosos y
extraños, Mijaíl me esperaba en la habitación. Recostado en la cabecera con dos
almohadas leía el periódico muy concentrado. Aunque al escuchar el cierre de la
puerta levantó la vista y me miró.
Permanecí
de pie sin moverme. Sonreí débilmente y lágrimas retenidas durante horas
anteriores comenzaron a resbalar por mis mejillas.
De
un salto mi marido se sentó en la cama.
-¡Cielos
Sasha! ¿Qué te ha ocurrido?
Negué
con la cabeza con firmeza.
-No,
no te preocupes, estoy bien. Yo… solo necesito desahogarme.
Se
acercó echando el periódico a un lado y me abrazó.
-Ven,
vamos a la cama. No hay mejor lugar que mis brazos para sentirte mejor. No te
preocupes –susurró acariciando mi espalda-, si lo deseas sólo te escucharé en
silencio.
-Te
amo tanto –murmuré aferrándome a él.
………………………………………………………........................
El
nuevo día llegó refugiada en los brazos de mi amado. Tras los cristales de la
ventana podían verse los primeros y débiles rayos de sol. La nevada del día
anterior había cesado y ahora las calles de Moscú permanecerían despejadas. Recorrí
con los ojos mi habitación de ambiente amplio y lujoso hasta encontrarme con lo
único auténtico en ese espacio, los ojos púrpura de mi marido.
Me
apoyé en su pecho musculoso y firme hasta lograr la posición perfecta para que
ambos nos hundiéramos en una mirada de amor mutuo.
-¿Crees
que soy mala, Mijaíl?
Él
acarició mis cabellos.
-En
absoluto. Nunca pensaría eso de ti.
-¿Qué
crees de mí durante este último tiempo?
-Pienso
que tienes problemas que debes solucionar. Y que serás capaz de salir adelante,
con o sin mi ayuda… Pero lo harás.
Suspiré
y me deslicé entre sus brazos que se cernieron a mí.
Una
de mis manos resbaló hasta su bajo vientre. Él dio un respingo y contuvo la
respiración.
-Hace
una semana no hacemos el amor –murmuré besando la piel tersa de su abdomen.
-Lo
sé. Siete días y cinco horas y media.
Sonreí.
-Te
tengo abandonado, ¿verdad?
-No
he dicho eso. Sólo que cuento el tiempo que no estoy en tus brazos con
exactitud.
Lo
miré a través de las pestañas.
Su
sonrisa fue liberándose hasta convertirse en amplia y divertida.
-¿Tienes
planeado ponerte al día?
-¿Tú
qué crees?
-Creo
que lo pasaré muy bien. ¿Y tú qué dices?
-Yo
digo que te lo mereces por tu paciencia.
Mis
labios resbalaron hasta sus piernas y mordisquee la piel perfumada con Bleu de
Chanel. Los dedos ávidos de cada rincón de su cuerpo pasearon lentamente una y
otra vez mientras su sexo endurecía por el deseo.
Dormíamos
desnudos, siempre. Una costumbre que fuimos adoptando con el correr de los años
a medida que él me hacía sentir hermosa y orgullosa de mi cuerpo. Al principio
no era fácil. El género femenino es muy reacio a reconocer y aceptarnos tal
cual somos frente a la desnudez de un macho como Mijaíl. Él era perfecto.
Cincelado por el mejor escultor. Sin embargo, mucho tiempo de estar juntos
había logrado mimetizarnos en muchas actitudes. Esperaba con todo mi corazón
que la larga convivencia también me había contagiado sus virtudes. Mijaíl era
bondadoso, clemente, compasivo e indulgente, en absoluto rencoroso.
Características que debía haber adquirido con el paso de los años junto a él.
¿Había adoptado su ser tan misericordioso? Si no había sido así hasta ahora…
Era el momento de tratar de lograrlo.
No
deseaba que fuera al revés. Que mi orgullo y mi rencor terminara por
convertirlo en la persona que rechazaba yo misma ser. Valía la pena el esfuerzo
porque dentro de mi corazón la crueldad y vanidad me molestaba. El suceso del
último tiempo había puesto a prueba la mezcla de sentimientos que a veces
llevamos dentro de uno. Tarde o temprano debía decidirme que deseaba para mí.
El
reguero de besos culminó en la entrepierna. Abrí los ojos para observar ese
gesto de ansiedad y placer que amaba tanto. La lengua hurgó serpenteando hasta
que mi boca capturó sus testículos. Se arqueó ofreciéndose por completo y
entregándose como solo sabía hacerlo él.
El
primer gemido que escuché de sus labios provocó una sonrisa. Era la señal para
saber fehacientemente que lo que hacían mis labios era lo correcto. Jugué con
la lengua sobre la cabeza de su falo y lo hundí lentamente mientras mis ojos se
deleitaban en las venas de su cuello tenso, en sus labios entreabiertos, en su
iris oculto por sus largas pestañas, en sus puños aferrados a la almohada…
Degusté
cada centímetro de su sexo no sólo porque a él lo enloquecía, sino porque yo lo
disfrutaba. Poco a poco el movimiento de sus caderas suave y constante acompañó
mi boca devoradora… Mi boca hambrienta…
-Mi
amor… -susurró-. Quiero estar dentro de ti.
Subí
a horcajadas y descendí sobre su duro pene.
Él
siseó y el aire escapó de sus labios. Me miró con los ojos entreabiertos y
sonrió.
-Cariño…
Sentí
sus manos aferrarse a mi cintura y hundirse más dentro de mí.
Esta
vez fui yo quien dejó escapar un quejido placentero. Sentí mi cavidad estrecha
y húmeda dilatarse a medida que su cuerpo empujaba hasta lo profundo. Comencé a
moverme sobre él disfrutando esos sonidos guturales que ya se confundían con
los míos.
Sentí
que el amor de Mijaíl seguía tan intacto como su pasión. Mi esfuerzo por ser
cada vez mejor era un objetivo imperativo irrenunciable. Deseaba volver a ser
la misma que lo esperaba coqueta y elegante. A la que le gustaba acompañarlo a
esas reuniones aburridas de negocios por el hecho de estar con él. A la
madre de sus hijos, aquella que vigilaba atenta cada movimiento de mis cinco retoños. La misma que amaba compartir las anécdotas en familia durante las
reuniones en la sala. La que sonreía divertida por alguna pelea común entre
hermanos. La consejera y amiga, la amante enamorada, la digna señora Gólubev de
hace un tiempo. No deseaba ser la sombra de aquella que había sido nunca más.
Para eso, debía romper con el pasado y sus rencores. ¿Lo lograría?
Ufffff que final de capi amiga...me dio calorcito... Un bombon ese Mijaíl...como el buen vino... Jajaja
ResponderEliminarMe gusto mucho,disfrute el paseo por rusia con tu relato.
Espero q Sasha abra los ojos de una buena vez y recapaite.
¡Hola Ale! Siii qué calor con este Gólubev! Además es un señor. Me alegro te haya gustado el paseo,quien sabe algún día pasearemos por allí.
EliminarLo de Sasha, paciencia... queda poco para resolver para bien o para mal. Un besote reina y gracias por leerme y comentar.
Ese Mijaíl es un amor de hombre y super sexy!...yo espero que Sasha abra los ojos y deje el pasado que la atormenta y no la deje vivir en paz, no hay duda que la lectura te lleva a lugares hermosos, Lou muchas gracias por el capitulo!
ResponderEliminar¡Hola Lau! Mijaíl me tiene cautivada, debería hacer un libro sólo de los Gólubev, pero no tengo tiempo por ahora, quien sabe más adelante.
EliminarVeremos que pasa con Sasha, viene una fecha muy especial y sería horrible que Dimitri no regresara. Muchas gracias cielo por leerme y comentar.Un besote grande.
Me encanta el personaje Mijail, me enamorado de nuevo. Adoro como combinaste la historia y la descripciones. Genial capítulo
ResponderEliminar¡Hola Citu! Es cierto Mijaíl es un bombón. A mime tiene enamorada también. Me alegro mucho que te haya gustado la historia y las descripciones. Amo viajar. Algún día lo haré. Un besote grande amiga gracias por tu comentario, ¡y que tengas una buena semana!
EliminarHola Lou... Me alegra que Dimitri y Anoushka estén juntos, aunque de momento no hagan planes de futuro... creo lógico que él quiera arreglar las cosas con su familia
ResponderEliminarEl abuelo me parece un personaje muy tierno... ha tirado todos los cuadros, menos mal que ha dejado los de los padres de Anoushka
Preciosas las fotos que nos has mostrado en este capítulo, las historias que nos has contado, las descripciones...
Me ha encantado la conversación que Sasha ha mantenido con Anouk... Creo que la madre acierta cuando piensa que a su hija le puede gustar ese "detestable leñador"
Es terrible lo que Yurovsky les hizo a los Romanov... es lógico que a Sasha le cueste aceptar a Anoushka
Las palabras de Sasha a Anoushka han sido muy duras, es horroroso que le diga que en su mirada tiene el mismo brillo asesino que su bisabuelo
Me ha impresionado la dama de negro que ayuda a Anoushka a colocar las flores y que, antes de desaparecer, le pide a Sasha que perdone y se libere
Creo que esta dama podría ser la esposa del zar
Mijail es un encanto y creo que puede conseguir que Sasha olvide los rencores
Me ha encantado, Lou... Ha sido un placer leerlo
Besos
¡Hola Mela! Anoushka y Dimitri parece que se aman pero deberán solucionar el conflicto con Sasha ya que es imprescindible estar en paz con la familia en este caso.
EliminarLas historia son producto de la imaginación como ya habrás supuesto pero los datos los he buscado con amor y placer para ustedes. La imágenes hermosas.
Yurovsky en ese contexto historico quizás no sea tan mal visto aunque para mí lo niños o jóvenes siguen siendo lo mismo en todas las épocas. Sasha obra por dolor pero en el medio también está el gran amor para con su hijo, deberá solucionarlo.
La dama de negro, sí querida Mela, yo creo lo mismo que tú, parece ser la zarina a la que ella amo y respetó tanto.
Mijaíl... qué agregar! Es un tierno y un verdadero hombre aunque es vampiro.
El placer lo tengo yo, por tenerte como lectora. Gracias miles por estar aquí. Un besote.
LOU, de vuelta disfrutando de tu pluma mágica,,,abrazos
ResponderEliminar¡Hola Lobo! Muchas gracias amigo. Que tengas una muy buena semana. Un abrazo.
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