¡Hola chicos! He llegado a terminar el capi. Lamento si encuentran algún error. Sepan disculpar. Mi madre sigue internada. Un beso grande y gracias por todos los mensajes de apoyo.
Capítulo 45.
La única salida.
Asgard Nilsen.
Cuando entré a mi despacho, sin detenerme por el
pasillo, había echado un rápido vistazo a las personas que aguardaban en los
bancos de madera. La mayoría esperaba que Mirna extendiera un permiso ya concedido
por el juez, para salir del país con un menor. La fugaz mirada alcanzó para ver
a un niño rubio de corta edad sentado junto a caballero de traje gris.
Cerré la puerta y observé alrededor. Me dejé la
chaqueta negra y quité mi corbata. No deseaba parecer muy formal ante un menor
de las características de mi entrevistado. Huérfano de madre y en medio de un
conflicto de tenencia. Lo menos que desearía es ver a un extraño elegante y
rígido haciéndole preguntas. De todas formas primero hablaría con su padre biológico.
Acerqué otro sillón al mío, mesa mediante, cerca de la
ventana. Sobre la pequeña mesa un juego de rompecabezas infantil a medio hacer.
Lo había comenzado Lizzy ayer a la tarde cuando tuve el gusto de hablar con
ella. La niña tenía ocho años y era el típico rehén de un divorcio en malos
términos. Se la notaba angustiada y extrañaba a su padre. La sentencia de 1era.
Instancia había determinado que viviera con su progenitora. Ahora su padre
apelaba la decisión. Costó dictar la sentencia para el juez Hermansen, ya que
una vez que la madre tuviera la guarda formal, abandonaría Noruega por trabajo.
Eso indicaba que Lizzy no vería muy a menudo a su padre. ¿Pero qué otra cosa
podía hacerse? Él trabajaba y podía cuidar de ella solo los fines de semana.
No siempre es fácil la decisión de un juez. Mucho
menos si no podía aportar como Defensor alguna solución clara y apropiada.
Esperaba que no ocurriera lo mismo con Nicolay.
Abrí la puerta y me asomé. Di una mirada al hall y
busqué con los ojos al caballero con el niño.
—¡Hola Asgard!
Ante la voz infantil giré hacia la derecha. Era Lois,
de diez años.
Corrió hacia mí y me incliné para abrazarlo.
—Hola cariño, ¿te vas de viaje?
—Sí, con papá. Vamos a Disneywold.
—¿En serio? ¿No quieren llevarme?
Rio.
—Sí, papá dijo que teníamos el permiso del juez, mamá
no quiso firmar.
—Bueno… Lo importante es que te irás.
El señor Brocgen se aproximó.
—Defensor, buenos días.
—Buenos días. Espero que disfruten.
—Muchas gracias. Lois, despídete. El Defensor tiene
mucho que hacer.
—Adiós, Asgard.
—Adiós, cariño. Cuídate –me dirigí al caballero de
traje gris—. ¿Señor Craig?
Él se puso de pie lentamente como si fuera al cadalso.
Noté que el niño aferraba su mano y jalaba para retenerlo.
—Ya regreso Nicolay, no te preocupes.
Mirna reaccionó al instante.
—Nicolay, ven. Te quedarás conmigo mientras el
Defensor habla con el señor Craig.
—Con mi papá –retrucó el niño.
Mirna me miró y sonrió.
—Claro, con tu papá. Ven, ¿me ayudas a ordenar estos
papeles?
Nicolay negó con la cabeza y apretó la mano de su
padre. Él se inclinó hasta quedar a una altura acorde al pequeño.
—Cielo, no me iré sin ti. Solo espérame mientras hablo
con el Defensor. Estaré tras de esa puerta. Si tú me llamas estaré al momento
contigo.
—¿Y si él viene por mí?
—No vendrá por ti. El Defensor quiere hablar, nada
más.
—No hablo del Defensor.
—¿Y quién vendrá por ti?
—El señor de ropa negra.
Arquee la ceja y presté atención.
—No sé a quién te refieres, hijo. Después hablaremos
tú y yo. Por favor, espérame.
Me hice a un lado para que el señor Craig pasara al
despacho y saludé con la mano a Nicolay, que dicho sea de paso enojado no
correspondió.
—Siéntese, señor Craig, por favor.
—Gracias.
Titubeó y miró alrededor.
Señalé la silla frente al escritorio, apartado del
sofá.
Noté que le llamaba la atención aquel rincón especial.
—Es para los niños. No me gusta el escritorio para
ellos. No vienen a rendir examen.
—¿Yo sí?
Sonreí.
—Si lo toma como tal se pondrá nervioso. Lo menos que
quiero es que nuestra charla se convierta en una tortura. Solo quiero saber
sobre Nicolay y usted.
—Okay.
Observó alrededor, desprendió su chaqueta, y se sentó
erguido.
—Bien, señor Craig… Como sabrá estamos aquí por
Nicolay.
—Lo sé.
—Mi función es buscar lo mejor para él. No soy su
enemigo, bueno… por ahora.
—Entiendo.
—Hábleme de usted y de Nicolay.
Dudó, me miró a los ojos, y suspiró.
—Nicolay perdió hace poco a su madre, no he tenido
contacto con él antes.
—Aguarde, esos datos los tengo aquí –golpee con el
dedo índice la carpeta sobre el escritorio—. Lo que necesito es saber su
relación con él. Estoy al tanto del escaso tiempo que ha tenido para conocer a
su hijo. Digamos que podemos decir que es su padre al menos biológico, por el
dato en el expediente.
—Así es.
—¿Qué ha hecho de su parte para acercarse al niño?
—Lo he llevado a vivir conmigo… y… he acondicionado su
habitación para que se sintiera cómodo. Íbamos juntos a elegir colegios pero no
he podido pero la idea es que lo hagamos mañana o pasado.
Enmudeció como si quedara pensando en algo especial.
—¿Qué más puede contarme?
—Apenas llegó a nuestra casa le compré ropa y… No,
miento. No fue apenas llegó a casa –su voz sonó angustiada—, porque cuando
llegó a casa ignoraba que era mi hijo.
Sus ojos brillaron no supe si de rabia o impotencia.
—¿Cómo se enteró?
Cerró los ojos unos instantes.
—Su tía me lo dijo en una discusión.
Arquee la ceja.
—Si Nicolay no llegó a su casa con el objeto de que
usted lo conociera, ¿puedo preguntarle por qué su tía se encontraba allí con el
niño?
Dudó.
—Creo que no se animó a decírmelo al principio.
—Eso puedo entenderlo pero… ¿Usted y ella tenían
relación cercana? Pregunto porque no se me ocurre porque…
—Porque ellos, me refiero a los padres adoptivos y a
su tía, deseaban instalarse en Kirkenes, por eso recurrieron a mí. Aunque había
terminado con la madre de Nicolay ahora ella no estaba y sentí que debía
ayudarlos –interrumpió.
—Ajá… Continué por favor. ¿Qué más puede decirme?
—Dentro de los juguetes que le compré hay una pelota
que le gusta mucho.
—¿Ha jugado con usted?
Negó con la cabeza.
—Debería. Cuando pregunté que ha hecho para acercarse
no me refería al dinero invertido en Nicolay. Sé de su posición, por lo tanto
no es ningún sacrificio para usted desprenderse de lo material. Mejor… Mejor
dígame que comparten los dos desde que sabe que es su hijo.
—Ah… Sí… Bueno, conversamos mucho sobre todo después
que desayuna y se sienta en la sala.
—¿De qué hablan? Por supuesto si se puede contar
–sonreí.
—Suelo preguntarle sobre lo que le gusta y si se
siente cómodo en casa.
—¿Y qué le gusta?
—Adora las galletas de naranja y la leche con
chocolate. También le gusta jugar a los videos sobre todo del “Hombre Araña”.
—¿Pone horario para que juegue a los videos?
—No… Yo… no quiero que se enoje. Si llegara a
molestarse quizás no querría vivir conmigo. ¿Entiende? No sé cuando tendría que
comenzar a educarlo.
Me recosté en el respaldo y crucé la pierna sobre la
otra en forma de “L”. Lo miré compasivo.
—Señor Craig, ¿cuánto hace que Nicolay vive con usted?
Según el expediente un mes.
—Sí, un mes.
—Entonces, ya ha perdido un mes.
Sonrió.
—No tenga miedo de establecer las reglas. No lo
perderá por ello. Marcar límites también es amar.
Asintió en silencio.
—Cuénteme, ¿quiénes viven en su casa además de usted?
—Mi esposa, mis hermanos, mi cuñada, y familia en
general que me ayuda en las tareas.
—Hábleme de su esposa. ¿Cómo tomó la noticia? ¿Se
lleva bien con el niño?
—Sí, sí… Bianca lo quiere. No se me ocurre cómo podría
rechazar a Nicolay.
—A mí sí. ¿Por qué debería aceptarlo sin reparos. Es
el fruto de otra relación.
—No, Bianca lo quiere.
—Okay.
—Bianca…
—¿Si? Dígame.
—Ella… No estamos bien. Pero con el niño tiene buena
disposición…Yo… No sé por qué estoy contándole esto. No creo me beneficie que
sepa que tengo un matrimonio inestable.
Sonreí.
—Créame que no influye. Gracias por su sinceridad.
Bajó la vista y enmudeció.
—Señor Craig, quíteme la duda. Hay algo que no me
cierra.
—Dígame —me miró.
—¿Por qué demanda a los padres adoptivos de Nicolay? Está
claro que desea la tenencia y que el niño lleve su apellido, sin embargo
podrían no recurrir a un juicio contencioso. Es decir a un acuerdo. La tía vive
en su casa.
—Son ellos los que no están de acuerdo con la tenencia.
Brander Arve y Boris Smirnov. La tía del niño era hermana de su madre y a
pedido de ésta me buscó, no porque ella quiso.
—¿Así que ella consiente que usted viva con el niño?
—Creo que no le gusta, pero repito, era una decisión
de Olga, la madre del niño.
—Entiendo.
—¿Pasa mucho tiempo fuera de su casa?
—¿Yo?
—Sí, usted.
—Algunos días me ausento porque trabajo en el
exterior.
—¿En la Isla de Oso?
—Así es. Después estoy generalmente en casa.
—Es decir que la tenencia la quiere porque estará con
Nicolay.
—Por supuesto. No tendría sentido.
—Créame que en un juicio de menores muchas veces el
sentido se pierde.
—Ah… Claro…
—Cuénteme como se lleva Nicolay con el resto de los
integrantes de la casa, además de su mujer.
—Pues… mi hermana es muy divertida y agradable con él,
lo quiere. Creo que el cariño es mutuo. Charles es como mi padre y lo consiente
como un abuelo. Mi hermano no se encuentra en casa durante el día, por trabajo.
Además mi cuñada tendrá un bebé para otoño.
—¿Habrá un bebé en la casa?
—Sí. ¿Eso es malo o bueno?
Reí.
—Señor Craig, solo pregunto, no estoy juzgando. Eso es
tarea del juez. Continúe.
—Bueno… Margaret cocina para él y le da los gustos.
Nicolay no es caprichoso, está muy bien educado.
—Eso habla bien de sus padres adoptivos.
—Sí, ellos lo han criado muy bien… Pero Defensor, yo
soy su padre. No lo abandoné ni jamás lo haría con ninguno de mis hijos.
—¿Tiene más hijos?
—Douglas y Numa, mayores de edad.
—¿Qué tal ellos con su pequeño hermano?
—Douglas y Nicolay se llevan muy bien. Numa no ha
regresado a casa aún desde que Nicolay llegó. Él trabaja en la isla.
Abrí la carpeta para ir directamente a un punto que me
interesaba… Releí la demanda en silencio salteando detalles que no venían al
caso…
—Señor Craig, usted al parecer no está de acuerdo que
Nicolay fuera adoptado por una pareja gay. Dígame cual es la diferencia que
hubieran sido padres adoptivos heterosexuales.
Noté en sus ojos confusión.
—No, no… Yo no pienso que haya diferencia. Quiero a mi
hijo conmigo, aunque fueran heterosexuales.
—¿Sabe que lo destacó en la demanda como punto a favor
suyo?
Se mantuvo en silencio sin responder.
—¿Leyó la demanda antes de firmarla?
—Confié en mi abogado.
—Lo imaginé por su reacción.
—¿Puedo remediarlo?
—Lamentablemente el juez lee la demanda como se la
presentan.
Lo noté angustiado… Cerré la carpeta.
—Sin embargo, déjeme ver qué puedo hacer. Por último,
¿tiene algo que desee contarme?
Negó con la cabeza tristemente.
—Por ejemplo, ¿quién es el señor de ropa negra que
hablaba Nicolay? Me ha entrado curiosidad al escucharlo en el hall.
—No tengo idea. Su tía me dijo que el niño tiene un
amigo imaginario, pero creo que no usaría ropa negra.
—Muy bien. No se preocupe. La entrevista terminó.
Necesito que me aguarde unos minutos. Haré pasar a Nicolay. Quiero hablar a
solas con él.
—Sí –se puso de pie y titubeó irse—. ¿Tuvo la
entrevista con ellos? ¿Le hablaron mal de mí?
—Señor Craig, todavía no la he tenido, pero si hubiera
sido así no soy una chusma de barrio que lleva y trae. Lo que hablarán ellos
quedará en mí.
Me puse de pie y extendí la mano.
—Fue un gusto.
Él correspondió al saludo y abandonó el despacho. Salí
tras él para invitar a Nicolay pero antes saqué la bolsa de golosinas de mi
cajón. Era fija que cualquier niño de seis años se rendiría a una charla
amistosa con caramelos y chocolates por medio. Iluso yo, Nicolay no era
cualquier niño de seis años…
Cuando lo vi se hallaba de punta de pies y sus dedos
se aferraban al borde del alto escritorio de Mirna. Ella le mostraba como
sellaba unos papeles y empapaba el sello en la almohadilla.
—Nicolay –lo llamé mientras su padre cogía asiento. Me
miró y sus ojos grisáceos como los de su padre oscurecieron—. Ven, quiero
charlar un poco contigo y saber de ti.
Negó con la cabeza.
—Nicolay –murmuró su padre.
—Mirna –me adelante hasta el escritorio—. ¿Quieres
darle estas golosinas al próximo niño que venga? Pensaba compartirlas con
Nicolay pero él no está interesado.
—Por supuesto –sonrió la secretaria.
Los ojos del pequeño se clavaron fijos en la bolsa de
dulces sobre el escritorio. Giré y me dirigí al despacho hasta que su voz me
detuvo.
—Mi tía Ekaterina dice que no debo comer dulces.
Eché un vistazo alevoso alrededor.
—Ah, pero creo que ella no está aquí. Por una vez
podríamos comer si es que después te cepillas los dientes.
Miró nuevamente la bolsa y luego a mí.
—Defensor, ¿usted quiere comprarme?
Mirna y yo reímos. Su padre sonrió.
—Mmm… ¿Sabes qué? Sí.
Asombrado me miró.
—Entonces charlaremos.
—¿En serio?
—Sí. Solo porque me dijo la verdad.
Estudié su pequeña figura avanzar hasta la puerta. Me
hice a un lado y antes de cerrarla guiñé un ojo a Mirna que sonreía divertida.
Apenas quedamos solos lo invité a sentarse en el sofá.
—No te preocupes, solo quiero saber de ti. Conocerte
mejor. De esa forma te ayudaré a lograr lo que quieres.
—¿Usted me ayudará?
—Esa es mi función. Perdón, mi trabajo.
Quedó inmóvil mientras observaba alrededor.
—¿Vive aquí?
—No, en una casa. Y tengo una perra. Se llama Dalila.
—Yo vivo con mi papá, Sebastien.
—¿Y te gusta vivir con él?
—Sí. También me gusta vivir con Brander y Boris.
—Lo imagino. Ven, siéntate y comamos los caramelos.
—¿Usted querrá?
—Si me convidas.
Dio vuelta la bolsa de celofán entre sus manos para
ver mejor el contenido.
—Claro, es bueno convidar.
Ese detalle me indicó que sus padres adoptivos habían
educado con valores al niño. Sin embargo no iba a ser suficiente. Necesitaba
saber más.
Me acomodé mejor y eché un vistazo al rompecabezas.
Solo por unos segundos. No quería perderme nada del él. El menor gesto o
actitud en los niños delataban muchas cosas.
Él caminó lentamente hasta el escritorio y sus ojos
encontraron algo que llamó la atención. No fue la lámpara de vitro de varios
colores, tampoco la cantidad de carpetas de la derecha. Ni siquiera el péndulo
de Newton con el constante movimiento de las cinco esferas. Fue una foto…
Nicolay era muy detallista para su corta edad.
—¿Quién es ella?
—Ella es Malala Yusafazi.
—¿Es su hija? ¿Por qué usa una sábana en la cabeza?
—No es mi hija y no es una sábana. Se llama shayla y
lo usan las mujeres en algunas partes del mundo.
—¿Quién es?
—Malala era una adolescente que sufrió un intento de
asesinato. Quisieron matarla para qué me entiendas.
—¿Por qué?
—Ella luchaba por el derecho a la educación de las
niñas. Hay países que no lo permiten. Ella lo consideraba injusto. Fue muy
valiente.
—¿Vive?
—Sí, y sigue en su lucha. Pero ven, hablemos de ti.
Rodeó el escritorio y se detuvo frente al segundo
portarretratos.
—¿Ella es Dalila? ¿Su perra?
—Sí, es una golden de ocho años.
—¿Y él?
—Mi hijo.
Se acercó y se sentó en el sofá frente a mí. Esta vez
su atención la llevó el juego de piezas.
—¿No pudo armar el rompecabezas?
—Estoy en ello. ¿Me ayudarías mientras hablamos?
Encogió los hombros y abandonó la bolsa de caramelos
sobre la mesa.
Otro detalle… Nicolay no era desconfiado. Muchos niños
durante la charla no abandonaban los dulces y se aferraban a ellos como si por
alguna razón alguien podría quitárselos. No era el supuesto de él. Confiado y
desprendido.
De a poco fue ordenando las piezas por colores
similares.
—¿Por dónde empezamos? ¿Tú qué dices? –pregunté.
—Creo que si las juntamos por color nos será más
fácil.
—Ah… Bien… Y cuéntame, ¿qué haces cuando estás con
Brander y Boris?
—Paseamos, jugamos a la pelota. No, Brander no sabe
jugar al futbol, juego con Boris. Con Brander juego a los videos. Es muy bueno.
A veces me deja ganar.
Reí.
—¿Solo a veces?
—Casi siempre. ¿A usted le gusta el “Hombre Araña”?
—Sí, me gusta. Dime, ¿qué haces cuando te despiertas?
—¿Ahora?
—Cuando estabas con Brander y Boris.
—Me levanto, me cepillo los dientes y la cara. A veces
me baño. Otras veces me baño antes de acostarme. Dice Brander que es mejor
porque descanso bien y no tengo pesadillas.
—¿Tienes pesadillas?
—A veces. Porque ceno y me duermo. Dice tía Ekaterina
que no debo ir a la cama enseguida que comí.
—Ah… Es bueno saberlo. ¿Y siempre cenas?
—¡Claro! Mire –cogió en su mano varias piezas—. Son
amarillas. Son las piezas que formarán el sol. No hay más amarillas. Solo
éstas.
—¡Qué bien! Mira, aquí hay otra –cogí una pieza entre
muchas.
—Cierto –frunció el ceño enojado—. ¿Cómo no la vi?
Evidentemente Nicolay era un niño muy exigente consigo
mismo.
—No importa. Lo haremos entre los dos.
—Sí, pero debí haberla visto.
—Cuéntame cómo te llevas con Brander y Boris. ¿Se
enojan mucho contigo?
—No, me porto bien. Aunque tía Ekaterina me grita a
veces. ¡Nicolay junta tus juguetes! ¡Nicolay pide permiso! ¡Nicolay, Nicolay!
Sonreí.
—¿Pero los tres son buenos contigo?
—Sí. Mi tía, Brander, y Boris.
—¿Vivían todos juntos?
—Sí, ahora Brander y Boris se casaron.
—Ah, okay…
Me miró mientras terminaba de armar el sol.
—¿No me preguntará sobre eso?
Arquee la ceja.
—Nicolay, ¿estás seguro que tienes seis años?
—Casi siete. En un mes será mi cumpleaños. Estoy preocupado
porque no sé con quién lo pasaré.
Suspiré.
—¿Y con quién te gustaría?
—Con mis tres papás. Y con la tía Ekaterina. También
con Bianca. Es la mujer de mi papá, Sebastien. Ella es buena, me compró un
regalo. Mi tía dice que será mi madrastra. A mí no me gusta esa palabra.
—A mí tampoco. ¿Tu tía no la quiere?
—Ni un poquito.
—Entiendo. Pero tú sí.
—Me cae bien. Mi mamá dijo que ella me cuidaría.
—¿Cuándo te lo dijo?
—Antes de morir.
Me recosté en el respaldo un tanto preocupado.
—¿Estabas con ella cuando murió?
—No. Pero se despidió de mí. Yo no sabía que ella se
despedía. Me abrazó, me cantó una canción, y me quedé dormido. ¿Sabe qué?
Olvide como termina la canción.
—Estoy seguro que ya la recordarás —dije apenado—. Hablemos
de tu nuevo papá. De Sebastien. ¿Lo quieres?
—Mucho. Como a Boris y a Brander. Aunque es diferente.
—Cuéntame el porqué.
—Lo conozco poco. Le tenía miedo porque él es… —quedó
pensativo—. Él es muy importante.
—¿Pensabas que no te querría?
—Sí. Mi tía decía que a lo mejor no quería ponerme su
apellido. Bueno, no me lo decía a mí. Lo hablaba con Boris y con Brander.
—Parece que tu tía se equivoca bastante.
—Es muy buena.
De pronto, me quedé sin preguntas. Lo dejé que armara
el rompecabezas sin interrumpirlo. Me di cuenta que necesitaba un
interrogatorio muy diferente al que por costumbre hacía a los niños en
conflicto de tenencia. Fue como si al conocerlo y al escucharlo hablar, se
abriera un ramillete de dudas no habituales a la rutina. No podía ahondar sobre
el tema de su madre, no era psicólogo y podía empeorar su psiquis. De todas
formas no iba a influenciar en la tenencia. Aunque sí, me quedé con la
curiosidad de saber qué conocía Nicolay sobre el motivo de la muerte. ¿Un virus
como se lo habían contado? O lo que sería más trágico… El suicidio.
Cogí el anotador de mi bolsillo y escribí. Debía
aconsejar un profesional para Nicolay más allá de la resolución del juicio.
—¡Mire Defensor! Encontré la pieza roja. Es el
sombrero del duende.
—¡Qué bien!
—¿No me preguntará nada más?
—Sí… Solo que… ¿Te molesta si pido un café?
Negó con la cabeza.
Me puse de pie y abrí la puerta. Mirna me miró.
—Por favor, ¿podrías traerme un café?
Ella me observó por segundos. Evidentemente no era el
mismo que había entrado al despacho.
—Sí, ¿con o sin leche?
—Sin leche. Gracias.
Cerré la puerta y me senté.
—¿Cómo vas con el rompecabezas?
—Bien, pero usted no está ayudando. Dijo que lo
haríamos entre los dos.
—Tienes razón. A ver…
Continuamos en silencio uniendo piezas hasta que Mirna
trajo el café y se retiró. Entonces, retomé el cuestionario.
—¿Dónde vives cuando te quedas con Brander y Boris?
—En un hotel. Pero ellos dijeron que ya tienen una
casa nueva. Yo quiero que vivan en la mansión, es muy grande y hay lugar.
—¿Se lo preguntaste?
—A papá Sebastien.
—¿Y qué te dijo?
—Que ellos no querrían. ¡Qué pena!
—¿Te gusta llamar papá a Sebastien?
—Sí, me encanta. A él también.
—¿Por qué no llamas papá a Brander o a Boris? ¿No
quieres?
—Es que siempre los llamé por el nombre.
—Tienes razón.
—Pero los quiero mucho y no quiero separarme de ellos.
Quisiera vivir con los tres.
—Entiendo.
—¿Me ayudará, Defensor?
—Haré todo lo que esté a mi alcance… Y si llegado el
caso, deberías elegir, ¿con quién preferirías?
—Me gustaría vivir con Brander y Boris y unos días
quedarme con mi papá Sebastien. Es que no lo conozco mucho.
—Claro…
—¿A Dalila la dejan venir aquí?
—No –sonreí.
—¿Y a su hijo?
Tragué saliva.
—Ya no está.
Sus ojos se apartaron de las piezas y me miraron.
—¿Murió?
—Sí.
—Como mi mamá.
—Sí.
—¡Qué triste! Debe extrañarlo mucho. A mi mamá la
extraño todos los días.
—Sí… —bebí un sorbo de café y recé para que no
preguntara más.
Imposible viniendo de Nicolay.
—¿Por qué murió su hijo?
—Bueno…
—¿Un virus?
—No, no fue un virus. No deseo hablar de ello. ¿Me
perdonas?
—Sí. No importa. Sé que no quiere hablar para no
llorar. A mí también me pasa. Pero Brander dice que es bueno llorar cuando uno
tiene ganas.
—¿Qué más dice Brander? –corté la conversación.
De verdad no quería ponerme triste delante del niño, y
menos tocar un tema tan delicado como la muerte de Ricky.
Mirna golpeó suavemente.
—Adelante.
—Defensor… Hay una llamada para usted.
—Dile que llame más tarde.
—Es urgente. Es Hakon.
—Pásamela.
Me puse de pie y avancé hasta el escritorio aguardando
que la luz roja del aparato comenzara a parpadear. Levanté el auricular
preocupado.
—Vikingo, ¿qué ocurrió?
—Asgard… Rainer Oliversen escapó. Quiso robar en la tienda
de víveres de la calle French.
—¿Lo atraparon?
—Tiene un rehén.
—¡Mierda!
—Pensé que debía enterarse. Quizás con su ayuda
deponga la actitud, aunque ya está en problemas. Ya no es el mismo delito.
—Voy para allá.
Colgué y miré a Nicolay
—Cariño, debo dejarte.
—No terminamos el rompecabezas, ¿no importa?
—No te preocupes.
—¿Nos volveremos a ver?
—En el juicio.
Cogió sus golosinas y se dirigió a la puerta. Me
adelanté para abrirla.
—Hasta pronto, Nicolay.
—Hasta pronto. No olvide que prometió ayudarme.
—No lo olvidaré.
…………………………
Volé por esas calles de Kirkenes… Creo que faltó poco
para fundir el motor de mi coche. Tuve que seguir a pie al llegar a las
barricadas, a ese tumulto de gente curiosa, y patrulleros. Esquivé policías
pidiendo permiso, y a veces no. El tiempo era oro, para mí y para Oliversen. En
mi mente repetía una y otra vez, “no lo hagas, por favor, no lo hagas.”
La voz de alto me sorprendió. Giré para enfrentar a
quien intentaría detenerme.
—Comisario, permítame hablar con él.
—No puede pasar, Defensor.
—Tengo que hablar con Oliversen. Puedo convencerlo.
Seguí mi camino con Hansen detrás de mí.
—¡Defensor! Este no es su lugar de trabajo. Nosotros
debemos actuar. ¿Es qué no entiende?
—¡El que no entiende es usted! Sé que lograré que
suelte al rehén.
A duras penas llegué hasta la primera fila de policías
apuntando. Fijé en la perspectiva y ahí estaba él, sujetando a una joven por el
cuello. Pero no era lo peor. Oliversen tenía un arma, ¿dónde mierda la había
conseguido?
—¡Rainer! ¡Rainer, soy yo! –lo llamé por el nombre de
pila.
Sus ojos me buscaron entre los policías y me
descubrió.
—¡Asgard!
—¡Rainer, no hagas locuras! ¡Hallaremos una solución!
Hizo una mueca de escepticismo.
—¡No hay solución, Asgard! ¡Quería otra oportunidad!
—¡Okay! ¡Hablaremos con el juez!
—¡No le creo!
—Rainer –bajé la voz y fui acercándome—. Por favor,
confía en mí.
La joven lloraba. Olí en el aire tenso el cansancio de
la policía…
—¡Rainer, sabes que haré todo lo mejor! ¡Suelta a la
joven y deja el arma en el suelo!
—¡No quería regresar a esa mierda! ¡No saldré nunca
más!
—Rainer… Si sigues cometiendo delitos no podré
ayudarte, por favor –supliqué—. Escucha, la joven no tiene la culpa, déjala ir.
Si le haces daño, no ganarás nada. Todo lo contrario.
—¿Por qué tengo que ser yo el que tenga una jodida vida?
¡Dígame!
—Escucha, has tenido mala suerte pero puede cambiar.
¡Depende de ti! ¡Rainer, ella no tiene que ver!
—¡Volveré al internado! ¿Sabe lo que ocurre allí? ¡Sí,
lo sabe!
—Escucha, si le haces daño no habrá vuelta atrás. Ella
no tiene que ver en esto.
Él me miró fijo. Un movimiento leve de la mano que
sostenía el arma provocó el “clic” de los gatillos de la policía, preparándose.
—¡No disparen! –ordené, aunque quien era yo para
dirigirlos.
—Tiene razón, ella no tiene la culpa de mi jodida
vida.
Oliversen soltó el amarre de la joven y la empujó a un
costado. Ella corrió en medio de un ataque de nervios.
—Eso es, Rainer. Ahora deja el arma y hablemos.
—Nada puede hacer por mí, ya es tarde.
Mi corazón se detuvo al tiempo que un grito salió de
mi garganta.
—¡Nooo!
Me lancé hacia él para detenerlo, pero tenía razón.
Fue tarde. Llegué tarde…
El ruido del arma al dispararse en su cabeza retumbó
en mis oídos y en todos los que estábamos allí…
Oliversen cayó muerto.
Nada había podido hacer… Otra vez en mi vida… había
llegado tarde.
Permanecí dos horas sentado en el banco de la plaza,
con mi cabeza inclinada hacia el suelo, sin poder creer lo ocurrido. Tanto
luchar para que se regenerara para que él se diera por vencido. La culpa por no
haber hecho lo suficiente me carcomió cada minuto que estuve allí, escuchando
voces lejanas y movimiento de ambulancia y patrullas.
Una mano extendida se interpuso en mi visión. Levanté
la vista y miré al policía.
—Soy el Oficial Petrov. Debería irse, Defensor. Ya no
podrá hacer nada.
Me puse de pie lentamente y correspondí al saludo. Vi
a Hakon venir hacia mí.
—Vamos, Asgard. ¿Qué podías hacer? El chico no estaba
bien.
—Creo que sí podría haber hecho otras cosas, no sé… No
hice bien mi trabajo.
—Deja de culparte.
—¿Quiere que lo acerquemos a su casa? –dijo el tal
Petrov.
—No, gracias. Tengo mi coche estacionado en la esquina.
—Escucha Asgard, de Oliversen nadie va a hacerse
cargo. Tú sabes todo es dinero. Así que el Estado le proveerá un cajón e irá a la
fosa común.
—No, correré con los gastos. Hasta el último de ellos.
Tendrá su sepultura.
Movió la cabeza negando.
—Como gustes. Sin embargo no tienes porque hacerlo.
—Sí, Vikingo. Es mi responsabilidad.
Sebastien.
Mis ojos pasearon por la maleta y el rostro de ella.
Una y otra vez. Había silencio entre los dos. Un silencio que sospechaba no
nacía de este mismo acto de abandono. Sino de mucho tiempo atrás. ¿Cuándo habíamos
roto el hilo indestructible que nos unía? ¿Cuándo dejamos de ser indispensables
el uno para el otro? ¿Desde qué día? ¿Desde qué segundo? ¿Importaba acaso? Lo
cierto que Bianca y yo no éramos los mismos. Un desgaste que poco a poco se
convirtió en profundo y descomunal.
La sala permanecía silenciosa. Nadie se atrevió a
abrir una puerta o bajar la escalera. Era como si ambos fuéramos una obra al
óleo de algún pintor deprimido que imaginaba una escena de desolación.
—Así que te vas –las palabras salieron casi sin
pensarlo.
Bajó la vista y secó sus lágrimas.
—Te pido un tiempo. Ambos lo necesitamos.
—Habla por ti.
Me miró con ese iris borgoña tan profundo.
—No quieres reconocer que estamos hundiéndonos.
—No soy tonto, sé que estamos pasando una crisis. No
por eso… —tragué saliva.
—Es lo mejor. Será peor si permanezco aquí, con los
brazos cruzados. No estoy bien, y a ti no te interesa.
—¡Sí me interesa!
—Pues no se ha notado. Lo disimulas bien.
—Si te vas, no te daré seguridad que esperaré sentado
a que regreses. Tampoco iré a buscarte desesperado como ya lo he hecho.
—Claro que no. Lo sé muy bien. No eres el mismo.
—Tú tampoco.
Se inclinó y cogió la maleta. Mi corazón latió fuerte,
como si quisiera desgarrar el pecho y escapar.
—No voy a quedarme a discutir. Nos hemos hecho daño
sin querer y no deseo que ahora sea a propósito. Quizás no entiendas que
alejarse es necesario pero…
—Vete. Podré con esto –la interrumpí.
Clavó la mirada bañada en lágrimas.
—Estoy segura que sí.
Caminó hacia la puerta y la seguí con la mirada,
aunque no quería verla partir. Esa parte que tenemos todos de masoquista
necesitaba asegurarse que no se arrepentiría, que me dejaba porque ya no me
amaba como yo a ella. Sin embargo había pedido un tiempo, ¿eso había dicho?
Antes de abrir la puerta murmuré.
—¿Cuánto tiempo, Bianca?
Ella posó la mano en el picaporte y sollozó.
—No lo sé. Juro que no lo sé.
Y partió de casa, de su casa. De esta mansión que
había sido testigo de nuestra hermosa historia de amor. Ahora ella cerraba la
puerta dejándome solo. Con la responsabilidad de gobernar nuestra raza, con el
corazón herido, y con un juicio de tenencia que enfrentar.
………………………..
No supe cuántas horas pasaron mientras me encerré en
el despacho. Di cuenta del tiempo cuando Charles abrió la puerta y suspiró al
verme.
—Nicolay no puede dormir y ya son las dos de la
mañana.
Me puse de pie y avancé hacia la sala. Él no dijo
palabra. Creo que de nada hubiera servido. Si alguien en esta casa sabía cuando
ser prudente, ese era Charles.
Subí las escaleras y caminé por el pasillo. Ron estaba
sentado en el suelo junto a la puerta de Anne. No me detuve a preguntar qué
hacía allí tan tarde. Tampoco saludé a Sara cuando se cruzo con el niño en
brazos y el biberón en la mano. Solo escuchaba el retumbar de mis pasos
acortando la distancia a la habitación de mi hijo.
Entré y cerré lentamente la puerta.
El velador con la imagen de Mickey iluminaba su
cabello rubio en la blanca almohada. Tenía los ojos cerrados y parecía murmurar
unas frases.
—Cariño, ¿no puedes dormir?
Giró su cabeza para mirarme preocupado.
—No, es que no recuerdo una canción que me cantaba
mamá. Quizás tú la sepas. Me ayuda a dormir cuando tía Ekaterina no está.
Me acerqué y me senté a su lado.
—Tu tía regresará mañana, no tengas miedo. Se quedará
con Boris y Brander. Iba a ayudarlos en la mudanza. ¿Sabes qué tienes una casa
nueva?
—Sí.
—No te preocupes, mañana estará aquí. ¿Y cómo es la
canción?
Quedó pensativo y se hizo a un lado.
—¿Te acuestas a mi lado y me abrazas?
—Por supuesto.
Así lo hice hasta cobijarlo con el edredón y rodearlo
con mi brazo.
—La canción comienza así…
“Duérmete mi niño, nada ocurrirá.
Cierra los ojitos, y el sueño vendrá.
La luna redonda, te sonreirá.
La estrella más bella, te iluminará.
Duérmete mi niño, sin ningún temor.
Velaré tu sueño, con todo mi amor…
—No recuerdo más –balbuceó angustiado.
—Tranquilo cariño, ya la recordarás.
—¿Vas a quedarte conmigo hasta que me duerma?
—Todo lo que sea necesario.
—Gracias.
—No tienes porque agradecerme. Me gusta estar contigo.
—A mí también.
—Duerme, cielo. Mañana tía Ekaterina estará aquí.
—Me lo prometes.
—Te lo prometo.
Lenya.
Sentado en la sala aguardaba que Liz bajara y pudiéramos
salir cuanto antes de allí. Sinceramente tenía razón, el aire de la mansión se
había convertido en irrespirable. Mi hermano y Ekaterina hablaban en el parque
y parecía ser una conversación poco agradable. Cuando entré a la cocina por un
café, Rose estudiaba en silencio. Margaret cosía una prenda sentada junto a la
isla con evidente cara de tristeza. Sara y Rodion habían salido con el niño a
pasear por Kirkenes. A Ron y a Charles no los había visto, quizás habrían ido a
cazar. De Anne no esperaba escuchar ningún alboroto. Scarlet trabajando. Así
que nuestro hogar parecía un paraje callado y lúgubre.
—Ya estoy, ¿te hice esperar mucho?
Liz bajó la escalera con un vestido canela de flores
amarillas. Llevaba zapatos blancos de tacón bajo que hacían juego con un
pequeño bolso. Su cabello recogido en una coleta.
Sonrió.
—No, amor. Estás muy bella.
—Gracias. Debo comprar otro vestido para este verano.
Mira, me queda muy justo y lo compré el mes pasado.
—Es que nuestro bebé crece muy rápido –me acerqué y
cogí su mano—. ¿Estás lista?
—Sí. ¿Dónde iremos?
—¿No llevarás abrigo? Quizás llueva más tarde. Hay
nubarrones.
—No creo que vaya a hacer tanto frio para usar abrigo.
¿Dónde iremos?
Abrí la puerta y señalé el cielo.
—¿Ves? No te miento. Lloverá.
Sus ojos con lentecillas verdosas observaron el cielo.
—Cierto. Pero vamos en coche. ¿En el Falcon de
Charles?
—No, Scarlet dejó su Civic. Me lo prestó.
Rio.
—Vaya, ¿cómo la has convencido? Debiste darle una
poderosa razón.
—Por supuesto –nos dirigimos al garaje—, salir con la
más bella vampiresa.
Una vez que arranqué el motor y avancé hacia los
portones, Liz volvió a preguntar.
—¿Me dirás dónde iremos?
—Pues… ¿Te has puesto el cinturón?
—Sí, Lenya. ¿No lo ves? –acarició la correa.
—Es que estoy concentrado en el volante. Sabes que
conduzco desde hace poco. Pero no te asustes soy responsable cuando llevo una
carga tan valiosa.
Sonrió y miró por la ventanilla mientras yo cogía
velocidad. El cielo plomizo hacía juego con nuestros ánimos. La ausencia de
Bianca se notaba no solo en la tristeza reflejada en mi hermano sino en cada
rincón de la mansión.
Su móvil sonó con una melodía suave. Lo quitó de su
bolso y atendió.
—¡Hola Marin! ¿Cómo estás?……………… Me alegro, yo muy
bien. Saldremos con Lenya a dar un paseo…………………. Sí, es verdad. Bianca se fue.
Es todo muy triste………….
¿Estás en el centro con Douglas? Quizás nos veamos y
bebamos algo los cuatro………………..
Hizo una pausa para ver por la ventanilla.
—Aguarda, te llamaré luego.
Guardó el móvil. Noté su mirada en mi perfil.
—¿Por qué vamos cerca de la reserva?
—Porque te llevaré allí.
—¿Para qué?
—Necesito que te distraigas y yo debo hacer unos
trámites.
—¿Te has vuelto loco?
Respiré profundo.
—Loco estaría si te dejara a la deriva entre esas
paredes.
—¡Pero no quiero verlo! ¡Él tampoco quiere verme!
—Liz, sé razonable.
—¡Soy razonable por eso me niego a ir! Detén el coche
o saltaré.
—No lo harás. Si no estuvieras embarazada quizás te
creería. En tu estado sé que no pondrás en peligro al bebé.
—¡Lenya Craig, detén el coche!
Poco a poco aminoré la marcha y estacioné al costado
de la ruta. Con los antebrazos descansando en el volante traté de hacerle
entender.
—Liz, por favor. Lo pensé mucho antes de tomar la
decisión y llamarlo.
—¿Lo llamaste? ¿Rogaste porque me recibiera en su
casa?
—No fue así. Solo le pedí un favor y él aceptó.
—¡Por supuesto que aceptó. Lo has puesto entre la
espada y la pared. Eres un desalmado.
—Si cuidar de mi hembra y de mi hijo es ser un
desalmado cabrón, sí lo soy.
Cayó por unos segundos.
—Lenya, no estaré cómoda en la cabaña haciéndolo
sentir miserable.
—No estará solo contigo. Dijo que tendrían una
reunión, un cumpleaños.
—No puedo creerlo.
—Vamos Liz, hazlo por mí. Me sentiré más tranquilo.
—Lenya…
—Por favor, Liz.
Se mantuvo callada. Y aunque no me dio el sí, no hubo
oposición cuando di arranque al motor.
Continué la ruta en silencio. Al divisar las primeras
cabañas la observé de reojo. Seguía triste. Solo esperaba que su amigo pudiera
hacerla sonreír. Como adivinando mi pensamiento, me miró.
—Estaré bien, no te preocupes. Te amo. Gracias por
pensar en mí.
Hola, Lou... Asgard Nilsen no es que sea todo un profesional... es que es un hombre con buenos sentimientos que desde luego se preocupa y procura el bienestar de los menores
ResponderEliminarMe ha encantado como ha tratado a Nicolay... Nicolay es un niño sorprendente para la corta edad que tiene... pero existen niños muy maduros, no lo considero un fallo
No sé quién será "el señor de la capa negra"... pero a Nicolay le asusta y alguna razón debe tener
Cuando el juez Hermansen decida sobre este caso te diré si estoy de acuerdo con él
Ha sido horrible lo que ha sucedido con Rainer Oliversen... que alguien decida quitarse la vida siempre es teriible, y entiendo la desazón de Asgard
Bianca se ha ido de la mansión, y has transmitido muy bien la tristeza que sentía ella y Sebastien
Lenya es un campeón y como tal se ha comportado... veremos si Drank consigue ser un gran amigo para Liz... su mejor amigo
El capítulo me ha encantado, es todo un placer leerte... y la trama está superinteresante
Espero que tu madre pueda estar pronto en casa
Te mando un fuerte abrazo
¡Hola Mela! Asgard tiene buen corazón, a veces la profesión no ayuda y el medio tampoco. Entre Nicolay y él se ha formado una linda relación, aunque el niño espera que no le falle y quizás no dependa de él.
EliminarEl señor de ropa negra... no puedo decirte aún pero en el próximo capi lo sabrás.
Lo de Rainer es terrible y el Defensor no ha podido estar en todo. Creo que ese hecho trágico lo movilizó.
Bianca y Sebastien se han separado por el momento, creo que es lo mejor. Seguirían haciéndose daño y sin comunicarse como deben.
Drank y Liz juntos como amigos otra vez. Muchos lo estábamos esperando. Lenya un Señor como siempre.
El placer es mío. Siendo la escritora que eres es un honor. Gracias cariño un beso grande.
Es un error pensar que hay una única salida, siempre hay más. El chico que se ha quitado la vida sólo ha visto una y Bianca ha elegido la distancia. Ella y Sebastien aún están a tiempo de encontrar más salidas. Magnifico capítulo!
ResponderEliminar¡Hola Ignacio! Tienes razón, la única salida la ven ellos pero la hay. Con respecto al chico su breve historia tenía el fin de conocer más a Asgard Nilsen y su forma de ser. En cuanto a Bianca creo que no hubieran llegado a nada a como están las cosas si hubiera permanecido allí. La distancia en este caso podría hacer ver a las personas cuánto se necesitan y los errores que han cometido.
EliminarMe alegro mucho que te haya gustado el capi. Te agradezco que comentes. Escribir es mi cable a tierra y el contacto con los seguidores me hace feliz. Un abrazo grande desde Argentina.
Se veía venir que Bianca se marchara de la casa y un momento super difícil para ellos 2, una lástima que estén separados pero eso es falta de comunicación y ninguno de los 2 va hablar, esperemos que se arreglen, Lou bella espero que tu mami se ponga bien y pronto muchas bendiciones.
ResponderEliminar¡Hola Lau! Es cierto, Bianca no estaba bien con lo que pasa por su cabeza y teniendo a Ekaterina de enemiga. Sebastien tiene mucho para hacer y ha descuidado un poco la relación. Quizás ambos se den cuenta lo que se necesitan.
EliminarVeremos que pasa con cada personaje implicado. Con Liz y Drank, Con Nicolay, Sebastien, Bianca, y también con los padres adoptivos.
Un besazo mi sol, gracias por comentar me hace feliz.
Uy ojala Bianca lo piense mejor . Genial capítulo . Esperó que tu mamá mejore.
ResponderEliminar¡Hola querida amiga! Gracias por pasarte. Sé que tienes el tiempo justo. Espero ponerme al día con los dos capis de tu bella novela.
EliminarLa separación a veces hace pensar así que veremos que ocurre con estos dos que aunque se aman no se encuentran en el mejor momento.
Gracias por tus deseos sobre mi madre. Ojalá salga pronto del hospital
Un beso grande mi sol, y buena semana.
Me he quedado con ganas de comentarte aqui y paso a saludarte y desearte que tu madre se mejore.
ResponderEliminar¡Gracias Ramón! De verdad no te preocupes. Tu comentario es valioso sea la pág que sea. Mi madre la operarían mañana, eso espero. Un abrazo grande.
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