Quiero contarles que pensé que en este capítulo sabrían si Bianca va a Kirkenes o a Siberia. Pero no está incluido en esta entrega sino en la siguiente. Disculpen por el mal cálculo.
En cuanto a Bianca y Sebastien las cosas siguen igual, no olviden que no ha transcurrido tanto tiempo para la saga aunque yo publique distanciado. Todo se ha desarrollado entre abril y comienzo de mayo. Es pronto para que las crisis se compongan si es que lo logran. Aclaro porque sé que están ansiosos.
Se nota la tendencia de una parte de los lectores a favor de Bianca y otra por Sebastien. La autora prefiere ser neutral. Sé que mis protagonistas nunca van a ser perfectos porque esa es la idea. Quienes se han comportado varias veces maravillosamente y con virtudes extraordinarias pueden llegar a dejarte con la pregunta, "¿qué diablos estás haciendo?" Sí, como los humanos, nosotros tan imperfectos.
Ahora sí no los retengo más. El capi 50, es todo de ustedes. Muchas gracias.
Capítulo 50.
El juicio.
Sebastien.
El día había llegado. Por fin un juez con experiencia
y basado en el derecho justo, resolvería la tenencia de Nicolay. Hoy,
regresaría con mi hijo a casa con la alegría de saber que de ahora en más nadie
nos separaría. Compartiríamos todas las horas que el resto de mis responsabilidades
me permitieran. Lo vería crecer y madurar como tiempo atrás se me había negado.
O quizás… Quizás no. ¿Ocurriría lo que tanto temía? ¿La sentencia dictaría la
guarda definitiva para Boris y Brander? Tener la guarda y tenencia por sus
padres adoptivos no significaba que no lo vería más, pero quien gozaría de ese
privilegio podría viajar a los confines del mundo con mi hijo sin pedir la
autorización. Podría elegir colegio, negarse a un paseo escolar, o a estudiar
algún idioma.
No quería pensar en ello, aunque Charles me había
aconsejado que lo tuviera en cuenta, así no sentiría tanto dolor.
Creo que en eso se equivocaba. Era imposible que no
percibiera el terrible desgarro de una separación cuando apenas habíamos
comenzado a conocernos. ¿Preparado? No, no estaría preparado para verlo partir
de la mano de sus padres adoptivos. No deseaba imaginarme los supuestos y
mezquinos días de visita que me corresponderían. Mejor… Esperar el momento.
Me miré en el espejo de cuerpo entero. Mis dedos
acomodaron el nudo de la corbata que ajustaba el cuello de la camisa negra.
Camisa negra… Como amaba Bianca… Cielos… ¿Dónde estaba Bianca? ¿Qué estaría
haciendo en esas cumbres de origen desconocido y con un vampiro ignorante como
Odin?
La charla con Charles me había hecho bien. Después de
conjugar el raciocinio con la lógica como solo sabía hacerlo él, comprendí que
mi hembra no podía haber planeado escaparse con ningún macho. Que lo visto por
Scarlet debía tener una explicación… ¿Pero cuál?
No volví a llamarla. Bueno… Lo intenté un par de
veces, sin embargo nunca contestó. Imaginaba que la reina de Marte debía estar
furiosa. Una sola vez dejé un mensaje en el contestador. Quise decir muchas
cosas, que nos encontráramos, que habláramos… pero me sorprendió el “bip” del
corte de la grabación sin poder expresar lo que sentía. Ella no devolvió el
llamado… Hubiera preferido que lo hiciera aunque me insultara. Al menos
escucharía otra vez su voz.
Mi móvil sonó sobre la mesa de luz. Me precipité y lo
cogí para leer la pantalla con la desesperación del naufrago a una tabla
salvavidas… Era mi abogado…
—Doctor.
“Señor Craig, estaré en la puerta de tribunales en
veinte minutos”.
—Sí, no se preocupe. Seré puntual.
“¿El niño? Debe ir con él. Por si acaso…”
—Nicolay está con sus padres adoptivos. Ellos lo
llevarán.
“¿Está seguro?”
—Sí. Sé que no huirían con él. Si llegaron hasta esta
instancia, sería ridículo.
“Me sorprende su confianza en terceros siendo un
exitoso hombre de negocios.”
—Por el mismo motivo, doctor. Por la confianza en las
personas he llegado a ser lo que soy. No se preocupe. Estarán allí con Nicolay.
Apenas corté golpearon la puerta.
—Adelante.
—Hermano…
—Ah, Lenya… Pasa, ¿qué necesitas?
Lenya se adelantó unos pasos y por la puerta
entreabierta observé a Liz cruzada de brazos.
—¿Qué ocurre?
—Bueno… Es que… quería hablarte sobre lo de la otra
noche. Antes de ayer…
—No entiendo. ¿Qué deseas hablar?
—Yo… —miró a Liz—. Creo que me excedí en decirte cosas
que no tenían sentido y…
Sonreí frente al espejo.
—¡Lenya! –se enfadó Liz.
—Okay, okay… Quería decirte que… eso… de Bianca y el
vampiro… Que exageré porque no pensé bien lo que decía y…
—¡Y! –se enfadó Liz.
—¡Ya voy! Bueno… que no creo eso de Bianca porque si
me pongo a pensar no sería capaz de hacer algo así como…Como eso de meterte
cuernos y bueno… Nada…Quería que lo supieras.
Sonreí otra vez.
—Gracias. No te preocupes. Tampoco lo creo. Ahora si
me permiten, debo ir a Tribunales.
—¿Irás solo? –preguntó Liz.
—No, Charles dijo que me acompañaría aunque me opusiera.
La verdad que no tengo fuerzas para contradecirlo.
—Estaremos contigo, hermano. Aunque no físicamente.
—Lo sé, gracias.
—Sé que vendrás con Nicolay –sonrió Liz.
—Eso espero.
Al bajar la escalera vi a Anouk junto a Rose y Sara.
—Anouk, ¿qué haces aquí?
—Me enteré que sería el juicio y quise estar junto a
Nicolay. Aunque te otorguen la tenencia sé que será difícil para él separarse
de los errantes.
—Okay…
No era que no supiera que mi hijo extrañaría a quienes
lo criaron y le dieron amor, sin embargo no podía hacer otra cosa. La
comunicación entre Boris y yo no era muy placentera y amistosa. Desde un
principio y aún sabiendo que me ocultaba la identidad había resultado hasta
agresivo las veces que nos cruzábamos. No era un vampiro que pediría perdón,
Boris no era de esos que reconoce su falta. Me jugaba que no me reconocía como
líder de su raza y ni siquiera su guía. Debía entender que ni la presencia de
mi padre en su momento lo había hecho permanecer en las cumbres bajo reglas.
Charles salió del despacho vestido elegante. Margaret cogió
su abrigo y el bolso del perchero y sonrió.
—Estamos listos. Tendrás suerte, ánimo.
—Gracias Margaret. Vamos, no quiero llegar tarde.
Boris.
Revisé el ropero una vez más para confirmar que no
olvidaba nada. Nicolay podría partir con Sebastien desde Tribunales si así el
juez lo consideraba justo. Y allí, en ese mismo instante comenzaría nuestra
odisea. Extrañarlo, habituarnos a que ya no estaría correteando entre nosotros
gran parte del día. Tampoco escucharía sus caprichos y pataletas por la compra
de un dulce o un juguete. Ni siquiera podríamos darles las “buenas noches”
cuando fuera a dormir.
Respiré profundo y cogí una de las últimas prendas que
quedaban entre los estantes. Me acerqué a la cama, donde una odiosa maleta pequeña
permanecía abierta a la espera de ser cerrada por mis manos. Las mismas manos
que supieron acunarlo cuando era un recién nacido y su madre aún sonreía. Las
que lo ayudaron a caminar. Las que acariciaron sus mejillas cuando las lágrimas
asomaban. Sí… Ahora estas manos debían soltarlo en tal caso que la sentencia no
fuera a favor. Viviría con su padre y nosotros lo veríamos cada tanto.
Sería justo, sí… Pero como dolía.
Brander entró a la habitación con esa media sonrisa
que tanto conocía. Se forzaba por mantenerse incólume y esperanzado. Sin
embargo los dos sabíamos que luchábamos con un enemigo poderoso, un ADN ciento
por ciento real.
—Nicolay está feliz con su nueva mascota.
Miré a Brander de reojo y negué con la cabeza.
—Solo a ti se te ocurre comprarle un gato.
—Pues, lo vio en la vidriera de la veterinaria y le
gustó. Creo que fue amor mutuo.
—¿Qué haremos que con ese monstruo cuando crezca?
—Ya le he dicho que debe cuidarlo. Es su
responsabilidad.
—Brander… —con las manos a las caderas lo miré fijo—.
Tú sabes que si Nicolay no vive con nosotros terminaremos nosotros dándole de
comer y bañándolo.
—Los gatos no se bañan, Boris.
—Ah…
Cerré la cremallera de la maleta y observé alrededor.
—Creo que no falta nada.
—Mejor así. No quisiera que extrañe alguna de sus
cosas.
—Cambiaría mi traje.
—Boris… Debemos irnos. La abogada espera en
Tribunales.
—Sí, lo sé… Yo… me pregunto por qué Olga quiso que su
padre lo conociera. ¿No estábamos bien así?
—Boris, el niño merece saber su realidad biológica. Es
su derecho.
—Sí, soy egoísta. Lo que ocurre es que no sé como
haremos para…
Me detuve y guardé silencio. Brander giró la cabeza
hacia la puerta. Nicolay estaba de pie, observándonos. Lucía triste y creo que
confundido.
—¡Ey, campeón! ¿Dónde dejaste tu gato?
—Está bebiendo agua en la cocina.
Brander se acercó y acarició ese cabello rubio que
caía en su frente.
—¿Le has puesto nombre?
—No.
—Ah, pues tienes que buscar uno.
—¿Podemos votar?
—¡Claro qué sí! Aunque ahora debemos irnos. Tu papá
Sebastien estará en Tribunales. Tú sabes, ya te contamos como será el juicio.
—Sí… ¿Y si no los veo más?
Brander se inclinó hasta tocar con la rodilla el
suelo.
—Cariño, no pienses eso. Tranquilo, todo saldrá bien.
El juez dirá con quién vivirás la mayor parte de los días.
—Pero papá Sebastien no sabe jugar al futbol, ni a los
videos.
—Bueno, aprenderá. Las cosas no cambiarán tanto.
—Yo creo que sí –su voz sonó débil pero juraría que
estaba seguro de lo que afirmaba.
—Vamos, nada de eso. Debes estar feliz. Tienes tres
papás y eso no lo cambiará nadie.
—No quiero ir.
Brander suspiró mientras mi corazón se partía en
pedazos.
—Debemos ir, corazón. Ponte el abrigo.
—Brander, el niño no quiere ir.
—Boris… por favor. No compliques las cosas. ¿Podrías ayudarme?
Suspiré y asentí. Me senté en la cama.
—Ven, Nicolay.
—¿Qué?
—Ven aquí.
El niño se acercó con desgano.
—Tú eres muy inteligente, ¿no es así?
—Sí.
—¿Y también eres un chico muy maduro. ¿Sabes qué es
maduro?
—Sí, lo sé.
—Bien… Debes ir al juicio pensando que era lo que
deseaba tu mamá. Ella quería que Sebastien te diera el apellido. Que pudieras
conocerlo y que disfrutaran juntos cuando ella no estuviera.
—Pero mamá dijo que ustedes eran como mis papás.
—Escucha, por favor. Nosotros somos como tus papás y
estaremos siempre que nos necesites, pero Sebastien y tu madre fueron los que
te regalaron la vida. Tú estás aquí por ellos dos. ¿Entiendes?
—Sí.
—Eres un Craig, Nicolay. Debes gritarle al mundo que
eres nieto del líder de los vampiros. Eso es muy importante. Adrien era tu
abuelo y eso es motivo de orgullo. El juicio servirá para que ocupes tu lugar.
Vivas con Sebastien o con nosotros. Nosotros… No tenemos gran linaje. Solo
somos errantes. Vampiros con nombres robados y…
—Son lo que más quiero en este mundo.
Los ojos de Nicolay se humedecieron, junto con los
míos y los de Brander. Imposible disimular la emoción.
—Te prometemos que estaremos cerca. Que seguirás
viéndonos —lo abracé fuerte.
—Lo juran por mamá.
Ambos nos miramos.
—Sí, cariño. Lo juramos.
Nicolay.
Brander y Boris cogieron un taxi. Antes de subir,
cuando Brander abrió la puerta para que yo subiera tuve un impulso de salir
corriendo. ¿Si escapaba lejos? Era una forma de llamar la atención. Muchas
veces llamé la atención. Y cuando lo lograba ellos me escuchaban. Pero esta vez
Brander tenía sujeta mi mano. No iba a ser posible escapar…
Yo quería a mi papá Sebastien. Era muy importante y
era bueno conmigo. No deseaba no verlo más. Sí quería verlo pero también quería
estar con Boris y Brander. ¿Por qué no podía vivir con los tres? No lo
entendía.
Tía Ekaterina decía que debía portarme bien. Que los
niños que se portan mal les crece la barba y los otros niños se dan cuenta que
eres un niño malo. No quería que me creciera la barba… Tampoco creía que estaba
haciendo algo mal. Tal vez sí. A lo mejor no había sido un niño bueno y no me
crecería la barba pero debía ir a un juicio donde mis padres se pelearan. Creo
que era mejor la barba…
Sentado en el coche estiré mi cuello para ver por la
ventanilla. Boris y Brander no hablaban entre ellos. Eso era raro. Siempre
tenían algo que decir.
Por la ventana el cielo estaba gris. ¿Y si había
tormenta y la lluvia caía fuerte, muy fuerte? A lo mejor se inundaban las
calles y ya no podíamos ir a ese lugar donde esperaba el juez.
—¿Lloverá Brander? –pregunté.
—No, cariño. Quizás a la tarde.
—¡Qué pena!
—¿Por qué quieres que llueva?
—Por nada… El viernes es mi cumpleaños, ¿con quién lo
pasaré?
—Lo dirá el juez, Nicolay.
—¿Por qué no me pregunta que quiero hacer?
—¿Y qué quieres hacer? –sonrió Brander.
—Pasar mi cumpleaños con los tres.
Los dos callaron. Odiaba que callaran.
Al doblar una esquina pasamos por una plaza. Había
personas... También niños jugando. Algunos estaban con su mamá. ¿Por qué yo
tenía que estar sin mi mamá? Hubiera sido todo diferente.
Cerré los ojos para recordarla. Ella recostaba mi
cabeza en su mejilla helada. Pero no me molestaba. Porque sabía que ella quería
tenerme cerca.
—Nicolay, siéntate bien. El taxi podría frenar y te
lastimarías –dijo Boris.
Abrí los ojos y me di cuenta que la ventanilla fría
pegada a mi cara había hecho que imaginara a mi mamá. Quise quedarme así, un
poco más. Pero Boris insistió y tuve que sentarme quieto.
—Brander, me duele las tripas –me quejé—. Voy a
vomitar.
—¿Quieres que detengamos el coche?
—Sí Boris, por favor.
Brander me cogió la mano y la acarició.
—Cielo, son los nervios. Tranquilo, todo irá bien.
—A lo mejor le sentó mal el desayuno.
Brander hizo una cara graciosa y sonrió.
—Nicolay, sé que estás preocupado pero créeme que nada
malo pasará. Tú esperarás con una señora que se llama asistente social que
cuidará de ti hasta que nos pongamos de acuerdo. Será fácil.
—Brander, si el niño dice que se siente mal, debe
sentirse mal.
—¡Boris, por favor! Estás provocando un problema.
Llegaremos tarde. ¿Piensas que no conozco a Nicolay cuando miente?
—¿Quieren que nos detengamos? –preguntó el chofer.
—No, gracias. Ya estamos retrasados diez minutos.
—Demonios Brander, parece que no quisieras que el niño
se quede con nosotros.
—¡Qué diablos dices! ¿Estás loco?
—¡No discutan! Ya no me duelen las tripas.
Hubo silencio y preferí mirar por la ventanilla. El
dolor de tripas tampoco había resultado…
Sebastien.
Sentado en la sala de espera junto al abogado,
Charles, y Margaret, aguardábamos la llegada de Nicolay. El abogado revisaba
unos papeles leyendo atentamente concentrado. En realidad lo parecía porque aún
leyendo preguntó.
—¿Está seguro que vendrán?
—Sí, doctor.
—Hubiéramos solicitado a la fuerza pública, un
patrullero que los trajera hasta aquí.
—No es necesario, doctor. Llegarán.
—La asistente social ha salido dos veces a preguntar.
—Lo sé.
Charles apoyó su mano en mi hombro y habló con mímica.
—¿Quieres que lo mate?
Al fin una de las puertas se abrió y Nicolay entró de
la mano de Brander que arrastraba una maleta con rueditas. Boris entró detrás
de él con una señora muy elegante, seguramente su abogada.
Nos pusimos de pie y se acercaron. No hubo sonrisas de
parte de ninguno. Ni siquiera de Nicolay al verme. Me dolió el pecho verlo con
cara de asustado. ¿Lo había puesto en esta desagradable situación? ¿Pero cómo
luchar por mis derechos obviando la justicia? Ninguno deseaba ceder la
tenencia.
—Hola, Nicolay –saludó Charles.
—Hola…
—Hola, cariño –le di un beso.
Él lo recibió con agrado pero de inmediato se pegó a
Brander.
La asistente social volvió a salir por la segunda
puerta.
—Buenos días, veo que ya están todos los litigantes.
Hola –se acercó al niño e inclinándose con una sonrisa—. Tú debes ser Nicolay.
Ven, conversaremos un rato.
Nicolay no cogió la mano y permaneció inmóvil.
—Anda, cielo. En un rato nos veremos –dijo Brander.
—Enséñale a la señorita la canción que cantas cuando
tienes miedo –dijo Boris.
—¿Tienes una canción para cuando tienes miedo?
–pregunté sonriendo—. No la conozco.
—Muchas cosas no conoces de Nicolay –acusó Boris.
—¡Será porque ustedes escondieron a mi hijo seis años!
—Por favor, caballeros –ordenó la asistente.
—Disculpe a mi cliente –se apresuró a excusar mi
abogado—. Da impotencia saber que ha vivido ignorando la existencia del niño
por culpa de estos señores.
—Le comunico, doctor que la madre estaba viva y fue
decisión de ella –se enfado la abogada.
—Por favor… —murmuró la asistente—. Vamos Nicolay,
será poco tiempo. Las partes y sus abogados pueden pasar a la sala de juicio.
Vi a mi hijo ser llevado de la mano hacia la puerta,
iba caminando lento con su maleta con rueditas. Como si arrastrara todo un
pasado con demasiada carga para él. Quise huir de allí. Abandonar lo que tanto
deseaba lograr. Tener a mi hijo conmigo era un objetivo justo pero no quería
que Nicolay pagara el precio tan alto.
De pronto mis ojos recorrieron la sala, en ese
instante, con la sensación de ser inmensa, gigantesca. ¿Qué hacía en ese lugar
dónde nadie adivinaba qué pensaba, qué sentía? Aunque Charles y Margaret se
encontraban presentes, estaba solo, sí… Porque a pesar de qué mis Craig me
conocían desde mis primeros pasos, había una persona en este mundo que hubiera
sentido mi tristeza, mi impotencia, mis ganas de escapar de allí, con la misma
intensidad. Y esa persona era Bianca, y no estaba aquí.
Boris y yo fuimos los últimos en abandonar el hall de
recepción. Antes de que atravesara la puerta me cogió del brazo y me giré para
mirarlo e increparlo. Iba a abrir la boca pero su gesto me dijo que no buscaba
discutir.
—¿Qué ocurre?
—Craig… Yo… sé que está conversación tendríamos que
haberla tenido antes, pero juro que no pude. Miles de veces quise acercarme y
hablar sobre…
—¿Hablar sobre qué Smirnov?
—De mí… Bueno, quiero decir… Tuve una infancia muy
jodida, en las cumbres. Mi padre era un guerrero muy exigente y no admitía
errores. Yo no fui lo que esperaba él. De palizas y mal trato sé bastante.
Siempre me encerré para el resto de mis pares. No me dieron amor, no me
enseñaron que era el cariño ni la compasión. Tampoco sé de caricias y elogios.
No sé expresarme. Mejor dicho, no puedo hacerlo. Nunca lo he hablado con nadie…
Ni con Brander. Por favor…
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Boris…
—No, permíteme terminar. Cuando Olga confió en mí y en
Brander, mi vida se llenó de ilusión. Tenía alguien a quien cuidar y proteger
como nadie lo había hecho conmigo… Por Nicolay aprendí que hay una clase de
amor puro y desinteresado. Me dio una fuerza para vivir que sale de aquí —se
tocó el pecho—. La familia que formé es lo único que tengo. Por favor, se lo
suplico. No me quite a Nicolay.
Un nudo se formó en la garganta.
—Boris… Por favor… Debemos entrar.
Asgard.
Esperé en el despacho con los nervios de punta. No por
los juicios a los que estaba acostumbrado a asistir, sino por encontrarme con
aquel juez nefasto que hizo lugar a la demanda de mi ex mujer. Se me había
acusado de grave negligencia seguida de muerte. ¿Pero como adivinar que algunos
de los albañiles que trabajaban en mi casa iban a dejar abierta la traba de
seguridad de las rejas de la piscina? ¿Cómo saber que mi hijo, quién dormía la
siesta en su cama, iría a levantarse sigilosamente y cometer lo que para él
sería una travesura?
Esa tarde me había dormido en el sofá… Profundamente
dormido. No escuché a mi ex mujer cuando me avisó que estaría duchándose en el
baño. Tampoco escuché los pasos de Ricky atravesando la sala y saliendo al
parque…
Desperté con los gritos de ella. Solo recuerdo que
corrí llevándome todo por delante hasta el lugar del hecho. La imagen de mi
hijo flotando en el agua jamás se me borraría. Me lancé al agua sin perder
tiempo, sí… Como haría cualquier padre en esa situación. Sin embargo fue tarde…
Cuando lo saqué ya no respiraba. Intenté mis vastos conocimientos sobre
primeros auxilios pero todo fue inútil. Ricky no reaccionó. La ambulancia llegó
solo para corroborar el deceso. Un vecino dijo haber llamado la Emergencia.
Durante esos diez minutos interminables que no llegó y después de mis intentos de
revivirlo, cogí a mi hijo en brazos y salí a la calle. Quizás un coche pasaría
y me llevaría al hospital más cercano. En ese momento mi cerebro quedó en
blanco por el pánico. El llanto de mi ex mujer fue diluyéndose en mis oídos
para dar paso a un tic tac de un reloj imaginario. El tiempo corría, nadie en
la calle, la ambulancia no llegaba, y en mis brazos tenía a mi hijo con un corazoncito
que había dejado de latir.
Un viernes de mayo… Los propietarios de las
majestuosas casas solían irse a descansar a las afueras, nadie en la calle. El
mismo vecino que llamó a la ambulancia intentó arrancar su coche sin resultado.
Serían los nervios, el apuro, no importaba… Todo se dio para mal. Todo se
alineó para que Ricky nos abandonara.
Aún tengo el sabor de la impotencia en mi garganta,
los latidos descontrolados en mi pecho, y la desesperación dentro de ti
gritándote que eres un inútil. Yo, un Defensor que había rescatado de las
peores situaciones a niños desconocidos, no había podido salvar a mi propio
hijo.
Ella nunca me lo perdonó, aunque las cosas entre
nosotros no marchaban nada bien y la excusa fue perfecta. Nunca aseveró que ya
no le interesaba, que ya no sentía amor, y que había buscado refugio en los
brazos de su jefe. Pidió el divorcio porque afirmaba que nunca más podría
acostarse con el asesino de su hijo. Una mentira… Ella ya no me amaba pero no
deseaba abandonar la casa y el dinero que satisfacía sus costosos gustos siendo
la culpable. Le cerró perfecto. Pero eso ya no importaba. Nada era más doloroso
e importante que la muerte de Ricky. La cámara en Segunda Instancia alegó que
había sido un accidente fatal. Revocó la acusación del juez y me absolvió.
Claro que eso no significaba que quedar libre para la
justicia fuera lo mismo que absolverme yo mismo. Pasaron años para que quitara
las pesadillas, la culpa, y la desesperación de imaginarme una y otra vez si
esa tarde agotado por el trabajo, no me hubiera dormido y nada hubiera ocurrido.
Psicólogos, amigos, todos colaboraron para que saliera del pozo depresivo. Sin
embargo, el pecho apretaba y faltaba la respiración cada vez que mis ojos se
encontraban con la maldita piscina. Así que un día, decidí hacerla desaparecer
del parque. ¿Qué debí mudarme de casa? Sí, probablemente. Podía borrar el
objeto de la desgracia pero cada rincón aún olía a él. Todavía guardaba su voz
de niño de cuatro años. Jamás abrí su habitación. Cerré con llave y allí quedó.
Intacta desde el día que me dejó. Como si ese detalle lo hiciera regresar. Pero
no… de la muerte nadie regresa. Aunque llores y hagas miles de promesas a tu
Dios, sea la religión que sea. Ninguno hace la excepción. Por más que seas la
mejor de las personas.
—¡Nilsen!
La voz que no hubiera deseado escuchar en toda mi
vida, me sobresaltó. Allí estaba, de pie, con su toga negra y almidonada. Ese
gesto en la cara de “sabelotodo”, y de desprecio. Sobre todo de desprecio hacia
mí.
—Su Señoría –me puse de pie.
El expediente de Smirnov estaba sobre el escritorio.
El clavó la vista en la carpeta y no me miró. Mirna entró tras él.
—¿Un café, “Su Señoría”?
—No gracias, llevamos retraso.
Hubiera querido decirle, “no por mi sino por usted”,
pero callé la boca.
Cogió el expediente en cuanto Mirna salió del
despacho. Lo hojeó rápidamente. Señal que había leído por la noche la copia que
la asistente le habría facilitado.
Sin mirarme siquiera preguntó con ironía.
—Defensor, ¿pensé que estaba retirado hace años?
Adivinando a qué dirigía su pregunta traté de
sobreponerme y contesté de forma escueta.
—No, “Su Señoría”.
—Insiste en su cargo a pesar de todo, ya veo.
El “a pesar de todo” era claro a qué se refería. Pero
por las dudas que no lo hubiera entendido me lo escupió en la cara.
—Soy de la idea
que si no pudo salvar su hijo dudo que sirva defendiendo a otros menores.
Quedaban dos opciones. Lo cogía del cuello y le
propinaba una buena trompada, o seguía en mi puesto para representar a Nicolay.
Es que se lo había prometido. Le dije que lo ayudaría. No podía echar a perder
en este momento mi promesa de estar ahí, reemplazando su voz y sus necesidades.
—Tiene todos los datos en el expediente –murmuré,
tragando hiel.
—Ya lo leí anoche. Me lo sé de memoria. Este pedido de
tenencia será muy fácil de resolver.
No sé porqué su frase me llenó de miedo. ¿Fácil? No,
para mí no era. Todo lo contrario.
—A mí me resultó problemático –me animé a acotar.
Por fin me miró a la cara bajo esos malditos anteojos.
—Por algo es usted Defensor y yo juez.
—Por supuesto –murmuré.
Salimos del despacho rumbo a la sala de estrado. Tuve
la ridícula gentileza de abrirle la puerta. Así se estilaba, aunque el
“gracias” de parte del juez quedó en el olvido.
Apenas pisamos el pequeño recinto de estrados, ese que
se usaba para juicios civiles. Donde la mayoría de las discusiones no se
explayaban frente a un público como lo eran las causas penales, ocupamos el
lugar que nos correspondía. Él, sentado en ese sillón que parecía el trono de un
Dios Olimpo, fijado sobre una tarima de madera lustrosa, y un escritorio de
roble y mármol de Carrada. No es que un juez de menores no se mereciera tanto
privilegio, éste precisamente no.
Me ubiqué de pie, muy cerca, bajo la tarima. Como
correspondía a un Defensor. Lo más lejos que me permitiera la ley y del alcance
de esa mirada de reptil pendenciero, pero lo suficientemente cerca para que la
voz de Nicolay se escuchara a través de mí.
Una señorita vestida de falda y chaqueta negra entró
apresurada.
—Mil disculpas “Su Señoría”, han internado a mi madre.
—Está bien, querida. Ocupa tu puesto.
Arquee la ceja. ¡Qué condescendiente parecía con el
género femenino! Rata…
La secretaria se sentó en una silla a unos metros de
la tarima, del lado derecho. Quitó una funda de la computadora y la encendió.
La tecnología como una luz respondió y ella ubicó sus manos en el lustroso
teclado. Atrás había quedado la vieja máquina de escribir con sus deficiencias
y demoras.
Eché un vistazo a Sebastien Craig junto a su abogado.
Firmes, pero en él noté cierta inquietud y malestar. Quizás pensaría en Nicolay
y la decisión que en poco tiempo saldría de la boca del juez. Boris y Brander,
juntos, del otro extremo. La abogada sentada, cruzada de piernas, lucía
apacible y segura. Bueno, después de todo que iría a perder si salía mal para
sus representados. Seguramente ya habría cobrado lo suficiente.
Pensé cuánto sacrificio habría costado para esa pareja
de clase media. También estaba seguro que ambos darían lo que fuera por vivir
con Nicolay.
Suspiré… Mis ojos fueron al hombre de ropa oscura al
igual que su alma. Abrió el expediente y se dedicó a leer por encima pasando
las hojas al descuido como si no se tratara del futuro de un chico de seis
años. Quise detenerlo y gritarle, “¿Sabes lo que dependerá de ti, idiota? No,
seguro que no lo sabes ni te importa.”
Al fin lo vi recostarse en ese alto respaldo
ornamental de madera lustrosa. Parecía pensativo. Actuación que le salía muy
bien. Lo conocía. Solo le interesaba terminar con esto e irse a su lujosa casa.
O continuar dictando sentencias de casos subsiguientes donde las personas solo
eran números. Seres que no sufren. Pero en este caso había un niño que
necesitaba justicia. Imprescindible que fuera escuchado a través de mi voz. Y
prometí una vez más en silencio que aunque jugara mi puesto, esta vez, me
escucharía.
—Señor Craig –la voz sonó baja y cascada—, veo que es
dueño del hotel Thon.
—Sí, Su Señoría.
—También es parte de acciones de una empresa minera en
la Isla del Oso.
—Sí, Su Señoría.
—Ya veo… Es evidente que no tiene problemas para
mantener al menor.
—No, Su Señoría.
Después hubo silencio. Ni siquiera el teclado de una
vieja máquina de escribir. Creo que hubiera servido para aliviar la tensión.
—Es casado, ¿verdad?
—Sí, Su Señoría.
—Pido la palabra Señor Juez.
—Concedida.
—Tengo entendido que el señor Craig está pasando una
crisis matrimonial. Su esposa se fue de la casa –dijo la abogada.
—Señor Craig, ¿podría aclarar su situación?
—Mi esposa no está en casa pero por otros motivos.
Ella necesitó viajar.
—¿No está en sus planes divorciarse?
—En absoluto.
—Abogada, recuerde que debe fundamentar y probar las
acusaciones. De lo contrario este Tribunal se convertiría en chusmas de barrio.
—Sí, Su Señoría.
—Señor Boris Smirnov, ¿vive en pareja?
—Soy casado.
El juez lo miró por encima de los anteojos. Creo que
la abogada le indicó algo por lo bajo.
—Perdón, soy casado, Su Señoría.
El juez se quitó los anteojos y señaló a Brander.
—¿Con el caballero?
—Sí… Sí, Su Señoría.
Arqueó una ceja.
—¿Y qué le han dicho al niño de esta –giró el dedo
índice hacia los dos—, particular unión.
—La verdad, Su Señoría.
Inclinó la cabeza en señal de desaprobación… Oh oh…
Intervine, era el momento y el lugar.
—Su Señoría, si me permite, el niño es muy
inteligente. He hablado con él y ha tomado todo natural y…
—No le concedí la palabra, Defensor.
Okay…Maldito sea.
—Señor Smirnov, entiendo que la modernidad y el
libertinaje es algo con lo que debemos sufrir en algunos casos, sin embargo me
resisto a imaginar al niño en un aula de colegio explicando a sus compañeros
que su padre tiene otro hombre como pareja.
—Su Señoría –interrumpí aunque sus ojos se clavaron
como águila en mi rostro—, creo que en todo caso si los docentes no preparan a
los alumnos para no burlarse, Nicolay estaría en un colegio equivocado.
El juez me miró fijo durante unos segundos
interminables. Segundos que no perdí para verlo a la cara.
—Defensor, trate de hablar cuando le conceda la
palabra.
—Sí, Su Señoría.
¡Qué un rayo lo partiera! Total había dicho lo que
quería.
Abrió el expediente nuevamente como si el caso en
verdad le interesara.
—Si me concede la palabra –insistí—, quisiera
transmitir lo que quisiera el niño para su futuro.
No contestó.
Rodee los ojos. Okay, eso no debía hacerse en un
Tribunal pero tampoco debía estar sentado en esa silla una persona tan
indeseable e insensible como él.
De pronto, como por arte de magia pareció escuchar lo
que mi boca había soltado. Obvio que no para dar la razón…
—Dígame Defensor, ¿qué puede saber un niño de cinco
años sobre su futuro? ¿Es una broma?
—No, Su Señoría. Y tiene seis, cumplirá siete en los
próximos días.
—Oh sí, ahora tiene sentido –se burló.
Apreté mis labios. Esos que hubieran dejado escapar un
“¿por qué no te vas a la mierda?”
—Defensor, considero que un niño no tiene idea de lo
que quiere.
—Puedo asegurarle que Nicolay, sí.
Dejó los anteojos sobre el escritorio y entrelazando
los dedos me observó como si yo fuera una cucaracha ignorante.
—¿Y qué opina Nicolay, Defensor? Cuénteme a mí y a los
presentes que desea el niño para su futuro.
La taquígrafa lo miró con temor.
—¿Lo transcribo, Su Señoría?
—No es necesario.
Imaginaba que lo dicho por mí no tendría importancia.
Maldito…
Respiré profundo…
—Su Señoría, Nicolay ama a sus padres. Al señor Craig,
al señor Smirnov, y a su pareja. A él le gustaría que se pusieran de acuerdo
para compartir la tenencia.
—¡Eso es imposible! ¡No es nada práctico!
—Su Señoría, ¿acaso no van a compartir los días? No es
descabellado que las situaciones de importancia en la vida del menor sean
discutidas entre ambos padres, biológico y adoptivo.
—En ningún momento he dicho que compartirán los días.
¿Tiene tan clara mi sentencia, Defensor?
—Es sentido común –murmuré, sabiendo que bordeaba la
falta de respeto a su investidura.
No contestó. Se puso los anteojos y me ignoró. Al
menos no me había echado así que podía seguir en la lucha y hacerlo entrar en
razón. Incrédulo de mí.
El juicio transcurrió sin sobresaltos, aunque conocía
de memoria la forma de interrogar de los jueces, hacia donde iban y a quien de
las partes dirigían su mayor atención. En este caso Sebastien Craig tenía un
alto porcentaje de ser el padre perfecto. Dinero, tiempo, familia, estabilidad.
Sin embargo a quien representaba, no le importaría nada de eso. Solo querría no
separarse de quienes lo habían dado todo por él, lo habían visto crecer, y lo
conocían como nadie. Era cierto que Sebastien Craig se merecía esa tenencia,
pero a mi modo de ver debía haber una adaptación gradual y paulatina para no
traer trastorno alguno en el futuro.
Yo no deseaba que Nicolay no tuviera su identidad
real. Lo único que pedía es que esos cambios bruscos no fueran aplicados de un
día al otro. Estaba seguro que el señor Craig lograría que su hijo lo amara
como a sus padres adoptivos. Sin embargo a veces las cosas requieren tiempo.
Varias veces intenté interrumpir con el temor de que
el juez solicitara que abandonara la sala, pero no dio oportunidad de
escucharme.
La peor situación se dio cuando el juez indagó sobre
el trabajo de Smirnov, el uso del arma y los recaudos. En pocos segundos supe
que la conversación hacia Boris no era tal sino hacia mí. Él no perdería
oportunidad de lastimarme. Su frase fue contundente.
—Señor Smirnov, ¿ha tomado conciencia si por culpa
suya su hijo muere? Es un cargo de conciencia que no quisiera tener.
Tragué saliva…
—Defensor –su voz tronó en mis oídos—. ¿Quiere agregar
algo más al respecto?
Me miró fijo, con ese iris añejo y acusador.
—No, Su Señoría.
Y de pronto las imágenes que odiaba… La piscina… Mi
hijo… Su muerte.
El ruido del expediente al cerrarse me sobrecogió. Es
que no me encontraba en esa sala de estrados. Estaba lejos, en mi jardín,
saliendo a la calle con Ricky en brazos…
—He decidido la tenencia de Nicolay.
Miré a cada uno a la cara mientras se ponían de pie
para escuchar el veredicto.
—Considero que el niño Nicolay Smirnov es muy pequeño
para vivir la inestabilidad de una pareja recién casada. El menor debe tener no
solo los cuidados esenciales de una infancia actual, sino también un futuro
promisorio. Dadas las circunstancias y teniendo la absoluta certeza que a esa
edad los niños olvidan pronto, mi deber es velar por su conveniencia…
¿Olvidar pronto? ¿Qué decía este infeliz?
—Su Señoría –interrumpí—, Nicolay necesita tiempo. Por
favor…
—Defensor, ¿me permitirá redactar la sentencia? ¿O
quiere esperar fuera de la sala?
—Lo siento, yo solo quiero que escuche al menor antes
de apresurarse.
—¿Está intentando decirme atropellado?
—No dije eso.
—Entonces cállese de una buena vez –suspiró con
hartazgo—. Caballeros, abogados, mi decisión es que el niño viva con su padre
biológico, lleve su verdadero apellido y no el falso que mantuvo hasta ahora, y
que con clara malicia lo impusieron. Ordeno anular la adopción a nombre de
Boris Smirnov cuyas visitas al menor serán otorgadas bajo decisión y voluntad
de su verdadero padre.
—Cielos –murmuré.
Había fallado a Nicolay. Él había confiado en mí.
Pensó que sería escuchado a través de mi voz y no lo había logrado. ¿Cómo
pedirle perdón a un niño que pone la confianza ciega en ti?
Bianca.
Desde que había llegado al hotel antes del amanecer, y
después de tener esa mínima discusión con Sebastien por un ridículo divorcio,
mis emociones empeoraron. Ya no sentía la voluntad de llegar al objetivo y
descubrir el pasado con mi padre. La situación de cómo habría vivido mi madre
el embarazo, la frustración de él y su familia que esperarían verlo junto a
alguien que amara. No costaba imaginar que ella jamás había regresado a Canadá
por la mala relación. Todo cerraba. Aún así… No tenía deseos de salir a buscar
los McCarthy. De hecho pasé en la cama sin moverme, con imágenes que iban y
venían en mi cerebro. No sabía el tiempo transcurrido que permanecí en la
habitación, desde mi posición fetal, mirando hacia la ventana.
Sebastien había dejado mensajes de voz. A ninguno
contesté. No por enfado, sino porque salvo la frase “no te daré el maldito
divorcio”, no sabía que decirle. Lo amaba pero algo impedía que me acercara a
él. ¿Por qué Sebastien no había indagado hasta saber que me ocurría y no
dejarme partir? Por mi parte… daba miedo pensar que había sido tan egoísta de
sentirme en segundo plano frente a su hijo. Era su hijo, estaba luchando por
él. ¿Por qué no me sentí incluida en esa lucha? ¿Por Ekaterina? ¿Por no gozar
del privilegio de Olga y haberle dado un hijo? ¿Qué ocurrió dentro de mí? ¿Qué
había ocurrido entre nosotros?
Dos semanas atrás habíamos tenido sexo. Nada era
igual. Él con sus dudas, yo con mis rencores. Supe que no nos habíamos
conectado en la cama. Después… la sensación que Nicolay le pertenecía pero no a
mí. Era su hijo, no nuestro hijo. Fue así como me sentí. Si partir había sido
una decisión equivocada ya no había vuelta atrás.
No supe cuánto permanecí inmóvil, viendo como las
horas transcurrían a través de la ventana. Notando el paso de las horas por los
colores del cielo que mutaban. Desde un naranja, amarillo, tornasol, añil, y
negro al caer la noche.
¿Pero a qué había llegado hasta aquí? ¿Todo era inútil
si continuaba en mi letargo. Debía ponerme de pie, como lo había sabido hacer siempre.
De niña o de adolescente cuando protestaba por algún castigo, frente a mis
profesores por calificaciones injustas, de mujer cara a cara con mis relaciones
amorosas o entre amigos. Yo no era esta que se encontraba yaciendo en una cama.
Aunque la mitad de mi corazón estuviera con Sebastien en Kirkenes, debía seguir
mi meta con lo que quedaba de mí.
Me puse de pie y fui hasta el baño. Abrí la ducha. La
luz de la ventana señalaba horas tempranas. Quizás las nueve, quizás las diez…
Terminé de bañarme, me vestí, y me puse mis lentecillas de contacto. El móvil sonó en la
mesa de luz y mi corazón dio un brinco. ¿Sería Sebastien?
Lo cogí entre mis manos mientras la pantalla
destellaba su nombre. Me paralicé. ¿Diría que no me querría ver más? El sonido
enmudeció… Respiré aliviada. No me sentía fuerte para hablar con él. Quizás
dentro de mí intuía que si él deseaba no verme más dejaría todo a mitad de
hacer. Regresaría a la mansión para increparlo y forzarlo a verme cara a cara,
entonces volvería peor de cuando había partido. Sin respuestas, con mis líos y
mis bloqueos. Mis culpas, mi pasión, mi pasado endeble, mi futuro incierto. No
era buena combinación.
Cuando el pequeño icono de mensaje se dibujó en la
parte superior de la pantalla, me senté en la cama, mejor dicho, me dejé caer.
Mis piernas no hubieran soportado la emoción de tener al alcance su voz y
dejarlo escapar. Sin embargo acababa de hacerlo.
¿Acaso estaba repitiendo su conducta de no acercarme
cuando él no lo había hecho? ¿Era venganza? Demonios… ¿Podía ignorar lo que
Sebastien pensaba hacer e irme tras los McCarthy? Dicen que la curiosidad es un
sentimiento poderoso en ciertas ocasiones…
Presioné el buzón de correo con las manos sudorosas y
el alma en un puño, lo escuché.
“Bianca, donde quiera que estés… quería que supieras
que me dieron la tenencia… Yo… tengo a mi hijo conmigo… Sé que te decepcioné…
Yo… Procura no olvidar el bloqueador solar… Quiero decir… Estés donde estés.”
Mis lágrimas afloraron en ese instante que sentí el
clic al final del mensaje.
Quise llamarlo y decirle, “me alegro que tengas la
tenencia de tu hijo. Me alegro que estés feliz.” ¿Dentro de mí me sentía así,
pero era creíble a los ojos de él? ¿Yo que había partido dejándolo solo en el
peor momento? No… Hubiera parecido una burla. Y si no devolvía la llamada,
¿podría pensar que no me importaba? Seguramente.
Pulsé su número y llamé.
Contestó a los segundos.
—Bianca…
—Sebastien…
—¿Bianca, dónde estás?
—En Canadá, pero escucha…
—¿En Canadá?
—Sí, escucha… Yo estoy feliz por ti. De verdad. Has
luchado por esa tenencia y te la mereces.
—¿Estás feliz por mí? ¿Y por ti?
—Sí, quiero decir…
—Eres mi hembra. Supongo que todavía lo eres.
—Te recuerdo que tú pediste el divorcio, no yo.
—Te dejé el mensaje de texto pidiendo disculpas.
—Lo escuché.
—Pero no contestaste los llamados.
—No estoy bien. Te lo dije al partir y lo reitero. Me
siento quebrada. Necesito resolver mi pasado.
—¿De qué estás hablando?
—Lo entenderías si hubieras estado al tanto.
—Lo entendería si hubieras confiado en mí y me lo
hubieras contado.
Demonios… Otra vez discutiendo y reprochándonos.
—Voy a cortar, debo terminar lo que empecé. Veo que a
la distancia no llegaremos a nada.
—Pienso lo mismo. ¿Y cuándo piensas regresar? ¿Mañana,
pasado, el año entrante? ¿Qué deseas? Dime. ¿Qué vaya por ti? No voy a ir por
ti Bianca.
—Tampoco quiero que lo hagas. Debo cortar. Adiós.
Corté la llamada sintiéndome furiosa. ¿Sería posible
que nunca más pudiéramos llegar a hablar como una pareja que se amaba y no como
enemigos en una guerra?
¿Era yo? ¿Era él?
El conserje llamó a la puerta. Con las disculpas
debidas por la molestia me comunicó que una señora esperaba en el hall del
hotel. Había preguntado por Bianca McCarthy.
Rápidamente le di las gracias, me até una coleta en mi
pelo, y bajé.
Uy me dieron pena los padres adoptivos de Nicolay. Sebastien ojala pueda llegar a un acuerdo y aclare las cosas con Bianca. Esperó que tu mamá este mejor . Te mando un abrazo.
ResponderEliminar¡Hola Judit! Da pena Boris y Brander pero lo justo es que Nicolay tenga su verdadero apellido. Espero que Sebastien sepa mejorar la relación. Gracias por los deseos a mi madre y por comentar amiga. Un beso grande.
EliminarHola, Lou... Todos estaban nerviosos ante la inminente celebración del juicio, incluido Nicolay
ResponderEliminarLamento mucho la muerte del juez Hermansen porque el nuevo juez no me ha gustado absolutamente nada... es que ha llegado a ponerme realmente nerviosa
Ha sido desmedidamente cruel con Asgard... y no puedo entender cómo Asgard ha logrado contenerse tanto
Hay heridas que no se cierran, que no cicatrizan... y es inhumano hurgar en ellas
Por supuesto no estoy nada de acuerdo con su sentencia... por suerte para Nicolay, Sebastien lo quiere y desea su felicidad... Estoy segura de que Boris y Brander podrán ver al niño siempre que lo deseen
Y habrá que ponerle un nombre a ese gatito ;-)
Pues sigo sin saber si Bianca regresará a Kirkenes o si se irá a Siberia... yo voté por Siberia... Vaya donde vaya, Sebastien la va a acompañar en sus pensamientos
Muy buen capítulo, Lou... De verdad que el nuevo juez me ha enfurecido e incendiado
Felicidades
Besos
¡Hola Mela! También yo lamento la muerte del antiguo juez y detesto a esta lacra que ha sido tan cruel con el Defensor. Espero con ansias que algún día Asgard lo ponga en su lugar. Sebastien ama a su hijo y buscará lo mejor para él. Por algo es el líder de la raza. Deberá actuar con justicia. Me mencionas a lamascota de Nicolay y se me ha ocurrido una idea, quien mejor que tú querida lectora para darle nombre a ese gatito de Nicolay. El honor es tuyo. Te invito a que me sugiera que nombre le pondrías.
EliminarSiberia, Siberia... ¿Irá allí?
Gracias querida amiga por comentar. ¡Un beso grande! Y felicitaciones por tu novela.
Bueno, pues acepto con mucho gusto tu invitación ;.)
EliminarCreo que sabrás que tuve un gatito... Ginger, pero cuando él se fue me disgusté mucho... y no creo que vuelva a tener un gato
Además, ahora vive conmigo el lorito de mis padres
Me gusta mucho el nombre de Peter... y no creo que se lo pueda poner a ningún animalito... Te sugiero a Peter como nombre para el gatito de Nicolay
Si no te gusta, y decides ponerle otro nombre... me parecerá bien
Felicidades a ti por esta excelente novela
¡Un beso grande!
Se llamará Peter entonces. ¡Un besazo!
EliminarCómo es posible que Asgard no haya agarrado al juez por el cuello y le haya arrancado la toga? Que no se olvide de celebrar que su mujer sea su exmujer.
ResponderEliminarBso.
¡Hola Ignacio! Yo le hubiera agarrado del cuello, sí. Pero creo que Asgard ha pensado en no perder su cargo, aunque creo le importó más estar representando a Nicolay.
EliminarSí, también celebraría su divorcio.
Te agradezco tus comentarios y te envío un gran abrazo desde Argentina.
Anda con el juez, qué mal me ha caído!!!! Cómo se ha columpiado!!!! Asgard me encantaaaaaa!!! Sebastien y Bianca se arreglarán porque hay amo amore!!!! Tremendo capi!!!!
ResponderEliminarBesotes!!!!
¡Mi querida Merk! ¿Has visto cómo el juez se ufanó e hizo lo quiso? Habría que hacer justicia, ¿no te parece? A ver si la autora se le ocurre algo.
EliminarSebastien y Bianca parecen dos chicos. Pero también espero que triunfe el amor. ¡Gracias guapa por comentar y un beso grande para ti.
En parte me alegro que le dieron la custodia a Sebastien pero pobre sus papás adoptivos ojalá que entre ellos y Sebastien hagan un buen arreglo de visitas...Ese juez me cayó de la patada super odioso!!!...Y Bianca mmm entre ellos nada de nadita esta bien que mal, amiga Liu gracias por el capítulo!!!
ResponderEliminar¡Hola Lau! Yo también estoy feliz, pero hay algo que no me deja satisfecha. Nicolay aún no está contento y eso lo tendrá que ver y analizar su padre biológico.
EliminarEl juez, basura pura. Ojalá tenga su merecido.
Ay Bianca... Un hueso duro de roer. Ella es así. A ver si los dos se acercan y hablan de una vez.
Un besazo reina y gracias por el comentario.
El juez le ha dado el hijo al padre,no quiere darselo a una pareja de hombres.La gente es muy hipocrita y a la hora de la verdad pasan estas cosas.Me ha gustado mucho.Besos.
ResponderEliminar¡Hola Ramón! Creo que además de hipócrita ese juez es mala persona. Pero todo llega, al menos aquí en la saga. Es una pena que en la vida haya seres sin sentimiento. El valor de la justicia debería tenerlo sobre todo Su Señoría, que para eso está. Esperemos que ocurre en el próximo capi. Hay un líder de los vampiros que debería pensar en ello.
EliminarUn abrazo desde la distancia y muchas gracias por comentar