Saga para + 18

Iris púrpura es el cuarto libro de la saga Los Craig. Para comprender la historia y conocer los personajes es necesario partir de la lectura de Los ojos de Douglas Craig.

La saga es de género romántico paranormal. El blog contiene escenas de sexo y lenguaje adulto.

Si deseas comunicarte conmigo por dudas o pedido de archivos escribe a mi mail. Lou.


domingo, 24 de junio de 2018

¡Holaaa! ¡Por fiiin! ¡Cómo se hizo esperar! Aquí les dejo lo que tanto esperaban. Reencuentro y reconciliación. Vamos llegando al final de este libro. Queda muy poco. ¿Tendrá un final feliz? Bueno... no me arriesgaría a tanto. De los Craig depende.

Un beso grande para todos los que siguen acompañándome en mi loca imaginación. Gracias por el apoyo de siempre y sus comentarios.

Un autor crea la obra, pero quien le da vida son ustedes, los lectores.


Capítulo 55.
Amor intacto.

Sebastien.

Abrí la puerta y encendí la luz. Numa pisaba mis talones. Tres segundos tardé en descubrir a Bianca en el piso junto al velador. Mi boca se abrió por el asombro. ¿Bianca? ¿Estaba soñando? ¿Veía visiones? La sensación de verla me paralizó. Mis ojos clavados en su cuerpo, en su larga cabellera azabache, y su rostro pálido, de ojos cerrados.

Numa me ayudó a salir del shock.

—¡Papá, es Bianca!

Entonces reaccioné. Me abalancé sobre ella y traté de reanimarla.

—¡Bianca! ¡Bianca! ¿Qué ocurrió? ¿Cómo llegaste aquí? ¡Contesta! ¡Háblame!

No contestaba. Entreabrió sus ojos borgoña pero su voz no salió.

—Papá, seguro se materializó.

Lejos de alegrarme, el miedo se adueñó de mí.

—No, no puede haberlo hecho. Ella… Ella no tiene experiencia.
—Papá –Numa tocó mi hombro y lo miré desolado—. Bianca está aquí. ¿Qué otra explicación encuentras?
—Sí… Sí… Cierto… –balbucee—. Entonces algo no anda bien. ¡No está bien! ¿No lo ves? No contesta, no me habla.

Arrodillado en el piso la atraje entre mis brazos. Bianca parecía un saco de patatas, no tenía fuerza. No había movimiento en ningún músculo. Solo su iris clavado en mi rostro.

—Cariño, Bianca, por favor… Di algo.

Noté la respiración entrecortada. Su pecho subía y bajaba con una frecuencia lenta y apenas perceptible.

—¡Bianca!

Acaricié su rostro, el cabello de hebras sedosas y finas. Su cuerpo contra mi regazo estaba helado. Mucho más que cualquier vampiro.

—Numa, trae café con azúcar. La presión está bajando. ¡Por favor!

Numa abandonó la habitación como rayo. Me quedé con ella tratando de reanimarla. Masajee sus brazos y piernas para activar la circulación. Ella abrió la boca y pareció aspirar el aire. Pero supe que no podía. Bianca no podía respirar.
Aspiré oxígeno y le di respiración boca a boca. Una y otra vez alternando con intensos masajes.

—Bianca… Bianca, por favor… No me dejes. No me hagas esto. Te necesito. Te necesitamos. Nicolay y yo te necesitamos –rompí a llorar.

Ella dio un suspiro mientras se hundía en mi mirada.

—Te amo… Los amo…

Escuché su débil voz. Sin embargo no era signo de que las cosas iban mejorando. Desesperado no sabía qué hacer. ¿Dónde llevarla? Éramos vampiros. Ningún médico en la Isla entendería que estaba ocurriendo.

Nicolay abrió la puerta y nos miró.

—¡Bianca está aquí!
—Hijo, regresa a la habitación.

Numa entró con un café.

—Aquí estoy, papá. ¿Crees que esto ayude?
—No tengo idea. Intentaré todo, te lo juro.

La incliné como pude para que bebiera y quizás así volviera en sí. Bianca pareció tragar un poco de café. Pasó su lengua por los labios y volvió a mirarme.

—Bianca… Por favor…
—Voy a morir –susurró.

La desesperación me ganó. No recordaba tener tanto miedo en ninguna situación vivida.

—¡Bianca! ¡Dime qué puedo hacer!

Ella pasó la lengua por los labios nuevamente.

—Solo… solo dime… que me crees. Quiero a tu niño…
—¡Te creo! ¡Te creo!

Sus ojos se nublaron por las lágrimas.

—No… no me crees.
—¡Sí, te creo!

Numa me rodeó por los hombros. Quizás imaginando lo peor.

—Escucha amor, te creo. Todos te creemos. Los tres que estamos contigo aquí, te creemos y te necesitamos.
—No hay tres aquí.

La voz de Nicolay me paralizó. Me miraba temeroso con su pijama de superhéroes.

—¿Qué dices, Nicolay?
—Que no somos tres. Somos cuatro –señaló con sus pequeños dedos—. El señor de ropa oscura está aquí.

La sangre bombeó el corazón y aún así sentí congelarme de terror.

—El señor… —miré a Bianca—. ¡Bianca! ¿Hela está aquí? ¡Dime si él está aquí!

Ella asintió levemente.

Entonces una fuerza que no supe de dónde me surgía me dio el poder para enfrentarlo. No sabía en qué lugar de la habitación estaba, pero sí que había venido por ella. Y eso no lo iba a permitir.

Miré cada rincón de la habitación, hecho una furia.

—¡Escúchame bien! ¡Estés donde estés no te la llevarás! ¡Tendrás que llevarme a mí! ¿Has escuchado? ¡Veremos si puedes con los dos!
—Está allí –señaló Nicolay mientras Numa buscaba en vano ver algo.

Fijé la vista donde mi hijo había señalado. Junto a la mesa de luz, a dos metros de nosotros.

Continué hablándole a la nada, como si lo viera. Con la ilusa idea de poder convencerlo.

—¡Tendrás que llevarnos a los dos! ¿Quieres tu maldito don? ¡Cógelo y déjanos en paz!

Abracé a Bianca con todo mi cuerpo. Había cerrado los ojos, pero aún respiraba. No había forma que Hela la arrancara de mis brazos sin llevarme con ella. El ritmo cardíaco enloquecía, mis lágrimas bañaban mi rostro. También tenía miedo de no lograrlo. Lo haría por ella, sin embargo, ¿qué sería de Nicolay sin mí? ¿Douglas? ¿Numa? ¿Los Craig? ¿Lenya y Scarlet podrían con todo una vez que yo no existiera?

De pronto Bianca abrió los ojos y aspiró una bocanada de aire. Comenzó a jadear como si faltara la respiración. La aprisioné más fuerte contra mi cuerpo. La suerte estaba echada. Mi decisión no iba a cambiar. Bajaría con Bianca al mismo infierno.

—Se fue –murmuró Nicolay—. Se fue, papá. Ya no está en la habitación.
—¿Estás seguro? –balbucee.
—Sí, se fue. Parecía enojado.

Sentí la suave caricia en mi mejilla de la mano de mi hembra. La miré y me miró.
—Bianca…

Una lágrima resbaló por su mejilla.

—Sebastien… No dejaste que me fuera.
—Nunca.
—Bianca, ¿estás bien? Bebe más café –dijo Numa.

Le entregué la taza y me puse de pie con ella en brazos.

—Salgamos de esta habitación.

En mi cabeza conocía perfectamente que bajar a la sala no era signo de estar a salvo. El mensajero de la muerte podría estar en cualquier lado. Lo peor, que yo no lo vería. Solo Nicolay y Bianca. Mi hembra había agonizado y enfrentado a la muerte. Sin embargo Nicolay, ¿por qué podía verlo? Después hablaría con él. Ahora necesitaba que Bianca se repusiera del agotamiento.

La recosté en el sofá y Numa volvió a darme la taza. La hice beber mientras no dejaba de contemplar ese rostro que había extrañado tanto.

—¿Cómo te sientes?
—Un poco mejor… Me falta el aire y mi estómago está revuelto. Pensé que no lo lograría—me miró fijo con ojos húmedos—. Estoy aquí, contigo, con ustedes. Lo logré.
—Sí, lo lograste –acaricié su mejilla—. Estás aquí.

De pronto se incorporó sentada en el sofá.

—¿Nicolay?
—Aquí estoy —dijo sentado en la escalera.
—Ven, cariño —extendió su mano y sonrió.

Mi hijo se acercó. En su rostro dibujaba el temor de lo vivido.

Ella lo jaló suavemente de la mano.

—Ven. ¿Estás bien?
—Sí, ¿y tú?
—Yo estoy bien.
—¿Hela no está aquí? –pregunté temeroso.

Ambos negaron.

—Bebe más café, Bianca.
—Es suficiente, gracias –me entregó la taza.

La deposité en la mesa de living y me senté junto a mi hembra.

—No puedo creer que estés aquí. Que te hayas materializado. ¿Cómo lo lograste?

Me miró y sonrió.

—Ya te contaré.
—Papá, debería descansar. ¿Por qué no se acuestan y yo me encargo de Nicolay?
—¿Puedo dormir con mi hermano?
—Claro, cariño.
—Debería avisar a Charles, por favor debe estar preocupado. ¿Me prestas tu móvil?
—¿El tuyo?
—Me materialicé sin nada encima. Todo quedó en el hotel –se angustió.
—Lo recuperaremos, no te preocupes. No te fatigues. Llamaré yo.

Así lo hice. Charles escuchó mi relato y no atinó a decir palabra. Estaría asombrado y no era para menos. Bianca había logrado lo que muchos vampiros no habían hecho en centenas de años. Estaba orgulloso de ella. Estaba perdidamente enamorado de esa hembra. Pero mis palabras de amor no salían. Las sentía atragantadas. Lo atribuía al suceso extraordinario, a tenerla cerca y no haber podido pensar lo que debía decirle. Al miedo de lo que ella propusiera.

Como al sugerir que deseaba quedarse en el sofá. ¿No deseaba estar a solas en la habitación? ¿Ya no me deseaba? ¿O era simplemente por todo lo que había sufrido al materializarse?

Me senté a su lado y ella se recostó en los almohadones. Cerró los ojos y respiró profundo.

—¿Estás segura qué te sientes bien?
—Sí, solo cansada.

Percibía la incomodidad entre nosotros. Cierto que habíamos estado distanciados. También era cierto que no habíamos hablado sobre Nicolay lo suficiente. Pero lo último que quería era dejarla sola en la sala. Aún así, como buen caballero, le pregunté.

—¿Quieres que vaya a dormir a la habitación? A lo mejor te sientes menos presionada si no te miró permanentemente.

Ella cogió mi mano.

—Lo único que quiero es que no te alejes de mí. Es probable que el cansancio no me permita actuar normal. Pero por favor, quédate conmigo.
—Sí… Yo… Puedo quedarme aquí. Velaré tu sueño.
—Gracias.

Cerró los ojos y se durmió, con mi mano entre las suyas.

Transcurrieron las horas. Tuve que atender dos llamadas. Una de András, mi socio. Otra de Lenya. Mi hermano sugirió materializarse en la cabaña por si necesitaba ayuda. Lo convencí de que no lo hiciera. Lo peor había pasado… ¿Lo peor habría pasado?

Cuando la luz del amanecer se coló por las rendijas de la ventana, tomé conciencia de la hora. Me había pasado el tiempo contemplando a Bianca. Si respiraba normal, si tenía alguna pesadilla, si despertaba y necesitaba algo. Ella durmió plácidamente. Despertó cuando intenté ponerme de pie.

—¿Dónde vas?
—Voy a servirme algo de beber. Algo fuerte. ¿Quieres un coñac? ¿Has cazado antes de materializarte?
—Sí. Con Odin. No te preocupes.

Una punzada de celos me inquietó. Ella notó mi gesto de desagrado.

—No te pongas celoso.
—No lo estoy –volví a sentarme.
—Sí, lo estás. No creas que no te entiendo. Hemos estado tan distanciados, en cuerpo y alma. Pero nunca hubo ni habrá otro macho en mi vida que no seas tú.

Bajé la vista. Cogió mi barbilla y me obligó a mirarla.

—¿Qué nos pasó para que termináramos así?
—No sé, Bianca. Creo que fueron muchas cosas y… No confiamos en contárnoslas.

Se acurrucó de perfil en el sofá, observándome.

—Cierto. No nos comunicamos. No nos dijimos lo que sentíamos, los problemas de cada uno, los miedos. Preferimos guardarnos lo que sentíamos. Pienso que ese fue nuestro primer error. Si te confesaba lo mal que me sentía por mi padre y ser una hija no deseada pensaba que no me entenderías. Ni yo entendía porque importaba tanto a esta altura de mi vida.
—Nunca hubiera minimizado tu angustia. ¿Y ahora? ¿Cómo estás con él?
—Me encontré con una tía. Su hermana. Ella dijo que mi padre adoró mi llegada. Que nunca había arruinado su vida. Le creí. No me preguntes por qué, pero le creí.
—Los hijos nunca arruinan la vida de los padres. Nicolay tampoco arruinó la mía.
—Lo sé perfectamente. Pero… me apartaste de los dos.
—No quería forzarte a querer a mi hijo.
—¿Acaso tuviste que hacerlo con Douglas, o con Numa?
—Tú sabes que fue diferente. Ellos estaban en mi vida cuando llegaste. Además, tú no deseabas ser madre. De ahí el rechazo.
—Mi rechazo fue para conmigo. Dijeron que sería casi imposible quedar embarazada.
—Eso no me importaba si estabas junto a mí.
—Pues yo creí lo contrario. Imaginé que la llegada de tu hijo era una felicidad que no era parte. Yo no participaría.
—¿Por qué?

Encogió los hombros.

—No tengo explicación para la cobardía. Porque eso fue lo que fui. Cobarde por no confesarte en la cara lo mal que me sentía de que me hicieras a un lado. Tal vez orgullo. Jamás hubiera suplicado que me dieras un lugar.
—No quise hacerte a un lado, es decir. No quería forzarte y tú parecías tan lejos de todo. Tu padre, Hela, tu imposibilidad de darme un hijo. No era imprescindible para amarte que me dieras un hijo. No lo entendiste.
—Era lo que más deseabas.
—No era lo que más deseaba, lo deseaba y punto. Lo que más quería era estar junto a ti por el resto de mi vida. Aún con la llegada de Nicolay.
—Yo quise a Nicolay desde que lo vi por primera vez –se angustió.
—¿Me lo dijiste? No… Bianca, me dejaste en el peor momento. Un juicio en el que debí pelear por la tenencia. ¿Qué podía pensar?
—Lo sé, te pido perdón. No fue por no querer a Nicolay con nosotros. Era yo que no me sentía fuerte. Ekaterina hizo otro tanto. Sus celos por el niño impidieron que me acercara a él. Tú, otro tanto.
—No lo sabía. Cuando te dije lo que ella había dicho, te enfadaste.
—Es que no debías dudar de mí.
—¿Por qué no, Bianca? Nicolay es hijo de otra hembra. Su presencia te recuerda que alguna vez me acosté con ella.
—No. No es así. ¿Crees que no sé qué te has acostado con muchas hembras antes de mí?
—Con ninguna tuve un hijo. Con Sabina. Y no me olvido la rabia que le tenías.

Sonrió recordando.

La miré con picardía y esa dulzura que iba ganando mi corazón.

—¿Me dirás que no?

Negó con la cabeza.

—Pero yo era otra. No tenía nada de ti. Nada de qué aferrarme. Una simple humana insegura de tu amor.
—¿Eso cambió? ¿Estás segura de mi amor como yo del tuyo?

Se incorporó de tal forma que su rostro casi roza el mío.

—Sí –murmuró—. Soy y seré la única hembra de tu vida. Para mal o para bien. Tú decides…
—No hay felicidad completa sin ti –mi mirada se posó en sus labios entreabiertos—. Te extrañé tanto.
—Yo también, mi amor. ¿Qué tal si nos perdonamos? –rozó los labios por mi comisura.
—Sí, por favor… Estoy muriendo por besarte.
—Si no lo haces tú lo haré yo.

Incliné el rostro para devorarla con un beso…

Numa bajó la escalera y ese beso quedo suspendido en el aire. Casi mis labios buscaron su boca. Casi ella se acercó para rodearme con sus brazos. Necesitaba ese contacto físico de entrega de ambos. No, simplemente por ayudarla o contenerla. Quería mucho más.

—Perdón, Nicolay está inquieto. No se duerme. Debe estar nervioso por lo que ocurrió.
—Dile que venga –dijo ella.
—Okay.

…………………………………………………………………………………………..

Fue un amanecer atípico. Se supone que los niños deben descansar por la noche y los adultos disfrutan estar solos. Sin embargo fue maravilloso romper las reglas. Numa había partido a la obra para ver como continuaban las cosas. Nicolay en las rodillas de Bianca la ponía al tanto de todo lo ocurrido en su ausencia. Y yo, aunque participaba de la charla prefería muchas veces observarlos en ese diálogo encantador. Genuino y espontáneo. ¿En qué momento dudé de ella? ¿Por qué los miedos habían ganado y logrado cegarme?

—¿Cómo qué Douglas quiere cortar las pelotas a Peter? –rio Bianca.
—Sí, pero no lo vamos a dejar, ¿verdad papá?
—No, por supuesto.
—¿Y quién está cuidando al gato mientras estás aquí?
—Brander. En Boris no confío porque creo que no le agrada demasiado.
—¿En serio?
—Sí, yo creo que no le gusta.
—¡Pobre Peter!

Nicolay bostezó por cuarta vez.

—Hijo, vamos a la cama.
—Pero ya salió el sol.
—No importa. Debes descansar.
—¿Y si viene el hombre de ropa oscura?

Bianca me miró con pena.

—Se fue muy lejos. ¿Quieres que me acueste contigo? –dijo Bianca.
—Sí, por favor. ¿Sabes canciones de cuna?
—Bueno… No muchas. ¿Quieres alguna en especial?
—Hay una canción que me gusta, pero no la recuerdo.
—Entonces iremos a la cama y me dirás que canción es. ¿Te parece?

Asintió soñoliento.

—Yo lo llevaré en brazos –me puse de pie.

Bianca me lo entregó y nuestras manos se rozaron sin querer.

Una electricidad recorrió mi cuerpo. Hacía más de un mes que habíamos tenido sexo, y no había sido una de las mejores. Ambos habíamos tenido dudas y resentimiento. Deseaba sentirme como antes en la intimidad con ella, y que ella vibrara al contacto de mi cuerpo.

Supe que nuestro leve contacto no había pasado desapercibido. Lo supe cuando sus ojos me miraron fijamente y sonrió.

—Me daré un baño y… te esperaré en la habitación.
—Claro… Yo… No tardaré.

Bianca.

Me acosté por encima del edredón y traté de cubrir a Nicolay para que no sintiera frío.

—Tienes que taparte bien, no has dormido y te sentirás destemplado.
—¿Qué es destemplado?
—Ehm… Es una sensación de frío constante. Como cuando tienes fiebre.
—Yo no tengo fiebre.
—Puedes sentirte así por otras razones.
—¿Por ejemplo?

Sonreí. Menos mal que tenía sueño.

—Cuando nosotros dormimos, el cerebro sigue pensando, ¿lo sabías?
—No.
—Manda una orden a los vasos sanguíneos. Mejor dicho, a la sangre. Para que me entiendas. Ordena que libere calor y así mantener la temperatura de nuestro cuerpo.
—Si no dormimos eso no pasa, ¿no?
—Exacto. Si a la vez estamos despiertos pero muy quietos, el cuerpo se enfría. Es un poco más complicado…
—¡Cuánto sabes, Bianca! Quiero ser doctor.
—¿En serio? ¡Qué bien!
—Y curaré a las personas. Le daré pastillas para tomar pero no inyecciones. Las inyecciones son horribles.

Rei.

—Lo son, pero a veces son las únicas que te pueden curar.

Se mantuvo en silencio, pensativo, por varios segundos.

—Hay pastillas que no curan. Si las comes te mueres. No daré esas pastillas a las personas.

No atiné a hablar. No contaba con la valentía suficiente para preguntar, ¿cómo lo sabes? Quizás porque dentro de mí, adiviné que estaba relacionado con Olga.

—¿Quieres que cantemos la canción? ¿Esa que no recuerdas el final?
—Sí… No sé porque no la recuerdo. Mi mamá la cantaba siempre.
—A veces ocurre. Cántamela.
—¿Estás segura que el señor oscuro no volverá? —bajó la voz.

Besé su mejilla y lo arropé contra mí.

—El señor oscuro no es malo. Quería hablar conmigo.

Susurró.

—Quería llevarte.
—Lo sé.
—Entonces volverá. Dime que no te irás con él.
—Escucha –acaricié su cabello—. Ya he estado con él y regresé. No le tengo miedo –mentí.
—Mi mamá tampoco tenía miedo. Pero se la llevó y no regresó.

Estuve a punto de preguntar, ¿tú la viste? ¿Tú la viste morir? Sin embargo no me animé. Creí que ese trabajo de indagar en su corazón no era para mí, sino para Dimitri. Seguramente pondría manos a la obra para que los dos pudieran charlar una vez que estuviera instalada en la mansión.

—¿Y la canción? –Pregunté fingiendo gran interés—. Ardo de curiosidad por conocerla.

El se acomodó hecho un ovillo, de espaldas a mí. Lo abracé y lo escuché cantar…

—Dice así…
“Duérmete mi niño, nada ocurrirá.
Cierra los ojitos y el sueño vendrá.
La luna redonda te sonreirá.
La estrella más bella te iluminará.

Duérmete mi niño, sin ningún temor.
Velaré tu sueño con todo mi amor…”

No recuerdo más –entristeció.

Sonreí contra su mejilla tibia…

—Es una canción vikinga… Me la cantó alguien hace poco tiempo. Y continúa así…
“Duérmete que al alba el mar calmará.
Y un barco vikingo nos vendrá a buscar.

Iremos a un mundo donde no hay maldad.
Thor en su palacio nos recibirá.
Duérmete mi niño, el mar ya calmó.
Y el barco vikingo a costa llegó.”

Nicolay se había quedado inmóvil, pero no estaba dormido. Quizás no podría creer en la casualidad de que alguien me habría cantado la misma canción. Pero tenía razón, yo tampoco creía en casualidades.

Sebastien.

Salí de la ducha y me sequé. Cogí un pantalón pijama aunque estuve a punto de desecharlo. ¿Para qué quería un pantalón pijama con Bianca a mi lado? De todas formas me sentía extraño. Como si fuera la primera vez que iríamos a tener sexo. Un mes y días no era demasiados y a la vez sí lo eran. ¿Cómo explicarlo?

¿Vergüenza de estar desnudo frente a ella? ¿Miedo que ya no le gustara? Ni siquiera un humano sufriría cambios en su cuerpo en tan poco lapso de tiempo, menos un vampiro. Quizás no recordaba verme sin ropa… No, quizás después de ver a Odin hubiera querido que fuera igual… No sé… Yo no era un adefesio pero contra Odin… La puta madre… Demonios…

Me metí en la cama y esperé unos minutos.

—¿Y si Bianca se había dormido? Estaba agotada. Había logrado materializarse. No… A lo mejor no quería venir a la habitación… ¿Sentiría la desesperación de estar conmigo como yo con ella? Sí… Vi la lujuria en sus ojos cuando me rozó…

Salté de la cama y me dirigí a la habitación de Douglas. Caminé sigiloso hasta la puerta entreabierta y entonces escuché…

Era Nicolay… cantando la canción de cuna. Apoyé mi perfil en el marco, cuidando de no hacer ruido. Bianca sentiría la misma frustración que había sufrido yo al no saber cómo continuar. Era una sensación de impotencia. Mi hijo ansiaba que alguien supiera la canción de cuna que le cantaba su madre. Muchos me ayudaron buscando en internet. Incluso yo, pero no había nada parecido en las páginas infantiles.

De pronto escuché… Bianca dijo, “es una canción vikinga. Me la cantó alguien hace poco tiempo. Y continúa así…”

Mi corazón pareció detenerse, mi boca se secó, parpadee repetidas veces. ¿Bianca sabía la canción? ¿Era la misma que quería Nicolay?

Seguí inmóvil, atento hasta que ella terminó la última estrofa.

Nicolay no habló. Imposible que hubiera quedado dormido en poco tiempo. Aguardé en silencio. Por favor, que fuera la misma canción.

Bianca al fin preguntó.

—¿Acerté?

Y él contestó…

—Sí –rio—. ¡Es esa canción! ¡Gracias Bianca!

Tiré la cabeza hacia atrás contra la pared y cerré los ojos. La emoción iba a convertirme en un idiota sensible, pero que bueno se siente a veces ser un idiota sensible.

Ella la cantó dos o tres veces más… No recuerdo. Solo sé que regresé a mi habitación con los ojos húmedos. Bianca y Nicolay juntos. Unidos por la canción de Olga…

Me senté en la cama y esperé. Pensé en todo lo que había ocurrido en poco tiempo. Me había enterado que era padre de un niño que no conocía, de la muerte de su madre. Me había separado de Bianca, había luchado por la tenencia frente a los errantes. Comenzaba a conocer a mi hijo ya no superficialmente… Bianca había regresado… y conocía la canción de cuna… Todo aquello que creí piezas de un rompecabezas sin armar, siempre había estado unido por un hilo conductor e invisible…

De pronto, escuché la puerta de la habitación cerrarse. Me puse de pie de un salto y me quedé inmóvil, con la vista clavada en la entrada de la alcoba.

Bianca no tardó en aparecer. Cerró tras su espalda y me miró.

—Supiste la canción –dije casi sin pensarlo—. Supiste como terminaba la canción de Olga.
—Sí –bajó la vista apenada.
—¿Cómo? ¿Cómo fue que la sabías?

Avanzó hacia la ventana lentamente. A través de las cortinas su rostro se iluminó por un rayo tenue de sol.

—Me la cantó Freya, de los escarlata. Ella perdió un niño hace centenas de años. Se la cantaba a su bebé.
—Increíble –murmuré.

Ella no dijo palabra. Se limitó a ver el paisaje.

—¿Estás bien? –pregunté con temor.

Asintió en silencio. Después de unos segundos interminables continuó.

—¿Sabes? –dijo con emoción.
—¿Qué?
—Creo que el universo te conecta con todo lo que debes hacer. Tú eliges.
—Sí, también lo creo.
—Cuando llegué a Banff buscaba mis orígenes, mi pasado. Sin saber que también me conectaría con el futuro. Yo debía encontrarme con los escarlata. Freya debía enseñarme esa canción –sentí su voz quebrarse—. ¿Entiendes? Yo debía escucharla.

Me acerqué por detrás, aunque no lo suficiente para abrazarla. No por no sentir deseos de hacerlo, sino por no interrumpirla. Percibí que necesitaba contarlo.

—Yo debía conocer esa canción de cuna. Era imprescindible para Olga –sollozó.
—¿Para Olga? –titubee.
—Cuando fui a su tumba Hela apareció.
—¿Hela? –me atemorice—. ¿Qué te dijo?
—Dijo que Olga estaba angustiada, atrapada en las sombras. Creí –se secó las lágrimas—. Creí que era por nosotros dos. Pero Hela dijo que no. Después… Después Nicolay habló por móvil conmigo y me contó… “mi mamá dijo que tú me cuidarías” –estalló en llanto.
—Bianca…
—¿Entiendes lo que digo? –me miró.

La abracé por la espalda. Rodeándola con mis brazos. Ella recostó la cabeza en mi pecho.

—Solo deseo que ella lo sepa. Que estoy aquí, que canté su canción… y la cantaré cada noche que Nicolay se duerma.
—No llores. Estoy seguro que ella lo sabe. Por favor, no llores.

Permanecimos así, ella mirando el paisaje, sintiendo mis brazos cobijándola. Yo, pensando que no había sido en vano la separación. Por más que nos había dolido. Nos había hecho más fuertes, quizás más unidos.

Al pasar los minutos, la noté más tranquila. Besé su coronilla y apoyé mis labios en el hombro. Bianca se giró y se apartó lentamente. Me observó de arriba abajo.

—Tú… ¿Qué haces de pijama?
—¿Yo?
—Sí –sonrió—. ¿Tienes vergüenza de mí?
—¡No!

Arqueó la ceja.

—Pensé que estarías desnudo esperándome en la cama –volvió a sonreír. ¿No me habías extrañado?
—Ah, sí… Iba a esperarte sin pijama pero… Bueno… Convengamos que el ambiente no estaba propicio para tener sexo.

Sus ojos borgoña me miraron fijo y suspiré. Se acercó hasta rozar mi cuerpo de punta a punta. Sus labios cerca de mi oído, susurraron.

—No te imaginas que rápido puedo cambiar el ambiente.

Anouk.

Reencontrarme con mi familia en Moscú fue un descanso para mi mente. La mansión Craig por poco vuela en mil pedazos. Y no precisamente por explosiones mineras como en la Isla del Oso, sino por todos los sucesos que fueron desencadenándose desde la llegada de Nicolay. Por suerte parecía estar todo encarrilándose. Al menos la dama de los Craig volvería y estaba segura que frente a frente con Sebastien resolverían sus desavenencias.

Mamá me había preguntado unas tres veces cómo vivía la mansión la llegada de Bianca. Le dije las tres veces la verdad. Todos deseaban que llegara y se reencontrara con nuestro apuesto líder de los vampiros. Nadie decía nada en contra de su abandono abrupto, al menos si lo pensaban lo disimulaban genial. Aunque pensándolo bien, los Craig la amaban y creo que le hubieran perdonado todo. Incluso Sebastien.

La sala de los Gólubev estaba iluminada, caía la noche y nos sentaríamos reunidos a la mesa como hace mucho tiempo no lo hacíamos. Por supuesto a beber, pero daba igual. Mamá había insistido en preparar algo delicioso para Anoushka pero Dimitri ganó por cansancio y fue por una pizza de brócoli. Según él eran su favorita. Fuera de mi hermano, ¡qué gusto horrible tenía esa niña!

Natasha se había puesto un vestido muy bonito, color morado. Se había encerrado con papá en el despacho contándole noticias sobre el proyecto de los militares y los fósiles encontrados. Iván ayudaba a poner la mesa luciendo un traje azul oscuro de Gucci. Siempre tan elegante y distinguido. Yo tenía sobre mi falda negra de satén, a mi bella sobrina durmiendo. Por la blusa blanca escotada podía verme el nacimiento de mis senos. Lucía seductora y eso gracias a Rose.

Svetlana salió de la cocina seguida de mi madre. Estaba en jeans y camiseta roja. Una coleta sostenía su cabello sin peinar. Había estado toda la tarde hablando por teléfono con clientes. Ivan la vio pasar y arqueó la ceja. Mentiría si dijera que a mí su look no me había llamado la atención. Ella era informal en su forma de ser pero esto rozaba lo descuidado.

—¿Se durmió? –preguntó mi hermana con un platillo de puré en su mano.
—Sí, acaba de dormirse. Es que hemos jugado por horas.
—¡Sabía que se me había hecho tarde!
—Tranquila Svetlana –se asombró mi madre—. No te preocupes, le darás la papilla cuando despierte. Mejor ve a bañarte y vestirte. Cenaremos en media hora.
—¡No puedo, mamá! Si la acuesto con hambre se despertará en lo mejor de la cena y ya no podré compartir con ustedes.
—Estás ahogándote en un vaso de agua.
—No te imaginas lo que me demanda.
—¡Cómo no imaginarme si he tenido cinco hijos!
—Tú eras ama de casa yo trabajo fuera.
—No menosprecies mi trabajo, Svetlana.
—Perdón, mamá. No quise ofenderte pero reconoce que no es lo mismo.
—¿Qué hago con la niña? ¿La acuesto o no? –pregunté.
—Deja, ya se durmió, mucho no podré hacer.
—¿Si quieres la despierto? Aunque el sueño es reparador, alimenta.
—¡Por favor, Anouk! Aún no es un vampiro.
—Hablo como humana, soy docente y lo sé.
—¡No eres madre!
—¿Qué pasa aquí? –mi padre y Natasha entraron a la sala.
—Nada querido, solo que Svetlana no ha tenido tiempo de ponerse bella —sonrió mi madre.
—Bella ya es —mi padre dio un beso en la frente a mi hermana—. ¿Qué ocurre, mi demonio rubio? ¿Es por la niña? Mírala, si parece un ángel que no da trabajo ninguno.
—¡Pues entérate, lo da!
—Okay, tranquila. Si se despierta somos muchos para atenderla.
—Es que ya se enfrió su papilla. Las patatas recalentadas hacen daño.
—Cocinaremos otras patatas. Vamos, cámbiate y relájate. No querrás que Anthony llegue y te vea así.
—Anthony no vendrá.
—¡No vendrá! –fue la exclamación de todos, menos de Natasha.

Mi hermana mayor se había sentado en el sofá cruzada de piernas y bebía un vodka con total parsimonia.

—¿Cómo que no vendrá? –Preguntó Ivan—. Mañana cumple Milenka.
—Sí, llegará mañana. Hoy era imposible. Teníamos clientes que atender. El taller no puede cerrar de un día al otro. Hay compromisos.
—Bueno, llegará mañana. Sin embargo hoy cenaremos juntos, en paz, y si Milenka necesita atención somos muchas manos.
—Está bien, papá. Lo siento, mamá. Iré a bañarme y me pondré un vestido bonito.
—Te amo, ve. Dame a mi nieta Anouk, yo la acostaré.
—Y yo te ayudaré con el peinado —dijo mamá rodeándola por los hombros.

Ivan se acercó con un vaso en la mano.

—Anouk, ¿me acompañas con un whisky?
—Claro, con hielo, por favor.

Fue hasta el bar y sirvió de una botella importada. Puso el hielo en mi vaso y llenó el de él puro.

—¿Qué ocurre con Svetlana, Natasha? –se acercó con los whiskies.
—No lo sé. Si te refieres a leer su mente, estaba distraída. ¿Qué te preocupa? ¿El viaje de Anthony?
—A decir verdad, sí –se sentó junto a mí—. ¿No es extraño que no hayan viajado juntos?
—No. El negocio de venta de obras va muy bien. Lo sé porque hablo con Svetlana muy a menudo. Sé que si hubiera algo más me lo hubiera contado.
—Tienes razón, no pueden desaprovechar la oportunidad. Algo que puede interesarle a los humanos al otro día puede que ya no.
—En eso no estoy de acuerdo –acoté alisando mi falda—. Cuando estás en pareja no debes descuidar al amor. Y creo que ambos están sumergidos en el trabajo. No hay nada más hermoso que compartir con el amor de tu vida.

Ivan me miró asombrado. Miré a Natasha que bebía un sorbo y arqueaba una ceja.

—¿Estás hablando en serio? ¿Te cambiaron el cerebro?
—Ay Ivan, es lógica pura.
—¿Dónde está la lógica?
—Eso, ¿dónde está la lógica? –sonrió Natasha.

La miré para matarla.

—Digo –carraspee—, que cuando uno ama a su pareja debe cuidar de ella. Y hablo por los dos, no es una frase machista. Él debería hacer lo mismo.
—Están ganando mucho dinero. ¿No has escuchado a Natasha?
—Sí, la escuché. No sé para qué discuto estas cosas contigo porque no entenderás.
—¿Y qué debo entender?

Dimitri y Anoushka entraron de la calle.

—¡Ayúdame Ivan! Trajimos regalos para Milenka.
—¿Qué has traído? ¿La juguetería entera? –mi hermano rio y se puso de pie.

Natasha dejó el vaso sobre la mesa baja y encendió un cigarrillo. Sonrió y me miró.

—Te tiene loquita, loquita.
—Calla.

Rio.

—Anda, cuenta que no tengo ganas de leer tu mente. ¿Ya hubo beso?
—Tú estás loca. ¡Qué va a ver beso si no me registra!
—¿Es no vidente o gay?
—Nada de eso… —eché un vistazo al resto y susurré—. Nos vimos un par de veces. Le caigo bien.
—Tú en donde debes caer es en su cama, Anouk. ¿Qué esperas?
—Es tímido.
—Pues apúralo tú. ¿Te miraste en el espejo? Eres lo que cualquier humano desearía como hembra.
—Es que…
—¿No te animas? Eres una cobarde –sonrió.
—No es que sea cobarde.

Papá llegó a la sala y se produjo una gran algarabía al ver un caballo de madera que servía de hamaca y muchos paquetes.

—Te decía, no es que sea cobarde. Yo no pienso que la cama sea algo importante entre los dos.

La carcajada exagerada de Natasha provocó mi enojo y la atención de todos. Papá se acercó preocupado y quitó el vaso de la mesa.

—Creo que has bebido demasiado. Y apaga el cigarrillo en la sala.

Natasha continuó riendo y solo mi puntapié la hizo cesar.

—¡Ay, bruta!
—Te burlas de mí porque eres la Mata Hari de las vampiresas.
—No es así. Me dio risa que dijeras algo tan absurdo. Todas las hembras cuando estamos enamoradas deseamos tener sexo con el macho. No me lo niegues.
—No… Quiero decir… Yo deseo mucho más de él. No quiero meterme en su cama y después me olvide.
—Okay, ahora… Un pequeño consejo. Empieza por algo, ¿entiendes? Él debe recordarte por algo que hagas muy bien. Se me ocurre que podría ser la cama. Si no estás lista para eso…
—¡Sí estoy lista!

Natasha apagó el cigarro en el cenicero de bronce. No apartó la mirada acusadora de mí.

—Está bien, lo admito. Estoy aterrada.
—Es una pena que no pueda ayudarte. No leo mentes de humanos. De lo contrario viajaría a Kirkenes solo para decirte que piensa de ti.
—Gracias. Sé que lo harías. Rose dice que él está interesado en mí. Que me mira con brillo en los ojos. Pero hay otra, una loba que lo ronda. Su nombre es Bua. Es muy bella y siempre andan juntos.

—¡Anouk, Natasha! ¡Vengan a ver esto! –exclamó Dimitri.

Nos pusimos de pie. Antes de acercarnos al grupo mi hermana me retuvo del brazo.

—Anímate Anouk. Provócalo. Estoy segura que no habrá hembra que te haga sombra.


Bianca.

Me gustó esa mirada de Sebastien como diciendo, ¿qué vas a hacer conmigo?” Y aunque ambos sabíamos que seguía, siempre era excitante conocer de memoria quien mandaba en nuestra alcoba. Sentir ese poder de mi parte en cada metro cuadrado de la habitación, no era nada nuevo. Ignoraba si para un macho era comodidad hacerse pasar por indefenso. Para mí era la gloria.

Las yemas de mis dedos resbalaron por el duro abdomen. Podía contar cada fibra de su cuerpo. Subí lentamente hasta los pectorales, deleitándome con su musculatura, disfrutando su ansiedad. Acaricié los hombros bajando por sus brazos. El iris gris metal no se apartaba de mi borgoña. Nuestros labios entreabiertos, pero silenciosos. ¿Qué decirnos? ¿Te he extrañado? ¿He agonizado de ganas por hacerte el amor? No eran necesarias las palabras. Si la energía que emanábamos hablaba por sí sola.

Mis manos fueron a su culo y presioné contra mí. Las de él cogieron mi cintura como tenazas. Lo miré levantando la barbilla, desafiante.

—Odio tu pantalón pijama. Suerte que es una dificultad tan fácil de salvar.

Inclinó su rostro y acarició la boca con los labios.

—Y tú –murmuró—, ¿cómo te atreves a estar con ropa?

Besé sus labios y me aparté antes de que su lengua invadiera.

—Me he dado un baño hace más de ocho horas. Me gustaría ducharme. ¿Serías tan caballero de esperarme en la cama?

Sonrió. Percibí la presión de sus dedos aferrándome.

—¿Sabes qué no? Hoy no tengo nada de ganas de ser un caballero.

Iba a emitir una protesta divertida pero no dio tiempo. El sonido de la tela de mi jogging al rasgarse me enmudeció. A la vez la corriente sanguínea corrió por mis venas calentando cada célula. Diablos, ¡cómo lo deseaba! Después de todo no era tan malo ceder el poder. Menos cerca de ese ejemplar tan hermoso.

En quince segundos volaron mis zapatillas, calcetines, y el resto de la ropa. Mi espalda sintió el fresco del empapelado de la pared y supe que me había acorralado. Desnuda y presionada por su cuerpo caliente y excitado, no tenía mucha opción para elegir que hacer. Ni quería hacer otra cosa que rogar que continuara. Era suya como siempre había sido. Desde el instante que lo conocí, en esa sala, tocando el piano.

Cerré los ojos disfrutando el contacto de los labios por mi cuello. Besó y lamió desde la clavícula hasta detrás de la oreja. Mis manos enredadas en su cabello exigían sin hablar. Más, necesitaba más de él. Más de su boca marcando la piel, de sus caricias cada vez más atrevidas, de su sexo duro bajo la fina tela del pijama.

De pronto me miró a los ojos, jadeando. Con mi respiración entrecortada acariciando su nariz.

—No sabes cómo extrañé tus pechos.

Aprisionó uno de ellos y el pulgar jugó con el pezón.

—Sé de memoria lo que adoras que te haga. Nadie como yo puede conocer lo que te vuelve loca –jadeó—. ¿Cierto?

Sonreí mientras sentía la humedad entre mis piernas.

—Cierto –balbucee.
—Tan cierto… que no necesito preguntarte si te gusta.

Me alzó encajándome a sus caderas y devoró mis pechos. Mis gemidos escaparon sin tener absoluta conciencia de que Numa podía regresar y escucharnos. Nicolay dormía profundamente, al menos rogué para que fuera así. Creo que ninguno de los dos en el estado que estábamos tenía idea de detenerse. Así la cabaña se incendiara. Bueno, en ese caso quizás sí…

Estaba aferrada a su musculosa espalda. La que amaba clavar mis uñas en cada orgasmo, o acariciar cuando dormía. Sin embargo necesitaba tocarlo todo y en la posición que estaba me era imposible. Él, friccionaba su falo como piedra contra el bajo vientre provocando que mis ansias desbordaran. Lo quería dentro de mí. Pero ese no era su plan. ¿Quería demostrar poder? Bienvenido, pero nunca te distraigas ante una hembra caliente y dispuesta a todo.

En un segundo que su cuerpo se apartó para tomar aliento, la lengua dejó de jugar en mi protuberancia hinchada, y aproveché el instante. Mi mano se escurrió por su abdomen hasta llegar a su sexo. Lo encerré con mi puño y su gemido cambió el poder de las manos. Ahora era yo quien lo tenía con los ojos cerrados, mordiéndose los labios… Y esos colmillos adorables, mortalmente peligrosos y excitantes.

—Yo también sé lo que adoras, lo que te enloquece, ¿cierto?

Comencé un movimiento lento pero firme.

Sonrió.

—Cierto.
—Te mueres porque lo meta a mi boca, ¿verdad qué sí? –hablé contra su boca.

Me besó con un beso de esos que jamás olvidarás en tu vida, por más larga que sea. Con la otra mano lo atraje por la nuca y correspondí a su demanda. Las lenguas enroscadas se acariciaban con frenesí, como si dejáramos todo en ese beso. Cómo si fuera el último día, juntos. ¿Acaso alguien sabe cuándo puede suceder?

Me llevó a la cama, cubriéndome con su cuerpo. Ya con libertad en mis manos, me deshice de su pijama. La tela se deslizó dejando al descubierto no solo lo que moría por degustar sino ese culo perfecto.

Él supo de mis intensiones lujuriosas. ¿Cómo no saberlas? Si Sebastien conocía cada intensión de mi mirada, cada gesto por más imperceptible que fuera. Por eso siempre me preguntaré que nos había ocurrido para no entendernos, para apartarnos uno del otro. Y aunque ahora, en esta cama ya no importaba, lo creí como una llamada de atención. El amor no es algo que llega para quedarse eternamente sin condiciones. Dependerá de ti, de él, del esfuerzo de ambos.

Cuando sus ojos metalizados brillaron de pasión, cada músculo de su cuerpo se contrajo.

—Lamento cariño, tus planes tendrán que esperar por los míos.

Sonreí mientras mis manos resbalaban por su espalda.

—¿Y quién te dijo a ti que tus planes me desagradan? –jadee—.

Entró en mí de una estocada y mi cuerpo que estaba más que listo para recibirlo lo acogió. Por fin unidos, no solo en lo físico sino con el alma. Esa era la gran diferencia entre tantas hembras y yo. Esta energía que se liberaba y entrelazaba formado un nudo invisible e indestructible era lo que llamaban algunos milagro. Era el collar que debías ponerte y usar cada día de tu vida, como había dicho aquella vez Lucila.

Mis piernas lo atenazaron acompañando el movimiento de su embiste. Mis encías se abrieron dando paso a mis filosos colmillos.

Él volvió a sonreí con una mezcla de satisfacción. Encerré ese rostro tan perfecto entre mis manos y lo acerqué hasta que el beso se hizo inminente.

Así, completamente fundidos en uno solo, el orgasmo nos golpeó como las olas al estrellarse en las rocas. Su máximo goce se mezcló con el mío. Fuera de la cabaña, sería un día como cualquiera para muchos. Para nosotros, dentro de esta habitación, se producía el cierre de una reconciliación tan esperada. Habíamos enfrentado una crisis y habíamos salido triunfantes.

Mientras me desarmaba entre sus brazos, dominada por las vibraciones de placer, esas que por segundos no tienes idea dónde estás porque tampoco te importa, él convulsionó una y otra vez derramándose dentro de mí. Tuvimos que hacer un esfuerzo para que no nos escucharan en toda la Isla del Oso. Ya tendríamos tiempo de estar solos y lejos de oídos humanos y no tan humanos.

Sus manos apoyadas a cada lado de mi cabeza, cedieron. Se dejó caer sobre mi cuerpo laxo. Nos quedamos en silencio, escuchando como el corazón volvía a sus latidos normales. Como el torrente sanguíneo disminuía la velocidad, poco a poco…

Giré el rostro para contemplarlo. Tenía los ojos cerrados, sin embargo como intuyendo mi mirada, los abrió. Su gris parecía más tenue, pero conservaba el brillo del placer compartido.

Los dedos apartaron una mecha de mi cabello que cubría mi cara.

Sonreí y sonrió…

—¡Qué bella eres, Bianca!

Mi mano cubrió la suya y besé sus dedos.

—No sé si bella, pero sí afortunada... No permitas que me vaya nunca más. No permitas que me vuelva a equivocar.
—Jamás dejaré que te vayas. Y tú, promete que me dirás lo que no te guste. Que enfrentarás mis errores como la guerrera que eres.
—Lo haré. Te amo.
—Yo también, mi vida.

Nos besamos sellando esas promesas.

Cuando se durmió entre mis brazos me quedé contemplando la habitación. Aún el aire olía a sexo y amor. De pronto un pensamiento cruzó mi mente recordando su promesa. “Jamás dejaré que te vayas”. Una sensación de inquietud me ganó lentamente. A medida que me daba cuenta que no volvería apartarme de Sebastien mientras dependiera de mí… Pero si alguna vez… ¿No dependiera?






























10 comentarios:

  1. Cof, cof, cof, coooooffffffff (Estoy tosiendo, carraspeando, no estoy en mí) Ya lo creo que ha habido reencuentro y reconciliación, jaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!! Ha triunfado el amor amore!!!! Bieeeeennnnnnn!!!!! Se ha hecho esperar perooooooo ha merecido la espera!!!!! Me encantan lo apasionados que son Sebastien y Bianca!!!! Viva el amor amore!!!! Capítulazooooooo!!!!!

    Besoteeeeeeesssssss!!!!!!

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    1. ¡Hola Merck! Jajajaja, ¿has visto? Muy intensos. Es que ha pasado tiempo lejos uno del otro. Se ha hecho esperar, sí. Es que ambos me la estaban complicando pero los acorralé en la Isla del Oso.
      Muchas gracias por tus comentarios, eres muy divertida.
      Un besazo reina!!

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  2. Ya no tengo dudas de que eres malvada, nos lo haces pasar mal con Hela y el final deja la puerta abierta a la incertidumbre.
    No sé yo si les hemos dado mucha vida a Sebastien y a Bianca o se han bastado solos y han pasado de nosotros, míseros lectores. Después de un mes a pan y agua se han zampado una tarta enorme:)))) No tendría que haberlos interrumpido Nicolay? También soy malvado, jejeje.
    Que sepas que me estoy quemando los dedos con mi teclado:)))
    Nunca digo si un capítulo me gusta, cuando publiques el último tendrás mi humilde opinión, una crítica siempre constructiva.
    Bso

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    1. ¡Hola Ignacio! Creo que has dado en el clavo... Hay un problema aún sin resolver. De todas formas siempre digo que me enfrento al teclado y los Craig disparan, casi sin pensarlo. No si es bueno o malo, pero sucede.
      Sebastien y Bianca se merecían el reencuentro y reconciliación, pero más lo merecían ustedes, los lectores.
      ¿Interrumpir Nicolay? No creas que no lo pensé, jajaja. Aunque pienso que los seguidores me hubieran matado.
      Siempre tus críticas han sido constructivas y siempre serán bienvenidas. En este mundo, estamos para aprender.
      Muchas gracias querido Ignacio. Te deseo una buena semana. Un abrazo!!

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  3. Uy que bueno que Sebastien y Bianca volvieron . Ojala no los vuelvas a separar, pero me late que algo tramas. Me gusto el capítulo

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    1. ¡Hola Citu! Mmm... No puedo adelantar nada pero veo nubes de tormenta cerca.
      Al menos están juntos.
      Muchas gracias por el comentario amiga. Feliz semana y besote grande.

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  4. A Sebastien y a Bianca les faltaba la comunicacion y cuando se han comunicado se han arreglado porque se quieren y se echaban de menos.Lo han pasado muy mal pero la reconciliacion es muy bonita y emociona.Me ha gustado mucho el capitulo.Besos.

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    1. ¡Hola Ramón! Gracias por pasarte como siempre. Cierto no han tenido comunicación y creo que han aprendido. Veremos que pasa con la convivencia. Me alegro mucho que te haya gustado. Te envío un abrazo y buena semana para ti!!

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  5. Es cierto entre Bianca y Sebastien lo que les faltaba era la comunicación y al fin hablaron, por dicha se reconciliaron ahora ellos merecen ser felices, con toda su familia...Lou muchas gracias por el capítulo!!!

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    1. ¡Hola Lau! Es muy lindo que se hayan reconciliado y estén juntos. Merecen la felicidad junto al resto de los Craig. Espero que nada empañe la dicha.
      Muchas gracias a ti por comentar.
      Espero que tengas una buena semana. Besotes miles.

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